5.2.12

La Puesta en Escena de los Dictadores –segunda parte-


Reseña: Cesar Sabater, Jaime Noguera, Kepa Sojo, Alberto González, Dictadores en el Cine –la muerte como espectáculo-, Centro de ediciones de la Diputación Provincial de Málaga (CEDMA), 2007, págs. 371.

Stalin
El texto de Kepa Sojo –Doctor en Historia del Arte, Universidad del País Vasco-, se titula Stalin el Dictador de Acero. Tras una breve reseña de Stalin, el autor analiza la relevancia del personaje histórico como personaje cinematográfico en cuatro  características: 1-Periodo estalinista, filmes propagandísticos sobre el dictador promovidos por su gobierno; 2-Cine norteamericano anti-nazi previo a al II Guerra Mundial; 3-La visión de Stalin y su época desde antes y después de la perestroika y el cine actual de los países del Este de Europa; 4-La representación del mito desde la óptica del cine occidental de las últimas décadas (pp. 237-238).

El culto a la personalidad de Stalin es abordado por el autor de una forma directa con respecto al uso de la cinematografía como medio de poder político:

[…] La presencia de Stalin como personaje cinematográfico en el cine de ficción soviético de la época viene marcada claramente por los acontecimientos políticos internacionales y por la propia situación socio-económica interior. Este tipo de cine hagiográfico, triunfalista, panfletario y propagandístico comienza a llevarse a cabo en 1937, y coincide con el desarrollo del tercer plan quinquenal de desarrollo promovido por el georgiano. Podemos establecer el año 1942  como limite de este primer momento de presencia del líder comunista  en películas del momento (pp. 240-241).

Las cintas de este periodo reseñadas por Sojo son: Lenin en octubre, Mijail Romm y Dimitri Vassiliev, 1937; El Hombre de la Pistola, Sergei Yutkevitch, 1938; El Gran Incendio, Mijail Ciaureli, 1938; Lenin en 1918, Mijail Romm, 1939; La Barriada de Vuiborg, Grigori Kozintsev y Leonid Trauberg, 1939; Siberianos, Lev Kulechov, 1940; Valeri Chkalov,  Mijail Kaltozov, 1941; La Defensa de Tsaritsin, Georgi y Sergei Vassiliev, 1942; El Juramento, Mijail Ciaureli, 1946;  El Tercer Golpe, Igor Savchenko, 1948; La Caída de Berlín, I y II, Mijail Ciaureli, 1949; La Batalla de Stalingrado I, Vladimir Petrov, El Primer Frente, 1949 y II Vencedores y Vencidos, 1950; El Inolvidable Año 1919, Mijail Ciaureli, 1952;  Torbellinos Hostiles, Mijail Kalatozov, 1953.


Con respecto al cine americano Pro-Soviético anterior al fin de la II Guerra Mundial, el autor nos presenta dos párrafos introductorios en donde se deja anotada la rareza de esta filmografía ante lo que posteriormente sucedería en la postguerra, referenciando dos filmes -Misión a Moscú, Michael Curtiz, 1944;  La Canción de Rusia, Gregory Ratoff, 1944-, igualmente anotando:      

[…] No obstante, es preciso recordar que la Unión Soviética y Estados Unidos fueron aliados frente al enemigo común nazi en la fase final del conflicto bélico. Es por ello por lo que, de manera tenue, se desarrolló en Hollywood un cine propagandístico  anti-nazi y curiosamente pro-soviético que se ve, desde el punto de vista actual, con  cierta sorpresa, ya que asombra ver al posterior enemigo número uno del bloque capitalista y a su cabeza visible, el temido Stalin, tratados con cierta simpatía y bonhomía frente al peligro alemán (p. 264).

Al analizar Stalin desde Rusia y los países del este antes y tras la perestroika, Sojo describe los cambios de un cine megalómano en torno al líder, y la desaparición de su figura luego de la denuncia política estalinista que desde el XX Congreso del PCUS llevó a cabo Nikita Kruschev, referenciando brevemente algunas películas (p. 270); también explica el giro suscitado con la llegada otro estilo de gobierno y las puestas en escena del personaje:

[…]Los años ochentas supusieron un período histórico de desgaste para el sistema soviético. De este modo, la llegada al poder de Mijail Gorbachov y sus propuestas aperturistas de perestroika y glasnost tuvieron su reflejo en un cine que iba a al deriva y lastrado por una situación socio-política que giraba éntrela nostalgia a los tiempos pretéritos y la denuncia a al época estalinista, que suponía una gran cruz a las espaldas de lo soviéticos. Era el momento de revisar un ay otra vez la historia por medio del cine para intentar eliminar el sentimiento de culpa que aún flotaba en el ambiente por lo sucedido años atrás. Stalin  y su época eran al cine soviético lo que era Vietnam para los norteamericanos o la Guerra Civil para los españoles (p. 271).    

