15.2.17

El origen del amor al cine en Andrés Caicedo

Celebrando cuarenta años del deceso del escritor caleño Andrés Caicedo, así como la publicación del libro ¡Que Viva la Música!, la Casa Museo Quinta de Bolívar, con apoyo de la Universidad Agustiniana y su carrera de Cine y Televisión junto al Semillero de Investigación Sinestesia, organizan una jornada para conocer aspectos relevantes de la vida de este importante crítico de cine quien en sus escasos 25 años de vida logró un sinnúmero de textos –criticas, guiones, cartas, boletines, cuentos, libros, etc.-, a través de su intensa actividad como cineclubista y escritor de columnas en periódicos o artículos en revistas especializadas.        

La cinefilia temprana de Caicedo hizo posible una amplia afinidad hacia ciertas “obras de calidad” venidas del cine norteamericano y europeo, lo que atraviesa toda su vida como crítico cinematográfico y de actividades paralelas enfocadas al Cine club de Cali, la edición de la revista Ojo al Cine, junto a otros textos literarios. Así, la Casa Quinta de Bolívar realizará un conversatorio a cargo de Rosario Caicedo Estela –preservadora de la obra de su hermano-, y Yamid Galindo Cardona,  quienes se enfocarán en la vida de Caicedo, su amor por el cine, y los cuarenta años de la publicación de su obra cumbre.  

Los esperamos el próximo miércoles 22 de febrero de 2017 en las instalaciones del Museo y su auditorio a las 2:30 pm., entrada libre.   
Casa - Museo Quinta de Bolívar
Calle 21 No. 4a - 31 este
Teléfonos: 336 6419 - 336 6410 - 284 6819
Correo electrónico: quintabolivar@mincultura.gov.co 
Coordina: Emma Zapata 


A propósito de la escritura de Andrés, presentamos uno de sus textos.   

El crítico, en busca de la paz, se da toda la confianza

Para Hernando Guerrero

América Latina es un continente con una expresión propia. Este nuevo mundo que empieza a comprender la realidad de un futuro mejor, porque está luchando por él y la lucha es la actividad que confiere la comprensión, ha construido, en la novela, en la pintura, en la poesía, en el teatro, unos principios de belleza ofrecidos por el terror, ese terror compuesto de hambre e ignorancia y persecución que a la larga, en constituirse en cosa de todos los días, han hecho que ni tomemos conciencia de él.

Deviene, entonces, virgen para la inteligencia, inexpresable, por medio del entendimiento y del lenguaje inenarrable, incomunicable, el supremo terror de no distinguir anormalidad de normalidad, injusticia de justica, violencia de Paz.

Pero aunque no se pueda expresar ni buscar alivio en su traducción en signos (lenguaje), el pueblo sabe que ese terror existe, los organizados mecanismos de alienación han hecho que no se comprenda; pero tocaría eliminar al ser humano para lograr que, en algún  oscuro e incomprensible y maravilloso nivel de su naturaleza, dejara de ser consciente de “eso que se agita en las profundidades”. Y es así que con el tiempo, con el trato con la gente, con la aprehensión de conocimiento, conocimiento que no deviene de una acumulación de información (leer Selecciones, enciclopedias sobre el hombre y el mundo y el realismo fantástico, las especies animales y los tipos de leviatanes) sino de un trato diario con este sol nuestro, con el viento que baja de los farallones, a las cuatro de la tarde, con los hombres que andan por allí, ojos saltando saltones, preguntándose desde hace veinte años cosas que todavía no se pueden responder,  pero que tal vez mañana, cuando se levanten, cuando caminen la primera cuadra o cuando al ver una muchacha en una portada de revista, hallen la respuesta; de mirar todo muy bien (porque a unos les toca charlar y amar a las personas, y a otros les toca mirarlas de lejitos sin decir nada, lo cual no quiere decir que comprendan igual de fuerte), mirar a la juventud bella que los domingos se despliega por el Aguacatal, el Nuevo Mundo, el Pedregal, y el Séptimo Cielo, en camisas de etamina, frescos así estén acabados de bañar, o bañados en sudor luego de semejante salsa.

