28.2.14

El cine llega a Cali –segunda parte-

A mediados del siglo XX encontramos otra información  sobre el cine, en 1907 llegó a Cali una empresa que con electricidad producida por un dínamo portátil, exhibió las primeras películas móviles, además:

[…] La sorpresa de nuestra ciudad al darse cuenta del cine, de que las figuras humanas caminaban y adoptaban posturas diferentes; de que los animales corrían con toda naturalidad, sobre el telón, fue extraordinaria, decimos, y no puede olvidarse. Es recordable el grito de admiración de una mujer al ver, en el Teatro Borrero, la aparición de un caballo que movía orejas y cola y obedecía el cabestro con toda naturalidad. Esta empresa de cine fue traída aquí por un cubano. La ciudad no cesaba de comentar el propio espectáculo.
Después en los años siguientes, hasta 1913, pasaban por aquí diversos empresarios, con sus proyectores que inicialmente atraían a las gentes. Pero las películas se exhibían sin ofrecer  las empresas a los asistentes ninguna comodidad. Parados veían éstos todo, especialmente en el patio de la casa Municipal, ubicada en el lugar donde se erigió el palacio para oficinas nacionales, los films cinematográficos. Las películas se contraían a cosas en verdad ingenuas. La vista del mar causaba perplejidad al público. Nada adquiere mayor belleza y relieve como el agua sobre el lienzo cinematográfico.
Fue 1913 el año en que apareció aquí el cine y fue organizado como empresa permanente, con asientos para el público asistente, es decir, con las mayores comodidades antes desconocidas. La empresa logro resonante y feliz suceso, en su etapa inicial, pero vino después la competencia que arruinó a los dos contendores, y los obligó ya debilitados, a unirse, con lo que los iniciadores resultaron lesionados gravemente y sacados del negocio.
Entonces en aquellos días lejanos, empezó la confección de las películas, digamos con temarios, en las que aparecían obras de mundial celebridad, como “Los Miserables” de Víctor Hugo, y otras de gran importancia que provocaban el delirio de las gentes. Había alguna imperfección en los mecanismos de entonces, pero siempre brindaban al público una diversión amena y colmada de interés.
No olvidamos el slogan empleado, desde luego sin necesidad, por las empresas cinematográficas de esa época: El teatro es mera parodia de la vida. El cine es la vida misma. (Relator, 1956).

El anónimo escritor del texto periodístico parece haber sido testigo de algunos asuntos narrados, aportando para el presente particularidades de ese proceso de consolidación del cine como negocio y espectáculo: primero, el asombro del público asistente ante ciertas imágenes que los dejaban perplejos, claro indicio de una novedad de divertimento que aportaba al monótono vivir de Cali, además de indicarnos que dicha empresa cinematográfica era de propiedad de un cubano que la vinculaba a las actividades del Teatro Borrero como añadidura a otros espectáculos; segundo, la llegada de otras personas con proyectores fílmicos que aunque atraían a los espectadores la comodidad no era apropiada, de pie soportaban la exhibición; tercero, ubicar 1913 como el año en que se instituyó el cine como una empresa permanente y de comodidades para este tipo de distracción; cuarto, el factor de la competencia que parece causó un detrimento en la cual no salieron favorecidas dos empresas cinematográficas, en este punto hay una referencia que ayuda identificarlas, según Hernando Martínez Pardo al narrarnos las primeras empresas distribuidoras de cine en Colombia, en Cali funcionaron en 1913 Cine Universal y Cine Olympia[i] explicando una controversia a partir de una referencia por medio de un documento publicado el 26 de noviembre de 1913 en su número 28 titulado El Defensor:

[…]El Cine Universal daba sus funciones en el Palacio Municipal por determinada suma. Más tarde vino el cine Olympia y, como era natural, el Municipio sacó el teatro a licitación, luego que hubo terminado el plazo del contrato del cine Universal. Iban estos dos empresarios a entrar en licitación en franca lid, quedándose con el teatro la empresa que aportara mayor suma para el arrendamiento del mismo. Se pensaba que los dos iban a competir sanamente, peo al abrir la licitación entró en discordia un tercer Cine, elevando tanto los valores del arrendamiento, que las dos empresas iníciales tuvieron que retirarse.
Al día siguiente de la adjudicación, este tercer cine se declaró en quiebra, quedando lógicamente con el teatro el Cine Universal, y pagando la primitiva suma de arrendamiento, burlando claro está, al Concejo Municipal, a los habitantes y a los empresarios del Cine Olympia. El Concejo al saber la tramoya resolvió no alquilar más el teatro, ni al Cine Universal, ni al Cine Olympia ni a ningún otro. Por todo esto, el Cine Universal resultó perdiendo, ya que no puede volver a presentar proyecciones, hasta que no terminen el salón de su propiedad (Martínez, 1978, pp.26-27).  

