17.5.20

Un viaje Caicediano con Rosario -segunda parte-

III  

Con otra sesión titulada Andrés Caicedo: La crítica de cine como acto de subversión, en la inmensidad del Teatro El Lido, la Cinemateca Municipal de Medellín nos invitó a mediados de julio del año pasado a conversar nuevamente sobre el autor en mención. El contacto, y el diálogo sostenido con Víctor Gaviria, había motivado reencontramos, alargar la extensión de ese tema, y revalidar temas y vínculos que son posibles en otros escenarios y visiones del cine, en este caso desde la pausada y directa charla del vigente director, y su historia como realizador. Volviendo a manteles, como terminan las buenas conversaciones, caímos en un restaurante ubicado en la zona donde según el director se filmó parte de su película La vendedora de rosas -1998-, interrumpidos por el desfile largo de indistintos carros privados y públicos que en procesión celebraban ese 16 de julio el día de la Virgen del Carmen, otra película ante nuestro ojos: el jolgorio religioso puesto de manifiesto con los pitos, los vehículos atiborrados de gente y vírgenes muy expuestas como un accesorio más de los vehículos.

El Teatro Matacandelas nos esperaba al anochecer del siguiente día con la exhibición de la película Calicalabozo -1997- de Jorge Navas, collages literario, arquitectónico, visual, y musical de la “sucursal del cielo” en correlación con el escenario que vivimos al final del pasado siglo. Allí almorzamos horas antes, nos juntamos con Cristóbal Peláez, María Fernanda Arias, Pedro Adrián Zuluaga, parte de los actores, más otras personas que no reconozco; todo un cruce potente de divertida y seria conversación sobre diversos temas del orden cultural, y de la casa que nos resguardaba.      

Semana larga, nos alcanzó para ir al Festival de Cine de Jardín, “Cine y patrimonios: maneras de encontramos”, como invocaba su eslogan; ver algunas películas, asistir al lanzamiento de la caja colección de películas de Víctor Gaviria, y consolidar el cine que vemos, así de práctico, sencillo y poético, como los niños invidentes del cortometraje Buscando tréboles -1979-.

De nuevo a Bogotá, Rosario se quedó, tenía otra correría con los Matacandelas, Carmen de Viboral la esperaba.   

 IV

El Departamento de Boyacá celebra cada año el Festival Internacional de Cultura, y allí asistimos a finales de julio por gestión de Hildebrando Porras, esta vez en compañía de Jorge Navas quien exhibía su Calicalabozo, un poco de calentura gótico tropical en tierra de ruanas. Retomando, reinterpretando, corrigiendo, y organizando imágenes, volvimos al autor: Andrés en contexto para otros, entre ellos, uno que expreso al final su conexión con el teatro, su experiencia y puesta en escena que nos mantuvo atentos ante otra historia con la escritura y sus posibilidades de interpretación, “Caicedo por todas partes”.    

Nos había antecedido en el Cinema Boyacá el escritor Pablo Montoya, charla dirigida a  “la independencia y la patria boba” a propósito de sus libros Adiós a los próceres y Los Derrotados; el dato no es menos importante porque de regreso compartimos el vehículo que nos llevó a Bogotá a primeras horas de la mañana, viaje  entretenido, especial y extraño, donde oí atento al escritor que retomó parte de sus disertaciones en el auditorio en medio de preguntas y respuestas en un triángulo particularmente locuaz, la cual se iba mezclando con la observación desde la ventana del panorama que teníamos afuera, una rápida y mojada carretera que dejó visualizar en sus kilómetros entre 4 y 6 animales que posaban sus cuerpos atropellados. 

Llegamos a la capital, bajamos del carro y nos despedimos del escritor. Nos tomamos una foto, atravesamos la avenida Caracas, llegamos a la carrera 15, nos detuvo la media maratón de Bogotá que atravesamos dificultosamente, y al final, Rosario se quedó en su hogar pasajero.

V

Habíamos programado en el Museo de la independencia una actividad que no se pudo realizar por dificultades en el itinerario de Rosario a inicios de julio, la reprogramamos para el mes de octubre, tampoco se pudo, las marchas de los estudiantes que llegaban a la Plaza de Bolívar obligaron cerrar el museo. Buscar un sitio para tomar café fue la salida directa a pesar del tropel que empezaba a sentirse y escucharse en los trotes violentos del ESMAD, y la respuesta de los manifestantes. Ubicados en compañía de Emma Zapata, Vanessa Mainero, Emely Moreno, y Luz Marina Ramírez, compartimos por más de una hora, logrando ver parte de las marchas en la carrera sexta, y despidiéndonos en ruta a la calle once buscando la carrera tercera,  para sin sentirlo quedar inmersos en un río potente de jóvenes que huían del agite policial, volviendo por suerte al café que posibilitó con sus empleadas entrar de nuevo para quedar encerrados el resto de la tarde mientras el “cielo roto” céntrico llegó con su aguacero. Salimos a medio oscurecer para atravesar La Candelaria, evitando los brotes que aún se movían con los bullosos motorizados, saliendo por el lado de la Universidad de los Andes hasta que Las Aguas sirvieron de salida.

