20.11.21

Reseña: “Máquinas de visión y espíritu de indios” -Seis ensayos de antropología visual-

Pablo Mora Calderón. Proyecto de Investigación Tecnologías y Ancestralidad. Alcaldía Mayor de Bogotá, Instituto Distrital de las Artes –Idartes-, 2018.

En la introducción, debemos pensarnos una imagen que la acompaña como detonador del pasado en función de la “mirada” y el trazo del dibujante que recoge la visión de un mundo, nos referimos al “fragmento de la portada monumental de la tercera parte de los -Grandes viajes- relativos al Nuevo Mundo”, del año 1590; contrastado por lo que el autor llama “imaginario delirante y xenófobo” en comparación a la imagen del fotógrafo Juan Pablo Gutierrez con una foto del año 2013 que sirve para la portada de este libro titulada “Niño nunak de la selva del Guaviare”.

Pablo Mora, a través de los conceptos visualidad e indianidad, desarrolla un ejercicio de investigación que recorre “imágenes, actitudes y acciones”, expuestas en seis partes definidas en lo que podemos considerar un ejercicio de representación antropológica que involucra el cruce de diversas fuentes, así como el trabajo de campo que es notorio al hilar los conductos narrativos que posiciona críticamente los escenarios expuestos en estas comunidades. Así, el autor propone posibilidades de análisis en el esquema de entender esas máquinas de visión y la espiritualidad que tradicionalmente los ha posicionado en: lo que vemos; lo que nos mira; dispositivos audiovisuales en clave indígena; viejos y nuevos estereotipos indianos; artistas de indios y arte indígena; finalmente, paisajes urbanos en la visualidad indígena.         

Esta secuencia de títulos tiene un soporte teórico significativo que ubica activamente otros conceptos y sus respectivos autores, por ejemplo, al citar el texto Pueblos expuestos, pueblos figurantes (2014) de Didi-Huberman, y la pregunta ¿Qué hacer para que los pueblos se expongan a sí mismos y no a su desaparición? Anota:

Plantear esta cuestión significa preguntarse por el desplazamiento que ha ocurrido en los últimos treinta años, cuando un extendido movimiento de pueblos originarios de América proclamó el derecho a la creación y recreación de imágenes propias. Su reivindicación a acceder y apropiar las nuevas tecnologías audiovisuales, su voluntad de controlar la representación audiovisual que otros hacen y de potenciar formas ancestrales de autorrepresentación, la exigencia de que las imágenes les sean devueltas, la consigna de construir producción propia y redes de intercambio determinaron la construcción de una agenda continental que tiene en común la fuerza de la  resistencia y a la autodeterminación [...] Desde entonces la producción creciente de imágenes indígenas ha exacerbado la crisis de la representación occidental y ha amplificado la presencia indígena en la arena de las nuevas  utopías y de los deseos emancipatorios en cuestiones de soberanía, ciudadanía, modelos de desarrollo económico y políticas culturales y de comunicación (p. 19).            

Al escuchar a Mora, en medio de la exposición del programa inaugural de la Cinemateca de Bogotá en el año 2019, y exponer magistralmente su visión del mundo antropológico en los conceptos inicialmente citados, pudimos descubrir que a través de  sus textos nos adentramos en un proceso de entendimiento visual y audiovisual con diversas posibilidades de análisis en conexión a ejemplos desconocidos y, algunos que hacen parte de la cultura popular, entendiendo y asimilando que poco conocemos o analizamos las formas como hemos asumido esa visión del mundo dirigida a las poblaciones indígenas colombianas y su cosmovisión; por lo tanto, este resultado investigativo nos aporta la posibilidad de reconocer métodos, problemas, y formas en que se reconoce al otro por medio de las tecnologías involucradas con la “reproductibilidad técnica” de la imagen, y es estas su uso y abuso desmedido en pro y contra de quienes subsisten como parte de estas.    

Sin lugar a dudas, es una investigación que nos aporta acciones educativas para intervenir nuestros “aparatos discusivos” ante el escenario académico dispuesto a las otras historias, libro donde escritura e imagen confluyen en la edición, valor agregado para la lectura y el cuidado que hacemos para activar otros estados de reconocimiento.       

13.11.21

Reseña: “Ricardo Rendón una fuente para la historia de la opinión pública”

 Germán Colmenares. Obra completa.Universidad del Valle, Banco de la República, Colciencias Tercer Mundo Editores, 1998.  

