A mediados del siglo XX encontramos otra información sobre el cine, en 1907 llegó a Cali una
empresa que con electricidad producida por un dínamo portátil, exhibió las
primeras películas móviles, además:
[…] La sorpresa de
nuestra ciudad al darse cuenta del cine, de que las figuras humanas caminaban y
adoptaban posturas diferentes; de que los animales corrían con toda
naturalidad, sobre el telón, fue extraordinaria, decimos, y no puede olvidarse.
Es recordable el grito de admiración de una mujer al ver, en el Teatro Borrero,
la aparición de un caballo que movía orejas y cola y obedecía el cabestro con
toda naturalidad. Esta empresa de cine fue traída aquí por un cubano. La ciudad
no cesaba de comentar el propio espectáculo.
Después en los años
siguientes, hasta 1913, pasaban por aquí diversos empresarios, con sus
proyectores que inicialmente atraían a las gentes. Pero las películas se
exhibían sin ofrecer las empresas a los
asistentes ninguna comodidad. Parados veían éstos todo, especialmente en el
patio de la casa Municipal, ubicada en el lugar donde se erigió el palacio para
oficinas nacionales, los films cinematográficos. Las películas se contraían a
cosas en verdad ingenuas. La vista del mar causaba perplejidad al público. Nada
adquiere mayor belleza y relieve como el agua sobre el lienzo cinematográfico.
Fue 1913 el año en que
apareció aquí el cine y fue organizado como empresa permanente, con asientos
para el público asistente, es decir, con las mayores comodidades antes
desconocidas. La empresa logro resonante y feliz suceso, en su etapa inicial,
pero vino después la competencia que arruinó a los dos contendores, y los
obligó ya debilitados, a unirse, con lo que los iniciadores resultaron
lesionados gravemente y sacados del negocio.
Entonces en aquellos
días lejanos, empezó la confección de las películas, digamos con temarios, en
las que aparecían obras de mundial celebridad, como “Los Miserables” de Víctor
Hugo, y otras de gran importancia que provocaban el delirio de las gentes.
Había alguna imperfección en los mecanismos de entonces, pero siempre brindaban
al público una diversión amena y colmada de interés.
No olvidamos el slogan
empleado, desde luego sin necesidad, por las empresas cinematográficas de esa
época: El teatro es mera parodia de la vida. El cine es la vida misma.
(Relator, 1956).
El anónimo escritor del
texto periodístico parece haber sido testigo de algunos asuntos narrados,
aportando para el presente particularidades de ese proceso de consolidación del
cine como negocio y espectáculo: primero, el asombro del público asistente ante
ciertas imágenes que los dejaban perplejos, claro indicio de una novedad de
divertimento que aportaba al monótono vivir de Cali, además de indicarnos que
dicha empresa cinematográfica era de propiedad de un cubano que la vinculaba a
las actividades del Teatro Borrero como añadidura a otros espectáculos;
segundo, la llegada de otras personas con proyectores fílmicos que aunque
atraían a los espectadores la comodidad no era apropiada, de pie soportaban la
exhibición; tercero, ubicar 1913 como el año en que se instituyó el cine como
una empresa permanente y de comodidades para este tipo de distracción; cuarto,
el factor de la competencia que parece causó un detrimento en la cual no
salieron favorecidas dos empresas cinematográficas, en este punto hay una
referencia que ayuda identificarlas, según Hernando Martínez Pardo al narrarnos
las primeras empresas distribuidoras de cine en Colombia, en Cali funcionaron
en 1913 Cine Universal y Cine Olympia[i] explicando
una controversia a partir de una referencia por medio de un documento publicado
el 26 de noviembre de 1913 en su número 28 titulado El Defensor:
[…]El Cine Universal
daba sus funciones en el Palacio Municipal por determinada suma. Más tarde vino
el cine Olympia y, como era natural, el Municipio sacó el teatro a licitación,
luego que hubo terminado el plazo del contrato del cine Universal. Iban estos
dos empresarios a entrar en licitación en franca lid, quedándose con el teatro
la empresa que aportara mayor suma para el arrendamiento del mismo. Se pensaba
que los dos iban a competir sanamente, peo al abrir la licitación entró en
discordia un tercer Cine, elevando tanto los valores del arrendamiento, que las
dos empresas iníciales tuvieron que retirarse.
