20.6.15

Pantallas de plata: Memorias de un cinéfilo

El escritor mexicano Carlos Fuentes (1928-2012), dejó organizado una serie de notas dedicadas al cine y su conocimiento sobre la vida de actrices, actores, directores, y películas. Obra interesante que denota la cinefilia del autor a través de un ejercicio de memoria desigual en sus contenidos temáticos expuestos en diecisiete capítulos: Vamos al cine, Salón Victoria, Hazlos reír, El león ruge, El reino del hampa, Los obreros del cine, Las reinas de Hollywood, Extraños en el Paraíso, Los musicales, Los comediantes, Garbo y Dietrich, Cine mexicano, Europa en limbo, Retrato de un director, Importaciones, Rosellini, Secundarios y primarios.

La lectura de titulares en un periódico fechado el 12 de septiembre de 1930, sirve para introducirnos en el mundo de un día regular en asuntos políticos, temas de crónica roja, anuncios publicitarios, y actos circenses; llegando ese momento donde las luces, el espectáculo, y el glamour, se unen para indicarnos toda una descarga de estrellas en sus espacios artísticos que denotan otro interés: “Abres una página encantada, donde el nubarrón gris de la impresión previa cede el lugar a rayos dorados y nubes esponjadas. Esa página te esperaba como un cielo azul después de las tormentas. Es la hoja encantada” (p. 11).

Fuentes decide unir a través del Teatro Esperanza, el Teatro Garibaldi, el Teatro Lírico, el Cine Regis, el Cine Imperial, el Cine Olimpia, el Cine Alarcón, y un concurso para denominar el nuevo teatro de cine capitalino que al final se denominaría Cine Balmori; un resumido escenario del contexto social y político mexicano a través de la cultura cinematográfica y algunos de su interpretes más connotados con el paso del silente al sonoro por medio de las imágenes en movimiento, algo que conecta directamente con el Salón Victoria, su padre y la capital de Veracruz.

La risa se asoma con “la difícil disciplina del acto visual puro”, “más sentimental y narrativo con Charles Chaplin; más austero y visual con Buster Keaton”, y así sus obras de ciernen en el espectáculo de una industria que se ve fortalecida con el drama envuelto en risa con los criterios básicos del entretenimiento, incluyendo al cine “marxista” de los hermanos Marx que “pasan del teatro de vodevil al cine sin rupturas”, o el Gordo y el Flaco que “llevaron la anarquía hasta extremos delirantes”; al igual que muchos otros cómicos de antaño que vieron en sus capacidades histriónicas el valor agregado para sacarle al público lo mejor de su risa, lo que el autor presenta para dejar en el lector la intención directa de conocerlos y vincularlos al momento aquel donde la risa fue mucho mas que alegría y puesta en escena (pp. 35-43).

La frase “el León ruge. Los actores hablan”, nos sirve como analogía para significar el papel de los estudios y sus relaciones primarias con las estrellas, y eso en la pluma de Carlos Fuentes, se ejemplifica con su ágil forma de entrelazar anécdotas, películas, y en ellas -entre otros-, Clark Gable, Claudette Colbert, Douglas Fairbanks Jr., Marilyn Monroe, Montgomery Clift, y Joan Crawford, actriz que sirve para presentar en su mundo, el mundo de muchas que tocaron el salón de la fama hollywoodense, conociéndola en su intimidad neoyorquina con la experiencia decidida de muchos rollos de imágenes en movimiento para sentenciar en medio de la cena: “Las actrices de hoy se creen reinas de Hollywood, no saben de lo que hablan, Las reinas éramos nosotras”(pp. 45-62).


El denominado Cine Negro tuvo en los gánster, la prohibición del alcohol, y los escenarios lúgubres, un telón de fondo que recreaba la situación social de incertidumbre y desasosiego influenciada por la gran depresión de 1929; cine o tema social que llama el autor para enfocarnos en una forma particular de contar historias tan reales y cotidianas de un momento especial en la vida norteamericana:

[…] Aliados a los poderes del momento. Capone y sus congéneres rara vez fueron castigados. Cuando Roosevelt puso fin a al prohibición en 1933. Hollywood descubrió la veta de la actividad criminal y correspondió a la Warner Bros, la compañía dura y ruda de cintas en blanco y negro sin barniz, elevar el tema a un estilo de cine en el que el gánster se provecha de la prohibición para ascender meteóricamente y –el que la hace la paga- caer con idéntica velocidad (p. 66).

