31.3.11

Reseña: Urbanismo Hispano-Americano Siglos XVI, XVII y XVIII

El modelo urbano aplicado a al América española, su génesis y su desarrollo teórico y práctico, Jaime Salcedo Salcedo. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Arquitectura y Diseño. CEJA, Segunda edición 1996, págs. 242.

EL autor de este libro es el arquitecto e historiador bugueño Jaime Salcedo Salcedo, con una larga trayectoria en su oficio de arquitecto desde la década de los setentas del siglo XX. Ha estado vinculado a la Universidad Javeriana así como a la Universidad del Valle, igualmente a diversos asuntos concernientes a la restauración como patrimonio en nuestro país por medio del Ministerio de Cultura, además de otras actividades en el sector público y privado. En el año 2007 publicó –fuera de diversos artículos en revistas académicas- el libro titulado Los jeroglíficos incas: Introducción a un método para descifrar tocapus-quillca, editado por la Facultad de Artes de la Universidad Nacional.

El libro del profesor Jaime Salcedo Salcedo nos ilustra un tema importante sobre las formas de urbanización en los países donde España traslado sus colonias con todo el sistema político, económico, social y cultural que esto implicaba. Los seis capítulos presentan un análisis introductorio del tema urbanístico en Hispanoamérica y sus principales ciudades coloniales, desde la traza en ciudad de México hasta las trazas realizadas en el sur del continente en la Argentina caso particular Tucumán, Jujuy y Santafé.

El primer capítulo titulado Modelo Urbano en América, narra los proyectos propuestos y realizados en las zonas colonizadas, ejemplificado con la factoría colombina –referencia a Cristóbal Colón- el cual no tuvo éxito por su carácter de experimento y su amplia diferencia con las ciudades establecidas en Castilla. Por su parte el proyecto de Nicolás de Ovando cambia las formas y medios de la ciudad colonizada, donde un orden establecido a través de un capataz que ordena y castiga, cambia al entorno de un conquistador establecido con su familia, síntoma de colonización con la forma vecinal, y que según el autor desde 1507, gozó del privilegio de elegir sus propios alcaldes (p. 25). Este proyecto había tenido su mejor experimento en la nueva villa de Santo Domingo con unas características generales que marcaria una forma urbanística al modelo español con las siguientes características generales: Calles rectas y continuas, manzanas cuadradas y rectangulares, plaza mayor cercana al puerto, iglesia mayor, orientada y exenta, al lado de la plaza, ayuntamiento en la plaza mayor. Pero en el proceso de colonización que tenía como acto primordial la fundación de ciudades, y la vinculación de una traza generalizada, en este caso la Ovandina, las variaciones no dieron espera, en este caso las manzanas rectangulares y el patrón urbano de manzana cuadrada usada por Francisco Pizarro en al fundación de Lima y trasladada por sus emisarios a otros espacios de colonización, también se realizaron combinaciones de traza mixtas –manzanas cuadradas y rectangulares-. Finalmente, el autor hace una presentación del origen de la ciudad Indiana realizada a partir de los análisis del historiador chileno Gabriel Guarda en la investigación Santo Tomás de Aquino y las fuentes del urbanismo indiano, con ejemplos regados en el centro y sur de América que tiene como conclusión según el autor, tres tipos de trazados urbanos: Semirregular, regular de manzana oblonga, regular de manzana cuadrada.
El segundo capítulo, la traza en la práctica americana, es particularmente una historia de lo cotidiano envuelto en el proyecto de urbanizar, narrando y explicando las ceremonias que se realizaban en la fundación de las nuevas ciudades, en conclusión, la parafernalia de la corte española traída a estas tierras como símbolo de poder; lo anterior, en un proceso que iniciaba en la elección del sitio, la toma de posesión, la delimitación de la plaza, y la construcción de solares para el cabildo, la iglesia y el pueblo. Dentro de ese patrón urbano establecido, los símbolos católicos fueron trascendentales como forma de adoctrinamiento y poder, territorio ocupado civil militarmente, más la cosmogonía religiosa como principio básico. Otro punto de importancia que explica el autor, son las trazas americanas y la generación de modelos únicos en sus espacios colonizados, exponiendo los casos de las principales ciudades de la Colonia Española.

El tercer capítulo, la legislación urbana en el siglo XVI, describe la serie de ordenanzas dictadas por la Corona Española para ser implementadas en sus Colonias, entre las que se encontraban las disposiciones urbanísticas, como por ejemplo las vías de acceso y salida al mar. Con relación a los pobladores encontramos referencias a propósito del cómo y cuándo los nuevos habitantes de estas colonias debían establecerse, disposiciones en el campo civil y militar, con preferencias para el ámbito bélico con las llamadas Encomienda; además de instrucciones en plazas mayores y menores, edificios públicos y obras públicas. El cuarto capítulo, de Felipe II a Carlos III, se conecta con el anterior, relaciona los afectos en el urbanismo indiano y las referencias al diseño de la plaza mayor. Un punto importante de este acápite es el relacionado a los pueblos de indios, doctrinas, misiones y parroquias, espacios urbanos donde tuvieron mayor efecto las disposiciones ordenadas para instaurar en las nuevas colonias: con una distinción, las ciudades para los españoles regentes, las villas para los labradores españoles, y los llamados lugares, categoría utilizada para los pueblos de indios.

El quinto capítulo, la arquitectura urbana, expone teórica y visualmente los planos elaborados en algunas ciudades, reflexión importante para entender las disposiciones en estas nuevas ciudades establecidas, ejemplificando el desarrollo urbano en la jerarquía de las calles. Expone el autor los usos de los espacios públicos en las plazas, plazuelas y atrios, que inclusive al día de hoy, tienen los mismos usos; también las disposiciones de la ciudad como fortaleza, que empezaba desde el mismo momento de su fundación y el establecimiento de la frontera y la ubicación de los principales sitios de importancia. Finalmente, dos caracterizaciones más que priorizan la ciudad, una como templo cuando la iglesia realiza sus fiestas sagradas, y sacraliza algunos espacios para su fiesta, como por ejemplo las calles para las procesiones sacras de su semana santa; y la ciudad salón, dedicada a la celebración, en este caso la jura de un nuevo soberano, y todo lo que esto derivada en la población y el espacio que gobernaba, trasladado a sus colonias. El último capítulo, el sistema urbano de América, analiza según el autor “la adopción de una misma traza para las ciudades comprendidas dentro de cada gobernación, y la conformación de una estructura social ligada por lazos de parentesco” (p. 216). El sistema urbano implementado fue importante para garantizar las ganancias en los flujos de los metales preciosos para sacar ganancias y soportar la economía de las colonias y enviar ganancias a la corona. En este capitulo el autor realiza un análisis sobre algunas obras y autores que categorizaron las tipologías de las ciudades hispanoamericanas.