Regresando a las crónicas sobre esos primeros años de la exhibición cinematográfica en Cali, relacionando la remota época del cine silente, Alirio Piedrahita Camacho nos entrega un interesante texto (El País, 2 de febrero 1964), inicialmente referenciando nuevamente al Teatro Borrero como pionero de diversos espectáculos donde el cine entró como novedad en las diversas variedades –el teatro, la comedia, la velada lírica, la opereta, la zarzuela-; al Teatro Variedades que pertenecía al ciudadano P.P Jambrina y que pasaría a nuestra historia cinematográfica como director de Garras de oro en 1926; y el Salón Edén. Según el cronista, el primer teatro de cine mudo estuvo en manos del italiano Donato Di Doménico, quien aprovecho la inauguración de la luz eléctrica en 1910 para empezar su negocio privado con un proyector Pathe, en un espacio ubicado  hacia la esquina del costado sur de la plazoleta de Santa Rosa en el centro de la población, sin un nombre característico, simplemente reconocido como “el cine de Don Donato”, y bajo un telón de fondo blanco pequeño templado sobre un marco grande de guadua, los asistentes novicios se acercaron con cierto fervor al cine de aventuras y suspenso.


Piedrahita afirma que Di Doménico construiría luego –donde actualmente se encuentra el Teatro Isaacs- un nuevo sitio de esparcimiento denominado Salón Moderno,  edificación de madera y guadua que constaba de tres plantas divididas en platea, palco y galería –gallinero-. También se reseña otro pionero de la exhibición que no contó con la suerte suficiente para soportar su negocio, el dominicano Ramón Silva, que  en 1911 fundó lo que llamó Nuevo Circo “este coliseo fue destruido en cierta ocasión por una chusma enfurecida de gamines y adultos que, disgustados por el fracaso de una película de las llamadas “latas”, procedieron sin contemplaciones a derribar la rústica ramada del Teatro de don Ramón” (El País, 1964). Otra referencia está dirigida al Teatro Colombia –propiedad del circuito Cine Colombia-, cuya existencia empezó en 1929, y para la época en que se pública la crónica, todavía permanecía activo, teniendo el honor de ser el primer teatro donde se exhibió una película parlante titulada Alas en el año 1937. Un aporte de esta reseña periodística nos ayuda a identificar las características de esos viejos teatros pioneros de la exhibición cinematográfica como empresa en el entorno social de la ciudad: 

 […]El empresario alquilaba un solar grande o una casa que tuviera un patio extenso. En la parte frontal el empresario construía la llamada “casilla” destinada a la máquina y laboreo de proyección. Allí se guardaban las películas y demás implementos relativos a la industria. En los corredores (si era en casas) se instalaban los escaños (no había butacas) para comodidad de los espectadores de “primera”, como se les solía llamar a los del “palco”. En el patio, es decir, en puro “aire libre”, se distribuían unas bancas rústicas para los del pueblo y la muchachada. En el fondo del patio o solar se instalaba el telón o pantalla, una faja de lienzo fino o de percal blanco, templado en forma de cuadro sobre un marco de tarugos de guadua. En un tramo del corredor o ramada, el empresario ubicaba la sección del palco o referencia. Sobre las paredes de madera o guadua esterillada, se pegaban los afiches correspondientes a las películas de próximo estreno lo cual servía de adorno a manera de paisajes. La máquina o “proyector” era de distintas marcas y calidades. El comúnmente usado en la época a que se refiere esta crónica, era el PATHE, de manubrio o manivela, de tipo pequeño y liviano, el cual se instalaba sobre cualquier mesa o cajón grande. En la parte de enfrente de estos aparatos iban dos carretes grandes de hojadelata para envolver y desenvolver la cinta a medida que la proyección funcionaba. Para este ejercicio mecánico había necesidad de darle vueltas al manubrio como si se tratase de un molino de maíz. El “operador”, que era el mismo empresario, permanecía de pie durante todo el tiempo que duraba la película (unas dos horas y media, más o menos, según la cantidad de rollos que había que pasar). La maquina tenía un lente grande adicional y aislado para la proyección de “avisos” y propaganda.          
MUSICA MAESTRO
Para amenizar las funciones durante la proyección y al final del espectáculo, el empresario contrataba previamente la banda de músicos o una “orquesta de cuerdas”, en último caso, amenizaba sus películas con música al final..., las entradas eran muy concurridas, especialmente cuando se trataba de películas de aventuras. La propaganda para atraer el público consistía en repartir programas timbrados en papel ordinario de colores y también por medio  de “bocinas” parladas en las esquinas…
LOS INTERMEDIOS
En la mitad del espectáculo, los empresarios hacían una pausa (habrían un compás de espera) destinada al descanso de las recalentadas máquinas, preparación de los demás rollos y también para que el respetable consumiera sus golosinas (mecato), se tomará sus frescolas, saboreará los ricos cholados y demás comestibles que vendían dentro y fuera del teatro.  
ENTRADAS
Durante el desarrollo de esta nueva diversión científica, extranjera, privada y colectiva del CINE MUDO en nuestro añejo ambiente de comienzos del siglo XX, los precios de las boletas de entrada al espectáculo era de DIEZ CENTAVOS para el palco y de CINCO CENTAVOS para los de galería. Cuando se trataba de “salas” al aire libre (solares, patios) entonces valía cinco centavos la entrada general.
   