E ir sintiendo que aquel terror del que hablábamos al principio se va descubriendo (porque las cosas se descubren, cuando se expresan), y que un día, charlando con un amigo, suas, lo saca, plasta, pedacito de infierno, te maté araña. Hemos denominado aquello. Cuándo, si es que se trata de hacer memoria, cuándo fue que comprendimos, y después de comprender, escribimos el primer poema.

Cuándo fue que hicimos conciencia del tiempo perdido, de los doce años del colegio en los que los franciscanos, los jesuitas y los maristas, es decir, toda la gallada nos indicaron todos los deberes para con los padres, el origen de la materia.

¿La ruta de los libertadores? Cuando anhelábamos formar parte de la gente linda, y yo ahorraba toda la semana para poder pegarme un almuerzo en el campestre después de que me colaba haciéndome pasar por socio ¿se acuerdan? Racines, Urdinola, Ayerbe, Cabal, Molina y Rivera, se acuerdan que yo me les juntaba, que les copiaba los modos de vestir, de usar el pelo, de dar la mano, ustedes hablaban de Estados Unidos, y yo hablaba por ejemplo del viaje que había hecho mi madre a los Estados Unidos, pero no en plan de placer sino a traer mercancía. Y cuando llegó la primera fiesta, el momento de la verdad, Pilar Rivera que me dijo lo siento hermano pero yo no le cojo a usted el paso; y ahora que he descubierto la salsa, que se me ha abierto el mundo del pueblo, ahora que soy así de feliz cuando oigo a Richie, a Willie y a Héctor que dicen, Vive tu vida contento y así vivirás muy bien que si no te apuras te mueres y si te apuras también, me tengo que contentar con oír apenas, y con ver a mis amigos que tiran paso, porque yo no puedo, porque yo no sé, porque desde aquella primera fiesta en la que no me cogieron el paso, parece mentira, pero me inutilizaron la danza. Pero en fin: tal vez si hubiera bailado la canción completa a todas estas sería bailarín y no poeta. Pero voy a seguir hablando, de lo que la gente linda me enseño, me enseño por ejemplo, a construir la individualidad más corrompida que imaginarse pueda, a no ceder terreno ni ante la mujer que se desea y con la que se sueña, porque yo soñaba con ciertos tipos de niña linda, de pequitas, de ojos verdes, modelos de belleza impuestos por ellos, porque ustedes eran poderosos, de allí fue, seguro, que me enamoré de Martha Lucía, seguro como queriendo aprender la belleza en abstracto, en su función más inútil; como si la belleza física no fuera algo con lo que uno se relaciona en la práctica, mucho tiempo después de que ya había escrito los primeros poemas, que había empezado la novela, el libro que empecé un día a la salida de cine y que aún ahora no termino, y quiero decir que también ese sentimiento fue prestado, copiado, cómo sos de cobarde, cómo sos de inútil, que hasta dejaste que te dictaran leyes sobre el amor, hermano, y yo iba a la casa de ella y conversábamos en su sofá, las manitas cogidas, siempre de lejitos, por temor no sé a qué,  al mal aliento, a una presencia demasiado cercana. Era lógico, hermano: sabias que lo que la Gente Linda no podía perdonar era el mal olor, y a lo mejor vos por no ser de ellos, olías mal, ¿no? Porque ha sido necesario mucho cine y  mucho sol y mucha salsa para comprender, que ellos son los que huelen mal, hermano. Ese amor prestado me comenzó a volver nada, no dormía, soñaba con cosas con las que todavía sueño.