La importancia de está investigación se da por la reflexión histórica concerniente al estado urbanístico de nuestras ciudades hispanoamericanas, ubicándonos en los orígenes de las ciudades coloniales establecidas por la corona española, con sus características primarias, y cambios posteriores en el trasegar de sus acciones civiles, eclesiásticas y militares. Un valor agregado que nos entrega el profesor Jaime Salcedo Salcedo en su obra investigativa son las imágenes que lo complementan en cada capitulo: planos de trazas de las ciudades analizadas; la ubicación espacial en el mapa suramericano de las trazas regulares en el S.XVI; las trazas establecidas en las ordenanzas de las poblaciones; dibujos que presentan cuadros de costumbres de algunas poblaciones, etc.

Finalmente, nuestras ciudades herederas de la cultura hispana, representan una serie de símbolos que históricamente han transformado nuestros espacios, adecuados y asimilados a la vida cotidiana. La ciudad hispanoamericana es catalogada de una forma interesante por el autor en el ámbito de las características institucionales que la corona española quiso implementar. Al leer el texto podemos descubrir la arqueología de nuestros espacios de ciudad, lo que nos entrega herramientas para entender las formas de las calles, parques, barrios y edificios tradicionales representados en los poderes civiles, eclesiásticos y militares de los siglos estudiados, desde el presente. Recorriendo la ciudad, asimilamos la energía que entrega para asumir el espacio y así quererla, criticarla o simplemente dejarla; con la seguridad de que cada encuentro recorrido y vistazo que se le da, traerá nuevamente una visión que nos impregnará de sus reminiscencias.








22.3.11

Reseña: Carne y Piedra, Richard Sennett, Alianza editorial, Madrid, 1997, págs., 454.

Richard Sennett, es un sociólogo e historiador norteamericano vinculado a la llamada escuela filosófica del pragmatismo, y a las Universidades de Chicago y Harvard donde obtuvo su doctorado. Entre sus obras se encuentran: La corrosión del carácter: las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo, 2006; La cultura del nuevo capitalismo, 2007; y El artesano, 2009. El libro que se reseña tuvo su primera versión en el año 1992; en la traducción al español, y en su introducción el autor nos indica que “Carne y Piedra es una historia de la ciudad contada a través de la experiencia corporal de las personas” siendo el sentido que el autor involucra en cada una de sus reflexiones. El libro se encuentra estructurado en tres partes con un número de diez capítulos, finalizando con la conclusión; además de otros apartes como son las notas, la bibliografía, el índice analítico, y una serie de imágenes que conforman el conjunto del texto. Con respecto al título Carne y Piedra, encontramos una relación directa al trasegar del hombre en el espacio geográfico y sus vinculaciones con el entorno, el cuerpo inmerso en los avances y fracasos de la humanidad, y sobre todo su poder para construir ciudades y adaptarlas a su vida cotidiana en relación al amor, el odio, la convivencia grupal e individual, la familia, la política, la alimentación, el aseo etc., desde la Atenas de Pericles, hasta la New York del Siglo XX.

La erudición de Sennett hace posible identificar su apego a las disciplinas de las Ciencias Sociales, para dilucidar su pesquisa a través de la evolución del hombre en diversas épocas y lugares. La exposición que realiza el autor, esta dirigida de una forma transversal, mostrándonos como la sociedad en lo que especifica como inmediato en la historia, se va constituyendo como eje de importancia para transformar algunos espacios y sus relaciones, en uniones o rupturas transgresoras frente a las características sociales anteriores. En ese orden de ideas, diversas acciones de lo seres humanos entran en ese espectro de unión o ruptura: movimientos políticos y sociales, guerras, descubrimientos, avances de la ciencia, entre otras, las cuales nutren los espacios de representación humana caracterizados por la ciudad enmarcada en diversas disposiciones y cambios.

La primera parte titulada Los poderes de la voz y la vista, recrea los momentos trascendentales en que Grecia, y su ciudad Atenas, entrega una organización de la ciudad determinada por la importancia de la palabra, la discusión, y el argumento, además por la necesidad de embellecer y exhibir el cuerpo masculino en medio del arte, la política y la sociedad en general, es decir, el cuerpo como veneración y exaltación de la humanidad. Para el caso de Roma, Sennet nos presenta la exaltación de las imágenes y lo visual en el entorno social, político y cultural de una ciudad encumbrada como centro de poder e imperio dominante, en este caso la Roma del emperador Adriano, explicando como la obsesión por las formas geométricas con respecto a la disposición simétrica de la anatomía humana, dio como resultado una planificación de la ciudad imperial.

Igualmente, hay una identificación sobre las formas en que los romanos del periodo estudiado, asumen un imaginario en dirección a lo gráfico, por ejemplo, en los experimentos llevados a cabo en la planificación de las diversas ciudades dominadas, repitiendo el prototipo romano buscando mantener su esquema mental en las regiones subyugadas, es decir, llevando el imperio a los conquistados con todo su alter ego. Por otro lado, la geometría del espacio de la ciudad romana transmitía disciplina al ordenar los movimientos corporales y al comunicar la exigencia de la mirada, la subordinación y la credibilidad. Finalmente, dedica Sennett su último capítulo de la primera parte, al desafío de estos valores -los romanos- por parte de las comunidades cristianas, cuyo incremento fue progresivo, estableciendo transformaciones con respecto a la vivencia del tiempo y del espacio debido a su concepción peregrina de la vida terrenal, buscando a un solo Dios, y a la necesidad de separarse de la vida mundana a través de la mortificación del cuerpo, entre otras cosas, para ganar la "gracia divina" y obtener la vida eterna, toda una caracterización relevante que posibilita al lector sumergirse en esos orígenes del cristianismo y sus imbricadas relaciones con un imperio decadente en medio de una tradición que involucraba muchas acciones de la cotidianidad, siempre expresadas en medio de un sistema urbano impuesto bajo la privacidad y lo público en medio de las ciudades.