Octubre había sido especial, vernos para conversar sobre “los muertos”, recién había fallecido Luis Ospina, y se lanzaba la edición de ¡Que viva la música! -Editorial Planeta-. Además, recibíamos la noticia sobre la reorganización del archivo de Andrés Caicedo que resguarda la Biblioteca Luis Arango, otro viaje, esta vez bibliotecario que posibilitó identificar libros que no eran del autor, y estaban mezclados junto a otros que no aparecían en el listado detallado entregado por la familia: queja directa, pronta solución.               

VI

Fin de semana en plena feria del libro en Cali, la invitación expedita en la tarde a escuchar salsa, comer empanadas, tomar cerveza, y pillar los carteles que “los chicos Gutenberg” de La Linterna realizaron con las fotos de Eduardo “la rata” Carvajal y Juan Cristóbal Cobo de Andrés Caicedo y Luis Ospina respectivamente. Homenaje que Rosario organizó, se apropió y movió en redes. Parche caleño, los aires musicales enredados con la brisa del barrio San Antonio y el libro ¡Qué viva la música! Harold Pardey, Ángela Rosa Giraldo, Carlos Marín, Christian Huertas, Ana María Henao, y un largo etcétera de gentes que entraban y salían buscando los afiches que ya en términos editoriales, acompañan las nuevas ediciones de los libros del escritor.

Apropiaciones fílmicas, momentos únicos, ese mismo día en la Cinemateca La Tertulia se exhibían cortometrajes del cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul: Luminous people -2007-, A letter to uncle boonmee (primitive project) -2009-, Ashes -2012-, Vapour -2015-, Empire -2010-, Footprints -2014-; allí terminamos viendo la compleja y particular cinematografía de este autor, hecha en clave de olvido y memoria a través del dispositivo técnico del cine, y las percepciones de su espacio geográfico, otra forma de interpretar el mundo, el que escuchamos con su voz al terminar la función a través de la interlocución con los asistentes.

En la tarde del domingo, metidos en una carpa al lado de La Ermita, llegamos al lanzamiento de los libros de Caicedo, conversaron Ramiro Arbeláez y Juan David Correa de la Editorial Planeta, configurando otro momento en las publicaciones del escritor. Salimos atravesando El puente Ortiz, observando como la feria del libro se refresca y diferencia de otras por esa posibilidad única de quedar uno atrapado con el ambiente de la ciudad, un inusual camino que te conecta con conversatorios, cafeterías y la algarabía, allí íbamos en grupo, terminando con la cena de despedida de un año maratónico, cruzando las inmediaciones del Centro Administrativo, y Los Turcos,  con amigos, como inicio esto, con Ramiro y María Griselda Gómez, allí nos despedimos.                

          Concluyendo

Quedaron expuestas las notas y memorias de momentos con Rosario, resumidas, posicionadas en función del recuerdo, con personas que van entrando y saliendo según la actividad diaria cuando nos cruzamos para organizar algún conversatorio: imágenes y presentaciones disparejas. Cada vez con una historia que surge del "gran bolso" de libros y documentos, con nuevos lectores de la obra de su hermano, con más celebraciones, simpatías, y Cali, que sigue esperando, y abriéndole la puerta a los desesperados.     

          Imágenes

-Las fotos en el Teatro el Lido, y el Matacandelas, sin autor reconocido.  

-La de Rosario en la Biblioteca Luis Ángel Arango, Tunja, y la fachada de "la linterna", son del autor del blog.

 


14.5.20

Un viaje Caicediano con Rosario -primera parte-

Notícula introductoria

Le debía estas notas a Rosario. Un poco de las salidas caicedianas junto a la compañera de viaje para exponer y conversar sobre su hermano. Rutas y lecturas de la cotidianidad en varias regiones de nuestro país, momentos con personas especiales y familiares en nuestras vidas. Muchos “trotes”, ante todo afecto y café.

