Celebrando cuarenta años
del deceso del escritor caleño Andrés Caicedo, así como la publicación del
libro ¡Que Viva la Música!, la Casa Museo Quinta de Bolívar, con apoyo de la
Universidad Agustiniana y su carrera de Cine y Televisión junto al Semillero de
Investigación Sinestesia, organizan una jornada para conocer aspectos
relevantes de la vida de este importante crítico de cine quien en sus escasos
25 años de vida logró un sinnúmero de textos –criticas, guiones, cartas, boletines,
cuentos, libros, etc.-, a través de su intensa actividad como cineclubista y
escritor de columnas en periódicos o artículos en revistas especializadas.
La cinefilia temprana de
Caicedo hizo posible una amplia afinidad hacia ciertas “obras de calidad”
venidas del cine norteamericano y europeo, lo que atraviesa toda su vida como crítico
cinematográfico y de actividades paralelas enfocadas al Cine club de Cali, la
edición de la revista Ojo al Cine, junto a otros textos literarios. Así, la Casa Quinta de Bolívar realizará un conversatorio a cargo de Rosario
Caicedo Estela –preservadora de la obra de su hermano-, y Yamid Galindo Cardona,
quienes se enfocarán en la vida de
Caicedo, su amor por el cine, y los cuarenta años de la publicación de su obra
cumbre.
Los esperamos el próximo
miércoles 22 de febrero de 2017 en las instalaciones del Museo y su auditorio a
las 2:30 pm., entrada libre.
Casa
- Museo Quinta de Bolívar
Calle
21 No. 4a - 31 este
Teléfonos: 336 6419 - 336 6410 - 284 6819
Correo electrónico: quintabolivar@mincultura.gov.co
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Correo electrónico: quintabolivar@mincultura.gov.co
Coordina: Emma Zapata
A propósito de la escritura de Andrés, presentamos
uno de sus textos.
El crítico,
en busca de la paz, se da toda la confianza
Para Hernando Guerrero
América Latina es un
continente con una expresión propia. Este nuevo mundo que empieza a comprender
la realidad de un futuro mejor, porque está luchando por él y la lucha es la
actividad que confiere la comprensión, ha construido, en la novela, en la
pintura, en la poesía, en el teatro, unos principios de belleza ofrecidos por
el terror, ese terror compuesto de hambre e ignorancia y persecución que a la
larga, en constituirse en cosa de todos los días, han hecho que ni tomemos
conciencia de él.
Deviene, entonces,
virgen para la inteligencia, inexpresable, por medio del entendimiento y del
lenguaje inenarrable, incomunicable, el supremo terror de no distinguir
anormalidad de normalidad, injusticia de justica, violencia de Paz.
Pero aunque no se pueda
expresar ni buscar alivio en su traducción en signos (lenguaje), el pueblo sabe
que ese terror existe, los organizados mecanismos de alienación han hecho que
no se comprenda; pero tocaría eliminar al ser humano para lograr que, en
algún oscuro e incomprensible y
maravilloso nivel de su naturaleza, dejara de ser consciente de “eso que se
agita en las profundidades”. Y es así que con el tiempo, con el trato con la
gente, con la aprehensión de conocimiento, conocimiento que no deviene de una
acumulación de información (leer Selecciones,
enciclopedias sobre el hombre y el mundo y el realismo fantástico, las especies animales
y los tipos de leviatanes) sino de un trato diario con este sol nuestro, con el
viento que baja de los farallones, a las cuatro de la tarde, con los hombres
que andan por allí, ojos saltando saltones, preguntándose desde hace veinte
años cosas que todavía no se pueden responder,
pero que tal vez mañana, cuando se levanten, cuando caminen la primera
cuadra o cuando al ver una muchacha en una portada de revista, hallen la
respuesta; de mirar todo muy bien (porque a unos les toca charlar y amar a las
personas, y a otros les toca mirarlas de lejitos sin decir nada, lo cual no
quiere decir que comprendan igual de fuerte), mirar a la juventud bella que los
domingos se despliega por el Aguacatal, el Nuevo Mundo, el Pedregal, y el
Séptimo Cielo, en camisas de etamina, frescos así estén acabados de bañar, o
bañados en sudor luego de semejante salsa.