Inclusive, se asume una nueva forma de abordar a Stalin en los años noventas, desde una mirada cómica y paródica para desmitificar su figura y estilo de gobierno, con cintas como El Camarada Stalin va a África, relacionado con el film español Espérame en el Cielo, el cual trata el tema sobre un supuesto doble de Franco; igualmente con cintas decididas a presentar otras miradas del georgiano como El Testamento de Stalin, además de otros trabajos fílmicos que fueron inclusive llevados a la pantalla chica (pp. 272-273). 

Para concluir este capitulo, Kepa Sojo reseña la visión occidental del mito desde la óptica actual, explicando cierto reposo que sobre la figura de Stalin se hizo después de su muerte en el lado occidental para representarlo cinematográficamente, sobretodo en el caso de las filmografías estadounidenses y británicas que buscaron en el personaje una opción de poner en escena su figura, en el caso hollywoodense con las caracterizaciones de conocidos actores como Robert Duvall, F. Murray Abraham, y Michael Caine; aclarando que muchas de las obras occidentales sobre Stalin, fueron películas para televisión e incluso teleseries por capítulos, pasando a referenciarlas brevemente  (pp. 274-275-276). Además de una breve conclusión, el autor nos regala la filmografía estalinista, y algunas referencias bibliográficas.

Otros dictadores   
Sobre otros dictadores recreados en el séptimo arte, Jaime Noguera hace una reflexión por espacios geográficos mundiales, sobre África sugiere que los dictadores de este continente no han sido llevados a la pantalla con la misma asiduidad que los surgidos de la cultura judeocristiana (p. 289); reseñando algunas obras donde aparecen dichos hombres, tal es el caso del dictador del Zaire Mobutu Sese Seko, el señor de Uganda Idi Amin –el más puesto en escena-, y Charles Taylor, jefe del Frente Patriótico Nacional de Liberia (pp. 290-291). Del continente Asiático, el más representado es Mao Zedong, desde la misma China hasta los casos occidentales de Hollywood en películas como Nixon de Oliver Stone, y Kundun de Martín Scorsese; igualmente, el militar golpista indonesio Suharto, el líder filipino Ferdinan Marcos, el camboyano Pol Pot, y finalmente el dictador norcoreano Kim Il Jong (pp. 295-296).  

Regresando al viejo continente, las referencias se dirigen a Lenin, Nikita Kruschev, Leonid Brezhnev, y Yuri V. Andropov desde el lado ruso.  Para el caso yugoslavo, la figura de Josip Broz Tito tuvo sus minutos fílmicos, en documentales informativos así como cintas de largometraje de ficción. El Francia, se suma el Mariscal Henri-Philippe Petain, además de listar algunos dictadores que todavía no han tenido la primicia de ser representados en el cine, y con cierta ironía obviar la cinematografía dedicada a los pontífices desde el Vaticano (pp. 297-302).

Las representaciones de dictadores en el mundo Arabo-Islámico, es poca, y según Noguera, su vertiente de ficción no ha tratado sus figuras de una forma seria. Entre sus puestas en escena se encuentra una parodia al Shah de Persia, interpretaciones de Ayatolá Jomeini, Muhammad Gadafi,  y Saddam Hussein (pp. 303-304). Finalmente, Latinoamérica, con la figura de Fidel Castro, primero como extra de algunos filmes –Escuelas de Sirenas, Holiday in México-, parodiado por Woody Allen en Bananas, así como otras referencias dedicadas a su figura. El panameño Noriega, el dictador chileno Pinochet, y dominicano Rafael Leónidas Trujillo, se suman a la celebridad cinematográfica con sus retratos en pantalla (pp. 305-306).