Al día siguiente de la
adjudicación, este tercer cine se declaró en quiebra, quedando lógicamente con
el teatro el Cine Universal, y pagando la primitiva suma de arrendamiento,
burlando claro está, al Concejo Municipal, a los habitantes y a los empresarios
del Cine Olympia. El Concejo al saber la tramoya resolvió no alquilar más el
teatro, ni al Cine Universal, ni al Cine Olympia ni a ningún otro. Por todo
esto, el Cine Universal resultó perdiendo, ya que no puede volver a presentar
proyecciones, hasta que no terminen el salón de su propiedad (Martínez, 1978,
pp.26-27).
Regresando a las
crónicas sobre esos primeros años de la exhibición cinematográfica en Cali,
relacionando la remota época del cine silente, Alirio Piedrahita Camacho nos
entrega un interesante texto (El País, 2 de febrero 1964), inicialmente
referenciando nuevamente al Teatro
Borrero como pionero de diversos espectáculos donde el cine entró como
novedad en las diversas variedades –el teatro, la comedia, la velada lírica, la
opereta, la zarzuela-; al Teatro
Variedades que pertenecía al ciudadano P.P Jambrina y que pasaría a nuestra
historia cinematográfica como director de Garras
de oro en 1926; y el Salón Edén. Según el cronista, el primer teatro de
cine mudo estuvo en manos del italiano Donato Di Doménico, quien aprovecho la
inauguración de la luz eléctrica en 1910 para empezar su negocio privado con un
proyector Pathe, en un espacio ubicado
hacia la esquina del costado sur de la plazoleta de Santa Rosa en el
centro de la población, sin un nombre característico, simplemente reconocido
como “el cine de Don Donato”, y bajo un telón de fondo blanco pequeño templado
sobre un marco grande de guadua, los asistentes novicios se acercaron con
cierto fervor al cine de aventuras y suspenso.
Piedrahita afirma que Di
Doménico construiría luego –donde actualmente se encuentra el Teatro Isaacs- un
nuevo sitio de esparcimiento denominado Salón
Moderno, edificación de madera y
guadua que constaba de tres plantas divididas en platea, palco y galería
–gallinero-. También se reseña otro pionero de la exhibición que no contó con
la suerte suficiente para soportar su negocio, el dominicano Ramón Silva, que en 1911 fundó lo que llamó Nuevo Circo “este coliseo fue destruido
en cierta ocasión por una chusma enfurecida de gamines y adultos que,
disgustados por el fracaso de una película de las llamadas “latas”, procedieron
sin contemplaciones a derribar la rústica ramada del Teatro de don Ramón” (El
País, 1964). Otra referencia está dirigida al Teatro Colombia –propiedad del circuito Cine Colombia-, cuya existencia empezó en 1929, y
para la época en que se pública la crónica, todavía permanecía activo, teniendo
el honor de ser el primer teatro donde se exhibió una película parlante
titulada Alas en el año 1937. Un aporte de esta reseña periodística nos ayuda a
identificar las características de esos viejos teatros pioneros de la
exhibición cinematográfica como empresa en el entorno social de la ciudad:
MUSICA MAESTRO
Para amenizar las
funciones durante la proyección y al final del espectáculo, el empresario
contrataba previamente la banda de músicos o una “orquesta de cuerdas”, en
último caso, amenizaba sus películas con música al final..., las entradas eran
muy concurridas, especialmente cuando se trataba de películas de aventuras. La
propaganda para atraer el público consistía en repartir programas timbrados en
papel ordinario de colores y también por medio
de “bocinas” parladas en las esquinas…
LOS INTERMEDIOS
En la mitad del
espectáculo, los empresarios hacían una pausa (habrían un compás de espera)
destinada al descanso de las recalentadas máquinas, preparación de los demás
rollos y también para que el respetable consumiera sus golosinas (mecato), se tomará sus frescolas,
saboreará los ricos cholados y demás comestibles que vendían dentro y fuera del
teatro.
