Quienes tenemos formación de
historiadores conocemos académicamente a Eric Hobsbawm (1917-2012) como uno de
los referentes en el escenario de la Historia Social. En algunas de nuestras
clases y seminarios nos tocó por “obligación” y en algunos casos por interés,
acercarnos a sus obras más significativas: La Era de la Revolución, 1789-1848;
La Era del Capital, 1848-1875; La Era del Imperio, 1875-1914; e Historia del
Siglo XX. Sin lugar a dudas estamos ante un escritor que marcó la
historiografía mundial con sus apreciaciones validadas a partir de su propia
experiencia como actor del mundo europeo, y las diversas coyunturas que se
dieron en el siglo que vivió, conoció, y narró.
Además de sus ya reconocidos
textos, encontramos innumerables ensayos publicados en compilaciones o
independientemente, es el caso de A la
Zaga -Decadencia y fracaso de las vanguardias del siglo XX-, texto que
presentamos como elaboración que profundiza sobre un tema que parece al
historiador inglés cautivaba por la erudición que encontramos en diversos ejes
transversales donde la pintura, la literatura, la música, la fotografía y el
cine, tienen cabida. Aclarando que el
autor informa que “este no es un ensayo sobre opiniones estéticas acerca de las
vanguardias”, ni un texto “de mis propios gustos artísticos o preferencias
personales” (p. 10).
Para Hobsbawm el doble fracaso
histórico de las artes visuales denominadas vanguardias,
se debe a un fracaso de la “modernidad”:
…. En
resumen, las numerosas formas de expresar la modernidad-máquina en la pintura o
en las construcciones no utilitarias no tenían absolutamente nada en común
excepto la palabra “maquina” y posiblemente, aunque no siempre, una preferencia
por las líneas rectas sobre las curvas. Y es que no había ninguna lógica que
condicionara las nuevas formas de expresión, y por ello pudieron coexistir
diversas escuelas y estilos, casi todos efímeros, y los mismos artistas podían
cambiar de estilo como de ropa. La “modernidad” reside en los tiempos
cambiantes y no en las artes que tratan de expresarlos (p.14).
El segundo fracaso es la lucha
contra la obsolescencia tecnológica, su no adecuación a lo que Walter Benjamin
denominó “la época de la reproducibilidad técnica”, tema que sirve para ahondar
sobre el uso de la fotografía como artefacto cultural venido del siglo XIX,
concluyendo:
… Finalmente, la literatura había resuelto el
problema del arte en la época de su reproducibilidad técnica desde hace siglos.
La imprenta emancipó la literatura de los calígrafos y de sus subalternos, los
copistas. La brillante invención del volumen encuadernado a tamaño de bolsillo
en el siglo XVI dotó para siempre al libro de su carácter portátil y
multiplicable, que ha superado hasta ahora todos los retos de la tecnología
moderna que se suponía iban a sustituirlo: el cine, la radio, la televisión, el
vídeo, el audio, y, excepto para cuestiones muy específicas, el CD-Rom o la
pantalla del ordenador (p. 22).
Según el historiador, hay muchas
dudas y sin respuestas del por qué entre 1905 y 1914 las vanguardias rompieron
deliberadamente esa continuidad con el pasado, entrando en un punto muerto sin
retorno, lo que bien es una discusión constante mediada por “manifiestos, casi
siempre impenetrables”, y una tensión relativa entre nuevos estilos, el color,
la tradición y la reproducción en poder de las cámaras; valoraciones que están
antecedidas con una referencia directa al caso de los gustos artísticos franceses y la encuesta que hiciera Bourdieu en
los años setentas.