La segunda parte titulada impulso del corazón, expone los diversos movimientos y cambios asumidos por las sociedades en la Edad Media con el avance del cristianismo y el auge de las economías generadas por los artesanos y por el comercio, actividades para ese entonces más dignificadas, ya que en la antigüedad, principalmente en Grecia y Roma, eran consideradas inferiores. Caracterizando al ciudadano medieval al encúmbralo como un ser económico, mientras que el “antiguo”, su antecesor, era hombre político. Se privilegia en este análisis de Sennett el movimiento ligado a la relevante actividad y a la expansión de la violencia cotidiana en las ciudades y de las guerras que afectaban, ante todo, a los pobladores campesinos, un mundo de cambios que se reubicaba en ciudades recién construidas. Los fenómenos expuestos están ligados con el movimiento en el cuerpo humano, prototipo que toma auge en esa época a raíz de las publicaciones realizadas por Galeno y por De Mondeville, las cuales indican, de una u otra manera, la distribución y movilidad de los calores y los fluidos. Las sociedades concretas objeto de estudio en esta parte del texto son durante la Alta Edad Media y el inicio del Renacimiento, y Viena, en este último período.

La impresión que deja las dos primeras partes de Carne y Piedra, es la de una recopilación minuciosa de las actividades de la humanidad a través de sus vínculos con la ciudad como espacio de sus encuentros culturales, comerciales, económicos, familiares, políticos, y de ocio. Toda una caracterización que posibilita entender los orígenes del sentido organizativo del hombre con el entorno y las necesidades que allí surgen en dos rasgos distintivos que se atraviesan en cada uno de los apuntes del autor: el cuerpo y la ciudad. Desde el presente, podemos asumir una postura que nos ayuda a entender como nos ubicamos en nuestro entorno y bajo que dispositivos nos movemos, en acciones que involucran nuestro cuerpo y un espacio urbano como la ciudad; en la cotidiana relación con los demás y en el intrincado camino de los cruces cotidianos expresados en el apartamento que habitamos, la calle que caminamos, el trabajo que realizamos, los alimentos que comemos, entre muchas otras actividades diarias; es decir, el cuerpo en función del encuentro con otros cuerpos, teniendo como escenario la urbe, en pocas palabras, la carne y la piedra en comunión directa. En conclusión, una agradable lectura de encuentro con el pasado corporal en el marco de la humanidad con sus civilizaciones más importantes, un recorrido único que nos transporta en flash back, al mundo vivido bajo los acomodamientos de un cuerpo estudiado y amado, en orden a la transformación sistemática de un espacio público representado en nuestro espacio habitacional socialmente construido.

La tercera parte titulada arterias y venas, es una analogía del descubrimiento de William Harvey con respecto a la circulación de la sangre, y a los avances arquitectónicos de las ciudades en aspectos mercantiles y sociales, usando ese avance médico en consonancia con la vitalidad del espacio habitado, de ahí que al día de hoy en nuestras ciudades, todavía utilicemos el termino arteria, para referirnos a un espacio de circulación libre y sin taponamientos, por ejemplo es particular que escuchemos “las principales arterias de la ciudad se encuentren bloqueadas” por razones diversas concernientes a los taponamientos vehiculares. Pero también esa concepción de la nueva ciudad se vinculaba con el nacimiento del capitalismo moderno en la obra de Adam Smith La Riqueza de las Naciones, quien según Sennett fue el primero que capto la dirección en la que llevarían los descubrimientos de Harvey porque supuso que el mercado libre de trabajo y de bienes operaba de una manera muy semejante a al circulación de la sangre por el cuerpo y con unas consecuencias revitalizadoras muy similares (p.274).

Interesante igualmente la reflexión dirigida a una ciudad que respira, donde los “hábitos sucios” de un sector de la población, en este caso el campesinado, era una constante, la reflexión se dirige a la nueva ciencia del cuerpo que le daba importancia a la piel y su limpieza, ya que por sus poros la sangre circulaba como síntoma de sanidad. En las prácticas corporales relacionadas en el texto -orines y heces-, se representaba el cuerpo y su cuidado par el bienestar, donde un individuo como el campesino representaba un mal ejemplo, y el médico, ubicado en la ciudad, el escogido para enseñar las buenas prácticas, las cuales fueron surgiendo en aspectos tan sencillos como la aparición del papel desechable para limpiarse el ano después de excretar. Como afirma Sennett, “los campesinos y los médicos eran literalmente incapaces de comunicarse en un mundo común de representaciones del cuerpo y sus peripecias” (p. 281). Las necesidades de un cuerpo saludable, vinculado al entorno de una ciudad cambiante, trajo consigo cambios en las formas de vestir en el Siglo XVIII: más baño, menos suciedad, piel limpia, en una ciudad que respira. Una de las conclusiones a las que llega el autor, a propósito de esa relación entre cuerpo sano y ciudad limpia, es que los planificadores ilustrados deseaban que la ciudad, ya en su diseño, funcionara como un cuerpo sano, fluyendo libremente y disfrutando de una piel limpia (p.282), inspirados por la mecánica sanguínea “pensaban que si el movimiento se bloqueaba en algún punto de la ciudad, el cuerpo colectivo sufría una crisis circulatoria como la que experimenta el cuerpo individual durante un ataque en el que se obtura un arteria (p.283), ahí la clave de la metáfora.