 Los teatros pioneros en la industria cinematográfica caleña hicieron parte de un circuito muy importante que involucró a la sociedad en un espacio de diversión único que avanzaba conforme al crecimiento urbanístico de la ciudad, promoviendo una serie de espacios que con el tiempo identificamos como Teatros de Barrio, fortalecidos en la década del cincuenta, sesenta, setenta y ochenta del siglo XX, pero venidos en detrimento con los cambios efectuados en la exhibición cinematográfica de la empresa Cine Colombia[i], que en mayoría las administraba, instalando sus salas en los llamados Cineplex ubicados en centros comerciales. Pero también existieron casos donde particulares eran dueños de sus salas y entraban en el negocio de la exhibición, contratando con las casas distribuidoras existentes en el país, con sucursales en las principales ciudades, algo que en la actualidad está centralizado en la ciudad de Bogotá.

Con seguridad los recuerdos de muchas personas en su asistencia a cine, le rememoran un teatro particular ubicado en su barrio, con función doble, y la posibilidad de seguir allí para repetirlas. La cultura cinematográfica por lo tanto fue cimentada en estos espacios y tal vez con la niñez y juventud vieron en el séptimo arte la posibilidad de seguir una carrera profesional, como directores de cine o académicos investiga[1]dores; críticos de lo observado  bajo la oscuridad, que reflejaba en un telón imágenes en movimiento, fundaron cineclubes, grupos de estudio, revistas especializadas e hicieron cine.
     

[i]La empresa fue fundada en 1927 por industriales antioqueños para a la explotación de espectáculos públicos y cinematográficos, dentro de sus negocios estuvo el de la adquisición de la empresa Di Doménico hermanos en 1928, lo que significaba en cierta medida entrar en el monopolio cinematográfico de las principales ciudades del país, con dedicación exclusiva al exhibición, más no a la producción.  Ver  Martínez Pardo, Hernando (1978). Historia del Cine Colombiano, Librería y Editorial América Latina, Bogotá, pp. 28-30.
[i]Ramiro Arbeláez afirma: “Las empresas Cine Olympia y Cine Universal editaban en Cali sendas revistas para promocionar sus películas y dar información general concerniente al cine. Ellas fueron: El Olympia, órgano del teatro Olympia, editada en Cali a partir del 19 de noviembre de 1.913 por la Compañía Nacional de Cinematógrafos, que trae en su primer número una referencia velada al pleito de la licitación y un planteamiento en favor de la libre competencia; la segunda revista es El Cine Universal, de la que no quedan ejemplares ni se conocen fechas de publicación, sólo la reproducción que hace la revista El Kine de Sincelejo, en 1.914, de un artículo escrito en la revista caleña por Tulio Hermil con el título "¿Qué es el cine?", donde plantea que "La misión del cinematógrafo, como la de la prensa, es esencialmente civilizadora. Hacer obra de verdad, obra de belleza, hacer obra de progreso: he ahí su fin". En Arbeláez, Ramiro (1999). El Cine en el Valle del Cauca, En Historia de la Cultura del Valle del Cauca en el Siglo XX, Proartes 20 años, Editorial Feriva, Cali.  
-La imagen corresponde al blog: http://conversacionesdecine.blogspot.com/  