La primera edición de este libro se publicó en el año 1984, luego, ocho años después del fallecimiento del profesor German Colmenares, y la compilación de su obra completa, se reedito manteniendo la esencia que lo posiciona en su título y contexto hacía la figura de un caricaturista y sus referencias graficas de crítica al establecimiento político dimensionado en las administraciones del partido conservador y las relaciones con sus contradictores o aliados del partido liberal según el momento e intereses. En la “nota de los editores” se informa que “las fotografías fueron tomadas directamente de los diarios La República, El Espectador, y El Tiempo, pertenecientes a la colección de la Biblioteca Nacional”.

Una pregunta que atraviesa tal vez la obra y que su autor posiciona en la introducción es ¿Por qué dar entonces a estas caricaturas el valor de una fuente histórica? Porque a la luz de los tiempos transcurridos, las fuentes consultadas y el uso trasformador que trae la apuesta por “una visión particular que conlleva a una interpretación sesgada” es que se va fomentando en el púbico una fuente de opinión que posibilita rápidamente entender un hecho crítico ante los asuntos del país y sus administradores políticos. Ventaja de casi cien años es ver en el pasado la lectura de las representaciones de los gobiernos de ese período teniendo en cuenta el dibujo cáustico que deliberadamente enviaba un mensaje contundente.   

Anota Colmenares: “Como fuente histórica que refleja los altibajos de una opinión pública, las caricaturas de Rendón presentan un doble problema de interpretación. El más obvio obedece al hecho de que la mayoría de las veces aluden a un incidente más o menos oscuro o al de que están inscritas en un contexto de circunstancia que debía ser familiar para un lector de periódicos de la época o de alguien que estuviera al corriente de la comidilla política” (p. x); es decir, no todos tenían la posibilidad de acceder al diario de los acontecimientos y a la comprensión de una idea dirigida al intríngulis del poder. El otro problema al que hace mención, y tal vez, más importante para conectarse con el libro y, su disposición temática, resalta:

[…] Si cada caricatura se refiere a una anécdota, el conjunto no constituye una mera sucesión de anécdotas. En materias políticas, las caricaturas se atienen una línea editorial del periódico en el que aparecieron. En todos los casos aprecian en la primera página, como para subrayar la importancia del comentario del maestro Rendón. Reflejaban una oposición irreductible a los gobiernos conservadores, ya fuera desde el punto de vista republicano, ya fuera desde el punto de vista liberal. Rendón podía escoger, sin embargo, entre una multitud de incidentes. Esta elección ni siquiera recaía siempre en noticias de primera plana. Muchas veces retrataba incidentes secundarios que, como el revés de un tapiz, eran capaces de revelar el trajo primigenio del tejido social. ¿Cómo entonces, a partir de anécdotas reconstruir una línea narrativa coherente si no una historia más profunda? Una observación atenta descubre en la elección de incidentes por parte de Rendón como un oficio o la punta de un telón que se levanta para observar lo que se esconde a los ojos de los espectadores, bambalinas y tramoyas (p. x). 

Diez capítulos conforman la estructura temática que nos propone su autor: la política liberal; la política conservadora; la oposición al régimen conservador; el tratado de 1914 y sus consecuencias; la cuestión petrolera; los problemas financieros; las obras públicas; los conflictos sociales; la iglesia; periódicos, periodistas y letrados. El hilo conductor de esta acción narrativa de sumar el hecho que la caricatura representa, más la experticia histórica sobre el tiempo y espacio en que sucede cada situación en Colombia, nos va llevando por una narrativa que condiciona el texto y la referencia que se cita de Rendón del número de caricatura rotulada, llegando a 798, por ejemplo:

[…] Se acusaba al régimen del señor Suárez de una ausencia absoluta de sensibilidad para las críticas de la oposición [275]. Y si el ejecutivo mostraba una propensión a las manipulaciones secretas, el Congreso, con mayorías conservadoras, era la expresión de esos manejos y componendas de intereses en la provincia [276]. Los senadores Tascón y Olaya Herrera acusaban al gobierno de ejercer censura telegráfica sobre comunicaciones antiospinistas procedentes del cauca [277-279].    

Este libro y su contenido como parte de una estrategia de posicionar la caricatura como fuente de investigación histórica, es revelador en su estructura narrativa y posibilidades de interpretación como ejemplo para asumir caricaturistas del tiempo presente en retrospectiva de sus intervenciones con las diversas estructuras del Estado. Los acontecimientos, personajes, y debates de este país, suman incontables momentos en contexto de una prensa acomodada a los intereses del vaivén de sus gobernantes -en algunos casos-, y de aquellos nuevos medios y su amplio abanico de representación que juega en otros escenarios.

