15.2.17

El origen del amor al cine en Andrés Caicedo

Celebrando cuarenta años del deceso del escritor caleño Andrés Caicedo, así como la publicación del libro ¡Que Viva la Música!, la Casa Museo Quinta de Bolívar, con apoyo de la Universidad Agustiniana y su carrera de Cine y Televisión junto al Semillero de Investigación Sinestesia, organizan una jornada para conocer aspectos relevantes de la vida de este importante crítico de cine quien en sus escasos 25 años de vida logró un sinnúmero de textos –criticas, guiones, cartas, boletines, cuentos, libros, etc.-, a través de su intensa actividad como cineclubista y escritor de columnas en periódicos o artículos en revistas especializadas.        

La cinefilia temprana de Caicedo hizo posible una amplia afinidad hacia ciertas “obras de calidad” venidas del cine norteamericano y europeo, lo que atraviesa toda su vida como crítico cinematográfico y de actividades paralelas enfocadas al Cine club de Cali, la edición de la revista Ojo al Cine, junto a otros textos literarios. Así, la Casa Quinta de Bolívar realizará un conversatorio a cargo de Rosario Caicedo Estela –preservadora de la obra de su hermano-, y Yamid Galindo Cardona,  quienes se enfocarán en la vida de Caicedo, su amor por el cine, y los cuarenta años de la publicación de su obra cumbre.  

Los esperamos el próximo miércoles 22 de febrero de 2017 en las instalaciones del Museo y su auditorio a las 2:30 pm., entrada libre.   
Casa - Museo Quinta de Bolívar
Calle 21 No. 4a - 31 este
Teléfonos: 336 6419 - 336 6410 - 284 6819
Correo electrónico: quintabolivar@mincultura.gov.co 
Coordina: Emma Zapata 


A propósito de la escritura de Andrés, presentamos uno de sus textos.   

El crítico, en busca de la paz, se da toda la confianza

Para Hernando Guerrero

América Latina es un continente con una expresión propia. Este nuevo mundo que empieza a comprender la realidad de un futuro mejor, porque está luchando por él y la lucha es la actividad que confiere la comprensión, ha construido, en la novela, en la pintura, en la poesía, en el teatro, unos principios de belleza ofrecidos por el terror, ese terror compuesto de hambre e ignorancia y persecución que a la larga, en constituirse en cosa de todos los días, han hecho que ni tomemos conciencia de él.

Deviene, entonces, virgen para la inteligencia, inexpresable, por medio del entendimiento y del lenguaje inenarrable, incomunicable, el supremo terror de no distinguir anormalidad de normalidad, injusticia de justica, violencia de Paz.

Pero aunque no se pueda expresar ni buscar alivio en su traducción en signos (lenguaje), el pueblo sabe que ese terror existe, los organizados mecanismos de alienación han hecho que no se comprenda; pero tocaría eliminar al ser humano para lograr que, en algún  oscuro e incomprensible y maravilloso nivel de su naturaleza, dejara de ser consciente de “eso que se agita en las profundidades”. Y es así que con el tiempo, con el trato con la gente, con la aprehensión de conocimiento, conocimiento que no deviene de una acumulación de información (leer Selecciones, enciclopedias sobre el hombre y el mundo y el realismo fantástico, las especies animales y los tipos de leviatanes) sino de un trato diario con este sol nuestro, con el viento que baja de los farallones, a las cuatro de la tarde, con los hombres que andan por allí, ojos saltando saltones, preguntándose desde hace veinte años cosas que todavía no se pueden responder,  pero que tal vez mañana, cuando se levanten, cuando caminen la primera cuadra o cuando al ver una muchacha en una portada de revista, hallen la respuesta; de mirar todo muy bien (porque a unos les toca charlar y amar a las personas, y a otros les toca mirarlas de lejitos sin decir nada, lo cual no quiere decir que comprendan igual de fuerte), mirar a la juventud bella que los domingos se despliega por el Aguacatal, el Nuevo Mundo, el Pedregal, y el Séptimo Cielo, en camisas de etamina, frescos así estén acabados de bañar, o bañados en sudor luego de semejante salsa.