22.2.14

El cine llega a Cali –primera parte-

Las dos partes del texto dedicado a la llegada del cine en Cali hacen parte de un artículo titulado Cali de película: una historia en pantalla gigante, (págs. 272-307) en el libro colectivo Historia de Cali Siglo XX Tomo III Cultura, publicado por la Universidad del Valle a través del trabajo intelectual del grupo de investigación Nación-Cultura-Memoria, y el apoyo de la Alcaldía de Santiago de Cali en el año 2012.    
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La “linterna mágica”, el “teatro de sombras”, el “fantascopio” y el “teatro óptico”,  hacen parte de los primeros ensayos de utilizar las imágenes como acto de entretenimiento, antecedente de ese invento que aportaría un nuevo arte. El año 1895 significa el punto de partida del cinematógrafo, la imagen fotográfica convertida en movimiento tuvo como inventores a Auguste y Louis Lumière, quienes presentaron a la sociedad parisense un primer ensayo el 22 de marzo de 1895 buscando como objetivo estimular la industria nacional por medio de exhibir La salida de  Fábricas Lumière representando a los obreros que salen a almorzar, seguidos de los patrones que lo hacen desde un coche de caballos, la cinta contaba con un minuto de duración y tendría una segunda presentación el 10 de junio en al ciudad de Lyon junto a otras clásicas realizaciones que hacen parte de ese primer repertorio del cine, entre ellas La Comida del bebe y El Regador Regado. Sin embargo, la fecha trascendental que aparece en las diversas crónicas como fundacionales del séptimo arte, corresponde al día de los inocentes -28 de diciembre-, cuando tuvo su bautizo frente al público en el Salón Indio del Gran Café -14 Boulevard des Capucines-, con 30 espectadores que pagaron un franco por persona, empezando una nueva etapa ya como espectáculo, exhibiendo sus obras más creativas para un público aterrado que podía observar como un foco luminoso posibilitaba reflejar ciertas imágenes donde inclusive ellos eran protagonistas (Laurens, 1985).

Otros espacios geográficos aportaron al avance del nuevo invento que aunque silente, incitaba al ruido por medio de los murmullos, las risas y los gritos. Así fue en los Estados Unidos con la aparición del Kinetoscopio de Edison y el resto de inventos que a futuro fueron beneficiosos para los avances técnicos de la cinematografía, además de esos creadores que pasaron del trabajo documental al de ficción con obras cómicas y dramáticas que se convirtieron gestoras de lo que conocemos hoy como géneros cinematográficos. Hecho novedad, el cinematógrafo se expandió en diversos países europeos que adquiriendo la patente entraban en ese circuito de entretenimiento social, o por el contrario se aventuraban a penetrar otros territorios para llevar esa caja de sueños y hacerla realidad en espectáculos circenses o de feria, tal cual como ocurrió al otro lado del océano en el territorio llamado Colombia.   

Ramiro Arbeláez asume que el cine llegó tardíamente a Cali por su posición geográfica en comparación a Barranquilla, Bogotá y Medellín, por estar en la ruta del río Magdalena, sitio de penetración marítima que recibía los influjos de las embarcaciones que nos visitaban desde Europa y Estados Unidos, y que bajo los caminos de trocha en un país ampliamente rural fue absorbiendo a esos visitantes con el nuevo invento (Arbeláez, 1999). La ciudad de Colón en Panamá aparece como el primer sitio en Colombia donde se presentó una exhibición cinematográfica a cargo de la Compañía de Variedades Universal al mando del señor Balbrega el 14 de abril de 1897,  y con una referencia dos días después en el diario The Colon Telegram  que anunciaba: “la principal atracción del espectáculo es el Vitascopio, una de las célebres invenciones de Edison. Sobre una inmensa pantalla son colocadas vistas de tamaño natural, en la cual está representado el movimiento de los actores, siendo el efecto de mayor realismo y la prueba del avance de la ciencia hoy en día”; el reciente arte se ligaba a otros actos para el divertimento de los asistentes: magia, canarios amaestrados, tiro al blanco y la danza de la serpentina a cargo de Madeimoselle Elvira (Álvarez, 2008, pp.45-46). El Cinematógrafo llegó a nuestro territorio el 13 de junio de 1897 traído por el señor Gabriel Veyre, uno de los camarógrafos reclutados por los hermanos Lumière en Lyon para que aprendiera el oficio de filmación, revelado y proyección de vistas fijas, llegando por tren a la ciudad de México proveniente de New York en 1896, y prosiguiendo su rumbo para mostrar el invento en Panamá.


