Reconocemos en el
escenario de la exhibición cinematográfica, y de la venta de películas en
diversos formatos -incluyendo la piratería-, la oferta por el cine clásico.
Solo es preguntar, y quien guía el negocio, te dirá cuales merecen ese rótulo,
referenciadas por su impacto en la Historia
del Cine a través de algún director, y el reparto que hizo posible esa obra
para tener esa distinción, posicionándola
sobre otras cintas de igual, mayor, o menor valor. Y ese momento de
encumbramiento es por medio de listados, opiniones críticas, y postulaciones que
están inmersas en el movimiento historiográfico que ha indicado las películas
que merecen una reflexión a partir de sus influencias en momentos sociales y
culturales donde se han realizado, entrando en el canon característico que
siempre encontramos en textos de diversa índole editorial.
En su diccionario
teórico y crítico del cine, Aumont y Marie definen Clásico como “la palabra que califica los films, los cineastas, las
escuelas, que para los historiadores representan destacados ejemplos del arte
del cine”; concepto que pasó a ser especifico para designar un período de la
historia de las formas fílmicas, y analizado de forma sistemática por la crítica
ideológica de los años setenta y los análisis textuales que dividieron en dos su
proceso: Cine Clásico y Cine Clásico Hollywoodense (pp. 45-46).
Para estos momentos explican:
[…] En ese
sentido más restringido, se trata de un período de la historia del cine, de una
norma estética y de una ideología. La periodización es incierta, pero a menudo
se considera que la época clásica culmina a fines de los cincuenta, con el
desarrollo de la televisión –que asesta un corte definitivo a la preponderancia
del cine como medio de comunicación- y la emergencia del “nuevo cine” europeo,
que pone en entredicho el estilo de la transparencia. El comienzo es más difícil de fijar, pero se remonta
por lo menos a los años veinte, decenio durante el cual la industria
hollywoodense ya construyó su estructura oligopólica, y cuyo estilo ya está
definido (p. 46).
El párrafo se instaura en los primeros cincuenta años del siglo XX con la etapa silente, la aparición
del filme sonoro, el desarrollo de los géneros cinematográficos, el fortalecimiento
del Studio System, el Star System, en plena postguerra cuando la televisión entra
en las casas estadounidenses, y los Nuevos
Cines materializan un movimiento desde el viejo continente con cierto
arraigo en Latinoamérica. Si ponemos en el tablero todos estos hitos del séptimo
arte, encontramos que las obras artísticas tienen una connotación específica y
marcada por su ascenso tecnológico e industrial, dos sellos relevantes que posicionaron
el cine como objeto determinante en ciertos aspectos de la cotidianidad,
representados en el espacio público a través de sus estudios y teatros, la
puesta en escena del momento histórico mundial, y su entrada como objeto de
estudio en diversos campos académicos.
La reflexión sirve para
tener en cuenta la definición de Bordwell y Thompson al anunciarnos:
[…]El
número de posibles narrativas es limitado. Sin embargo, a través de su
historia el cine de ficción ha tendido a
estar dominado por un solo modo de forma narrativa. Nos referimos a este modo
dominante como el “cine clásico de Hollywood”. Dicho modelo es clásico gracias a
su larga, estable e influyente historia, y “de Hollywood” porque adquirió su
forma definitiva en las películas de los estudios estadounidenses” (p. 76).
Herederos de ese esquema
artístico en el orden de la cinefilia, no lo fue tanto en el fortalecimiento de
los llamados cines nacionales y sus esquemas jurídicos y de infraestructura para
una industria relevante, características que en Colombia fueron opacas y problemáticas
a pesar de algunas obras que se enmarcan en un contexto particular a gran distancia
de otras cinematografías del continente, y que en el presente se sacude ante
otro momento de la producción, los apoyos, y las tecnologías.