La muerte como espectáculo
El último artículo de este libro, escrito por Alberto González –Licenciado en Filología Hispánica-, es un ensayo mordazmente presentado que nos saca constantemente de la seriedad del tema, aunque para que ser serios a la hora de abordar los dictadores, mejor tomarlos en burla para aguantar sus desastres. Por lo tanto, el disfrute de su lectura nos lleva por cuatro muertes, la de Mussolini, Hitler, Franco y Stalin, cada una con una particularidad enredada en medio de análisis apropiados de disfrute único. La muerte, presente en cada uno de sus estilos de gobernar, no les fue ajena, cada uno tuvo lo que mereció en espacios diferentes, sucumbieron dependiendo de sus contextos históricos, por eso la descripción que nos presenta González se rige en sus formas y medios de utilizar sus figuras a favor de sus causas, políticas y guerreristas, cruzado con ejemplos vivos, literarios y  cinematográficos.

Cada dictador es retratado con sus entornos más cercanos, la fealdad de sus vidas posibilita entender un poco sus formas de raciocinio, valor agregado del autor, que con su conocimiento plasma un sinnúmero de hechos concernientes a la vida privada de estos personajes que igualmente fueron tan públicos. Por lo anterior, presento algunas citas, para ejemplificar la idea central de González:

[…]Muerte primera. Mussolini.
El 28 de abril de 1945 Mussolini muere de muerte doble. La suya propia, muerte fusilada en una cuneta, y la pública, muerte medieval y ejemplarizante (p. 311)
La muerte pública de Mussolini es, pues, una muerte de trofeo de caza, de pieza cobrada que  es puesta boca abajo para que se desangre y se oree. “Colgados boca abajo” subrayó Hitler en el parte que el entregaron el 29 de abril. (Boca abajo, piensas tú, para que se viera menos esa cabeza de Minotauro demoledora u desafiante. “Una muerte fea, innoble” pensaría posiblemente el Duce se si hubiera podido contemplar. Pero no se contempla, que está muerto y bien muerto de muerte colgada, apaleada y puesta del revés para que todo el mundo viera que siempre hay un castigo, una justicia y unos valores sólidos  sobre los que la sociedad se asienta etc.… (pp.320.321).      

[…] Muerte segunda. Hitler.
Hitler murió de muerte suicida de pistola, con acompañamiento de cianuro, el 30 de abril de 1945 (p. 322).
Ahí lo tenemos sentado en el sofá junto a su esposa. La cabeza apoyada contra el respaldo y la boca torcida en la que aún pueden verse restos de cristal de la ampolla que contenía el cianuro potásico. (Cuando se despidió de sus secretarias, ayudantes y mayordomos, les dio a cada uno de ellos una ampolla de veneno). En la  sien derecha, Günscher y Linge pudieron apreciar, como nosotros, un boquete negro del que manaba abundante sangre. Los pelos de alrededor estaban chamuscados por el fogonazo del disparo. La mano derecha inerte, después de haberse disparado con una pistola Walter 7,65. Eva Braun dispuso de otra pistola de menor calibre que no usó. Suicidada de muerte femenina acorde con la muerte suicidada de virilidad militar de su recién marido. (No es menester insistir sobre la estrechísima relación metafórica entre las armas y el falo) (p. 325).

[…] Muerte tercera. Franco.
Franco murió en su cama de muerte alargada. Empezó a morir a las once y cuarto de la noche del 19 de Noviembre de 1975. Su hija Carmen para que dejaran a su padre morir en paz, la que impuso a sangre y fuego a todos los españoles desde que el 18 de julio de 1936 se alzó en armas contra el legítimo gobierno de la República (p. 336).
Entonces Franco pudo morir por fin de shock endotóxico provocado por aguda peritonitis bacteriana, disfunción renal, bronconeumonía, úlcera de estómago, tromboflebitis, y enfermedad de Parkinson. Franco murió de viejo, en su cama y no de una gravísima herida en el vientre en acto de guerra. El gobierno de la República no le concedió la Laureada de San Fernando y Él, para reparar tamaña injusticia, se la concedió a sí mismo cuando estuvo bien derrotado y cautivo el pueblo español. Franco tuvo la suerte que no tuvieron Hitler ni Mussolini, que no pudieron saborear cuarenta años el poder. Franco fue muy  superior. Se sucedió a sí mismo en infinitas ocasiones y gobernó hasta casi cumplir los ochenta con el aplauso de todo el mundo, excepto Carrero Blanco, que desapareció por una calle de Madrid. España fue un inmenso coso taurino en aplauso unánime y entusiasta al único espada posible (p. 337)       