Un periódico local en Cali informa acerca de los primeros registros con imágenes colombianas, exhibidas en el Teatro Borrero:

[…] Proyectoscopio
Este raro espectáculo que, más ó menos, se llamó Cinematógrafo, en años pasados, fue el recreo de la velada del martes en el teatro Borrero. No cesa nuestra admiración por la naturalidad de los cuadros en movimiento: el Tren expreso, la Plaza de Toros, la Cogida de caballos bravíos, no pueden ser más reales: el que no haya estado en el Circo de toros, por ejemplo, puede asegurar que ha visto lo que allí se ve (de mejor, por supuesto), aunque no haya oído lo que allí se oye, que no es mucho perder, mejorando lo presente; queremos decir, que no nos referimos á la banda que toca en el Circo, porque está tocaba en la corrida eléctrica.  
Nos permitirá el empresario unas observaciones: Primera: que aumente un poco la intensidad del foco eléctrico; pues algunos cuadros quedaban muy pálidos: Segunda: que suprima las vistas de calles y edificios de Cali: pues parece que no han sido tomas con bastante arte: la del puente, por ejemplo, porque no se tomó, de manera que se vieran las hermosas ceibas, y la de San Francisco, de manera que se viera su frontia ó su interior, y Tercera: que las leyendas como dice el público, se hagan por persona de voz más sonora. Tal vez no sabe el empresario que, en espectáculos análogos, hemos tenido aquí relatores de la talla de Federico Jaramillo y Luciano Rivera y Garrido… -Proyectoscopio: vista de proyecciones. Cinematógrafo: descripción de movimientos (El Ferrocarril, 16 de junio 1899).

El “raro espectáculo” llamado cinematógrafo ingresaba el escenario local por medio del Teatro Borrero[i], mostrando las imágenes de una ciudad que no dejaban del todo contento al cronista que sumaba algunas recomendaciones: por ejemplo, la referencia al puente tal vez corresponde al Puente Ortiz y las ceibas que la adornaban, las ubicadas en dirección al denominado paseo Bolívar; con respecto a las leyendas, parece que desentonaban con las imágenes exhibidas, alcanzando a comparar el pasado de aquel espectáculo que con otras características Luciano Rivera y Garrido[ii] ofrecía en sus periplos por las tierras del Valle del Río Cauca, con su proyector de vistas fijas, traído de Europa y conocido como poliorama. La referencia del periódico El Ferrocarril demuestra algunas características pioneras en el cine como industria: la labor de ligar este espectáculo como empresa; la ubicación de un espacio de presentación –circo, teatro, feria etc.-; la filmación de vistas del sitio de presentación –Cali-, y finalmente la exhibición.                 



[i]El teatro Borrero era de propiedad del señor Claudio Borrero Dorronsoro (1811-1909). Se considera el precursor de las empresas teatrales en Cali.
[ii] Escritor nacido en Buga-Valle  1846-1889. Sus obras hacen parte del género de Cuadros y Costumbres, tan populares en el siglo XIX, resaltando su libro Impresiones y Recuerdos publicada en Bogotá en 1896.
-La imagen corresponde al Teatro Colombia, imagen de 1927, tomada de la página:      http://www.caliwood.com.co/teatros-y-estudios-cinematograacuteficos.html      
   

16.2.14

12 años de esclavitud

La crueldad de la esclavitud se convierte en un tema atractivo para la pantalla gigante, en este caso los descendientes de africanos nacidos en Norteamérica, y  su encrucijada en dos formas de pensamiento social, político y cultural expresadas ordinariamente entre los ciudadanos del norte y los del sur. Solomon Northup entra en la historia de los Estados Unidos como el hombre afroamericano que nació libre según las leyes que lo amparaban, para luego convertirse en esclavo por causa de un secuestro infligido desde New York a Nueva Orleans, donde finalmente es vendido al dueño de una plantación, pasando a otros amos durante el transcurso de 12 años hasta su regreso por instancias jurídicas que reclamaron sus derechos para ser nuevamente restablecido con su familia.    