I

En febrero del año 2017 me encontré con Rosario Caicedo en el centro de Bogotá, ella acababa de conversar con uno de los editores de la revista Arcadia para facilitar algunas imágenes de su hermano Andrés, quién cumplía 40 años sin ver cine y entraba por esos días en la tendencia mediática de actividades, celebraciones, y conexiones con su pasado; por supuesto, ese era el motivo de nuestro encuentro, un proyecto en común que nos había llevado por muchas charlas a la distancia, posibles por la amistad en común con Ramiro Arbeláez y los 40 años de publicación del libro ¡Qué viva la música!  

Rosario, quien posee una memoria prodigiosa del recuerdo familiar, siempre llega con una o dos bolsas de tela llena de libros y carpetas con algún documento para mostrar, fuentes obtenidas de la mano de su padre Carlos Alberto o aquellas que su hermano fue dejando en los intersticios de su vida y en diversas manos: cartas, notas, artículos, listados de películas, etc. Ese día, con la consabida sonrisa que la caracteriza, vimos muchas imágenes para concatenar una charla pública en la Casa Museo Quinta de Bolívar, acción que marcó la metodología para relacionar diversos temas en la vida del escritor caleño, y así comenzar cierta travesía de encuentros y eventos durante los siguientes años que fueron del presente al pasado, hilando a través del archivo la memoria personal y familiar en función literaria, fotográfica, y cinematográfica de un individuo universal.

Una semana más tarde, nos encontramos en el aeropuerto El Dorado, viajábamos al evento organizado por la Alcaldía de Cali en las Cinemateca La Tertulia, sus maletas sobrepasaban el peso permitido, ante lo cual decidimos abrirlas y equilibrarlas, pasando a mi maleta una serie de libros que pertenecieron a Andrés y que ella traía como parte de una exposición para el Teatro Experimental de Cali, le dije en forma jocosa -recordando su conversación con Luis Ospina y Sandro Romero en la Biblioteca Luis Ángel Arango, año 2012-, si por casualidad tocaba llevar la máquina de escribir Remington en equipaje especial, hecho notorio del trasteo personal de objetos y “memorias” indescifrables que hacen parte del repertorio vivo de la figura del escritor.       

Un sábado 4 de marzo nos encontramos en la sala del “charco del burro”, adelante, en primera fila, como a muchos les gusta en La Tertulia, allí en esos “40 años leyendo a Andrés Caicedo”, pusimos en diálogo a Jaime Acosta y Ramiro Arbeláez: amistad, teatro, cinefilia, y cineclubismo. Vimos Los Olvidados -1950-de Luis Buñuel, película que se exhibió en el Cine club de Cali un día después del suicidio del crítico de cine, y que testigo fiel se mantenía como recuerdo del programa y tarjeta de consulta y obsequio que le daban al público setentero.

Meses pasaron para que, en el mismo sitio, y viendo nuevamente cine o escuchando alguna conversación, nos encontramos en el Festival de Cine de Cali, siempre con una cita de por medio para planear posibles invitaciones, y de nuevo revisitar los documentos.     

           II

El SANFICI -Santander Festival Internacional de Cine Independiente-, nos invitó a participar en sus actividades de extensión, jornadas inauguradas con la película El libro de Imágenes -2018- de Jean Luc Godard, una conferencia de Víctor Gaviria sobre su vida y obra en retrospectiva fílmica y Poética, además de otros eventos que complementaron la apuesta por un evento que destaca en la región en cabeza de Pablo Enciso. Nos vimos en “La Casa del libro Total” en Bucaramanga, y allí, un joven  pidió a Rosario la firma para su edición “pirata de Calidad” de Angelitos Empantanados, momento de emoción de quienes lo acompañaban que retrataban el momento, acción que confirmaba un hecho constante sin importar la ciudad: los jovencitos salen hasta de “debajo de las piedras” para escuchar que les dicen de su escritor preferido, de sus alegorías, de la voz de alguien que lo tuvo tan cerca y tan lejos, allí está el secreto a voces.

Después de una jornada nocturna al palique entrañable del cineasta colombiano, y al conectar algunas historias de las obras del cine nacional desde nuestras regiones y sus grupos de trabajo, pasamos a identificar los escenarios representativos de la obra de Caicedo y su función en el cine desde la crítica y exhibición, punto central del conversatorio de esa noche titulado Creer en el cine por sobre todas las cosas, y nunca violar su santo nombre en vano, ligado a los aspectos que reunía en esa semana investigadoras como María Paula Lorgia para el tema de curaduría y programación; así estábamos, ligando encuentros, reafirmando afectos,  y organizando cada noche los temas biográficos en contexto a diversos escenarios de representación.     