E ir sintiendo que aquel
terror del que hablábamos al principio se va descubriendo (porque las cosas se
descubren, cuando se expresan), y que un día, charlando con un amigo, suas, lo
saca, plasta, pedacito de infierno, te maté araña. Hemos denominado aquello.
Cuándo, si es que se trata de hacer memoria, cuándo fue que comprendimos, y
después de comprender, escribimos el primer poema.
Cuándo fue que hicimos
conciencia del tiempo perdido, de los doce años del colegio en los que los franciscanos,
los jesuitas y los maristas, es decir, toda la gallada nos indicaron todos los
deberes para con los padres, el origen de la materia.
¿La ruta de los
libertadores? Cuando anhelábamos formar parte de la gente linda, y yo ahorraba
toda la semana para poder pegarme un almuerzo en el campestre después de que me
colaba haciéndome pasar por socio ¿se acuerdan? Racines, Urdinola, Ayerbe,
Cabal, Molina y Rivera, se acuerdan que yo me les juntaba, que les copiaba los
modos de vestir, de usar el pelo, de dar la mano, ustedes hablaban de Estados
Unidos, y yo hablaba por ejemplo del viaje que había hecho mi madre a los
Estados Unidos, pero no en plan de placer sino a traer mercancía. Y cuando
llegó la primera fiesta, el momento de la verdad, Pilar Rivera que me dijo lo
siento hermano pero yo no le cojo a usted el paso; y ahora que he descubierto
la salsa, que se me ha abierto el mundo del pueblo, ahora que soy así de feliz
cuando oigo a Richie, a Willie y a Héctor que dicen, Vive tu vida contento y
así vivirás muy bien que si no te apuras te mueres y si te apuras también, me
tengo que contentar con oír apenas, y con ver a mis amigos que tiran paso,
porque yo no puedo, porque yo no sé, porque desde aquella primera fiesta en la
que no me cogieron el paso, parece mentira, pero me inutilizaron la danza. Pero
en fin: tal vez si hubiera bailado la canción completa a todas estas sería
bailarín y no poeta. Pero voy a seguir hablando, de lo que la gente linda me
enseño, me enseño por ejemplo, a construir la individualidad más corrompida que
imaginarse pueda, a no ceder terreno ni ante la mujer que se desea y con la que
se sueña, porque yo soñaba con ciertos tipos de niña linda, de pequitas, de
ojos verdes, modelos de belleza impuestos por ellos, porque ustedes eran poderosos,
de allí fue, seguro, que me enamoré de Martha Lucía, seguro como queriendo
aprender la belleza en abstracto, en su función más inútil; como si la belleza
física no fuera algo con lo que uno se relaciona en la práctica, mucho tiempo
después de que ya había escrito los primeros poemas, que había empezado la
novela, el libro que empecé un día a la salida de cine y que aún ahora no
termino, y quiero decir que también ese sentimiento fue prestado, copiado, cómo
sos de cobarde, cómo sos de inútil, que hasta dejaste que te dictaran leyes
sobre el amor, hermano, y yo iba a la casa de ella y conversábamos en su sofá,
las manitas cogidas, siempre de lejitos, por temor no sé a qué, al mal aliento, a una presencia demasiado cercana.
Era lógico, hermano: sabias que lo que la Gente Linda no podía perdonar era el
mal olor, y a lo mejor vos por no ser de ellos, olías mal, ¿no? Porque ha sido
necesario mucho cine y mucho sol y mucha
salsa para comprender, que ellos son los que huelen mal, hermano. Ese amor
prestado me comenzó a volver nada, no dormía, soñaba con cosas con las que
todavía sueño.
Y al cabo de un tiempo
me volvieron a ofrecer la oportunidad y volví, me llevaron a la Carretera al
Mar en un Mustang a que la viera, que había regresado de Estados Unidos y estaba
más linda que nunca, vuelta una mujer, siempre buscando la belleza como si la
belleza en ese estado puro sirviera para algo. Hubiera sido mejor que me hubiera
quedado con mi amor por las actrices norteamericanas, así no hubiera armado
tanto tropel, hermano. Y ya todos ellos fumaban marihuana. Y creí, engañado
como siempre, que se abría una nueva brecha par un nuevo conocimiento, hermano,
que lo que no se pudo decir antes, lo iba a decir ahora ayudado por la torcida.