Su historia de vida fue escrita en 1853 con la tutela del líder abolicionista David Wilson, hit literario que sirvió de propaganda política en los entornos del conflicto civil en la denominada Guerra de Secesión 1861-1865, convirtiéndose con el pasar de los años en un testimonio de obligada consulta para conocer algunos hechos y características de la vida de un esclavo, en medio de las plantaciones del sur, y sus dificultades y encuentros con el esclavista, su sociedad, y la vida cotidiana al lado de otros esclavos.

La historia de Solomon es llevada al cine en el año 2013, acaba de estrenarse en nuestro país, y está antecedida por diversas reseñas y críticas que la ubican como una de las cintas preferidas y postuladas para diversos premios de la Academia –Óscar-, dirigida por Steve McQueen, e interpretada por Chiwetel Ejiofor, y Lupita Nyong'o  como personajes centrales. Al estar en la sala, el público se enfrenta ante una adaptación típicamente hollywoodense, que nos pone ante un sufrido hombre inteligente, y salido de los rangos del común afroamericano libre o esclavo; igualmente con las vicisitudes de una “pobre” mujer llamada Patsey, objeto sexual,  laboral, y agresivo de su amo por el orden de la providencia, y su forma de presentarlas: “el próximo esclavo que no obedezca a su amo, será azotado muchas veces…., está en la biblia”, acción divina y mundana infligida por el miedo y el doloroso ruido y sentir del látigo sobre las pieles.

Fotografía, puesta en escena, actuaciones convincentes, y precisa banda sonora, crean en el espectador la insatisfacción de lo que observa con respecto al hecho de racismo extremo de la sociedad norteamericana de mediados del siglo XIX, con momentos sublimes y exagerados como aquellos que muestran el castigo extremo, con claros estereotipos de victima y victimario, héroe y villano. Para el espectador que desconoce el hecho histórico de la esclavitud, la película no le entrega algunos datos básicos al inicio como suele ocurrir con este tipo de obras biográficas, dramáticas  e históricas, por lo tanto queda el vacío del contexto social y cultural en el cual la historia se instaura con la premisa presente de la ficción.

La película suma al repertorio de algunas obras que sobre la esclavitud se han realizado, incluyendo una serie televisiva. Inicialmente la película cubana de Tomas Gutiérrez Alea, La Última Cena -1977-, que narra la “puesta en escena” del señor esclavista, quien dueño de una plantación cañera a finales del siglo XVIII, decide un jueves santo redimir sus pecados, y congraciarse con doce de sus esclavos, efecto sociológicamente extraño que denota resultados contraproducentes en su estancia.  Por su parte la adaptación televisiva del libro de Alex Haley Roots, Raíces –la saga de una familia Norteamericana- presentada por la cadena televisiva ABC en 1977, con secuela en 1979, y que pudimos tener en las pantallas ochenteras colombianas con el recuerdo particular de Kunta Kinte. También la cinta de Steven Spilberg, Amistad -1997-, nos lleva a momentos claves del negocio de la esclavitud –barcos negreros- y la deriva de un grupo de hombres africanos que logran cambiar su rumbo, y desarrollar otro proceso en su causa -Long Island- entre los años 1839-1942. Por último, la dramática historia de la esclava Sethe en  Beloved -1998-, donde la opción de decidir sobre el futuro de una de sus hijas, y su resultado, la pondrá en confrontaciones internas, todo en el contexto del fin de la guerra civil, y el nuevo entorno de la libertad.            

Las cintas reseñadas pueden ser asimiladas como propuestas metodológicas para explicar el oprobioso sistema económico, en el que se implemento la esclavitud desde la historia norteamericana y latinoamericana, siempre con el criterio de explicar el contexto en que se realizan estas obras con sus errores, logros y objetivos en el desarrollo de un mensaje directamente ligado a un entorno comercial, y artístico.

La vida de Solomon  Northup se instaura dramáticamente en momentos donde otras formas de esclavitud se presentan, y algunas siguen vigentes. La parafernalia mediática, y su claro acento histórico, la ubica en los entornos de las posibilidades exitosas de recepción y aceptación pública; su problema radica en la forma como se adapte y explique a aquellos receptores de un hecho trascendental que aún se investiga, debate y replantea en nuestros espacios académicos, esperando que en algún momento tengamos para contar desde nuestras raíces colombianas, la historia de una mujer, un hombre, una familia, o una comunidad, en resumen, su paso por la esclavitud, historia de archivo que tal vez está por descubrirse o ha sido indagada sin su apropiada valoración.                               