[…] Muerte cuarta. Stalin.
Por fin entran para recoger del suelo un cuerpo paralizado en su mitad, el habla perdida, respirando con dificultad hasta el día cinco de marzo que: “Abrió los ojos u dirigió una mirada extraña, furiosa, llena de temor ante la muerte, así como ante los rostros desconocidos de los médicos que se inclinaban ante él. Su mirada se posó en todos los presentes en una fracción de segundo y, entonces, en un gesto horroroso que aún hoy no puedo comprender ni olvidar, levantó la mano izquierda, la única que podía mover, y pareció como si señalara vagamente con ella hacia arriba o como si nos amenazara a todos. El gesto resultaba incomprensible, pero había en él algo amenazador, y no sabía a quién  ni a qué se refería…. Un momento después, el alma, en un último esfuerzo, abandonaba el cuerpo”. Svetlana (p. 362).

Posdata póstuma: El cuerpo de Stalin es entregado al momificador de Lenin. Volvió muy contento de sus vacaciones en el gulag siberiano para realizar el último trabajo. Piruetas de un destino justiciero y juguetón (p. 362).


En conclusión
El libro Dictadores en el Cine puede ser usado como una guía cinematográfica en los temas dedicados a los líderes políticos vinculados a la Segunda Guerra Mundial. Su organización aporta como catalogo de obras fílmicas con sus respectivas sinopsis y críticas, un valor agregado a los lectores que no conocen dichas películas, y que por medio de su lectura pueden acercarse para su uso en los espacios individuales o grupales, vinculados desde esta perspectiva, con la enseñanza escolar; lo anterior, es posible por las posibilidades actuales de consecución de algunas películas sobre las temáticas.

Cada uno de los autores, encargados de explicar la puesta en escena de los dictadores a través del séptimo arte o la televisión, conceden una reflexión acorde al objetivo planteado, el cual se hace implícito: describir un poco la vida de estos nefastos personajes, y ponerlos en el foco de sus representaciones más importantes en el uso del cine como medio político de exaltación pública de sus figuras, desde la “realidad” documental, hasta las formas ficcionales vinculantes con diversos aparatajes de producción cinematográfica expresados en la industria internacional, caso Hollywood.

La seriedad en algunos argumentos bajo una bibliografía apropiada, la anécdota que se atraviesa como estilo narrativo, el humor negro, la entrevista. y un apoyo en imágenes acertado, aportan al contenido general del libro. Para los que leemos el texto desde este lado del globo terráqueo, nos queda las ganas de haber leído un capitulo más completo sobre la representación de nuestros dictadores latinoamericanos del siglo pasado –de uniforme y de saco-, trabajo que seguro algún investigador acucioso del cine tratara de registrar con el pasar de los años, tal vez cuando los nuevos y viejos cineastas, se atrevan a retratarlos en sus más “sublimes” poses.          

4.2.12

La Puesta en Escena de los Dictadores –primera parte-


Reseña: Cesar Sabater, Jaime Noguera, Kepa Sojo, Alberto González, Dictadores en el Cine –la muerte como espectáculo-, Centro de ediciones de la Diputación Provincial de Málaga (CEDMA), 2007, págs. 371.

El prologo de este libro, titulado El Poder y los Poderes del Cine, fue realizado por el profesor de la Universidad de Málaga Demetrio E. Brisset, relacionando al arte cinematográfico como la gran creación del Siglo XX vinculado a grandes episodios del género humano: “El cine, espejo a menudo crítico del poder, al mismo tiempo que proyector de ilusiones al servicio del poder” (p. 11). La apuesta del prologuista es ubicar al lector en el objetivo planteado en el Festival de Benalmádena, dedicado a la exhibición de diversos filmes que pusieron en escena varios dictadores europeos en el Siglo XX, y al contenido del libro que publica diversas investigaciones sobre las relaciones de estos personajes con el cine:

[…] El cine de estos dictadores, no es homogéneo. Así, tenemos que Mussolini potenció su carácter comercial, fundando el Festival de Venecia en 1932, y abriendo 3 años después los estudios de Cinecittà. En cuanto a Hitler admirador de Mickey Mouse, conocía el poder de convicción del cine, por lo que ordenó en 1933 filmar artísticamente los aparatosos congresos nazis de Nurëmberg, convirtiéndose en épico protagonista de reportajes escenificados para su gloria. Por su parte, Stalin se impuso como personaje heroico en el cine soviético desde 1937, eligiendo como  su doble oficial al georgiano M. Gelovani, dedicado en exclusiva a interpretar el padrecito entre 1938 y su muerte. Respecto a Franco, guionista de su justificatorio filme Raza, amante de las comedias morales y los recuerdos imperiales, se erigió en eterno protagonista de los obligatorios No-Dos. Pero esta banda de 4 déspotas tiene en común haber utilizado el cine para apoyar el culto a su personalidad cuasi divina (p. 12).       


Franco
El primer dictador que entra en juego, es analizado por César Sabater –Licenciado en Historia del Arte, Universitat de Valencia-, capitulo titulado Franco cine sobre un Cineasta Frustrado. Inicia el artículo con una completa e interesante cronología del dictador, donde se introduce el encuentro con Hitler el 23 de de octubre de 1940, y la posible entrada de España a la Segunda Guerra Mundial, además de otros datos de interés general. La segunda parte está dedicada al No-Do, y la imagen de Franco en este noticiero cinematográfico, ver:http://yamidencine-y-filo.blogspot.com/2010/07/franco-en-franca-filmacion.html finalizando con la reseña de las películas Raza –José Luís Sáenz de Heredia, 1942-; Franco, Ese Hombre - José Luís Sáenz de Heredia, 1964-; Caudillo –Basilio Martín Patino, 1977-; Dragon Rapide –Jaime Camino,1986-, agregando la entrevista al protagonista Juan Diego; Madregilda –Francisco Regueiro, 1993- con entrevista de su protagonista Juan Echanove; Espérame en el Cielo –Antonio Mercero, 1988- agregando la entrevista al director de la cinta; Buen Viaje Excelencia –Albert Boadella, 2003- sumando la entrevista al protagonista de Franco, y al director de la obra.


Aquí podemos encontrar una reflexión minuciosa de la obra fílmica que retrata desde diversos puntos de análisis –serios, burlescos, oníricos, entre otros-, la vida del dictador español y su paso por el mundo despótico europeo en gran parte del Siglo XX; un punto agregado del autor del artículo, es vincular entrevistas de algunos de los actores de estos filmes, así como de sus directores. Lo anterior, posibilita conocer los vericuetos de llevar a la pantalla este tipo de personajes, y ante todo, colocarse en el papel de interpretarlo.

Hitler
El autor de este capitulo titulado Hitler Interpretando a Belcebú, Jaime Noguera –director del Festival de Cine de Benalmádena entre los años 1998/2007-,presenta su texto de una forma directa y sencilla dividida en 4 capítulos con referencias a las películas realizadas sobre este personaje . La primera parte titulada Cinefilias Hitlerianas, recrea los gustos del Führer, no es una cronología de su vida como en el caso de Franco, más si una aproximación a lo que en vida, mientras estuvo al frente de su fallida cruzada, vio, ordeno, y produjo en términos cinematográficos a favor de su causa, y que son anécdota hoy día.  Por ejemplo, refiriéndose a una de las parodias que tuvo “fortuna” de ver, Noguera afirma:

[…] Al líder nazi también le gustaba Chaplin, pero dejó de ver sus films una vez le informaron que tenía sangre judía. Aún así, sentiría curiosidad por ver que había hecho el cómico con El Gran Dictador (1940), haciéndose conseguir una copia a través de Portugal, que se hizo proyectar dos veces seguidas. Su secretario personal recordaba años después que el gran dictador (el auténtico) le había hecho gracia el film, prohibido en Alemania y países satélites. Se había reído, sobre todo, con la aparición del alter ego de Mussolini, Benzino Napolini, interpretado por Jack Okie. (pp. 92-93).

