En octubre del año 1972 se presentó un programa en la Cinemateca
Distrital de Bogotá que ponía a dialogar un tema con dos miradas distanciadas
desde la forma y el contenido narrativo en el escenario de los VI Juegos Panamericanos
celebrados en Cali en 1971, se trataba de la película Cali, Ciudad de América -1972- de Diego León Giraldo, película oficial
dentro del canon de la organización del evento, y Oiga Vea -1971- de Luis
Ospina y Carlos Mayolo, contraparte en la periferia de los acontecimientos por
fuera del discurso oficial. Esta misma
acción la tendremos este 16 de mayo del 2025 con las mismas premisas de ese momento,
pero con otras motivaciones que da el paso del tiempo enfocadas en la
preservación, restauración, y puesta en circulación del registro de una época.
La historia nos revela la posibilidad del regreso a la visualización de una obra que tuvo su recepción en salas, y se movió en otros circuitos de representación. Cali ciudad de América, hace parte de la pesquisa que siguió algunas huellas en el texto de Katia González Martínez titulado Cali, ciudad abierta. Arte y cinefilia en los años setenta -2014-; en su capítulo “Oiga vea: un zoom out panamericano”, logra analizar el documental por fuera de la oficialidad del evento que realizaron Ospina y Mayolo, una construcción exhaustiva desde la memoria de los directores caleños y la crítica que apareció en el primer número de la Revista Ojo al Cine escrita por Andrés Caicedo. Las pistas que descubrimos es un ejemplo de como nuestro entorno cinematográfico, y en este, sus personajes, posibilitan armar un rompecabezas para construir la memoria de una película, por supuesto que sus conclusiones siempre quedan dispuestas a otros encuentros, en el presente esto ocurre con la vuelta a la exhibición de la cinta realizada a inicios de los años setenta en Cali, y manifestada en el marco de la exposición Los grupos de cine en Cali: Archivos revelados, un relato construido a partir de la donación realizada a la Cinemateca de Bogotá de algunos de los archivos de Ospina, Mayolo y Caicedo, una línea de tiempo que conecta la vida de estos personajes con el contexto social y cultural del país.
En 1971 se celebró en Cali un evento deportivo significativo que involucraba
el panamericanismo, una movida política gestionada desde el gobierno colombiano
con toda la acción administrativa de los dirigentes caleños, una especie de proeza
que ponía la ciudad ante los ojos del mundo y que venía trabajándose desde el
año 1967 cuando se le adjudicó la sede. Para una revisión de este acontecimiento
desde lo institucional, podemos leer el libro Cali Panamericana –memoria de los VI Juegos panamericanos de 1971-,
un monumental libro con textos de Alfonso Bonilla Aragón que busca además de las
hazañas deportivas: “aprovechar esa oportunidad para presentar otras realidades
e inducir a los lectores a otros propósitos”.
Uno de los textos en sus 282 páginas, reseña el documental de los VI
Juegos Panamericanos, un balance en asuntos técnicos, nombres, y presupuesto en
cabeza de Martha Hoyos de Borrero, productora ejecutiva: “Ella consiguió la
filmación de una superproducción de 35 milímetros, en película de Eastman,
color negativo tipo 5254, de hora y media de duración. Se filmaron 80 mil pies
que fueron reducidos a 12 mil en la edición final. El sonido es sincrónico, y
se realizó en México todo el sonido incidental”.
En el libro Diego León Giraldo: El cine como testimonio -1991-, encontramos una entrevista realizada por Camilo Calderón donde afloran varios temas, incluyendo la obra que nos convoca en este texto:
C.C: Así llegamos a Cali ciudad de América, la película de los Juegos Panamericanos de
1971, su primer largometraje.
D.L.G: No sólo mi primer largometraje: también era mi
primera experiencia a color y mi primera experiencia de trabajo en equipo, con
64 técnicos colombianos y camarógrafos suizos, franceses y mexicanos, todos
actuando al mismo tiempo, en diferentes escenarios, y sin poder llevar un
control directo. Lo peor, sin saber nada de deportes… Y, para terminar,
descubrir al comenzar el rodaje que los estadios tenían la iluminación con la
temperatura necesaria para la televisión, pero no para el cine., lo que nos obligaba
a forzar la película en los eventos nocturnos, y esto sin posibilidad de hacer
pilotos de prueba para estudiar los niveles de densidad del color y su posible
deterioro. Teníamos un plan riguroso de filmación, pero no había un guion
posible. El margen de riesgo era altísimo.
C.C: Pero usted con la experiencia de Antonio Reynoso,
que había sido director técnico de Olimpiada
en México.