E ir sintiendo que aquel terror del que hablábamos al principio se va descubriendo (porque las cosas se descubren, cuando se expresan), y que un día, charlando con un amigo, suas, lo saca, plasta, pedacito de infierno, te maté araña. Hemos denominado aquello. Cuándo, si es que se trata de hacer memoria, cuándo fue que comprendimos, y después de comprender, escribimos el primer poema.

Cuándo fue que hicimos conciencia del tiempo perdido, de los doce años del colegio en los que los franciscanos, los jesuitas y los maristas, es decir, toda la gallada nos indicaron todos los deberes para con los padres, el origen de la materia.

¿La ruta de los libertadores? Cuando anhelábamos formar parte de la gente linda, y yo ahorraba toda la semana para poder pegarme un almuerzo en el campestre después de que me colaba haciéndome pasar por socio ¿se acuerdan? Racines, Urdinola, Ayerbe, Cabal, Molina y Rivera, se acuerdan que yo me les juntaba, que les copiaba los modos de vestir, de usar el pelo, de dar la mano, ustedes hablaban de Estados Unidos, y yo hablaba por ejemplo del viaje que había hecho mi madre a los Estados Unidos, pero no en plan de placer sino a traer mercancía. Y cuando llegó la primera fiesta, el momento de la verdad, Pilar Rivera que me dijo lo siento hermano pero yo no le cojo a usted el paso; y ahora que he descubierto la salsa, que se me ha abierto el mundo del pueblo, ahora que soy así de feliz cuando oigo a Richie, a Willie y a Héctor que dicen, Vive tu vida contento y así vivirás muy bien que si no te apuras te mueres y si te apuras también, me tengo que contentar con oír apenas, y con ver a mis amigos que tiran paso, porque yo no puedo, porque yo no sé, porque desde aquella primera fiesta en la que no me cogieron el paso, parece mentira, pero me inutilizaron la danza. Pero en fin: tal vez si hubiera bailado la canción completa a todas estas sería bailarín y no poeta. Pero voy a seguir hablando, de lo que la gente linda me enseño, me enseño por ejemplo, a construir la individualidad más corrompida que imaginarse pueda, a no ceder terreno ni ante la mujer que se desea y con la que se sueña, porque yo soñaba con ciertos tipos de niña linda, de pequitas, de ojos verdes, modelos de belleza impuestos por ellos, porque ustedes eran poderosos, de allí fue, seguro, que me enamoré de Martha Lucía, seguro como queriendo aprender la belleza en abstracto, en su función más inútil; como si la belleza física no fuera algo con lo que uno se relaciona en la práctica, mucho tiempo después de que ya había escrito los primeros poemas, que había empezado la novela, el libro que empecé un día a la salida de cine y que aún ahora no termino, y quiero decir que también ese sentimiento fue prestado, copiado, cómo sos de cobarde, cómo sos de inútil, que hasta dejaste que te dictaran leyes sobre el amor, hermano, y yo iba a la casa de ella y conversábamos en su sofá, las manitas cogidas, siempre de lejitos, por temor no sé a qué,  al mal aliento, a una presencia demasiado cercana. Era lógico, hermano: sabias que lo que la Gente Linda no podía perdonar era el mal olor, y a lo mejor vos por no ser de ellos, olías mal, ¿no? Porque ha sido necesario mucho cine y  mucho sol y mucha salsa para comprender, que ellos son los que huelen mal, hermano. Ese amor prestado me comenzó a volver nada, no dormía, soñaba con cosas con las que todavía sueño.