Ficha y corto de la película

http://www.filmaffinity.com/es/film554692.html
http://www.youtube.com/watch?v=8MsETvQYFZ8

7.2.14

El Cine y las Series de Televisión según la revista Arcadia N° 100

Arcadia 100
N.° 100 del 27 de Enero al 24 de Febrero de 2014.
Cien Años de Realidad -El país leído desde las artes- 

Arcadia es una filial de la revista Semana que aparece mensualmente con temas de la cultura colombiana e internacional. Para celebrar su edición número 100 el tema de escogido fue cómo las artes han leído a Colombia, proceso que se llevó a cabo con un jurado de 76 personas con el criterio de proponer y escoger aquellas obras que “iluminaban con mayor acierto y talento la historia del país”, compendiando 600 obras, y escogiendo 119 trabajos realizados durante los últimos cien años desde las artes y la literatura, y que por su relevancia nos marcaron como país, y a las cuales –no en su totalidad-, hemos podido acercarnos, resaltando el dossier que las manifestaciones publicadas “no pretenden constituirse en un canon”, tal cual como afirma Marianne Ponsford en su nota explicativa e introductoria.


Sirviendo de oportunista socializador, aprovecho la lectura de Arcadia en su conmemoración para exponer las películas, y series televisivas escogidas que a criterio de los encargados de evaluar, han sido relevantes en nuestro entorno cultural, lo que significa un poco de pasado y presente frente a la pantalla gigante y chica, lo que seguro -en algunos lectores-, suscitara recuerdos y dudas, conversaciones y puntos de encuentro, siempre con la posibilidad de advertir que hizo falta una obra, y que por lo tanto, la selección es equivocada.

A continuación presento el listado de obras cinematográficas y de televisión, ubicando año, título y autores:

Cine
1915: El drama del 15 de octubre, Francisco y Vicenzo Di Doménico.
1922: María, Máximo Calvo.
1925: Bajo el cielo antioqueño, Arturo Acevedo.
1925: Alma provinciana, Félix Joaquín Rodríguez.
1926: Garras de oro, P.P. Jambrina.
1933: Colombia victoriosa, Álvaro y Gonzalo Acevedo.
1964: El río de las tumbas, Julio Luzardo.
1967: Pasado el meridiano, José María Arzuaga.
1972: Chircales, Marta Rodríguez y Jorge Silva.
1978: Agarrando pueblo, Carlos Mayolo y Luis Ospina.
1982: Nuestra voz de tierra, memoria y futuro, Marta Rodríguez y Jorge Silva.
1984: Cóndores no entierras todos los días, Francisco Norden.
1985: Tiempo de Morir, Jorge Alí Triana.
1990: Rodrigo D. No futuro,  Víctor Gaviria.  
1991: Confesión a Laura, Jaime Osorio.
1993: La estrategia del caracol, Sergio Cabrera.
1994: La gente de La Universal, Felipe Aljure.
1998: La vendedora de rosas, Víctor Gaviria.  
2004: La cerca, Rubén Mendoza.   
2007: Apocalipsur, Javier Mejía.
2009: Los viajes del viento, Ciro Guerra.
2012: La sirga, William Vega.

Series televisivas
1988: Caballo viejo, Bernardo Romero Pereiro.
1990: Zoociedad. Dirección: Francisco Ortiz. Guion: Eduardo Arias, Rafael Chaparro y Karl Troller.
1992: Cuando quiero llorar no lloro,  Carlos Duplat.
2012: Escobar, el patrón del mal. Dirección: Carlos Moreno. Libreto: Juan Camilo Ferrand.  
        
En total 22 películas fueron escogidas en los cien años de historia, cinco del denominado periodo silente, y un documental de las invisible década del treinta dedicada al fervor nacionalista de nuestro conflicto con el Perú. En los sesentas dos clásicos básicos que imprimen en el espectador el retrato de la violencia política, y una apuesta por el estilo neorrealista italiano. En los setentas se escogieron dos polos opuestos, los Chircales bogotanos que reflejan la miseria de algunas familias y sus historias de vida, y su contraparte que critica esa forma de filmar y exponer las historias desde Cali con ese pueblo agarrado en el cinematógrafo, y eso que resulta en pornomiseria.        

Los años ochentas, en pleno Focine, los documentalistas Marta Rodríguez y Jorge Silva siguen con el empeño de mostrarnos los problemas sociales de nuestro país desde la tierra, los campesinos, la usurpación y el movimiento social. Paralelamente las adaptaciones literarias tienen éxito, y nos exhiben otra cara en su guion y  puesta en escena, donde Juan Sáyago y León María Lozano se posicionan como victimarios y victimas.    