Uno de los libros que
desarrolla de forma práctica, y con ejemplos relevantes de apoyo a la
estructura narrativa de su objetivo, es el texto de Eduardo A. Russo sobre el
cine clásico. Tres capítulos –Historias, Discursos, Relecturas- posicionan varias
definiciones, debates y desencuentros con el concepto a partir de autores como
Douchet, Bordwell, Bazin, Rohmer, Liandrat-Gigues, Leutrat, McDonald, entre
otros. Esta guía de estudio posibilita un acercamiento académico que obliga la
búsqueda de esas fuentes referenciadas en sus citas extensas para ubicar los
análisis propuestos por el autor:
[…] En síntesis,
tanto en la historia como en las pantallas del presente persisten formas y
signos de algo que insiste y es por lo común detectado como clásico, que exigen
ser reexaminadas o incluso observarlas como por vez primera, a la luz de esa
aventura mayor de la modernidad que el cine sigue, hasta hoy, encarnando en el
mundo contemporáneo (p. 15).
Esa posibilidad en el
mundo contemporáneo propuesta por el autor, es ilustrada en las relecturas con el acápite cine clásico, pantalla contemporánea,
analizando la obra de Jean-Luc Godard y Clint Eastwood, directores venidos de
dos estilos cinematográficos diferentes, pero amparados en la sombra del cine
de autor y ante todo vigentes.
¿Cómo percibimos el cine
clásico en la pantalla contemporánea? Podríamos responder esta pregunta a partir
de los diversos espacios de exhibición que tenemos en la actualidad, los de
observación, y los de encuentro académico en el aula de clase donde se enseña
la historia del cine. Para observarlas, es notorio que algunos ciudadanos les
gusta comprar y tener en sus acervos fílmicos “lo mejor del cine clásico”,
usando su casa para reencontrase con una obra que lo llenó visualmente en el
pasado y por la cual rememora una época en particular. O visita una cinemateca,
cine club, sala independiente, biblioteca
o centro cultural, y se programa “clásicamente” para verla. También utiliza la
parrilla televisiva, y uno de sus canales especializados para tenerla a su
antojo de espectador casero.
En el ámbito académico
acercarse al Cine Clásico desde su
concepto, y obras, es una obligatoriedad, lo asumimos como un momento relevante
a la hora de explicar su influjo con la aparición de los géneros, la
importancia del director, y su discurso en los procesos de periodización,
debate y coyuntura en el presente; así muchos estudiantes crean que el “cine
nació” con Pulp Fiction -1994- de
Quentin Tarantino –a propósito, comienza a ser un clásico-, y que el cine
colombiano antes de La estrategia del
Caracol -1993- de Sergio Cabrera, no existe.
En conclusión, el cine clásico
hace parte de nuestro consumismo fílmico en momentos privados y públicos.
Necesitamos de estas obras para conocer la historia del cine, y su representación
artística en el contexto de un período particular marcado por las dinámicas de
la sociedad mundial, y sus turbulencias; las cuales han sido recreadas directa
e indirectamente con esquemas narrativos que posibilitan en la actualidad tenerlas
como esenciales para un conocimiento del pasado, o como simples menciones de
una periodicidad básica en la estructura de una tradición que rescata y desecha
según los cánones impuestos por gustos críticos y académicos desde un lugar de
enunciación.
Nota: En los últimos meses dos cadenas de cine en nuestro país
han programado obras que se instauran dentro del concepto de Cine Clásico, el
caso de un ciclo de Chaplin en Cine
Colombia, y de obras como Casablanca, El
Padrino, El Exorcista, El Resplandor, Chinatown, Scarface, Rocky, Terminator, etc, en
Cinemark.
Bibliografía
-David
Bordwell, Kristin Thompson, Arte
cinematográfico, Mc Graw Hill, México,
1993.
-Eduardo
A. Russo, El cine clásico, Manantial,
Buenos Aires, 2008.
-Jacques
Aumont, Michel Marie, Diccionario teórico
y crítico del cine, la marca editora, Argentina, 2006.