¿Qué fue lo que me hizo pensar que iba ser mejor, que iba a resultar, hermano?
Tal vez su belleza. El recuerdo que me traía Elizabeth Taylor, sus ojos. Porque
todavía pienso en ella. La quería humillar y la humillé, medio inconsciente yo
y ella por la torcida. Robots, encima; debajo o la mano adentro. Esa vez
también salí perdiendo, ojalá que lea esto, Martha Lucía, o si usted no lo lee
porque siempre le ha dado pereza leer cosas muy largas que una amiga lo lea y se
lo muestre, ojalá que me comprenda. Porque quiero quitarme culebras de encima. Porque
quiero abrirme al futuro, porque este pasado no me deja. Quiero pedirle perdón por
haberme dejado engañar de usted y de los que le engañan a usted. Perdón por
haber creído pertenecer aún, a ustedes, formar vínculos, cuando todo se repele,
se amenaza, se encontrona. Lo que más me preocupé cuidar fue que usted creyera
que yo pensaba mucho en usted, bueno, ahora le digo, todavía, noches en las que
llueve o no llueve, días en los que levanto medio zurumbático, medio dispuesto
a mejorar el mundo, todavía pienso en usted.
Y todavía me gustaría
hacer un montón de cosas. Igual que con mucha otra gente que amé y desperdicié
y ahora y ahora me ven y a lo mejor se ríen, eso es lo que se me mete y no me
deja ni siquiera escribir tranquilo, ahora estoy escribiendo esto con un miedo
de todos los diablos. Por lo cual concluyo en lo siguiente; como soy una
persona que aprendió lo más importante de la vida con la gente menos sana y
justa y sabia para enseñar lo más importante de la vida, he quedado
imposibilitado para ejercer la función del tú, porque no hago sino estragos en
la otra persona y en mí, a tal punto que ni siquiera he podido con la gente que
verdad es sabia, que miren que estuve en cierta época en medio de un grupo de
gente cuya función es la depuración, camellando en cantidad, de la expresión
artística, por lo tanto, gente que tiene relaciones íntimas con la totalidad y
aun allí hice torpezas, fulminante, pequeñito, flaco, e insignificante. Toda
esta limitación, toda esta pobreza, se la debo a los años pasados en el colegio
San Juan Berchmans, allí donde conocí a ese grupo de Gente Linda. Para que
después no digan que no son peligrosos. Cómo sería que hasta me busqué el Director
Espiritual que les aconsejaba la vida a ellos, el padre José Luis González, para
que mi vida se rigiera bajo los mismos principios, para que me vieran que
pertenecía a ellos.
Bueno, señor lector, y
señora, y joven, y señorita, toda esta carreta de conflicto privado, además de
que me sirve a mí, que me deja más tranquilo, le podría servir a usted en la
medida en que está criticando el cine. Además es para decir otra cosa, de ese
conflicto privado, yo estoy sacando mis temas, pero los estoy haciendo
generales. Los estoy objetivizando. Creo que el procedimiento es válido.
Y estoy tratando de
hacerlos latinoamericanos. Mi Porción, mi pedacito de terror, irá cobrando
expresión, no se preocupen. Hasta que llegue el día en que sirvan a la
comunidad. En el que hagan un bien. Seguro. Por ahora mis cuentos, mis cosas,
no los leen sino mis amigos. Yo soy feliz cuando ellos se ponen felices con lo
que yo escribo. Y así la vida se lleva mejor, porque tampoco podemos ponernos a
pensar todo el tiempo en el pasado. Aunque hay recuerdos que nos pasan por la
cabeza y tenemos que quitárnoslos de encima como si fueran alacranes en la
cara. Que si duran más de un segundo uno se muere. Cada vez que pienso en ella,
me pasa eso.
Fuente
Andrés
Caicedo, El crítico, en busca de la paz,
se da toda la confianza. En: Ojo al Cine, Editorial Norma, 1999, págs.,
34-37.
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