Y al cabo de un tiempo me volvieron a ofrecer la oportunidad y volví, me llevaron a la Carretera al Mar en un Mustang a que la viera, que había regresado de Estados Unidos y estaba más linda que nunca, vuelta una mujer, siempre buscando la belleza como si la belleza en ese estado puro sirviera para algo. Hubiera sido mejor que me hubiera quedado con mi amor por las actrices norteamericanas, así no hubiera armado tanto tropel, hermano. Y ya todos ellos fumaban marihuana. Y creí, engañado como siempre, que se abría una nueva brecha par un nuevo conocimiento, hermano, que lo que no se pudo decir antes, lo iba a decir ahora ayudado por la torcida. ¿Qué fue lo que me hizo pensar que iba ser mejor, que iba a resultar, hermano? Tal vez su belleza. El recuerdo que me traía Elizabeth Taylor, sus ojos. Porque todavía pienso en ella. La quería humillar y la humillé, medio inconsciente yo y ella por la torcida. Robots, encima; debajo o la mano adentro. Esa vez también salí perdiendo, ojalá que lea esto, Martha Lucía, o si usted no lo lee porque siempre le ha dado pereza leer cosas muy largas que una amiga lo lea y se lo muestre, ojalá que me comprenda. Porque quiero quitarme culebras de encima. Porque quiero abrirme al futuro, porque este pasado no me deja. Quiero pedirle perdón por haberme dejado engañar de usted y de los que le engañan a usted. Perdón por haber creído pertenecer aún, a ustedes, formar vínculos, cuando todo se repele, se amenaza, se encontrona. Lo que más me preocupé cuidar fue que usted creyera que yo pensaba mucho en usted, bueno, ahora le digo, todavía, noches en las que llueve o no llueve, días en los que levanto medio zurumbático, medio dispuesto a mejorar el mundo, todavía pienso en usted.

Y todavía me gustaría hacer un montón de cosas. Igual que con mucha otra gente que amé y desperdicié y ahora y ahora me ven y a lo mejor se ríen, eso es lo que se me mete y no me deja ni siquiera escribir tranquilo, ahora estoy escribiendo esto con un miedo de todos los diablos. Por lo cual concluyo en lo siguiente; como soy una persona que aprendió lo más importante de la vida con la gente menos sana y justa y sabia para enseñar lo más importante de la vida, he quedado imposibilitado para ejercer la función del tú, porque no hago sino estragos en la otra persona y en mí, a tal punto que ni siquiera he podido con la gente que verdad es sabia, que miren que estuve en cierta época en medio de un grupo de gente cuya función es la depuración, camellando en cantidad, de la expresión artística, por lo tanto, gente que tiene relaciones íntimas con la totalidad y aun allí hice torpezas, fulminante, pequeñito, flaco, e insignificante. Toda esta limitación, toda esta pobreza, se la debo a los años pasados en el colegio San Juan Berchmans, allí donde conocí a ese grupo de Gente Linda. Para que después no digan que no son peligrosos. Cómo sería que hasta me busqué el Director Espiritual que les aconsejaba la vida a ellos, el padre José Luis González, para que mi vida se rigiera bajo los mismos principios, para que me vieran que pertenecía a ellos.

Bueno, señor lector, y señora, y joven, y señorita, toda esta carreta de conflicto privado, además de que me sirve a mí, que me deja más tranquilo, le podría servir a usted en la medida en que está criticando el cine. Además es para decir otra cosa, de ese conflicto privado, yo estoy sacando mis temas, pero los estoy haciendo generales. Los estoy objetivizando. Creo que el procedimiento es válido.

Y estoy tratando de hacerlos latinoamericanos. Mi Porción, mi pedacito de terror, irá cobrando expresión, no se preocupen. Hasta que llegue el día en que sirvan a la comunidad. En el que hagan un bien. Seguro. Por ahora mis cuentos, mis cosas, no los leen sino mis amigos. Yo soy feliz cuando ellos se ponen felices con lo que yo escribo. Y así la vida se lleva mejor, porque tampoco podemos ponernos a pensar todo el tiempo en el pasado. Aunque hay recuerdos que nos pasan por la cabeza y tenemos que quitárnoslos de encima como si fueran alacranes en la cara. Que si duran más de un segundo uno se muere. Cada vez que pienso en ella, me pasa eso.   

Fuente
Andrés Caicedo, El crítico, en busca de la paz, se da toda la confianza. En: Ojo al Cine, Editorial Norma, 1999, págs., 34-37.   
                  