A pesar de aclararnos que dejará
a un lado sus opiniones directas sobre el asunto que analiza -gustos
particulares-, se le escapa un ítem interesante que dimensiona el surrealismo
sobre el cubismo definiéndolo como un arte donde su inspiración no era
eminentemente visual. Sin embargo, a partir de una pregunta sobre el cubismo,
entronca un punto sustancial en el periodo estudiado enfocado al
cinematógrafo:
… ¿fue el
cubismo el movimiento que revolucionó la forma en que todos nosotros -y no sólo
los pintores profesionales- vemos el mundo? […] Pero casi al mismo tiempo que
el cubismo, es decir, a partir de 1907, las películas empezaron a desarrollar
esas técnicas de perspectiva múltiple, enfoques variables y trucos de montaje,
que realmente familiarizaron al gran público, de hecho, a todos nosotros, con
formas de aprehender la realidad por medio de percepciones simultáneas o
cuasi-simultáneas de sus diferentes aspectos; y eso sin necesidad de comentarios
(p.32).
Otra reflexión apunta a la democratización
del consumo estético, venido del cine inicialmente y puesto en comparación con
el Guernica de Picasso y la cinta Lo que el viento se llevó de Fleming, en
el sentido de ser esta última, más revolucionaria desde un punto de vista
técnico.
…por eso
los dibujos animados de Disney, bien que inferiores a la austera belleza de
Mondrian, fueron más revolucionarios que la pintura al óleo y más eficaces para
trasmitir el mensaje que querían. Los anuncios no sólo empaparon la vida diaria
de experiencia estética, sino que acostumbraron a las masas a atrevidas
innovaciones en la percepción visual, que dejó a los revolucionarios del
caballete rezagados, aislados e inanes. Una cámara sobre raíles puede comunicar
la sensación de velocidad mejor que un lienzo futurista de Balla. Lo que hay
que tener en cuenta de las artes verdaderamente revolucionarias es que fueron
aceptadas por las masas porque tenían algo que comunicarles. Sólo en el arte de
vanguardia el medio fue el mensaje. En la vida real, el medio experimentó una
revolución en favor del mensaje (p.36).
La naturaleza sociocultural de
nuestro mundo permeó indudablemente la creación en el vivir de los tiempos. La “crisis”
constante ante paradigmas venidos del ingenio humano en pos de mejorar o
acrecentar un problema, surtieron efectos en la creación, en el ingenio de
representar a través de una manifestación artística, una forma de ver el
contexto y sumarse a su entono por medio de un mensaje tal vez cifrado o
directo, envuelto en el escándalo o por el contrario en el anonimato. Ahí en ese
ir y venir de una identificación inmediata ante el afán de los cambios tecnológicos,
y la implementación de estos, nuestras sociedades sufrieron una metamorfosis
eficaz, representativa y traumática, todo con los criterios de impactar cada
día con los mensajes más eficaces, pero en últimas tenues y ligeros.
Hobsbawm termina su escrito con
tres preguntas (p. 43) que tienen su respectivo análisis a través del encuentro
con los artistas, las obras, y la estética como principio de encadenamiento
entre la creación del ser humano y sus posicionamientos en el hábitat del siglo
XX. Preguntas que “tal vez” puedan servirnos para meticulosamente plantear
otras reflexiones y cruzar los desencuentros con el historiador:
¿La historia de las vanguardias del siglo XX ha
sido totalmente esotérica?
¿Sus efectos han quedado confinados por completo
en un mundo autárquico?
¿Han fracasado sin paliativo en sus proyectos de
expresar y transformar el siglo XX?
Por último, estamos ante un
ensayo que demuestra la ágil interpretación de un estudioso de nuestro siglo
pasado, perfilando ciertos interrogantes con una reflexión de las
vanguardias desde el fenómeno de la modernidad,
y la crisis que representa desde los cambiantes aires de finales del siglo XIX,
y su encuentro con un periodo marcado por los conflictos colonialistas, la
apertura del conocimiento, y esa nueva era de procesos donde el arte jugará un
papel vanguardista marcado por las diferencias, encuentros y desencuentros de
nuestras ciudades, y allí los mensajes, plataformas, y sufrimientos donde un
hombre o una mujer, plasmó con su huella una forma de mirar el mundo.
Fuente
Eric
Hobsbawm, A la Zaga -Decadencia y Fracaso
de las Vanguardias del Siglo XX-. Traducción castellana de Gonzalo Pontón. Crítica,
Barcelona 1999.