Reseña: Cesar Sabater, Jaime Noguera, Kepa
Sojo, Alberto González, Dictadores en el
Cine –la muerte como espectáculo-, Centro de ediciones de la Diputación
Provincial de Málaga (CEDMA), 2007, págs. 371.
Stalin
El texto de Kepa Sojo –Doctor en
Historia del Arte, Universidad del País Vasco-, se titula Stalin el Dictador de Acero. Tras una breve reseña de Stalin, el
autor analiza la relevancia del personaje histórico como personaje
cinematográfico en cuatro
características: 1-Periodo estalinista, filmes propagandísticos sobre el
dictador promovidos por su gobierno; 2-Cine norteamericano anti-nazi previo a
al II Guerra Mundial; 3-La visión de Stalin y su época desde antes y después de
la perestroika y el cine actual de los países del Este de Europa; 4-La
representación del mito desde la óptica del cine occidental de las últimas
décadas (pp. 237-238).
El culto a la personalidad de Stalin es
abordado por el autor de una forma directa con respecto al uso de la
cinematografía como medio de poder político:
[…] La presencia
de Stalin como personaje cinematográfico en el cine de ficción soviético de la
época viene marcada claramente por los acontecimientos políticos
internacionales y por la propia situación socio-económica interior. Este tipo
de cine hagiográfico, triunfalista, panfletario y propagandístico comienza a
llevarse a cabo en 1937, y coincide con el desarrollo del tercer plan
quinquenal de desarrollo promovido por el georgiano. Podemos establecer el año
1942 como limite de este primer momento
de presencia del líder comunista en
películas del momento (pp. 240-241).
Las cintas de este periodo reseñadas por
Sojo son: Lenin en octubre, Mijail
Romm y Dimitri Vassiliev, 1937; El Hombre
de la Pistola, Sergei Yutkevitch, 1938; El
Gran Incendio, Mijail Ciaureli, 1938; Lenin
en 1918, Mijail Romm, 1939; La
Barriada de Vuiborg, Grigori Kozintsev y Leonid Trauberg, 1939; Siberianos, Lev Kulechov, 1940; Valeri Chkalov, Mijail Kaltozov, 1941; La Defensa de Tsaritsin, Georgi y Sergei Vassiliev, 1942; El Juramento, Mijail Ciaureli,
1946; El Tercer Golpe, Igor Savchenko, 1948; La Caída de Berlín, I y II, Mijail Ciaureli, 1949; La Batalla de Stalingrado I, Vladimir
Petrov, El Primer Frente, 1949 y II Vencedores y Vencidos, 1950; El Inolvidable Año 1919, Mijail
Ciaureli, 1952; Torbellinos Hostiles, Mijail Kalatozov, 1953.
Con respecto al cine americano
Pro-Soviético anterior al fin de la II Guerra Mundial, el autor nos presenta
dos párrafos introductorios en donde se deja anotada la rareza de esta
filmografía ante lo que posteriormente sucedería en la postguerra,
referenciando dos filmes -Misión a Moscú,
Michael Curtiz, 1944; La Canción de Rusia, Gregory Ratoff,
1944-, igualmente anotando:
[…] No obstante,
es preciso recordar que la Unión Soviética y Estados Unidos fueron aliados
frente al enemigo común nazi en la fase final del conflicto bélico. Es por ello
por lo que, de manera tenue, se desarrolló en Hollywood un cine
propagandístico anti-nazi y curiosamente
pro-soviético que se ve, desde el punto de vista actual, con cierta sorpresa, ya que asombra ver al
posterior enemigo número uno del bloque capitalista y a su cabeza visible, el
temido Stalin, tratados con cierta simpatía y bonhomía frente al peligro alemán
(p. 264).
Al analizar Stalin desde Rusia y los
países del este antes y tras la perestroika, Sojo describe los cambios de un
cine megalómano en torno al líder, y la desaparición de su figura luego de la
denuncia política estalinista que desde el XX Congreso del PCUS llevó a cabo
Nikita Kruschev, referenciando brevemente algunas películas (p. 270); también
explica el giro suscitado con la llegada otro estilo de gobierno y las puestas
en escena del personaje:
[…]Los años
ochentas supusieron un período histórico de desgaste para el sistema soviético.