Ricardo Rendón y su caricatura, una fuente para la historia de la opinión pública que es vigente y directa para ubicar en el pasado a través de sus posiciones, el mundo y país que pasaba de esos ecos decimonónicos, a la “modernidad” traída a rieles de una tradición conservadora con visos de posturas un poco liberales, toda una contradicción.                                        

6.11.21

Noventa años sin Ricardo Rendón a través de un libro

Una visita a la otrora Librería Atenas en Cali -a la caza de joyas llamadas libros usados o viejos-, puso en mis manos un libro titulado Rendón, cuya portada representa un óleo de Horacio Longas titulado “Luis Tejada, León De Greiff y Ricardo Rendón”, tres representantes de la Revista Panida de Medellín. Publicado en septiembre de 1976, el libro se encarga de recopilar “la parte sustancial de la obra del maestro”, sumándole una serie de textos de “amigos” políticos, junto a una noticia biográfica y testimonios de ensayos ya publicados por lo que llaman “figuras del pensamiento colombiano”. Su creación grafica es expuesta y clasificada en primer orden por dibujos, acuarelas y postales; el álbum de las cajetillas; el jardín zoológico; dibujo comercial con el famoso diseño para la cajetilla del cigarrillo Piel Roja; personajes contemporáneos o famosos; finalmente las caricaturas.         

Esta publicación se convierte en objeto de revisión al celebrar los 90 años de la muerte del artista, motivo para releer y escoger un texto para su reproducción con el sentir de alguien que lo conoció y plasmó bajo la escritura de sensaciones que solo nacen de las vivencias y cotidianidad donde el acontecer nacional es pieza clave:

Despedida a Rendón

Por: Jaime Becerra Parra.

Bogotá, 1931.

La muerte de Ricardo Rendón nos impone el deber de ser valerosos. Ahora, mientras la noche cierra sobre esta casa que fue la suya, el cuerpo del artista se enfría bajos las sabanas. La muerte serenó su sonrisa, distendió un halo de bondad sobre los párpados caídos. Frente al cadáver una viejecita solloza. Es la madre de Ricardo Rendón que nota acierta a entender su tragedia.

No seremos nosotros quienes pretendan explicársela. Ricardo murió de un acceso de lógica. La mano firme, labrada por una fiebre de veinte años, empuñó la pistola con la pericia con que esgrimiera el lápiz. Él, el genio satírico más vigoroso de media América, se defendió a pistoletazos contra la vida, temeroso de morir en caricatura.    

Para comprender el acervo episodio precisa haber conocido al hombre. Fue un revolucionario en tono menor. Nunca quiso entender la vida sino como un milagroso espectáculo. En él se recrearon los ojos picarescos, tendidos como un berbiquí sobre la fraudulenta solemnidad de los hombres y de las cosas. Esa concepción diagonal del mundo, esa habilidad para desdeñar el orden burgués, implica un gravamen terrible sobre la fisiología del artista. Su creación es una autofagia: se nutre de carne.

Estas cosas no las entienden los apacibles ciudadanos de la República democrática. Generalmente se acepta al genio como una adición de talento, de equilibrio y de buen sentido. Nada más falso y más inocente. Meted al artista dentro de un ambiente de égloga y se morirá y se morirá de disnea. Su labor no podrá realizarse sino a un precio de tortura y de estrago, en la oxidación paulatina de las nociones y de las sensaciones fundamentales.

Ni en el dinero, ni en la sastrería, ni en la higiene, reposan los estímulos para el poeta, para el compositor, para el dibujante. Muchos quisieron para Ricardo Rendón una casa nueva, muebles americanos, sustanciosos saldos bancarios. Era la forma populachera del homenaje. Entre tanto, insensible al confort y al sistema métrico, con su corbata indócil y su exuberante chambergo negro, alimentando su sonrisa con sangre, Rendón paseó su genio por los penumbrosos rincones donde el hombre se encuentra consigo mismo.