Es una constante en el texto que Sennett proponga una serie de ejemplos a propósito de los cambios urbanísticos, por ejemplo Washington y los planes de Thomas Jefferson, George Washington y Pierre Charles L´Enfant, este último, ingeniero unido a la causa Revolucionaria que independizará esta colonia de la Corona Británica, y propusiera para esta ciudad un plano de líneas de puntos, diferente al de cuadricula romana propuesta inicialmente; creando lo que llamó un gran pulmón en semejanza al estilo parisino de la plaza de Luís XV. Con respecto al estilo de las ciudades en su organización urbana, explicado bajo el texto clásico de Adam Smith La Riqueza de las Naciones y el ejemplo de la fabrica de alfileres; y por otro lado Goethe y su libro Viaje por Italia, en perspectiva de las ciudades que debían operar por principios circulatorios con arterias y pulmones y un centro, nos lleva a la conclusión que las bases intelectuales fueron importantes para vincular ideas y transformar espacios a través de la experiencia, en este caso desde dos reflexiones diferentes, una enmarcada en la economía, la otra con un estilo literario dirigida a un público especial, netamente letrado, y en últimas vinculado a las transformaciones sociales, políticas, económicas, culturales y urbanísticas.

Sennet dedica una parte de su investigación a analizar los influjos de la Revolución Francesa, dándole al lector una serie de claves simbólicas que marcaron el devenir de esta insurrección: las protestas femeninas por los altos costos del pan; las ofensas pornográficas contra la Reyna María Antonieta; los motines de la población; el uso de una mujer aventajada en sus atributos –los pechos- llamada Marianne –símbolo de los revolucionarios-; las caracterizaciones de los tres principios de la revolución Igualdad, Libertad, Fraternidad; las transformaciones de Paris en medio de la Revolución; la aparición de un “espacio muerto” donde la Guillotina participa recreando todas las particularidades surgidas en el acto de la decapitación, vinculada por Sennett a una especie de carnaval donde participaba el condenado y la población que asistía a este acto, hasta el caso más sonado cuando el Rey Luís XVI entregó su último suspiro; para finalizar con una reflexión enmarcada en el arte y su relación con los cuerpos del festival, que en este caso sería todo la actividad suscitada en la Revolución Francesa.

El último capitulo de Carne y Piedra nos ubica en un contexto moderno con avances en las formas de tener una mejor calidad de vida en diversos aspectos. Con un titulo muy sugestivo, nos presenta a una ciudad como Londres en el siglo XIX –la nueva Roma-, con una apuesta en la ciudad que también fue realizada en Paris, el caso de los parques como pulmones que titula el autor “arterias y venas modernas”, anunciándonos: “la analogía del parque con un pulmón era, como observa el urbanista contemporáneo Bruno Fortier, sencilla y directa: la gente que circulaba por las calles-arterias de la ciudad podía pasar alrededor de estos parques cerrados, respirando su aire fresco igual que la sangre se renueva en los pulmones” (p. 346). Igualmente, nos presenta las perspectivas del barón Haussmann en París del emperador Napoleón III, lo que convirtió la capital francesa en un espacio más adecuado a los diversos cambios suscitados en aspectos que iban desde el mobiliario, hasta los medios de comunicación, donde el desplazamiento y otras acciones de la vida cotidiana estaban inmersos. Finalmente, su análisis está dirigido a la llamada “capital del mundo” New York y sus estructura urbanística bajo la perspectiva de centro y periferia.

En términos generales el texto Richard Sennet es una historia de la vida cotidiana que atraviesa varios temas de importancia: el sexo, el cuerpo, los avances científicos, la vida mercantil, los inventos para satisfacer las necesidades de la sociedad, los encuadres urbanísticos, etc. Lo anterior involucrando la humanidad, desde la antigüedad hasta la era moderna en el marco de las ciudades y sus cambios, donde los seres humanos operan como ejes de encuentro y desencuentro. La investigación Carne y Piedra se lee bajo la premisa de la ciudad en función de las actividades que realizan y necesitan lo seres humanos en perspectiva histórica bajo innumerables ejemplos que posibilitan entender los avances y dificultades que el proceso de civilización ha tenido, y valorado para una mejor calidad de vida. Con el conocimiento adquirido al afrontar el texto, podemos entender la ciudad actual, nuestro espacio en la calle, el barrio y la ciudad, identificarnos con las transformaciones urbanas que podemos “esculcar” en diversos documentos e imágenes que tenemos a nuestra disposición para comparar y observar que tan trascendental han sido los cambios. La ciudad, quieta, viviente y transformada día a día, nos sumerge en su cotidianidad, raizales o llegados a su entorno, apropiamos su dinámicas caracterizadas en su clima, su seguridad e inseguridad, sus transportes, sus espacios de divertimento, los parques, las calles congestionadas y trastornadas, su población indiferente y cercana. Observadores de nuestro espacio urbanístico identificamos falencias y ventajas para sumergirnos en su entorno, para así vivir bajo el día y la noche sus encantos expuestos y escondidos, porque la ciudad se descubre día a día y en ella nos proyectamos.

Imagen: Reforma urbana de París, 1854-1870, de Georges-Eugène Haussmann.

11.3.11

Cine Negro

Antes y después de la Segunda Guerra Mundial, un género cinematográfico denominado Cine Negro, se encumbraba como uno de los predilectos para el oficio de los cineastas y su público receptor. La vinculación estrecha que tiene con la Novela Negra y un estilo único que muestra las diversas situaciones de un mundo oscuro, lleno de violencia, alcohol, mujeres, detectives, gánster y policías, es su tema favorito. Siendo una de las narraciones más críticas, su nacimiento y mejor época corresponden a las décadas de los cuarenta y cincuenta del Siglo XX. Pero su mejor expresión como estilo narrativo llevado a la pantalla, se da en la postguerra, cuando el “sueño americano” empieza a ponerse en cuestión, y la desconfianza gana espacio en el seno de la sociedad norteamericana, por lo tanto podría definirse como una reacción a la desesperanza.

En el Cine Negro, la violencia es la característica principal donde se desarrollan las desiguales relaciones tanto interpersonales como de grupo: “En todas ellas se constata una lucha por superar, y en ocasiones destruir al oponente mediante la utilización de una serie de fórmulas y recursos en los que los límites de una convivencia normal son superados con mayor frecuencia y con el desprecio de las premisas establecidas por la sociedad (Hueso, 1983, p.353).