Los días nos llevaron a otro espacio, más de dos horas es el tiempo para llegar a Barrancabermeja desde la capital santandereana, trayecto que fuimos ganando a través de un paisaje cambiante y caluroso hacia el río Magdalena, encontrando en el camino unidades de bombeo petrolero de la empresa del Estado, y sorprendidos junto a nuestro acompañante Manuel Moreno por el pedido de Rosario de desviarnos hacía El Centro -Ecopetrol-, ingresando al sector diseñado estratégicamente y ubicando una casa en la ciudadela donde vivió recién casada en los años setentas, y a la cual en algún momento de sus recorridos mochileros llegó Andrés, sorpresa, nuevamente los datos que sin buscarse en un registro documental, nos lo entrega la fuente oral: Caicedo pasó por ahí, fueron a una sala de cine del sector, se vieron Easy Rider -1969- de Dennis Hopper, fueron a un teatro de “mala muerte” en Barrancabermeja, y se pillaron una cinta mexicana con María Félix y Jorge Negrete, dejando los hermanos parte de su estela.

En barranca logramos almorzar pescado frito o en salsa a orillas del río, insolados y con el brillo de un espejo potente que solo la naturaleza puede darnos al medio día; allí, en la sede del festival, volvimos a invocar al escritor, nuevos espectadores y conocedores de la obra, preguntas, café, y un retorno que nos tomó el atardecer y la noche para sumar energías y emprender camino a la mañana siguiente: dos horas y media de carretera serpenteante, una obligada parada en el Cañón del Chicamocha, y la llegada a San Gil, otro espacio, y muchos jovencitos, ya sabemos, ellos siempre salen en busca del escritor.

Regresé a Bogotá esa noche, Rosario culminaba la jornada con la premiación de los ganadores de las categorías del SANFICI, y como siempre, tendría su jornada con otro grupo para seguir su camino.

Créditos de las fotos

-La primera, realizada por el autor del blog.

-La segunda, en el SANFICI, tomada por Diana Peña y Gerson López (Alter Vox media).

 

 


22.3.20

Públicos y sociabilidad: un libro sobre la vida del cine en Bogotá


Actualmente el panorama de asistir al cine en Bogotá se distingue por una dinámica especial de encuentro que sobrevive a pesar del tiempo, pero con menor intensidad. El espacio público, sus escasos teatros, y sociabilidades, variaron desde las últimas décadas del siglo pasado. Del multiplex de los centros comerciales, a las salas independientes, y espacios alternos en librerías, centros comunales, universitarios, y por supuesto la vida privada como acción complementaria de los acercamientos al cine desde las plataformas digitales o formatos ya cohesionados de tiempo atrás como son los reproductores de disco óptico. Lo anterior, en acción de análisis con el libro de Nelson Gómez Serrudo y Eliana Bello León, quienes nos llevan a través de una investigación histórica sobre La vida del cine en Bogotá en el siglo XX, un ensayo que desarrolla dos capítulos dedicados a los públicos y sociabilidad y a la ciudad letrada y el cine.

Su organización temática se dispone desde la aparición del público cinematográfico en la ciudad y lo que significó el encuentro con esos espacios de diversión pioneros de un arte nuevo en nuestra capital. La época dorada que exponen en cuanto al crecimiento de los cines, la identificamos como aquella en la que el crecimiento de la ciudad va de la mano con las necesidades socioculturales de una población que se vincula a las transformaciones que el desarrollo va trayendo en sus medidas básicas de gestión administrativa, incluyendo el declive de “teatros de alto vuelo” que ven mermado su impacto con las urbanizaciones y barrios que traen su propio teatro en la década de los sesenta sumándole factores que ya traían un desarrollo de impacto desde inicios de siglo como eran las reglamentaciones públicas; la moda como indicio sociológico de lo que se muestra en la pantalla y la gente quiere adoptar; la tecnología que llega con los teatros con las películas; y los hábitos de conducta, entre otros.

El giro cultural de finales de los sesentas impacta drásticamente en una nueva juventud con claras referencias a los movimientos culturales y estudiantiles que son “tendencia” en Europa y Estados Unidos, y donde el cine tiene un sesgo superior de asociación vinculante con fenómenos políticos que derivan del contexto de postguerra en los que sobrevive el mundo desde 1945. Música, obras cinematográficas, programas radiales, textos de consulta fílmica o crítica, entre otros; son elaboraciones poderosas que van fomentando una nueva clase letrada en función de los devenires universitarios, y de la situación que vive el país, en conclusión, estamos ante un panorama que reposiciona y empodera una población que ve críticamente los influjos intervencionistas de la geopolítica mundial. Así, el nuevo reposicionamiento de las salas o su declive es notorio, un ejemplo es que algunas que venían de su esplendor en los años cuarenta, ven la necesidad de experimentar con el género pornográfico o cine para adultos, y allí otro aspecto de representación vinculante con la vida pública capitalina.