En el caso de los trabajos fílmicos ordenados, el autor presenta el caso de uno de los temas más álgidos en la segunda mitad del siglo XX referido a los ghettos, y que los mismos nazis pusieron sobre la pantalla:   
     
[…] Ese mismo año, 1940 el Füher supervisó las imágenes del documental antisemita Der Ewige Jude (1940) rodadas en el ghetto de Varsovia, muchas de las cuales mostraban a niños y ancianos moribundos por la inanición. También ordenaba, en su histérica cruzada xenófoba, que Jud Süs, la historia de un intrigante judío que viola a la hija aria de un concejal, siendo ejecutado por los vengadores alemanes de buen corazón, se exhibiese en todos los países ocupados tras el gran éxito del público obtenido en el Reich: veinte millones de espectadores (P. 93). 

Entre referencias fílmicas, y hechos centrados en el entorno de Hitler bajo el indicador de una obra cinematográfica, el autor nos introduce en su propuesta de cómo se exhibió la vida de este personaje en la pantalla mundial.

La segunda parte titulada Hitler Antes de Hitler, propone un balance de obras sobre el dictador que suman, según Noguera, más de cien obras en el mundo cinematográfico, desde la primera caracterización realizada por el actor Larry J. Blake en la película The Road Back -1937-, pasando por  la ya citada parodia de Chaplin, y las versiones animadas de Walt Disney y la Warner Brothers. Por lo anterior, tenemos en el resto del capitulo las referencias a las siguientes obras: El Triunfo de la Voluntad, Leni Riefenstahl, 1935; Apres Mein Kampf, Mes Crimes, Alexander Ryder, 1940; El Gran Dictador, Charles Chaplin, 1940; Hitler, Dead Or Alive, Nick Grinde, 1942; Ser O No ser, Ernst Lubitsch, 1942;  The Hitler Gang, John Farrow, 1944.

La tercera parte se titula De la Caída de los Dioses a la Caída del Muro, en sus últimas líneas de presentación, antes de pasar a las películas referenciadas, el autor anuncia, como si se tratara de un cuento: “Cae el muro de Berlín, Alemania se unifica, la URSS se desintegra, Yugoslavia se desangra en una cruel guerra civil. En algún lugar, Hitler sonríe” (p. 123), panorama final de un proceso de postguerra donde la figura del más “famoso austríaco” ha sido reiteradamente llevada a la pantalla. Los filmes que soportan este segmento son: Rommel, El Zorro del Desierto, Henry Hathaway, 1951; The Magic Face, Frank Tuttle, 1951; Der Letzte, Georg Wilhem Pabst, 1955;  Hitler, Stuart Heisler, 1962; They Saved Hitler’s Brain, 1968; El Monstruo No Ha Muerto, Alberto Rinaldi, 1970; Hitler: The Last Ten Days, Ennio de Concini, 1973; Los Niños del Brasil, Franklin J. Shaffner, 1978; Hitler –Ein Film Aus Deutschland, Hans-Jürgen Syberberg, 1978; The Bunker, George Schaefer, 1981; Inside  The Third Reich, Marvin J. Chomsky, 1982; Countdown To War, Patrick Lau, 1989;100 Jahre Adolf Hitler Die Letzte Stunde Im Fühererbunker, Christoph Schlingfensief, 1989.      


La última parte dedicada a la figura del líder alemán, se titula  Hitler, Cambio de Milenio, lo que supone igualmente nuevas interpretaciones del personaje en un nuevo contexto mundial que ha dejado atrás la guerra fría:

[…] Pasados ya los años de postguerra y muertos la mayoría de los protagonistas directos del conflicto, los directores y los intérpretes de los films han decidido tratar a Hitler como a un ser más humano, eliminado su faceta de científico loco de mirada pérdida que ríe de forma malévola cada vez que opina. “Desmabusizándolo” o “Descaligarizándolo”. Bruno Ganz declara, frente a algunas críticas que el acusan de presentar al público a un personajes sanguinario de forma encantadora en Die Untergang, que nadie come sopa de forma malvada. Hasta el más abyecto ser tiene sus motivos, y nadie se considera a sí mismo como “malvado”. Los psicópatas oyen voces, trabajan según órdenes divinas, están al servicio de extraterrestres o pierden la conciencia y se encuentran con las manos llenas de sangre y un cadáver en la nevera. Todos huyen de su yo. Muchos de ellos achacan sus crímenes a una fuerza exógena o endógena que les hace actuar en contra de lo sería su voluntad (p. 151).     