Novela Negra y Cine Negro
Las expresiones “Novela Negra” y “Cine Negro”, aparecen tardíamente con respecto a la existencia de sus respectivas manifestaciones. Su vigencia se establece de forma más o menos simultánea, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, y en Francia. En los años de entreguerras, las novelas de Raymond Chandler, El Sueño Eterno -1939-, Adiós Muñeca -1940-; y Deshiell Hammett, El Gran Golpe y Dinero Sangriento -1928-, El Halcón Maltés -1929-; tuvieron gran éxito en Francia y fueron editadas en una recopilación titulada “Romans Noir”. El género literario ya establecido, abonaba el camino para su puesta en escena a través de las imágenes en movimiento, éxito asegurado en un país que salía de una guerra y veía aparecer la otra, en una época de escepticismo representado por escritores existencialistas como Sartre y Camus, desconfianza y fatalismo que latía en las novelas negras y se integraba al Cine Negro, encajando muy bien en el pesimismo francés.

El nacimiento del género es estrictamente literario. Durante los años treinta en los Estados Unidos tuvieron éxito los escritores policiacos, que publicaban historias cortas en revistas de gran emisión. El lenguaje era escueto, preciso y con lenguaje rápido. Sus libros y sus historias cortas eran casi guiones cinematográficos en bruto, oportunidad de oro que la industria fílmica adopto y aprovecho. La visión de estos escritores sobre el “sueño americano” era cínicamente desesperanzadora, los personajes respondían a una visión muy existencialista, la del individuo que debe afirmar su personalidad frente a una sociedad convencional y artificiosa, y en ocasiones frente a la tiranía política del establecimiento. Héroes pesimistas que les importaba sólo el presente manifestando una escéptica rebeldía a una sociedad insolidaria y podrida. En conclusión, exhibían el lado oscuro de la América resplandeciente, antesala de los gestos y poses de Humphrey Bogart (Revente, 1995, pp.48-59).



El Antihéroe y su Escenario
Las Novelas Negras que se llevaron a Hollywood, comenzaron a tener una técnica cinematográfica precisa y apropiada para el ambiente en que se desarrollaron las historias, aprovechando los diferentes ángulos que la cámara buscaba: Calles lluviosas, neblinas y edificios vacios donde resonaba el eco de los gritos. En el Cine Negro no se aprecia casi nunca el sol y las películas en su mayoría se establecen en una oscuridad real o simulada; son filmes urbanos y generalmente realizados en interiores, sus héroes son además almas torturadas que recorren calles más negras que la misma noche (Revente, 1995).

Generalmente  el héroe central era un hombre solitario, en muchas ocasiones dedicado al trabajo de detective privado envuelto en la trama de una corrupción social que alcanza hasta la propia policía, encargada de velar por el orden e interés de las clases dirigentes –de perpetuar la corrupción establecida-, inclusive la figura del detective privado adquiere en novela y cine un extraordinario realce como posible defensor de la seguridad de la clase media o como portador activo de ciertos valores perdidos. Pero los métodos de trabajo empleados rompen violentamente con algunos principios éticos, el detective no lucha en nombre de la verdad sino por dinero, atendiendo sobre todo a sus propios intereses personales, lejos de un ideal de justicia (La Torre, 1979, pp. 10-11-12). Las mujeres en este género cinematográfico no son dulces damas cándidas, sino “depredadoras” que utilizan sus encantos sexuales para llevar a los hombres hacia su destino fatal.

No hay malos y buenos en los filmes negros, sino malos y ambiguos, el antihéroe del género se enfrenta con resignación al mundo, todo cuanto le rodea está visto oblicuamente, como filtrado por un cristal oscuro con dos elementos permanentes, el alcohol y el tabaco. En síntesis, en el Cine Negro la mayoría de las historias se cuentan desde la perspectiva de ese personaje central antihéroe, quien incorpora las pasiones ciegas, el sexo, la ambición y el asesinato: “El mundo del gangster es aterradoramente desolado. Si el Western es una especie de sueño agrario, la película de gangster es una pesadilla urbana, su característica más destacada es precisamente su contexto urbano” (Tudor, 1974, p. 231).

En el mundo cinéfilo el género tuvo muchos adeptos, porque los asistentes a semejante realidad de ese “mundo oscuro”, exhibido en un ambiente propicio y familiar como la sala de cine, se veían identificados en los problemas que invadían estos personajes, no eran ajenos a la realidad del desprevenido asistente, lo arremetían, y en esa agresión nacía una fascinación por lo parecido al mundo cotidiano en que se desenvolvía. Pero el Cine Negro también era motivo de fastidio y horror, no todo el público lo aceptaba, tal vez porque sus entornos eran iguales o parecidos a lo que le ofrecía la cinta, y su uso como divertimento quedaba truncado por los personajes que podían mostrar su propia realidad, por lo tanto el Cine Negro salía de los afectos y lo desechaba como alternativa cinematográfica.


Filmografía recomendada
1-Scarface –Scarface, El Terror del Hampa-, de Howard Hawks, 1931.
2-Strangers on a Train –Extraños en el Tren-, de Alfred Hitchcock, 1941.
3-The Maltese Falcon –El Halcón Maltes-, de John Huston, 1941.
4-Murder My Sweet –Historia de un detective-, de Edward Dmytryk, 1944.
5-The postman Always Rings Twice –El Cartero Llama dos Veces-, de Tay Garnett, 1946.
6-The Lady From Shangai –La Dama de Shangai-, de Orson Welles, 1947.
7-The Asphalt Jungle –La jungla de Asfalto-, de John Huston.
8-The Big Heat –Los Sobornados-, de Fritz Lang, 1953.
9-The Killing –Atraco Perfecto-, de Stanley Kubrick, 1956.
10-The Getaway –La Huída-, de Sam Peckinpah, 1972.
11-The Godfather –El Padrino-, de Francis Ford Coppola, 1972.

La anterior filmografía recomendada, hace parte de diferentes novelas negras llevadas a la pantalla por importantes directores del cine mundial.