Fue un bohemio en el sentido nihilista de la palabra. No fue uno de esos gozadores báquicos de la vida que acaparan el goce con criterio de ganaderos, sino un despilfarrador de centellas, un malversador de tesoros. Fue león De Greiff quien le dijo su filosofía: “Todo no vale nada y el resto vale menos…”

Los amigos de Ricardo Rendón tenemos un deber que cumplir, y es el de no falsear su carácter. No pretendemos santificarlo mediante la hipócrita letanía, acumulando sobre él las caseras virtudes que hicieron ilustres a los generales y a los patriarcas. Él fue la excepción dentro de la regla, la individualidad dentro de lo opaco, la enfermedad dentro de lo cuerdo.

Evoquémoslo por los sitios a menos que arrullaron su sed irónica, no en los pasillos de las Cámaras ni bajo el alero del Capitolio, sino en la Bogotá montmartrense, en esa Bogotá turbulenta que no tiene Baedeker, en el alegre rincón del café, frente a la copa amarga irisada de luz y de catástrofe.

No es la hora de trazar el balance artístico en la milagrosa carrera de Ricardo Rendón. Su obra está viva y móvil. Muerde, como una aldaba, quince años de régimen político, relieva detalles que se fueron de la memoria, establece la síntesis donde el historiador se desorienta, le da un sentido humano a nuestro nacional baile de máscaras.    

Relator puntual y devoto de nuestras luchas interiores, en su colección de dibujos le encontramos un pulso a la historia. Rendón fue ante todo el cronista de la zambra republicana. Por sus cartones portentosos pasa un látigo enjuto que irisa de color la yerta geometría de los hechos. 

Rendón fue popular sin quererlo. Carente de toda patética, su arte se tiñó de sarcasmo. Donde el artista sonreía, las gentes destapaban su risa gorda. Durante mucho tiempo la carcajada fue el comentario natural a la lucha política, y por eso Rendón hizo editoriales con sus dibujos. Alguna vez nos dijo Eliseo Arango: Rendón es la única fuerza de oposición de la cual debe temer algo el gobierno conservador.

Dentro del desbarajuste sentimental, dentro de la laxitud de su credo, Rendón fue el más probo y el más ortodoxo de los artistas. Nunca humilló su lápiz con temblores prestados. Su óptica fue tan personal como su sombrero. Pasarán muchos años, acaso un siglo, antes de que, sobre la uniforme medianía de la raza, florezcan su espiritualidad y su técnica. 

Rendón se sentaba sobre esta copiosa mesa de palo mientras la tertulia fritaba impresiones. Bogotá ha chispeado siempre en las charlas nocturnas de “El Tiempo”. El tropical y el europeo reanudan su teté á teté, todas las noches Juvenal y el señor García-Peña organizan el diálogo. Pescador de palabras y de ademanes, Rendón tiraba sus oblicuos anzuelos sobre la sala. Nunca esa pesca le satisfizo. Su silencio calificaba la algarabía. Cuando la discusión iba in crescendo, Rendón tomaba el camino de la escalera. La calle le abría nuevos créditos y nuevos programas. En la moratoria total de la noche, brillaban las luces de los bares…

Y había por allí una dulzarrona música de La Habana. Y en los aparadores fulgían las botellas. Y había un castizo olor a fritanga. Y un minucioso ruido de carambolas se tiraba desde los balcones al patio. Bogotá nocturna, Bogotá bella que amó Ricardo y que calientas tu clima necio con el oro de las estrellas.

En sus grandes sotto voce del amanecer Rendón entregaba su alma. Mediante un brinco largo sobre el conversador, el caricaturista trotaba. Epigramas lentos y feroces escuchados en esas horas y que eran la combustión de un gran espíritu.

El alba venía, con el pan y la leche. Sobre un río de silencio la ciudad alzaba sus muros. Edificios y estatuas imponían su mole abundante. Era la Bogotá capitalina, con sus palacios y sus cuarteles. Tranvías procelosos, atestados de obreros y de beatas, ahuyentaban las últimas sombras. La realidad derrotaba al ensueño. Rendón se marchaba a su casa masticando bondad y fastidio.

Y ahora duermes este sueño de marfil blanco. Cuando caíste de bruces sobre la muerte, ya ella se había preparado para la cita, como en una escena italiana de Casanova.

Te veremos tomar el camino del mármol y Bogotá sonreirá con os ojos llenos de lágrimas.  Ya lo ves, hemos aprendido la lección de tu vida.  Al despedirte mezclamos la sonrisa y el llanto.

Nota

Ricardo Rendón nació Rionegro Antioquia el 1 de junio de 1894, se suicidó el 28 de octubre de 1931 en la ciudad de Bogotá, en las instalaciones del café La Gran Vía.