14.5.20

Un viaje Caicediano con Rosario -primera parte-

Notícula introductoria

Le debía estas notas a Rosario. Un poco de las salidas caicedianas junto a la compañera de viaje para exponer y conversar sobre su hermano. Rutas y lecturas de la cotidianidad en varias regiones de nuestro país, momentos con personas especiales y familiares en nuestras vidas. Muchos “trotes”, ante todo afecto y café.

I

En febrero del año 2017 me encontré con Rosario Caicedo en el centro de Bogotá, ella acababa de conversar con uno de los editores de la revista Arcadia para facilitar algunas imágenes de su hermano Andrés, quién cumplía 40 años sin ver cine y entraba por esos días en la tendencia mediática de actividades, celebraciones, y conexiones con su pasado; por supuesto, ese era el motivo de nuestro encuentro, un proyecto en común que nos había llevado por muchas charlas a la distancia, posibles por la amistad en común con Ramiro Arbeláez y los 40 años de publicación del libro ¡Qué viva la música!  

Rosario, quien posee una memoria prodigiosa del recuerdo familiar, siempre llega con una o dos bolsas de tela llena de libros y carpetas con algún documento para mostrar, fuentes obtenidas de la mano de su padre Carlos Alberto o aquellas que su hermano fue dejando en los intersticios de su vida y en diversas manos: cartas, notas, artículos, listados de películas, etc. Ese día, con la consabida sonrisa que la caracteriza, vimos muchas imágenes para concatenar una charla pública en la Casa Museo Quinta de Bolívar, acción que marcó la metodología para relacionar diversos temas en la vida del escritor caleño, y así comenzar cierta travesía de encuentros y eventos durante los siguientes años que fueron del presente al pasado, hilando a través del archivo la memoria personal y familiar en función literaria, fotográfica, y cinematográfica de un individuo universal.

Una semana más tarde, nos encontramos en el aeropuerto El Dorado, viajábamos al evento organizado por la Alcaldía de Cali en las Cinemateca La Tertulia, sus maletas sobrepasaban el peso permitido, ante lo cual decidimos abrirlas y equilibrarlas, pasando a mi maleta una serie de libros que pertenecieron a Andrés y que ella traía como parte de una exposición para el Teatro Experimental de Cali, le dije en forma jocosa -recordando su conversación con Luis Ospina y Sandro Romero en la Biblioteca Luis Ángel Arango, año 2012-, si por casualidad tocaba llevar la máquina de escribir Remington en equipaje especial, hecho notorio del trasteo personal de objetos y “memorias” indescifrables que hacen parte del repertorio vivo de la figura del escritor.       

Un sábado 4 de marzo nos encontramos en la sala del “charco del burro”, adelante, en primera fila, como a muchos les gusta en La Tertulia, allí en esos “40 años leyendo a Andrés Caicedo”, pusimos en diálogo a Jaime Acosta y Ramiro Arbeláez: amistad, teatro, cinefilia, y cineclubismo. Vimos Los Olvidados -1950-de Luis Buñuel, película que se exhibió en el Cine club de Cali un día después del suicidio del crítico de cine, y que testigo fiel se mantenía como recuerdo del programa y tarjeta de consulta y obsequio que le daban al público setentero.

Meses pasaron para que, en el mismo sitio, y viendo nuevamente cine o escuchando alguna conversación, nos encontramos en el Festival de Cine de Cali, siempre con una cita de por medio para planear posibles invitaciones, y de nuevo revisitar los documentos.     

           II

El SANFICI -Santander Festival Internacional de Cine Independiente-, nos invitó a participar en sus actividades de extensión, jornadas inauguradas con la película El libro de Imágenes -2018- de Jean Luc Godard, una conferencia de Víctor Gaviria sobre su vida y obra en retrospectiva fílmica y Poética, además de otros eventos que complementaron la apuesta por un evento que destaca en la región en cabeza de Pablo Enciso. Nos vimos en “La Casa del libro Total” en Bucaramanga, y allí, un joven  pidió a Rosario la firma para su edición “pirata de Calidad” de Angelitos Empantanados, momento de emoción de quienes lo acompañaban que retrataban el momento, acción que confirmaba un hecho constante sin importar la ciudad: los jovencitos salen hasta de “debajo de las piedras” para escuchar que les dicen de su escritor preferido, de sus alegorías, de la voz de alguien que lo tuvo tan cerca y tan lejos, allí está el secreto a voces.

Después de una jornada nocturna al palique entrañable del cineasta colombiano, y al conectar algunas historias de las obras del cine nacional desde nuestras regiones y sus grupos de trabajo, pasamos a identificar los escenarios representativos de la obra de Caicedo y su función en el cine desde la crítica y exhibición, punto central del conversatorio de esa noche titulado Creer en el cine por sobre todas las cosas, y nunca violar su santo nombre en vano, ligado a los aspectos que reunía en esa semana investigadoras como María Paula Lorgia para el tema de curaduría y programación; así estábamos, ligando encuentros, reafirmando afectos,  y organizando cada noche los temas biográficos en contexto a diversos escenarios de representación.     

Los días nos llevaron a otro espacio, más de dos horas es el tiempo para llegar a Barrancabermeja desde la capital santandereana, trayecto que fuimos ganando a través de un paisaje cambiante y caluroso hacia el río Magdalena, encontrando en el camino unidades de bombeo petrolero de la empresa del Estado, y sorprendidos junto a nuestro acompañante Manuel Moreno por el pedido de Rosario de desviarnos hacía El Centro -Ecopetrol-, ingresando al sector diseñado estratégicamente y ubicando una casa en la ciudadela donde vivió recién casada en los años setentas, y a la cual en algún momento de sus recorridos mochileros llegó Andrés, sorpresa, nuevamente los datos que sin buscarse en un registro documental, nos lo entrega la fuente oral: Caicedo pasó por ahí, fueron a una sala de cine del sector, se vieron Easy Rider -1969- de Dennis Hopper, fueron a un teatro de “mala muerte” en Barrancabermeja, y se pillaron una cinta mexicana con María Félix y Jorge Negrete, dejando los hermanos parte de su estela.

En barranca logramos almorzar pescado frito o en salsa a orillas del río, insolados y con el brillo de un espejo potente que solo la naturaleza puede darnos al medio día; allí, en la sede del festival, volvimos a invocar al escritor, nuevos espectadores y conocedores de la obra, preguntas, café, y un retorno que nos tomó el atardecer y la noche para sumar energías y emprender camino a la mañana siguiente: dos horas y media de carretera serpenteante, una obligada parada en el Cañón del Chicamocha, y la llegada a San Gil, otro espacio, y muchos jovencitos, ya sabemos, ellos siempre salen en busca del escritor.

Regresé a Bogotá esa noche, Rosario culminaba la jornada con la premiación de los ganadores de las categorías del SANFICI, y como siempre, tendría su jornada con otro grupo para seguir su camino.

Créditos de las fotos

-La primera, realizada por el autor del blog.

-La segunda, en el SANFICI, tomada por Diana Peña y Gerson López (Alter Vox media).

 

 


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