6.2.17

Ramiro Arbeláez: “Ansiedad de cinéfilo y paciencia de historiador” -Segunda parte-

¿La Cinemateca la Tertulia qué significó en tu vida profesional?
También fue una etapa de aprendizaje. Venía de tener una experiencia con el Cine club de Cali durante los años 1973-1977, había aprendido como se movía el negocio de las distribuidoras de cine, qué películas había en Colombia, cómo era el proceso de adquisición de derechos, el proceso de exhibición: el cine de estreno, los turnos de los teatros, el cine continuo, etc. Hasta ahora no sé por qué me escogieron como director de la cinemateca, el día que visitamos a las señoras de La Tertulia para proponerles trabajar juntos, fuimos los tres –Andrés, Luis, Ramiro-, todos estábamos peludos, y fuera de eso barbudos; recuerdo que los que más hablaron en esa reunión fueron Caicedo y Ospina, y al final me escogieron, debió ser porque a mí me podían pagar menos, porque al principio el sueldo era más bien simbólico, aunque tengo que decir que no era un trabajo de tiempo completo, inclusive hacía parte de mis labores desde la casa.

Poco a poco ese trabajo me sirvió para aprender, hice muchas lecturas, en el Museo fueron muy generosos con libros, enciclopedias, y suscripciones a revistas que yo solicitaba. Incluso Gloria Delgado me traducía del francés, yo leía con dificultad aunque había hecho los cursos de Civilización Francesa en quinto y sexto de bachillerato, pero enfrentarse a un artículo y traducirlo al francés era otra situación; muchas veces me los traducía inmediatamente, en presente; y lo hacía también del inglés. Esas suscripciones a revistas de cine internacional y nacional, más la compra de libros, posibilitó ir armando una biblioteca que luego se pensó como centro de documentación para ofrecerla a consulta externa.

La Cinemateca la Tertulia fue una escuela en mi vida, primero en programación, luego en exhibición, identificando comportamientos en el público, olfato para ciclos, en películas que llamaran la atención, y sobre todo en cómo hacer publicidad, organizando programas con cierta jerarquía básica, aprendiendo que no se podía hacer ciclos largos, pues terminaban siendo para especialistas, para una Cinemateca de verdad que pasara toda la obra, por ejemplo, de Jean Renoir.  Importante pasarlas, pero sabe uno que ese tipo de obras es para conocedores juiciosos, entonces en ese caso al final llegaban 10 o 20 personas en la sala y no era viable.


De alguna manera, no porque se me exigiera, sino porque yo me daba cuenta que la  Cinemateca debía ayudar a la economía del museo; por lo tanto era importante llenar la sala, así que no exageraba con la longitud de los ciclos y ofrecía mejor una variada programación. Publicamos además unos cuadernillos con textos que generalmente eran traducidos por Gloria, publicados artesanalmente en la Cinemateca; inicialmente se regalaban y luego se vendían al público, haciendo un acompañamiento para que nuestros visitantes tuvieran algo más de la película, una guía para conocer un director, un movimiento, un género, un país; en conclusión, toda una labor de aprendizaje mutuo donde salí beneficiado intelectualmente.  

¿Hasta qué año estuviste en la Cinemateca?
Estuve desde el 1 de marzo de 1977, hasta  el 28 de febrero de 1986, prácticamente 10 años.                 
 ¿Cómo explicarías las expresiones Caliwood y Grupo de Cali?
El concepto Caliwood existe en la literatura de Andrés Caicedo, no la palabra como tal, pero si el hecho de que se hubiera imaginado a Cali como meca universal del cine en donde había directores, producciones, realizaciones, y estrellas de películas, y eso hace parte de un cuento que se llama Los Mensajeros.  La palabra, en cambio, salió de reuniones, de fiestas que el grupo de los directores Luis Ospina y Carlos Mayolo, con Sandro Romero y demás acompañantes, hacíamos en la década de los ochentas, cuando ya no existía ni Andrés ni el cine club. Ese concepto salió de allí, no sé en qué momento, pero la primera vez que yo lo vi escrito, que se usó formalmente, fue en el texto de Eugenio Jaramillo, un folleto publicado por la Cinemateca Distrital en 1990.