De este modo, la llegada al poder de Mijail Gorbachov y sus propuestas
aperturistas de perestroika y glasnost tuvieron su reflejo en un cine que iba a
al deriva y lastrado por una situación socio-política que giraba éntrela nostalgia
a los tiempos pretéritos y la denuncia a al época estalinista, que suponía una
gran cruz a las espaldas de lo soviéticos. Era el momento de revisar un ay otra
vez la historia por medio del cine para intentar eliminar el sentimiento de
culpa que aún flotaba en el ambiente por lo sucedido años atrás. Stalin y su época eran al cine soviético lo que era
Vietnam para los norteamericanos o la Guerra Civil para los españoles (p.
271).
Inclusive, se asume una nueva forma de
abordar a Stalin en los años noventas, desde una mirada cómica y paródica para
desmitificar su figura y estilo de gobierno, con cintas como El Camarada Stalin va a África,
relacionado con el film español Espérame
en el Cielo, el cual trata el tema sobre un supuesto doble de Franco; igualmente
con cintas decididas a presentar otras miradas del georgiano como El Testamento de Stalin, además de otros
trabajos fílmicos que fueron inclusive llevados a la pantalla chica (pp. 272-273).
Para concluir este capitulo, Kepa Sojo
reseña la visión occidental del mito desde la óptica actual, explicando cierto
reposo que sobre la figura de Stalin se hizo después de su muerte en el lado
occidental para representarlo cinematográficamente, sobretodo en el caso de las
filmografías estadounidenses y británicas que buscaron en el personaje una
opción de poner en escena su figura, en el caso hollywoodense con las
caracterizaciones de conocidos actores como Robert Duvall, F. Murray Abraham, y
Michael Caine; aclarando que muchas de las obras occidentales sobre Stalin,
fueron películas para televisión e incluso teleseries por capítulos, pasando a
referenciarlas brevemente (pp. 274-275-276).
Además de una breve conclusión, el autor nos regala la filmografía estalinista,
y algunas referencias bibliográficas.
Otros
dictadores
Sobre otros dictadores recreados en el
séptimo arte, Jaime Noguera hace una reflexión por espacios geográficos
mundiales, sobre África sugiere que
los dictadores de este continente no han sido llevados a la pantalla con la
misma asiduidad que los surgidos de la cultura judeocristiana (p. 289); reseñando
algunas obras donde aparecen dichos hombres, tal es el caso del dictador del
Zaire Mobutu Sese Seko, el señor de Uganda Idi Amin –el más puesto en escena-,
y Charles Taylor, jefe del Frente Patriótico Nacional de Liberia (pp. 290-291).
Del continente Asiático, el más
representado es Mao Zedong, desde la misma China hasta los casos occidentales
de Hollywood en películas como Nixon
de Oliver Stone, y Kundun de Martín
Scorsese; igualmente, el militar golpista indonesio Suharto, el líder filipino
Ferdinan Marcos, el camboyano Pol Pot, y finalmente el dictador norcoreano Kim
Il Jong (pp. 295-296).
Regresando al viejo continente, las
referencias se dirigen a Lenin, Nikita Kruschev, Leonid Brezhnev, y Yuri V.
Andropov desde el lado ruso. Para el
caso yugoslavo, la figura de Josip Broz Tito tuvo sus minutos fílmicos, en
documentales informativos así como cintas de largometraje de ficción. El
Francia, se suma el Mariscal Henri-Philippe Petain, además de listar algunos
dictadores que todavía no han tenido la primicia de ser representados en el
cine, y con cierta ironía obviar la cinematografía dedicada a los pontífices
desde el Vaticano (pp. 297-302).
Las representaciones de dictadores en el
mundo Arabo-Islámico, es poca, y
según Noguera, su vertiente de ficción no ha tratado sus figuras de una forma
seria. Entre sus puestas en escena se encuentra una parodia al Shah de Persia,
interpretaciones de Ayatolá Jomeini, Muhammad Gadafi, y Saddam Hussein (pp. 303-304). Finalmente, Latinoamérica, con la figura de Fidel
Castro, primero como extra de algunos filmes –Escuelas de Sirenas, Holiday
in México-, parodiado por Woody Allen en Bananas, así como otras referencias dedicadas a su figura. El
panameño Noriega, el dictador chileno Pinochet, y dominicano Rafael Leónidas
Trujillo, se suman a la celebridad cinematográfica con sus retratos en pantalla
(pp. 305-306).