Bibliografía
-Coma, Javier (1979). Novela Negra y Hollywood, en revista Dirigido Por, N° 68, España.
-Hueso M. Luís (1983). Los Géneros Cinematográficos –Materiales Bibliográficos y Filmográficos-, Policiaco, Editorial mensajero, España.
-La Torre, José María (1979). ¿Qué es Cine Negro?, en revista Dirigido Por, N° 68, España.
-Revente, Javier (1995). El Cine Negro, Adiós Muñeca, en revista Cambio 16, N° 85, Colombia.
-Tudor, Andrew (1974). Cine y Comunicación Social, Gustavo Gil, Barcelona.
-Salvat, Juan (1979). El Cine Policiaco y Literario, en El Cine, Enciclopedia Salvat del Séptimo Arte, Tomo 8, Barcelona.

Fuente imagen
www.fotos.org/galeria












5.3.11

Una gallina y una lechuza: víctimas del guayo futbolero

El 3 de abril de 1981, en la antesala del encuentro futbolero por la Copa Libertadores de América entre Deportivo Cali y River Plate, que ganó el equipo colombiano 2-1 -goles de Alberto J. Benítez y Willington Ortiz por parte de los azucareros, y Daniel Pasarella por los millonarios-, ocurrió un hecho particular en el estadio Pascual Guerreo de Cali, un aficionado envió a la cancha durante la salida del equipo argentino, una hermosa y vital gallina blanca de cresta roja, con un moño del mismo color que llevaba igualmente una nota -quien sabe con que comentarios-, símbolo de recordación para el equipo bonaerense. Pero ¿por qué les dicen gallinas?:

[…] El encuentro siguiente fue contra Banfield en la cancha de Banfield, en la fecha número 13 del Campeonato del 1966. Banfield hizo 1 a 0 y faltando cinco minutos empató Cubillas. La hinchada contraria soltó - detrás del arco ocupado por Gatti- una gallina blanca a la que le habían pintado una franja roja sobre el plumaje, que salió cruzando el campo de lado a lado. La imagen resultó tan divertida para ilustrar el "achique" de los campeones en los dos últimos partidos, que para hacer enojar a los de River durante mucho tiempo sólo bastaba con decirles "gallinas". El apodo perduró en el tiempo de tal manera que ahora los mismos hinchas de River a veces se autodefinen como "gallinas", con simpatía. -http://lahistoriaderiverplate.blogspot.com/2009/05/por-que-les-dicen-gallinas.html-

Retomando la anécdota caleña, la desdichada gallina fue arrojada a la grama verde mientras los rivales riverplatenses hacían calistenia, con la mala fortuna de sufrir un puntapié de parte de uno de los mediocampistas: Reinaldo –Mostaza- Merlo. La imagen, registrada por el corresponsal Barragán del periódico El País de Cali es diciente, el jugador observando fijamente a su victima se presta a levantarla con su pie derecho –un latigazo diría un narrador de futbol- para enviarla a mejor vida, o mejor dicho, a mejor olla, porque seguro pasó a la mesa de algún comensal avispado que la recogió en su estado agónico y la puso en sancocho al día siguiente para celebrar la victoria, en pocas palabras “el hincha caleño merendó gallina”. El comentario que acompaña la imagen dice que “como parte del espectáculo en el Pascual Guerrero en el partido River-Cali, un aficionado introdujo hasta el gramado una gallina. Merlo fue el encargado de dar el show, propinándole una patada. El impacto fue tan fuerte que el animal murió instantáneamente”.   
El acto, a pesar de ser fotografiado y puesto en páginas deportivas, no soporto más que eso, porque el hecho competitivo de ganarle a River Plate con media plantilla del campeón mundial de futbol de 1978, era importante y llenaba de orgullo la ciudad; contrario a lo sucedido en Barranquilla con otra ave, esta vez una Lechuza, ya en pleno Siglo XXI, y con el poder mediático que desde mi punto de vista, sobrevaloro la noticia.
El fin de semana pasado, en la fecha del futbol profesional colombiano, los goles, jugadas, y malas decisiones de los árbitros, pasaron a segundo plano. La noticia vino de Barranquilla desde el circo del Metropolitano en el partido jugado por el Atlético Junior versus Deportivo Pereira, con dos figuras centrales, el futbolista panameño Luís Moreno y la Lechuza fetiche de los hinchas junioristas que según ellos, cada vez que aparecía en el aire pegajoso que circula en la cancha de juego, traía la victoria. Por eso la indignación suscitada ante la acción de Moreno, más si parte del país veía en directo la acción, ante lo cual vinieron los reproches dentro y fuera de la cancha, además de los gritos de odio enardecido “asesino, asesino, asesino” que los hinchas instauraron como plegaria de venganza y guerra, lo cual paso a mayores unos días después ante las amenazas de muerte que el jugador recibió.
Ante el reproche generalizado del país, expresado en los medios de comunicación televisiva, y el impacto mediático, la comisión de disciplina de la División Mayor de Futbol Colombiano –Dimayor- se reunió, tomo decisiones, y  Luís Moreno fue sancionado con dos fechas sin poder actuar con su equipo y una multa de $1.071.200 pesos, según la entidad, por provocar al público; además de los compromisos del jugador ante autoridades defensoras de animales en actividades que desarrollará en la ciudad de Pereira.

El hecho de que se encuentre un ave en pleno campo de juego, debe ser considerado según la reglas, como un objeto extraño, por lo cual debe pararse el cotejo, retirar el objeto y así seguir la contienda, por lo tanto en el hecho del domingo pasado hubo una cadena de errores que concluyeron en la bochornosa acción del jugador: primero, la falta de atención del cuarto arbitro en notar la presencia del ave y así haberla retirado; segundo, la responsabilidad de los jugadores de campo por no avisar y procurar la salida de la Lechuza; tercero, el pelotazo al ave ante un rechazo defensivo; finalmente, el remate de Luís Moreno –según él- para ayudarla a volar. De malas el jugador por su acción, más si su acto fue hecho nacional y de primera plana, comentado en las diversas redes donde se pudo notar mentadas de madre, comentarios racistas, y hasta quejas por la ridiculez de un país que presta atención a una noticia que si bien es interesante, no lo es tanto por los otros problemas que nos aquejan y que pasan asegundo plano ante la inmediatez, vieja trampa de los medios de comunicación para saltar la página.