ENTRADAS
Durante el desarrollo de
esta nueva diversión científica, extranjera, privada y colectiva del CINE MUDO
en nuestro añejo ambiente de comienzos del siglo XX, los precios de las boletas
de entrada al espectáculo era de DIEZ CENTAVOS para el palco y de CINCO
CENTAVOS para los de galería. Cuando se trataba de “salas” al aire libre
(solares, patios) entonces valía cinco centavos la entrada general.
Los teatros pioneros en
la industria cinematográfica caleña hicieron parte de un circuito muy
importante que involucró a la sociedad en un espacio de diversión único que
avanzaba conforme al crecimiento urbanístico de la ciudad, promoviendo una
serie de espacios que con el tiempo identificamos como Teatros de Barrio, fortalecidos en la década del cincuenta,
sesenta, setenta y ochenta del siglo XX, pero venidos en detrimento con los
cambios efectuados en la exhibición cinematográfica de la empresa Cine Colombia[i], que en
mayoría las administraba, instalando sus salas en los llamados Cineplex ubicados en centros
comerciales. Pero también existieron casos donde particulares eran dueños de
sus salas y entraban en el negocio de la exhibición, contratando con las casas
distribuidoras existentes en el país, con sucursales en las principales
ciudades, algo que en la actualidad está centralizado en la ciudad de Bogotá.
Con seguridad los recuerdos de muchas personas en su
asistencia a cine, le rememoran un teatro particular ubicado en su barrio, con
función doble, y la posibilidad de seguir allí para repetirlas. La cultura
cinematográfica por lo tanto fue cimentada en estos espacios y tal vez con la
niñez y juventud vieron en el séptimo arte la posibilidad de seguir una carrera
profesional, como directores de cine o académicos investiga[1]dores;
críticos de lo observado bajo la
oscuridad, que reflejaba en un telón imágenes en movimiento, fundaron
cineclubes, grupos de estudio, revistas especializadas e hicieron cine.
[i]La empresa fue
fundada en 1927 por industriales antioqueños para a la explotación de espectáculos
públicos y cinematográficos, dentro de sus negocios estuvo el de la adquisición
de la empresa Di Doménico hermanos en 1928, lo que significaba en cierta medida
entrar en el monopolio cinematográfico de las principales ciudades del país,
con dedicación exclusiva al exhibición, más no a la producción. Ver
Martínez Pardo, Hernando (1978). Historia
del Cine Colombiano, Librería y Editorial América Latina, Bogotá, pp. 28-30.
[i]Ramiro
Arbeláez afirma: “Las empresas Cine Olympia y Cine Universal editaban en Cali
sendas revistas para promocionar sus películas y dar información general
concerniente al cine. Ellas fueron: El Olympia, órgano del teatro Olympia,
editada en Cali a partir del 19 de noviembre de 1.913 por la Compañía Nacional
de Cinematógrafos, que trae en su primer número una referencia velada al pleito
de la licitación y un planteamiento en favor de la libre competencia; la
segunda revista es El Cine Universal, de la que no quedan ejemplares ni se
conocen fechas de publicación, sólo la reproducción que hace la revista El Kine
de Sincelejo, en 1.914, de un artículo escrito en la revista caleña por Tulio
Hermil con el título "¿Qué es el cine?", donde plantea que "La
misión del cinematógrafo, como la de la prensa, es esencialmente civilizadora.
Hacer obra de verdad, obra de belleza, hacer obra de progreso: he ahí su
fin". En Arbeláez, Ramiro (1999). El
Cine en el Valle del Cauca, En Historia de la Cultura del Valle del Cauca
en el Siglo XX, Proartes 20 años, Editorial Feriva, Cali.
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