Sobre “la ciudad letrada frente al público”, concluyen:

En resumen, en relación con la manera de entender el cine, encontramos por lo menos tres tipos de saberes sobre esta nueva industria: en primer lugar, los críticos, quienes desplegaban su saber sobre las películas, sus problemas técnicos, y los diferentes estilos; en segundo lugar, los comentaristas, narradores y cronistas, que escribían ocasionalmente sobre cine, y por último, los publicistas y promotores, que destacan más los aspectos comerciales de entretención y de éxito de las películas (p.64).

La clasificación de los autores es apropiada en función de un análisis si se quiere más profundo de las formas discursivas en que los escritores asumieron el hecho de ver cine y ponerlo en circulación a través de la palabra, de sus convenciones independientes o comerciales, y de las regulaciones que se supone pudieron tener al decidir sobre las obras y sus diversos impactos en los puntos estratégicos de la exhibición capitalina.  


La censura como acto institucional desde la políticas públicas y religiosas, y en dispositivos personales, y colectivos, siempre han estado presentes en la cotidianidad de las representaciones de un espectáculo público, disposiciones venidas del orden y la moral, y de no sobrepasar la delgada línea de las “buenas formas” de comportamiento, y de las posibilidades que un mensaje puede entregar y afectar a una comunidad determinada:

Al vaivén de las controversias sobre la censura, las posiciones artísticas, críticas, pedagógicas o religiosas develaron las posiciones de unos sectores más cercanos al oficialismo o la intelectualidad sobre lo que se considera mejor para los públicos, quienes asumían de diferentes maneras estas recomendaciones. Posteriormente, las juntas fueron diluyendo su poder de incidir en las programaciones y sobre los debates de programadores y empresarios, causados en algunas épocas para terminar convirtiéndose en juntas de clasificación (82).

Las Juntas de Censura hicieron lo suyo en pro de preservar los buenos comportamientos y no desviar por el “camino del bien” a los asistentes a este tipo de espectáculos, juntas organizadas con representantes de diversas entidades sociales que decidían y ponían clasificaciones sobre la exhibición o no de una obra; el mundo y sus particularidades mediadas por costumbres y acciones constantes de “vigilar y castigar”, puso su ojo en el cine, y con éste, cuestiones diversas de manifestar sus incomprensiones sobre lo que las imágenes en movimiento podían trasmitir como ejemplo.  

Finalmente, la saga de los cineclubes pone como fecha fundacional el año 1949 con el Cine Club de Colombia, y el auge y acción que tuvieron en la década de los setentas desde los que venían del marco institucional, universitario, o vinculante a un grupo de amigos como ocurrió en Bogotá y el resto del país bajo filiaciones netamente generacionales vinculantes al cine autor o las representaciones de una “cinefilia internacional” que marcaba cierta tendencia, y las correlaciones que nacieron con otras artes y el contexto social en el que fueron desarrollándose como factores decisivos en la vida del cine de la ciudad.

Gómez y Bello logran dar un panorama especial que deja diversos focos de análisis con una breve introducción para hacer si se quiere otros estudios. Sus referentes bibliográficos son acertados en función del objetivo que se plantean en entregar al lector un dialogo entre los asuntos públicos de una información que tenemos a la mano, y las disertaciones que emergen desde la investigación histórica. Siendo una publicación universitaria de la editorial Pontificia Universidad Javeriana, su edición debió tener una pequeña referencia bibliográfica de sus autores, ya que solo nos indica que este libro es resultado de un proyecto aprobado por la vicerrectoría de investigación de la universidad en mención. Por último, hubiera sido especial que las imágenes hubieran acompañado este libro, solo la portada que ubica una foto de la carrera séptima (1950) autoría de Saúl Orduz, acompaña la presentación. Sobre el tema hay muchas imágenes y de diversas fuentes e instituciones, a veces la gestión y un proyecto editorial solidario, posiciona mejor las obras literarias venidas de nuestros centros universitarios.

Referencia
Nelson A. Gómez Serrudo, Eliana Bello León. La vida del cine en Bogotá en el siglo XX. Públicos y sociabilidad. Colección EN VOZ ALTA, Editorial pontifica Universidad Javeriana. Bogotá, 2016.