Presentando estas dos historias donde una gallina y una lechuza son víctimas del guayo futbolero de un argentino y un panameño, resulta particular y debatible las dos acciones; para Merlo una ofensa de los hinchas caleños en la antesala del partido, lo que pudo ser asumido con calma y así no propinarle el fatídico golpe; para Moreno, un momento de intranquilidad ante un partido perdido y los nervios del descenso. Dos hechos parecidos, con estadios diferentes, una red global de comunicación cambiante y en un mismo escenario: el país del “Sagrado Corazón de Jesús” donde todo vale.

Fuentes de las imágenes
Merlo castigando la Gallina, foto de Barragán, El País de Cali, 1981.
Moreno castigando la Lechuza, foto de Jairo Rendón, El Heraldo de Barranquilla, 2011.

3.3.11

Aproximación Historiográfica al Arte Colonial en Colombia –segunda parte-

Gabriel Giraldo Jaramillo en 1948, publicó La Pintura en Colombia, donde establece una clasificación histórica dividida en cuatro partes: La Época Colonial, La Era Republicana, Los Modernos y finalmente Los Contemporáneos. Su primera parte inicia con una contextualización del espacio colonial en Santafé y el Nuevo Reino de Granada que él titula el medio y el hombre.  Pero su reflexión del arte en la colonia inicia con los  precursores, el cual comprende obras tales como el Cristo de las Conquistas –estandarte traído por Gonzalo Jiménez de Quesada-, en la clasificación aparecen los pintores anónimos –los que no firmaron los lienzos-. En otra posición están aquellos “lienzos milagrosos” de pintores salidos de talleres mediocres, y que según el autor con el tiempo sus creaciones se tornaron importantes en la iconografía colonial, como ejemplo se reseña el cuadro de la Virgen del Rosario venerado en la ciudad de Chiquinquirá el 26 de diciembre de 1586. A propósito de los Maestros Primitivos, presenta a los pintores que aparecen documentados desde finales del siglo XVI hasta la aparición de Don Antonio Acero de la Cruz, caracterizado como el último de los artistas cuyas tendencias siguen siendo medioevales, pero que en su pintura muestra inequívocas señales del nuevo espíritu humanista, el cual hacía ya varios siglos soplaba con fuerza en Europa y en varias regiones de América, entrando con él al siglo XVII.

Presenta la vida de los Figueroas –Gaspar y Baltasar- padre e hijo, formadores de una generación de pintores y en palabras de su autoría “haber creado –con su obra- el camino para que transitara el más grande de los pintores que produjo la América Española: Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos”, quien merece, como en muchos de los textos sobre nuestro arte colonial, un mirada diferente, tal cual como ocurre en la investigación reseñada. Culminan las referencias al arte de la época colonial con la pintura del siglo XVIII y los pintores botánicos. Por la brevedad en que son abordados los diversos temas que hacen parte del cuerpo del libro, se convierte en un texto introductorio, y aunque se sustenta con una prosa fluida llena de datos que aportan a nuestro conocimiento, no nos entrega una base bibliográfica de fuentes, tan básica en el pasado –es decir cuando se publicó el libro- y presente para los abordajes intelectuales dedicados a las investigaciones que sobre la temática del arte se realizan (Giraldo, 1948, pp.11-101).
Otro libro a analizar sobre el tema, corresponde a Carlos Arbeláez Camacho y Francisco Gil Tovar, titulado El Arte Colonial en Colombia, quedando claro después de hacer lectura que los autores no simpatizaban con el término colonial, afirmaban que el vocablo adjudicado al periodo en territorio Colombiano y con mayor amplitud al Americano, era falso, consideraron que España no contemplaron sus vastos dominios de Ultramar como colonias, sino como reinos o provincias; por lo tanto traducen el Arte hispanoamericano para el ámbito continental y el arte neogranadino para el propiamente colombiano antiguo, manifestaron que éstos términos están más ajustados a la verdad histórica y a la necesidad de una crítica objetiva. Es un estudio dirigido al lector no especializado, los autores presentan elementos importantes de sus conferencias en el marco de un cursillo sobre arte neogranadino que tuvo lugar en la Pontifica Universidad Javeriana durante el año 1964, según se referencia en el prólogo, el objetivo de este texto es divulgar y exaltar los valores del patrimonio histórico-artístico mediante reflexiones sobre el arte durante el periodo colonial.

Los autores realizan una breve introducción histórica del periodo, donde establecen el principio de algunas fuerzas expresivas que anteceden arte colonial propiamente dicho, es decir, las diferentes expediciones enmarcadas en ambientes geográficos distintos, terreno cultural y artístico en diversos territorios de indias; en materia de enseñanza superior muestran la fundación de instituciones por parte de las misiones y ordenes religiosas. Presentan algunos esbozos característicos de la población en la sociedad colonial en relación con las aspiraciones y expresiones artísticas, el pueblo indígena, las familias poderosas españolas, la iglesia y todo el proceso de mestizaje que manifiesta la configuración del arte en el periodo colonial y virreinal colombiano, además la falta de voluntades artísticas, consideran que el arte no puede negarse en el periodo, pues era utilizado por la colonización española como un vehículo misionero y culturizante.

Igualmente, exponen al lector los diferentes modelos estilísticos sobre algunas obras producidas en Europa durante el renacimiento -el Manierismo y el Barroco-, que aspiraban una imitación del arquitecto, el pintor y el escultor colonial; indicando que el primer arte occidental llegado a América fue de temario religioso, el contenido y la estética de las obras de arte importadas mostraban una composición serena del arte renaciente, su idealizado naturalismo, su colorido frio con cierto imperio de grises y verdes…el sentimiento en el fondo e rezagadamente medieval y angustiado…la voluntad artística traicionaba las más de las veces la situación en el estilo, un arte para el culto religioso, puesto que el concilio de Trento consideraba que el arte debía estar al servicio de la doctrina, en ese sentido los artista se encontraban limitados a tener una formación estética comprensible a la regla, que implicaba un carácter netamente religioso. La pintura era la preferida por la iglesia, por lo tanto su predominio fue indiscutible, más que la escultura puesto que era menor la capacidad técnica en esta expresión de trabajo; finalmente, la visión de los autores esta cargada de crítica al sentido mismo de la transculturación por los españoles al mundo indígena, sin embargo señalan la importancia de dar a conocer el patrimonio artístico de todos los colombianos, bajo la reconstrucción histórica de los aportes manifiestos durante los siglos XVI, XVII, XVIII y principios del siglo XIX (Arbeláez, Gil, 1968).

