Notícula
introductoria
Le debía estas
notas a Rosario. Un poco de las salidas caicedianas junto a la compañera de
viaje para exponer y conversar sobre su hermano. Rutas y lecturas de la
cotidianidad en varias regiones de nuestro país, momentos con personas especiales
y familiares en nuestras vidas. Muchos “trotes”, ante todo afecto y café.
I
En febrero del
año 2017 me encontré con Rosario Caicedo en el centro de Bogotá, ella acababa
de conversar con uno de los editores de la revista Arcadia para facilitar
algunas imágenes de su hermano Andrés, quién cumplía 40 años sin ver cine y
entraba por esos días en la tendencia mediática de actividades, celebraciones,
y conexiones con su pasado; por supuesto, ese era el motivo de nuestro
encuentro, un proyecto en común que nos había llevado por muchas charlas a la
distancia, posibles por la amistad en común con Ramiro Arbeláez y los 40 años
de publicación del libro ¡Qué viva la música!
Rosario, quien
posee una memoria prodigiosa del recuerdo familiar, siempre llega con una o dos
bolsas de tela llena de libros y carpetas con algún documento para mostrar,
fuentes obtenidas de la mano de su padre Carlos Alberto o aquellas que su
hermano fue dejando en los intersticios de su vida y en diversas manos: cartas,
notas, artículos, listados de películas, etc. Ese día, con la consabida sonrisa
que la caracteriza, vimos muchas imágenes para concatenar una charla pública en
la Casa Museo Quinta de Bolívar, acción que marcó la metodología para relacionar
diversos temas en la vida del escritor caleño, y así comenzar cierta travesía
de encuentros y eventos durante los siguientes años que fueron del presente al
pasado, hilando a través del archivo la memoria personal y familiar en función
literaria, fotográfica, y cinematográfica de un individuo universal.
Una semana más
tarde, nos encontramos en el aeropuerto El Dorado, viajábamos al evento
organizado por la Alcaldía de Cali en las Cinemateca La Tertulia, sus maletas
sobrepasaban el peso permitido, ante lo cual decidimos abrirlas y
equilibrarlas, pasando a mi maleta una serie de libros que pertenecieron a
Andrés y que ella traía como parte de una exposición para el Teatro
Experimental de Cali, le dije en forma jocosa -recordando su conversación con
Luis Ospina y Sandro Romero en la Biblioteca Luis Ángel Arango, año 2012-, si
por casualidad tocaba llevar la máquina de escribir Remington en
equipaje especial, hecho notorio del trasteo personal de objetos y “memorias”
indescifrables que hacen parte del repertorio vivo de la figura del escritor.
Un sábado 4 de
marzo nos encontramos en la sala del “charco del burro”, adelante, en primera
fila, como a muchos les gusta en La Tertulia, allí en esos “40 años leyendo a
Andrés Caicedo”, pusimos en diálogo a Jaime Acosta y Ramiro Arbeláez: amistad,
teatro, cinefilia, y cineclubismo. Vimos Los Olvidados -1950-de Luis
Buñuel, película que se exhibió en el Cine club de Cali un día después
del suicidio del crítico de cine, y que testigo fiel se mantenía como recuerdo
del programa y tarjeta de consulta y obsequio que le daban al público setentero.
Meses pasaron
para que, en el mismo sitio, y viendo nuevamente cine o escuchando alguna
conversación, nos encontramos en el Festival de Cine de Cali, siempre con una
cita de por medio para planear posibles invitaciones, y de nuevo revisitar los
documentos.
II
El SANFICI
-Santander Festival Internacional de Cine Independiente-, nos invitó a
participar en sus actividades de extensión, jornadas inauguradas con la
película El libro de Imágenes -2018- de Jean Luc Godard, una conferencia
de Víctor Gaviria sobre su vida y obra en retrospectiva fílmica y Poética,
además de otros eventos que complementaron la apuesta por un evento que destaca
en la región en cabeza de Pablo Enciso. Nos vimos en “La Casa del libro Total”
en Bucaramanga, y allí, un joven pidió a
Rosario la firma para su edición “pirata de Calidad” de Angelitos Empantanados,
momento de emoción de quienes lo acompañaban que retrataban el momento, acción
que confirmaba un hecho constante sin importar la ciudad: los jovencitos salen
hasta de “debajo de las piedras” para escuchar que les dicen de su escritor
preferido, de sus alegorías, de la voz de alguien que lo tuvo tan cerca y tan
lejos, allí está el secreto a voces.
Después de una
jornada nocturna al palique entrañable del cineasta colombiano, y al conectar
algunas historias de las obras del cine nacional desde nuestras regiones y sus
grupos de trabajo, pasamos a identificar los escenarios representativos de la
obra de Caicedo y su función en el cine desde la crítica y exhibición, punto
central del conversatorio de esa noche titulado Creer en el cine por sobre
todas las cosas, y nunca violar su santo nombre en vano, ligado a los
aspectos que reunía en esa semana investigadoras como María Paula Lorgia para
el tema de curaduría y programación; así estábamos, ligando encuentros,
reafirmando afectos, y organizando cada
noche los temas biográficos en contexto a diversos escenarios de
representación.
Los días nos
llevaron a otro espacio, más de dos horas es el tiempo para llegar a
Barrancabermeja desde la capital santandereana, trayecto que fuimos ganando a
través de un paisaje cambiante y caluroso hacia el río Magdalena, encontrando
en el camino unidades de bombeo petrolero de la empresa del Estado, y
sorprendidos junto a nuestro acompañante Manuel Moreno por el pedido de Rosario
de desviarnos hacía El Centro -Ecopetrol-, ingresando al sector diseñado
estratégicamente y ubicando una casa en la ciudadela donde vivió recién casada
en los años setentas, y a la cual en algún momento de sus recorridos mochileros
llegó Andrés, sorpresa, nuevamente los datos que sin buscarse en un registro
documental, nos lo entrega la fuente oral: Caicedo pasó por ahí, fueron a una
sala de cine del sector, se vieron Easy Rider -1969- de Dennis Hopper,
fueron a un teatro de “mala muerte” en Barrancabermeja, y se pillaron una cinta
mexicana con María Félix y Jorge Negrete, dejando los hermanos parte de su
estela.
En barranca logramos
almorzar pescado frito o en salsa a orillas del río, insolados y con el brillo
de un espejo potente que solo la naturaleza puede darnos al medio día; allí, en
la sede del festival, volvimos a invocar al escritor, nuevos espectadores y
conocedores de la obra, preguntas, café, y un retorno que nos tomó el atardecer
y la noche para sumar energías y emprender camino a la mañana siguiente: dos
horas y media de carretera serpenteante, una obligada parada en el Cañón del
Chicamocha, y la llegada a San Gil, otro espacio, y muchos jovencitos, ya
sabemos, ellos siempre salen en busca del escritor.
Regresé a
Bogotá esa noche, Rosario culminaba la jornada con la premiación de los
ganadores de las categorías del SANFICI, y como siempre, tendría su jornada con
otro grupo para seguir su camino.
Créditos
de las fotos
-La primera,
realizada por el autor del blog.
-La segunda, en el SANFICI, tomada por Diana Peña y Gerson López (Alter Vox media).
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