La última década del siglo XX nos presenta cinco obras que nos llevan al variado mundo de un país con temas históricos y problemas que siguen sin resolverse. Quien inicia y termina esta selección, es el director Víctor Gaviria, primero, con las comunas, y el sicariato como telón de fondo, es Rodrigo D envuelto en una realidad que le parece ajena, pero que lo envuelve constantemente, recordando el excelente complemento musical de una banda de thrash metal colombiana llamada La Pestilencia; luego con una historia urbana donde la niñez participa, es explotada, y se presenta  desesperanzadamente, recordando su lema “  pa que zapatos si no hay casa..... pa que hijueputas...”.

El 9 de abril de 1948 nos pone en contacto con tres seres humanos que separados por una calle, y francotiradores en los techos, nos involucran en las expresiones sutiles de sus edades, y de la sociedad a la que pertenecen, posibilitando como afirma Jaime Manrique en su reseña sobre Confesión a Laura, la opción de sentir lo que expresa mejor la película, sus emociones.         
Bogotá es el espacio urbano que pone en juego La estrategia del caracol y la gente de La Universal, sitios que al día de hoy han sido restaurados, destruidos o cambiados en su fisionomía, con historias igualmente atrapantes, y con el humor necesario, y sin excesos que retratan personajes comunes y corrientes en el andamiaje de una sociedad corrupta, y a la vez oportunista que busca sus mejores capacidades en el entorno social y cultural en la llamada selva de cemento.

El nuevo siglo, con nueva Ley de Cinematografía, trae cierto auge en la producción fílmica nacional, las obras reseñadas hacen parte de ese boom, y se convierten en historias que siguen vinculando la cultura del país, y sus problemas básicos y actuales, con nuevos nombres que se vinculan al aparataje de la industria fílmica, historias frescas, y en algunos casos preponderantes en esa nueva forma de narrar a Colombia, y sus recónditos asuntos, pero claro, no todo es color rosa.

Como televidentes curiosos, las escasas cuatro producciones televisivas nos parecerán pocas. La primera marcando la sintonía como serie o novela de lunes a viernes después de las noticias, en horario familiar, y antes del famoso comercial animado que decía “es hora ya de acostarse…”, marcando dentro del género otra apuesta desde la historia regional, divertida, y llena de arquetipos. Por su parte Zoociedad, en momentos donde todavía los programas de opinión tenía cierta importancia en las parrillas televisivas, y en sus escasos tres canales, se convirtió en una sátira política del acontecer nacional, encumbrando la figura de Jaime Garzón, quien luego pasaría a realizar Quac: El Noticero 1995-1997, posicionándose como voz relevante dentro del entramado periodístico nacional, hasta su asesinato en 1999.

La adaptación del libro del escritor venezolano Miguel Otero Silva Cuando quiero llorar no lloro, ya había sido llevada a la pantalla gigante en 1973 por el director Mauricio Wallerstein; en Colombia se posiciono en la televisión como serie cada ocho días los domingos en la noche, con polémicas, críticas y censuras de la comisión nacional de televisión de la época, reconocida más como “los Victorinos” marcó la historia de la televisión colombiana por su triangulación en los personajes, y las vivencias individuales que luego el destino se encarga de agrupar. Finalmente, la figura de Pablo escobar entra en el escenario del negocio televisivo con rotundo éxito nacional e internacional, en momentos donde todavía las heridas seguían abiertas y la recomposición del país parece tiene otro destino, según los entes oficiales, tema expuesto en este blog en septiembre del año 2012.

En conclusión, La versión número cien de la revista Arcadia se convierte en una importante guía  para los interesados en el arte colombiano, queda pendiente para los entusiasmados lectores de este texto su acercamiento a las obras literarias, musicales, plásticas, y teatrales, por eso  la invitación a que compren la edición o se acerquen a su página web, seguro encontraran un momento interesante para distinguir, conocer, y apropiar a su conocimiento, la creación intelectual individual o grupal de muchas personas que con sus obras han reseñado, expuesto, y criticado la realidad de nuestro país. Queda el espacio abierto para su opinión, y críticas a la selección realizada.                       

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http://www.revistaarcadia.com/edicion-especial/multimedia/100-anos-de-realidad/35350