D.L.G: Cierto. Pero aún con la ayuda de Reynoso, era
inevitable que el resultado fuese un poso desigual.
C.C: Cuando la película se estrenó, hubo euforia, hubo
identificación de la gente, y visualmente tenía momentos memorables. Una
aproximación al deportista que destacaba su toque humano y lo acercaba al
espectador.
D.L.G: Al final, creo que a Cali le quedó un documental
que mostró su capacidad organizativa, un pueblo entusiasta, una ciudad y una
región bellas. Todavía hoy piden la película para todo espectáculo deportivo, y
eso se lo debo a Marta Hoyos, la productora del proyecto, que corrió el riesgo
y creyó en mí. Si yo fuera creyente, como mi mamá, le prendería diariamente una
veladora a Marta Hoyos. Ella para mi es sagrada (pág. 37-38).
El mismo entrevistador tiene un texto dedicado a esta obra con motivo
del estreno de la película en la Cinemateca Distrital de Bogotá el día 3 de
octubre de 1972, entregando un breve balance sobre las producciones que se han
dedicado a representar unas justas deportivas a través del cine desde el género
documental, con la siempre e irrefutable referencia de Olympia, obra maestra de Leni Reifenstahl sobre los Juegos
Olímpicos de Berlín celebrados en 1936. Calderón hace comparaciones de la obra
de Giraldo con las Kon Ichikawa en Tokio
Olympiad -1965-, y Alberto Isaac en Olimpiada
en México -1969; para concluir:
[…] Cali, Ciudad de América posee una filosofía, una
fundamentación de gran claridad. Sin embargo, hay un factor que atenta contra
la corriente natural del filme, esa especie de contravía de los textos, que
irrespeta prosaicamente la imagen, la lesiona y en algunos extremos la aniquila.
Y es que en cine hay una virtud que se llama concreción, contra la cual no se
puede faltar impunemente. Por fortuna, en muchos fragmentos dela película
aflora también un elemento poético-una poesía espontánea y vibrante- que salva
y hace inolvidables muchas secuencias, como la iniciación solar de San Agustín,
las danzas blancas del Pacífico, la escena de la tormenta en Cartagena o es
aluminosa culminación plástica que son los saltos de garrocha del joven campeón
Jan Johnson (p. 155).
Esta compilación nos ayuda a identificar al autor desde su escenario de
representación cinematográfica que aborda muchos frentes desde el ejercicio
documental, pasamos de hacer registros sobre juegos deportivos locales en el
periodo silente y los años treinta, a un largometraje que se inscribe es ese
subgénero del deporte en acción y sus disciplinas, donde el cuerpo, los
espacios, las marcas, los logros, las frustraciones, y los visos de la poética,
pueden aparecer. Siendo el resultado de una gestión política y administrativa
del orden internacional, nacional y local, puede uno descubrir en los textos de
la época que la película en conexión con los juegos, suma a esa connotada
acción del sector público y privado en posicionar una ciudad a pesar del costo
en otras acciones de la cotidianidad caleña y su espacio urbanístico: “el
desastre de construir sobre los destruido”, además de la necesaria conexión que
debemos hacer con la movida artística, y sus funciones interpretativas y
críticas.
La producción cinematográfica que está registrando los juegos desde lo institucional,
y aquellos que lo hicieron por fuera, construyeron una narración con dos
documentos que son el resultado de miradas que van en contravía de la dimensión
real de un tema, por lo tanto, nos invitan a la comparación, y al sentir colorido
o en blanco y negro de una historia, ventajas de la distancia, el espacio y el
tiempo de su puesta en valor.
Importante que redescubramos nuestro cine, que aglutine nuevas posibilidades de intervenirlas desde sus procesos de conservación y restauración patrimonial, aquí es notorio el trabajo en común y el dialogo interdisciplinar, así lo deja sentir el conocimiento y trabajo de Juana Suarez, Katia González –quien hizo la curaduría de la exposición Los grupos de cine en Cali-, Henry Caicedo y las instituciones que posibilitaron este momento: Cinemateca de Bogotá, Cineteca Nacional de México, y la Secretaria de Cultura de Cali. (Seguro quedan por fuera otras personas, otras instituciones).
Bibliografía
Cali Panamericana, Memoria de los VI Juegos Panamericanos de 1971, Tomo
I.
Diego León Giraldo, El cine como
testimonio, Festival de cine de Bogotá, Universidad Central, 1991.
Katia González Martínez, Cali,
Ciudad Abierta, Ministerio de Cultura, Tangrama, 2014.