La diferencia con la expresión Grupo de Cali, es que en él podemos identificar varias fases: la primera, de cinefilia y experimentación, comandada por Caicedo, que no era de producción, sino de puro amor por el cine, y la escritura. Segundo, la etapa de la producción fílmica en los años ochentas, con las obras de Ospina y Mayolo; tercero, cuando se deja de hacer cine en Cali y los directores, pero también parte de la gente que trabajaba con ellos, como guionistas, directores de arte, actores, sonidistas, viajan a Bogotá. Y entra a reinar la Universidad del Valle y el canal regional, adquiriendo otra composición el Grupo de Cali.

Personalmente siempre tengo la duda si incluir las películas que se hicieron por fuera de este grupo en ese periodo, inclusive antes del largometraje Pura Sangre -1982- de Luis Ospina en los ochentas. Por ejemplo la de Pascual Guerrero El Lado Oscuro del Nevado -1980-, que no tiene nada que ver con el Grupo de Cali, al igual que Tacones -1982-, a pesar de que estuvieron María Mercedes Vásquez y Carlos Mayolo. Hay otras cintas que son contemporáneas, y tal vez tengan más que ver con la región que con la ciudad, es el caso de A la Salida Nos Vemos -1986- de Carlos Palau, al cual nunca se le vincula con el Grupo de Cali, pero hace parte de la época de Caliwood.  También está El Día que me Quieras  -1987- de Sergio Dow, de la que recuerdo que hubo mucha demora entre su producción y el estreno, pero es del período con gente caleña en su realización, a pesar de ser rodada en Popayán. Podría también figurar La Virgen y el Fotógrafo -1982- de Luis Alfredo Sánchez, o El Escarabajo -1983-de Lisandro Duque.

En todos los casos mencionados, se trata de películas que tienen que ver con esta geografía, con esta cultura. En conclusión, pienso que el concepto de Caliwood es más amplio, mientras el Grupo de Cali está determinado por la actividad cine-clubista setentera, y luego por la pertenencia al grupo que giraba en torno a Mayolo y Ospina       
            
¿Podrías describirnos tu intervención como actor en este momento de la cinematografía nacional?
 Únicamente en las películas de Luis Ospina y Carlos Mayolo, y no fue por méritos actorales; he explicado que en esa época de pocos recursos, cuando había que “hacer cine con las uñas”, el director en el casting trataba de servirse de algunos amigos que tuvieran ciertas características físicas y expresivas cercanas al tipo de personaje que se necesitaba, y te pedían el favor de trabajar generalmente sin ningún costo. Ellos veían que yo tenía cara de intelectual, que podía ser un locutor por el tono voz, y siempre tuve esos papeles donde había un narrador, un entrevistador, un sociólogo; eso fue lo que hice en Pura Sangre  y Agarrando Pueblo -1978-.

La expresión “el corolario es casi inevitable”, ¿estaba el guion de Agarrando Pueblo?     
Estaba en el guion. Me aprendí el texto, y recuerdo que Ospina me pedía que cuando llegara a esa parte lo hiciera con más énfasis que el resto de líneas, entonces esa frase quedó vibrando en la memoria del público, hasta el punto que con mucha facilidad se hacían chistes  utilizando esa expresión “el corolario es inevitable”, comentario a una situación que no tenía escape, que tenía un final anunciado, poniéndose de moda en el grupo, quedando inclusive en otras películas y contextos.

Luis  Ospina tiene un talento verbal para encontrar expresiones muy precisas que retratan situaciones reales, en este caso, la frase que analizamos. Recuerdo que el párrafo que yo tenía para Agarrando Pueblo fue escrito por él, y además dirigido por Luis, lo ensayamos varias veces antes de la toma definitiva, memorizaba, presentaba, y en la tonalidad iba corrigiéndome, realmente es de su talento este momento fílmico.   


¿En qué momento te interesas por la película Garras de Oro y su director P.P Jambrina?
Estaba enterado que Rodrigo Vidal había encontrado la película Garras de Oro -1927-, cuando yo vivía en Brasil; lo confirmé cuando llegué a finales de 1988; me enteré más o menos como había sido la situación, de su tránsito y envío a la Cinemateca Distrital de Bogotá. A mediados de los noventa pertenecí a un grupo que se reunía semanalmente a ver cine[1], al cual pertenecía Vidal también, quien se vio favorecido con una copia –VHS- de la película ya restaurada, programándola en un bar de Cali, en el norte, allí la vi por primera vez.