La
muerte como espectáculo
El último artículo de este libro,
escrito por Alberto González –Licenciado en Filología Hispánica-, es un ensayo
mordazmente presentado que nos saca constantemente de la seriedad del tema,
aunque para que ser serios a la hora de abordar los dictadores, mejor tomarlos
en burla para aguantar sus desastres. Por lo tanto, el disfrute de su lectura
nos lleva por cuatro muertes, la de Mussolini, Hitler, Franco y Stalin, cada
una con una particularidad enredada en medio de análisis apropiados de disfrute
único. La muerte, presente en cada uno de sus estilos de gobernar, no les fue
ajena, cada uno tuvo lo que mereció en espacios diferentes, sucumbieron
dependiendo de sus contextos históricos, por eso la descripción que nos
presenta González se rige en sus formas y medios de utilizar sus figuras a
favor de sus causas, políticas y guerreristas, cruzado con ejemplos vivos,
literarios y cinematográficos.
Cada dictador es retratado con sus
entornos más cercanos, la fealdad de sus vidas posibilita entender un poco sus
formas de raciocinio, valor agregado del autor, que con su conocimiento plasma
un sinnúmero de hechos concernientes a la vida privada de estos personajes que
igualmente fueron tan públicos. Por lo anterior, presento algunas citas, para
ejemplificar la idea central de González:
[…]Muerte
primera. Mussolini.
El 28 de abril de
1945 Mussolini muere de muerte doble. La suya propia, muerte fusilada en una
cuneta, y la pública, muerte medieval y ejemplarizante (p. 311)
La muerte
pública de Mussolini es, pues, una muerte de trofeo de caza, de pieza cobrada
que es puesta boca abajo para que se
desangre y se oree. “Colgados boca abajo” subrayó Hitler en el parte que el
entregaron el 29 de abril. (Boca abajo, piensas tú, para que se viera menos esa
cabeza de Minotauro demoledora u desafiante. “Una muerte fea, innoble” pensaría
posiblemente el Duce se si hubiera podido contemplar. Pero no se contempla, que
está muerto y bien muerto de muerte colgada, apaleada y puesta del revés para
que todo el mundo viera que siempre hay un castigo, una justicia y unos valores
sólidos sobre los que la sociedad se
asienta etc.… (pp.320.321).
[…] Muerte
segunda. Hitler.
Hitler murió de
muerte suicida de pistola, con acompañamiento de cianuro, el 30 de abril de
1945 (p. 322).
Ahí lo tenemos
sentado en el sofá junto a su esposa. La cabeza apoyada contra el respaldo y la
boca torcida en la que aún pueden verse restos de cristal de la ampolla que
contenía el cianuro potásico. (Cuando se despidió de sus secretarias, ayudantes
y mayordomos, les dio a cada uno de ellos una ampolla de veneno). En la sien derecha, Günscher y Linge pudieron
apreciar, como nosotros, un boquete negro del que manaba abundante sangre. Los
pelos de alrededor estaban chamuscados por el fogonazo del disparo. La mano
derecha inerte, después de haberse disparado con una pistola Walter 7,65. Eva
Braun dispuso de otra pistola de menor calibre que no usó. Suicidada de muerte
femenina acorde con la muerte suicidada de virilidad militar de su recién
marido. (No es menester insistir sobre la estrechísima relación metafórica
entre las armas y el falo) (p. 325).
[…] Muerte
tercera. Franco.
Franco murió en
su cama de muerte alargada. Empezó a morir a las once y cuarto de la noche del
19 de Noviembre de 1975. Su hija Carmen para que dejaran a su padre morir en
paz, la que impuso a sangre y fuego a todos los españoles desde que el 18 de
julio de 1936 se alzó en armas contra el legítimo gobierno de la República (p.
336).