Además de algunas cintas brevemente presentadas, incluyendo el capitulo trescientos quince de la serie animada Southpark en la celebración de navidad donde aparece Hitler, el autor reseña: The Plot To Kill Hitler, Lawrence Shiller, 1990; Patria, Christopher Menaul, 1994; The Empty Mirror, Barry J. Hershey, 1996; Gespräch Mit Dem Biest, Armin Mueller-Stahl, 1996; Moloch, Alexander Sokurov, 1999; Goebbles Und Geduldig, KaiWessel, 2001; Max, Menno Meyjes, 2002;  Joe And Max, Steve James, 2002, en esta reseña se agrega al entrevista al actor que interpreto a Hitler, Rolf Kanies; Hitler: El Reinado del Mal, Christian Duguay, 2003, igualmente aparece la entrevista al protagonista Robert Carlyle; El Clon de Hitler, Christian González, 2003; Stauffenberg, Jo Baier, 2004;  El Hundimiento, Oliver Hirschbiegel, 2004; Hitler Meets Christ, Michael Moriarty, 2005;  Speer Und Er, Heinrich Breloer, 2005; Uncle Adolf, Nicholas Renton, 2005; Ellos Robaron la Picha de Hitler, Pedro Temboury, 2006; Mi Führer: La Verdad Más Verdadera Sobre Adolf Hitler, Dani Levy, 2007. Finalmente, además de presentar las reseñas de algunas películas sobre “el gran dictador” en sus cuatro capítulos, nos entrega Noguera un amplio listado de la filmografía hitleriana.
  
Mussolini
El autor del anterior capitulo, repite con Mussolini El Nuevo Cesar, explicando como el dictador italiano entra en el uso de la cinematografía para beneficio propio, y de su proyecto político con la fundación en 1935 de los mayores estudios cinematográficos de Europa: Cinecittà. Utilizando como referencia de análisis el texto de Román Gubern El Líder Político como Discurso ficcional, Noguera explica los temas políticos tratados en la película  Campo di Maggio encargada por Mussolini, y el paralelismo con Napoleón como referencia de engrandecer la figura del dictador.

Con respecto a la Propaganda, Censura y Promoción,  brevemente nos presentan como las obras realizadas en el periodo fascista, tenían en algunos casos mensajes directos al hecho político del presente italiano; también se reseña la entrada en los circuitos faranduleros con la creación de una de las muestras más importantes en la cinematografía mundial, el Festival de Cine de Venecia, así como la participación de su hijo en el engranaje de la cultura fílmica fascista:

[…]La sangre de la sangre del Duce tuvo su influencia en el desarrollo  de la industria fílmica italiana. Vittorio Mussolini, uno de sus hijos, fundó la revista Cinema, convirtiéndose en su director. También estuvo al frente de los estudios Cinecittà, donde intentó cumplir la voluntad paterna esforzándose en que el cine italiano idealizase el imaginario fascista y el mito cotidiano, haciéndolos inseparables para el espectador. Con tal fin había realizado un viaje a Hollywood, en busca de acuerdos comerciales con la industria cinematográfica norteamericana, justo cuando su progenitor firmaba el Pacto de Acero con el III Reich, por lo que fue recibido con hostilidad por los creadores de la fábrica de sueños, muchos de ellos judíos nada simpatizantes con la agresiva política antisemita de Hitler (p. 211).   


El aparte dedicado a las relaciones internacionales, se enfoca directamente a las sostenidas con Alemania y su homologo Hitler, bajo la anécdota de Dino Alfieri -quien había sido Ministro de Cultura Popular de Mussolini- en su libro Dos Dictadores Frente a Frente, y las semblanzas físicas de los dos “buenos amigos” en Berchtesgarden 1941, mientras observan algunos filmes de la hegemonía Nazi (p. 212-213). Finalmente, y antes de pasar al listado de sinopsis sobre el duce, Noguera nos presenta el listado de representaciones de Mussolini en la pantalla, además de las reseñas: Mussolini: Ultimo Atto, Carlo Lizzani, 1974; El León del Desierto, Moustapha Akkad, 1979; Mussolini And I, Alberto Negrín, 1985; Mussolini, Auge y Caída del Nuevo César, William A. Graham, 1985; Edda, Georgio Capitani, 2005. Como anexo, la filmografía Mussoliniana, más una amplia bibliografía de los dos capítulos escritos.