23.6.15

Cita con los clásicos

Reconocemos en el escenario de la exhibición cinematográfica, y de la venta de películas en diversos formatos -incluyendo la piratería-, la oferta por el cine clásico. Solo es preguntar, y quien guía el negocio, te dirá cuales merecen ese rótulo, referenciadas por su impacto en la Historia del Cine a través de algún director, y el reparto que hizo posible esa obra para tener esa distinción,  posicionándola sobre otras cintas de igual, mayor, o menor valor. Y ese momento de encumbramiento es por medio de listados, opiniones críticas, y postulaciones que están inmersas en el movimiento historiográfico que ha indicado las películas que merecen una reflexión a partir de sus influencias en momentos sociales y culturales donde se han realizado, entrando en el canon característico que siempre encontramos en textos de diversa índole editorial.

En su diccionario teórico y crítico del cine, Aumont y Marie definen Clásico como “la palabra que califica los films, los cineastas, las escuelas, que para los historiadores representan destacados ejemplos del arte del cine”; concepto que pasó a ser especifico para designar un período de la historia de las formas fílmicas, y analizado de forma sistemática por la crítica ideológica de los años setenta y los análisis textuales que dividieron en dos su proceso: Cine Clásico y Cine Clásico Hollywoodense (pp. 45-46).

Para estos momentos explican:

[…] En ese sentido más restringido, se trata de un período de la historia del cine, de una norma estética y de una ideología. La periodización es incierta, pero a menudo se considera que la época clásica culmina a fines de los cincuenta, con el desarrollo de la televisión –que asesta un corte definitivo a la preponderancia del cine como medio de comunicación- y la emergencia del “nuevo cine” europeo, que pone en entredicho el estilo de la transparencia.  El comienzo es más difícil de fijar, pero se remonta por lo menos a los años veinte, decenio durante el cual la industria hollywoodense ya construyó su estructura oligopólica, y cuyo estilo ya está definido (p. 46).

El párrafo se instaura en los primeros cincuenta años del siglo XX con la etapa silente, la aparición del filme sonoro, el desarrollo de los géneros cinematográficos, el fortalecimiento del Studio System, el Star System, en plena postguerra cuando la televisión entra en las casas estadounidenses, y los Nuevos Cines materializan un movimiento desde el viejo continente con cierto arraigo en Latinoamérica. Si ponemos en el tablero todos estos hitos del séptimo arte, encontramos que las obras artísticas tienen una connotación específica y marcada por su ascenso tecnológico e industrial, dos sellos relevantes que posicionaron el cine como objeto determinante en ciertos aspectos de la cotidianidad, representados en el espacio público a través de sus estudios y teatros, la puesta en escena del momento histórico mundial, y su entrada como objeto de estudio en diversos campos académicos.

La reflexión sirve para tener en cuenta la definición de Bordwell y Thompson al anunciarnos:

[…]El número de posibles narrativas es limitado. Sin embargo, a través de su historia  el cine de ficción ha tendido a estar dominado por un solo modo de forma narrativa. Nos referimos a este modo dominante como el “cine clásico de Hollywood”. Dicho modelo es clásico gracias a su larga, estable e influyente historia, y “de Hollywood” porque adquirió su forma definitiva en las películas de los estudios estadounidenses” (p. 76).

Herederos de ese esquema artístico en el orden de la cinefilia, no lo fue tanto en el fortalecimiento de los llamados cines nacionales y sus esquemas jurídicos y de infraestructura para una industria relevante, características que en Colombia fueron opacas y problemáticas a pesar de algunas obras que se enmarcan en un contexto particular a gran distancia de otras cinematografías del continente, y que en el presente se sacude ante otro momento de la producción, los apoyos, y las tecnologías.    


Uno de los libros que desarrolla de forma práctica, y con ejemplos relevantes de apoyo a la estructura narrativa de su objetivo, es el texto de Eduardo A. Russo sobre el cine clásico. Tres capítulos –Historias, Discursos, Relecturas- posicionan varias definiciones, debates y desencuentros con el concepto a partir de autores como Douchet, Bordwell, Bazin, Rohmer, Liandrat-Gigues, Leutrat, McDonald, entre otros. Esta guía de estudio posibilita un acercamiento académico que obliga la búsqueda de esas fuentes referenciadas en sus citas extensas para ubicar los análisis propuestos por el autor:

[…] En síntesis, tanto en la historia como en las pantallas del presente persisten formas y signos de algo que insiste y es por lo común detectado como clásico, que exigen ser reexaminadas o incluso observarlas como por vez primera, a la luz de esa aventura mayor de la modernidad que el cine sigue, hasta hoy, encarnando en el mundo contemporáneo (p. 15).

Esa posibilidad en el mundo contemporáneo propuesta por el autor, es ilustrada en las relecturas con el acápite cine clásico, pantalla contemporánea, analizando la obra de Jean-Luc Godard y Clint Eastwood, directores venidos de dos estilos cinematográficos diferentes, pero amparados en la sombra del cine de autor y ante todo vigentes.

¿Cómo percibimos el cine clásico en la pantalla contemporánea? Podríamos responder esta pregunta a partir de los diversos espacios de exhibición que tenemos en la actualidad, los de observación, y los de encuentro académico en el aula de clase donde se enseña la historia del cine. Para observarlas, es notorio que algunos ciudadanos les gusta comprar y tener en sus acervos fílmicos “lo mejor del cine clásico”, usando su casa para reencontrase con una obra que lo llenó visualmente en el pasado y por la cual rememora una época en particular. O visita una cinemateca, cine club,  sala independiente, biblioteca o centro cultural, y se programa “clásicamente” para verla. También utiliza la parrilla televisiva, y uno de sus canales especializados para tenerla a su antojo de espectador casero.

En el ámbito académico acercarse al Cine Clásico desde su concepto, y obras, es una obligatoriedad, lo asumimos como un momento relevante a la hora de explicar su influjo con la aparición de los géneros, la importancia del director, y su discurso en los procesos de periodización, debate y coyuntura en el presente; así muchos estudiantes crean que el “cine nació” con Pulp Fiction -1994- de Quentin Tarantino –a propósito, comienza a ser un clásico-, y que el cine colombiano antes de La estrategia del Caracol -1993- de Sergio Cabrera, no existe.

En conclusión, el cine clásico hace parte de nuestro consumismo fílmico en momentos privados y públicos. Necesitamos de estas obras para conocer la historia del cine, y su representación artística en el contexto de un período particular marcado por las dinámicas de la sociedad mundial, y sus turbulencias; las cuales han sido recreadas directa e indirectamente con esquemas narrativos que posibilitan en la actualidad tenerlas como esenciales para un conocimiento del pasado, o como simples menciones de una periodicidad básica en la estructura de una tradición que rescata y desecha según los cánones impuestos por gustos críticos y académicos desde un lugar de enunciación.        

Nota: En los últimos meses dos cadenas de cine en nuestro país han programado obras que se instauran dentro del concepto de Cine Clásico, el caso de un ciclo de Chaplin en Cine Colombia, y de obras como Casablanca, El Padrino, El Exorcista, El Resplandor, Chinatown,  Scarface, Rocky, Terminator, etc, en Cinemark.                       

Bibliografía
-David Bordwell, Kristin Thompson, Arte cinematográfico,  Mc Graw Hill, México, 1993.
-Eduardo A. Russo, El cine clásico, Manantial, Buenos Aires, 2008.
-Jacques Aumont, Michel Marie, Diccionario teórico y crítico del cine, la marca editora, Argentina, 2006.          


  

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