Realmente no la entendí completamente en ese momento, y lo mismo le ha pasado a otras personas cuando la ven, no entienden el enredo.  Quedé en el aíre con la película, reconociéndole obviamente su importancia, y dejando una asignatura pendiente para “meterle la mano” a una obra que era muy importante para la historiografía local, y que tenía que ver un hecho histórico clave, que era el robo o pérdida de Panamá desde el punto de vista colombiano.

Así, cuando decidí investigar los principios de la exhibición cinematográfica en Cali, en las fuentes de la Biblioteca Nacional de Bogotá, empezó a aparecer con cierta frecuencia el nombre de P.P. Jambrina, que ya sabía era el director de Garras de Oro; por lo tanto, cada vez que salía una referencia yo la guardaba a la par de las otras noticias de salas, películas e información fílmica. En algún momento acumulé un buen número de artículos firmados por  P.P., pero realmente la decisión de meterme de lleno a investigar la cinta fue cuando descubrí el nombre del director que estaba detrás del seudónimo, en un libro titulado El Cali que se fue de Manuel María Buenaventura, que yo leía en los descansos de las búsquedas en la hemeroteca; en alguna página de ese texto se decía que el equivalente de P.P. Jambrina era Alfonso Martínez Velasco. Tuve  una revelación que fui contándole a varios amigos, quienes me presionaron al saber la noticia insistiéndome para profundizar en las investigaciones que realizaba sobre el personaje en mención. Problema difícil de resolver al tener dos caminos para seguir, si la que se enfocada en teatros, películas y sociabilidades de principio de siglo;  o dedicarme por completo a Garras de Oro y P.P. Jambrina, a quien había descubierto como personaje.         
   
Decidí entonces que si estaba haciendo la revisión de esos periódicos, era importante seguir las dos cosas, fotografiar la información que encontraba, y armar dos carpetas, sin embargo en algún momento ganó la inclinación hacía Martínez Velasco, tanto que hubo una especie de abandono de esa otra investigación que retome algunos años después.   

Igualmente empezaron a llegar invitaciones de varios sitios que se habían dado cuenta del hallazgo -tal vez por la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano-, y en algunos casos cuando había una exhibición de Garras de Oro, me llamaban a ver si podía hacer una introducción a la película; ese fue el caso del Seminario del Cine Huérfano en New York[2] en donde la película se programó y nadie iba ir de Bogotá, entrando en conversaciones con Juana Suarez –en ese momento no la conocía-, quien estaba en la Universidad de  Kentucky, y a quien la Fundación Patrimonio Fílmico le  propuso que apadrinara la película conmigo en New York. Allí volví con más ahínco en la película, a sistematizar los datos que tenía, adquiriendo otro compromiso con Juana para escribir un artículo a dos manos[3].               

¿Cómo se da el encuentro con el historiado Jorge Orlando Melo en el Congreso de Colombianistas[4]?
Nosotros habíamos enviado una propuesta de hacer una muestra de cine mudo colombiano para ese evento en el 2009, Juana había insistido en que presentáramos la película Garras de Oro completa, nos dijeron que si, que íbamos como ponentes, pero no sabíamos que iba Jorge Orlando Melo, incluso no sabíamos que ese congreso estaba dedicado a dos personalidades: Alfredo Molano –que no pudo llegar en ese momento a Estados Unidos por algún inconveniente-, y Jorge Orlando Melo. Por lo tanto aproveché y me le acerqué en el comedor de la Universidad anfitriona, la de Virginia, contándole que íbamos a exhibir esa cinta. De alguna manera se cerraba el circulo, Jorge Orlando, el primero en encontrar datos de la película en los archivos de Washington, le toca presenciar la presentación de la película, ya restaurada, en Estados Unidos; es él el que cierra el círculo en este nuevo siglo cuando comenta la película para nuestro documental cuando acababa de ver la película en Virginia, y termina siendo una coincidencia feliz[5].