Y al cabo de un tiempo me volvieron a ofrecer la oportunidad y volví, me llevaron a la Carretera al Mar en un Mustang a que la viera, que había regresado de Estados Unidos y estaba más linda que nunca, vuelta una mujer, siempre buscando la belleza como si la belleza en ese estado puro sirviera para algo. Hubiera sido mejor que me hubiera quedado con mi amor por las actrices norteamericanas, así no hubiera armado tanto tropel, hermano. Y ya todos ellos fumaban marihuana. Y creí, engañado como siempre, que se abría una nueva brecha par un nuevo conocimiento, hermano, que lo que no se pudo decir antes, lo iba a decir ahora ayudado por la torcida. ¿Qué fue lo que me hizo pensar que iba ser mejor, que iba a resultar, hermano? Tal vez su belleza. El recuerdo que me traía Elizabeth Taylor, sus ojos. Porque todavía pienso en ella. La quería humillar y la humillé, medio inconsciente yo y ella por la torcida. Robots, encima; debajo o la mano adentro. Esa vez también salí perdiendo, ojalá que lea esto, Martha Lucía, o si usted no lo lee porque siempre le ha dado pereza leer cosas muy largas que una amiga lo lea y se lo muestre, ojalá que me comprenda. Porque quiero quitarme culebras de encima. Porque quiero abrirme al futuro, porque este pasado no me deja. Quiero pedirle perdón por haberme dejado engañar de usted y de los que le engañan a usted. Perdón por haber creído pertenecer aún, a ustedes, formar vínculos, cuando todo se repele, se amenaza, se encontrona. Lo que más me preocupé cuidar fue que usted creyera que yo pensaba mucho en usted, bueno, ahora le digo, todavía, noches en las que llueve o no llueve, días en los que levanto medio zurumbático, medio dispuesto a mejorar el mundo, todavía pienso en usted.

Y todavía me gustaría hacer un montón de cosas. Igual que con mucha otra gente que amé y desperdicié y ahora y ahora me ven y a lo mejor se ríen, eso es lo que se me mete y no me deja ni siquiera escribir tranquilo, ahora estoy escribiendo esto con un miedo de todos los diablos. Por lo cual concluyo en lo siguiente; como soy una persona que aprendió lo más importante de la vida con la gente menos sana y justa y sabia para enseñar lo más importante de la vida, he quedado imposibilitado para ejercer la función del tú, porque no hago sino estragos en la otra persona y en mí, a tal punto que ni siquiera he podido con la gente que verdad es sabia, que miren que estuve en cierta época en medio de un grupo de gente cuya función es la depuración, camellando en cantidad, de la expresión artística, por lo tanto, gente que tiene relaciones íntimas con la totalidad y aun allí hice torpezas, fulminante, pequeñito, flaco, e insignificante. Toda esta limitación, toda esta pobreza, se la debo a los años pasados en el colegio San Juan Berchmans, allí donde conocí a ese grupo de Gente Linda. Para que después no digan que no son peligrosos. Cómo sería que hasta me busqué el Director Espiritual que les aconsejaba la vida a ellos, el padre José Luis González, para que mi vida se rigiera bajo los mismos principios, para que me vieran que pertenecía a ellos.

Bueno, señor lector, y señora, y joven, y señorita, toda esta carreta de conflicto privado, además de que me sirve a mí, que me deja más tranquilo, le podría servir a usted en la medida en que está criticando el cine. Además es para decir otra cosa, de ese conflicto privado, yo estoy sacando mis temas, pero los estoy haciendo generales. Los estoy objetivizando. Creo que el procedimiento es válido.

Y estoy tratando de hacerlos latinoamericanos. Mi Porción, mi pedacito de terror, irá cobrando expresión, no se preocupen. Hasta que llegue el día en que sirvan a la comunidad. En el que hagan un bien. Seguro. Por ahora mis cuentos, mis cosas, no los leen sino mis amigos. Yo soy feliz cuando ellos se ponen felices con lo que yo escribo. Y así la vida se lleva mejor, porque tampoco podemos ponernos a pensar todo el tiempo en el pasado. Aunque hay recuerdos que nos pasan por la cabeza y tenemos que quitárnoslos de encima como si fueran alacranes en la cara. Que si duran más de un segundo uno se muere. Cada vez que pienso en ella, me pasa eso.   

Fuente
Andrés Caicedo, El crítico, en busca de la paz, se da toda la confianza. En: Ojo al Cine, Editorial Norma, 1999, págs., 34-37.   
                  

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