Entonces Franco
pudo morir por fin de shock endotóxico provocado por aguda peritonitis
bacteriana, disfunción renal, bronconeumonía, úlcera de estómago,
tromboflebitis, y enfermedad de Parkinson. Franco murió de viejo, en su cama y
no de una gravísima herida en el vientre en acto de guerra. El gobierno de la
República no le concedió la Laureada de San Fernando y Él, para reparar tamaña
injusticia, se la concedió a sí mismo cuando estuvo bien derrotado y cautivo el
pueblo español. Franco tuvo la suerte que no tuvieron Hitler ni Mussolini, que
no pudieron saborear cuarenta años el poder. Franco fue muy superior. Se sucedió a sí mismo en infinitas
ocasiones y gobernó hasta casi cumplir los ochenta con el aplauso de todo el
mundo, excepto Carrero Blanco, que desapareció por una calle de Madrid. España
fue un inmenso coso taurino en aplauso unánime y entusiasta al único espada
posible (p. 337)
[…] Muerte
cuarta. Stalin.
Por fin entran
para recoger del suelo un cuerpo paralizado en su mitad, el habla perdida,
respirando con dificultad hasta el día cinco de marzo que: “Abrió los ojos u
dirigió una mirada extraña, furiosa, llena de temor ante la muerte, así como
ante los rostros desconocidos de los médicos que se inclinaban ante él. Su
mirada se posó en todos los presentes en una fracción de segundo y, entonces,
en un gesto horroroso que aún hoy no puedo comprender ni olvidar, levantó la
mano izquierda, la única que podía mover, y pareció como si señalara vagamente
con ella hacia arriba o como si nos amenazara a todos. El gesto resultaba
incomprensible, pero había en él algo amenazador, y no sabía a quién ni a qué se refería…. Un momento después, el
alma, en un último esfuerzo, abandonaba el cuerpo”. Svetlana (p. 362).
Posdata póstuma:
El cuerpo de Stalin es entregado al momificador de Lenin. Volvió muy contento
de sus vacaciones en el gulag siberiano para realizar el último trabajo.
Piruetas de un destino justiciero y juguetón (p. 362).
En
conclusión
El libro Dictadores en el Cine puede ser usado como una guía cinematográfica
en los temas dedicados a los líderes políticos vinculados a la Segunda Guerra
Mundial. Su organización aporta como catalogo de obras fílmicas con sus
respectivas sinopsis y críticas, un valor agregado a los lectores que no
conocen dichas películas, y que por medio de su lectura pueden acercarse para
su uso en los espacios individuales o grupales, vinculados desde esta
perspectiva, con la enseñanza escolar; lo anterior, es posible por las
posibilidades actuales de consecución de algunas películas sobre las temáticas.
Cada uno de los autores, encargados de
explicar la puesta en escena de los dictadores a través del séptimo arte o la
televisión, conceden una reflexión acorde al objetivo planteado, el cual se
hace implícito: describir un poco la vida de estos nefastos personajes, y
ponerlos en el foco de sus representaciones más importantes en el uso del cine
como medio político de exaltación pública de sus figuras, desde la “realidad”
documental, hasta las formas ficcionales vinculantes con diversos aparatajes de
producción cinematográfica expresados en la industria internacional, caso
Hollywood.
La seriedad en algunos argumentos bajo
una bibliografía apropiada, la anécdota que se atraviesa como estilo narrativo,
el humor negro, la entrevista. y un apoyo en imágenes acertado, aportan al
contenido general del libro. Para los que leemos el texto desde este lado del globo
terráqueo, nos queda las ganas de haber leído un capitulo más completo sobre la
representación de nuestros dictadores latinoamericanos del siglo pasado –de
uniforme y de saco-, trabajo que seguro algún investigador acucioso del cine
tratara de registrar con el pasar de los años, tal vez cuando los nuevos y
viejos cineastas, se atrevan a retratarlos en sus más “sublimes” poses.
2 comentarios:
Estimado señor Galindo Cardona:
Le agradezco muchísimo sus elogiosos comentarios sobre mi artículo "La muerte como espectáculo".
Dicho y escrito todo sobre estos monstruos, no me quedaba más remedio que tirar de ironía fina que es, en mi humilde opinión,la mejor manera de derribar estatuas o de cagarlas como palomas inocentes.
Muchísimas gracias.
Le envío referencia de mi blog donde, bajo estricto seudónimo, me doy el lujo de disparar de vez en cuando algunas balas.
http://desdelacatacumba.blogspot.com.es/
Profesor: Agradecido por detenerse a leer la reseña, revisare su blog, un saludo medio caluroso desde la fría Bogotá.
Salud y éxito en el 2013.
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