Otros textos de importancia para un balance general del arte colonial son la Historia Extensa de Colombia, que dedica uno de sus tomos a la arquitectura colonial, texto que escribe Carlos Arbeláez Camacho. Igualmente el Manual de Historia de Colombia dedica en su primer tomo dos artículos al periodo colonial y su arte, en este caso los temas son la arquitectura colonial y las artes plásticas, en su orden escriben Alberto Corradine Angulo y Francisco Gil Tovar. Es particular que estos dos textos aparezcan nuevamente en la publicitada Nueva Historia de Colombia, tal cual como son publicados en su antecesora, lo que significa que sus editores no buscaron nuevos investigadores, por lo tanto los avances en la temática del arte en la colonia se denotan estancados en este trabajo editorial.

En Conclusión
En cada campo especifico de la Historia del Arte encontramos especialistas en algún tema, tal es el caso del arte colonial –pintura, escultura, arquitectura etc.- en Colombia. La aproximación historiográfica realizada, seguro dejó por fuera un sinnúmero de autores que han aportado análisis importantes sobre obras, artistas y espacios donde se vinculó este arte “primario” en nuestro país. Por lo anterior, es importante ahondar más sobre el tema, que seguro encontramos en diversas obras regadas en compilaciones, catálogos, memorias de eventos, revistas académicas nacionales e internacionales, y en nuestros museos como sitios básicos de encuentro con la obra y el artista.

Desde los pioneros investigadores, hasta los actuales estudiantes vinculados a la investigación histórica en nuestras universidades –enfocadas al arte del período colonial-, los aportes son importantes y de dedicada consistencia, que aúnan al conglomerado historiográfico, siendo un tema apasionante para algunos y aburrido para otros, pero que siempre encontrara dolientes, más si en un país como el nuestro, el influjo del arte colonial religioso fue fuerte y se regó por toda al geografía en templos, iglesias, basílicas, colecciones particulares y espacio museísticos.

Para finalizar, la belleza del arte visto y no visto, siempre tendrá un uso como documento histórico, donde podemos identificar elementos aportantes al periodo en que se realizó, y en el caso de las religiones: “Las imágenes desempeñan un papel primordial a la hora de producir la experiencia de lo sagrado. Expresan y forman (y por tanto también documentan) las distintas ideas de lo sobrenatural propias de las diferentes épocas y culturas: ideas de dioses y de demonios, de santos y pecadores, de cielos e infiernos” (Burke, 2005, p.59). Agregando que también las ideas de lo natural entran en las pinturas que nos dejaron para la posteridad, con un mundo y un espacio cerrado lleno de elementos adoctrinantes vinculados a la vida cotidiana grupal e individual.

Bibliografía
Arbeláez Camacho Carlos (1969), Notas Sobre el Arte Hispanoamericano, Publicación Colegio Máximo de las Academias de Colombia, Imprenta Patriótica Instituto Caro y Cuervo, Bogotá.
______ El Arte Colonial en Colombia, Ediciones Sol y Luna, Bogotá, 1968.
Burke Peter (2005), Visto y No visto, Crítica, Barcelona.

Corradine Alberto (1978), La Arquitectura Colonial, Manual de Historia de Colombia, V. I, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá 1978.

Gil Tovar Francisco y Arbeláez Camacho Carlos (1968), El Arte Colonial en Colombia, Ediciones Sol y Luna, Bogotá.
______ (1978), Las Artes Plásticas Durante el Período Colonial, Manual de Historia de Colombia, V. I, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá.

Giraldo Jaramillo Gabriel (1948), La Época Colonial, en La Pintura en Colombia, Fondo de Cultura Económica, México.
Pizano Roberto, Biografía de Gregorio Vásquez (1970), Tercera Edición, Editorial Minerva S.A, Bogotá, Colombia.

Otros textos
Historia extensa de Colombia, Vol. 35., Tomo 20 parte 2 Las Artes en Colombia, Academia Colombia de Historia, ediciones Lerner 1965-1986.,

Alberto Corradine, La Arquitectura Colonial, Manual de Historia de Colombia, V. I, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1978. Francisco Gil Tovar, Las Artes Plásticas Durante el Período Colonial, pp. 465-489.

Nueva Historia de Colombia, Tomo 1 Colombia Indígena, Conquista y Colonia, Editorial Planeta Colombia, Bogotá, 1989, pp.217-252.

Nota sobre el texto de Gil Tovar y Arbeláez Camacho
En el prólogo no se evidencia el nombre de quien lo escribió, seguido de una introducción general elaborada por uno de los autores –Gil Tovar–, posterior una introducción específica al tema Arquitectura donde se presentan VIII capítulos, ilustrados con imágenes que representan los aspectos contextualizados y bibliografía determinada; sobre las especificidades al tema Arquitectura se referencian los siguientes apartados: Capítulo I Factores Determinantes, Capítulo II Primeras Fundaciones En La Nueva Granada, Capítulo III Primeros Desarrollos En El Interior, Capítulo IV El Progreso Evangelizador y El Aporte De La Arquitectura, Capítulo V El Manierismo En La Nueva Granada, Capítulo VI El Barroco En La Arquitectura Neogranadina, Capítulo VII Arribo Del Neoclasicismo A La Nueva Granada, Capítulo VIII La Vivienda Neogranadina y La Arquitectura Militar. También abordan la Escultura en el Nuevo Reino de Granada, Pintura, Mobiliario y Orfebrería, los autores relacionan imágenes y bibliografía referida a los temas referenciados y al final relacionan la bibliografía generalizada al libro.

Fuente imagen
Coronación de la Virgen del Rosario. Angelino Medoro, Temple sobre madera, Siglo XVI. Museo de Arte Colonial
http://www.ciudadviva.gov.co/marzo08/