Para Carlos Fuentes “los obreros del cine” se encajan en la acción del director como dinamizador de la especificidad en el cine, escogiendo los nombres de William Wellman, King Vidor, y Rouben Mamoulian para denotar su gusto por ellos, y las películas que lo marcaron como espectador (p. 71-83). Fiel al anterior capítulo, esta vez el objetivo son ellas, las del Star System: Bette Davis y Barbara Stanwyck, “las reinas de Hollywood”, gran territorio para pocas divas (p.86-102), entrando en un texto aparte, las figuras de Greta Garbo y Marlene Dietrich. Las escasas dos páginas del capitulo 8 titulado “extraños en el paraíso”, se dedican de un “brochazo” al director alemán Ernst Lubitsch (105-106). Igual ocurre con otras secciones que tal vez el autor despacha rápidamente ante la difícil tarea de rememorar.

A propósito del cine mexicano, los títulos que se exponen están claramente vinculados a la Edad de Oro, “años de gloria y miseria, de arte y de idiotez” que Fuentes llama para dejar algunos nombre del presente fílmico de su país. Él, fiel a los listados, nos deja siete obras que considera básicas del período: La sombra del caudillo, de Julio Bracho; El compadre Mendoza, de Fernando de Fuentes; Vámonos con Pancho Villa, de Fernando de Fuentes;  Santa, de Norman Foster; Flor Silvestre, de Emilio Fernández;  Nosotros los pobres, de Ismael Rodríguez; finalmente Campeón sin corona, de Alejandro Galindo (pp. 131-142).

El cine expresionista, y Alemania, son el telón de fondo para llevarnos por las fronteras de esas obras, directores, y actrices, que se desenvolvieron en un momento turbulento para las esperanzas del mundo en pleno siglo XX; Europa y América representan el espacio geográfico donde el cine permeó la esperanza y desarrollo de obras magistrales que hoy siguen vigentes (pp. 143-151).

Frank Capra –Capracorn- también tiene su homenaje en el olimpo de Carlos Fuentes, que según él, “sin los alicientes del tiempo, perdió la brújula y se desvaneció en un cine comercial insignificante, al servicio de las estrellas (Frank Sinatra, Bette Davis)”, en resumen, el retrato escueto de un director (p. 153-157). Finalmente, los tres últimos capítulos no se alejan de la forma y estilo literario de llevarnos por cintas, directores, actrices, y actores en medio del anecdotario (pp. 161-174).

Uno de los aportes significativos de los literatos en la historia de la humanidad, fuera de sus obras que encajan en la ficción y realidad de sus espacios geográficos, es su cercanía con el cine, especialmente aquellos que sobrevivieron al invento del cinematógrafo en el siglo XX. Las adaptaciones de sus obras, la escritura de guiones, la participación en festivales, sus cercanías con la crítica, su actividad como críticos y cinéfilos; posibilitan conocer esa vieja relación entre cine y literatura y sus encuentros con el cine que vieron, los espacios donde fue ese encuentro, y los autores que les sirvieron de referente para entender las obras, géneros y movimientos del séptimo arte en el escenario fílmico nacional e internacional.      

El libro de Carlos Fuentes suma al gusto particular de entrar por medio de sus notas a lo que vio y percibió en el cine con el encuentro lejano de las notas de prensa, la atmósfera de una sala de cine, o el propio encuentro con parte de la “fauna” que estuvo en la producción cinematográfica; por eso el dato, la minucia, la anécdota, y la brevedad con la que en últimas nos entrega sus “pantallas de plata”.   

Es un libro desigual e irregular en sus contenidos, que deja a medias temas que podrían ser mejor llevados en una escritura amena, y menos rápida para salir del paso. Sin embargo, el texto cobra cierta relevancia para los que nos gusta el cine, por permitirnos a través de la intimidad de los recuerdos conocer las influencias y gustos personales de una cinefilia extrañamente cautivante que denota constantemente esa afición por el cine clásico hollywoodense.      

*Carlos Fuentes, Pantallas de Plata, Alfaguara, Colombia, 2014. Págs., 190.                              

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