Se convirtió en un objeto de estudio
Si. Además es necesario dejar constancia que agradezco tu colaboración, una de las personas que más me ayudó en la asistencia investigativa, sobre todo con dos documentos claves: la partida de bautismo de Alfonso Martínez Velasco en la Iglesia San Nicolás, y la escritura de la sociedad Cali Film en el Archivo Histórico de Cali.      

Finalmente, ese impulso de Luis Ospina en el pasado Festival de Cine de Cali en medio de un conversatorio para que saques tu investigación de principio de siglo sobre el cine en Cali, cómo va
Dije que me encargaba hasta el año treinta, porque hay otros investigadores competentes  que han venido haciéndolo después de ese periodo; de hecho la investigación de María Fernanda Arias da cuenta de algunos aspectos del período posterior al enfocarse en las culturas cinematográficas, tema interesante porque en Colombia se hizo poco cine en los años cuarenta y cincuenta, mientras que el tema de la exhibición y recepción ha sido  poco trabajado. Uno lee las historias del cine, y lo que narran es sobre lo que se produce y no sobre lo que se ve, y esta parte nos da pistas sobre lo que es una sociedad, etapa donde no solamente la prensa y la radio influyen.  El cine es forjador de sentimiento, y los tres medios tienen que ver con la razón y la emoción; así que el cine es clave en la historia sentimental de este país en los años treinta, cuarenta y cincuenta.

Prefiero que sean otras personas que han estado más alejadas del fenómeno, temporal y espacialmente.  Por eso me encargo del año treinta hacía atrás; lo que hago es una reconstrucción de una época que yo no viví.  Para mí es más difícil ser objetivo en la etapa del cine caleño que me tocó a mí, lo que he vivido desde los setentas hasta hoy,  porque he estado presente con el Cine Club de Cali, el Grupo de Cali, la Cinemateca y Escuela de Comunicación. Vos podes hacerlo, ya has escrito sobre los años cuarenta, y no solo de Cali.

Gracias Ramiro, ¿Cómo titularías esta entrevista?  
Ansiedad de cinéfilo y paciencia de historiador o Tiene mucho trabajo acumulado, lo dejo a tu gusto.



[1]Este grupo con al pasar de las exhibiciones de denominó “Los Sospechosos de Siempre”, hacían parte Rafael Araujo Gámez, Adolfo García, José Urbano, Rodrigo Vidal.    
[2]Simposio de Cine Huérfano, Universidad de New York, Marzo 26-29 de 2008. “Siguiendo la jerga de quienes se dedican a preservar películas y de los organizadores del programa, se considera una película huérfana —en término concisos— aquella que ha sufrido algún percance que ha limitado o imposibilitado su llegada al público. En líneas más generales, se refiere a todas aquellas películas que no circulan en los espacios comerciales: material de dominio público, películas caseras, producciones con propósito educativo, documentales independientes, películas etnográficas, noticieros, trabajos experimentales, películas mudas y muchas, muchas más que aparecen descritas en lengua de Shakespeare en este enlace: http://www.sc.edu/filmsymposium/orphanfilm.html Nota tomada de la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano.
[3]Garras de Oro (Dawn of Justice- Alborada de Justicia): The Intriguing Orphan of Colombian Silent Films”, en co-autoría con Juana Suárez, en The Moving Image, Journal of Archivist Association, University of Minnesota Press, Verano de 2009.
[4]XVI Congreso de la Asociación de Colombianistas “¿El progreso en Colombia?  Pasado, presente, y futuro” University of Virginia4 al 7 de agosto de 2009.
[5]La entrevista aparece en el documental realizado por Ramiro Arbeláez y Oscar Campo titulado Garras de Oro-Herida Abierta de un Continente-, 2014. Ver reseña en: http://yamidencine-y-filo.blogspot.com.co/2015/11/claves-filmicas-e-historicas-en-garras.html

Imágenes
-Ramiro Arbeláez en material didactico conversa sobre cine parte 1
https://www.youtube.com/watch?v=AIIj8hlu2Bc
-Ramiro Arbeláez en "Agarrando Pueblo".

-Entrevista completa en:
http://historiayespacio.univalle.edu.co/index.php/historiayespacio/article/view/4158