10.7.23

La destrucción del fílmico

En una entrevista realizada a Ramiro Arbeláez en el año 2016*, el historiador aseveró que en algún momento durante una reunión a la que fue invitado para hablar sobre el Cine club de Cali, propuso “que una de las labores que debía tener alguien que fuera consciente del momento que estaba atravesando en Colombia, el cine, y la distribución cinematográfica, era ir a asaltar un camión que llevara películas para su destrucción a Pance; lo propuse como una misión, salvar esas cintas del fuego, porque a ese sector de la ciudad se llevaban las películas por una carretera destapada y en algún sitio, cerca del río, hacían una fogata con los filmes”. Años donde la vida útil de una obra cinematográfica era escalada según su uso de 1 a 5 y deterioro, además donde los derechos de exhibición caducaban. 

En ese ejercicio de guardar “papeles” y textos de importancia, encontré un especial documento titulado Cementerio de filmes, crónica de Francisco Escobar publicada en el periódico El Tiempo en el año 1999: “La sierra eléctrica se encarga de destruir centenares de cintas que ya cumplieron su vida útil para el mercado. Entre 300 y 600 películas son mutiladas cada seis meses. Es un proceso muy común en el negocio del cine. ¿Se pueden salvar algunas producciones?

Por ser de interés general para la historia del cine, y conocer en parte cómo era que se sucedía a finales del siglo pasado la destrucción de las películas que pasaban por nuestras salas de cine, comparto el documento para identificar una de las situaciones más comunes en el intrincado negocio del cine desde nuestra capital.

Cementerio de filmes

Por: Francisco Escobar S.

Un día de julio de 1999. El lugar: un pequeño terreno baldío contiguo al Teatro Embajador. Dentro se escucha el ruido seco de la muerte, pero no hay ningún grito. Un tipo con cara inofensiva toma la sierra eléctrica al mejor estilo de Jason Voorhees –el temido personaje de Martes 13- y coloca el filo del aparato cerca de una lata que contiene un pedazo de la película Cuatro matrimonios y un entierro. La sierra, sin compasión, dibuja una raya sobre la superficie del acetato del filme, entonces se oye un ruido seco, el de la muerte. Así fallece degollado Hugh Grant, su acompañante Andie MacDowell y todo el largo listado que aparece en los créditos finales. Pero no, no hay ningún grito. “Hermano, páseme la otra, ¿sí?, dice ‘Jason’. Alguien le alcanza otra lata. El sacrificio debe continuar.      

Detrás de él hay una gigantesca montaña formada por residuos de filmes. Se encuentran pedacitos enroscados de Sol naciente, Amor prohibido y algunas y algunas inscripciones donde se lee: Mujeres al borde de un ataque de nervios. Aquí yacen, aproximadamente, 600 cintas mutiladas.

Sin embrago los que presencian el acto (una señora y dos hombres) lo miran con indiferencia. “Esto pasa cada seis meses, o dependiendo”, explica la mujer. Para ellos es algo muy normal, para los que conocen bien el negocio del cine también. Son las reglas del comercio, cuando los filmes han cumplido su vida útil hay que destruirlos. Así pasa en Hollywood, Londres, Buenos Aires y hasta en Bogotá.

No es ficción

“Las películas se destruyen porque han perdido su valor comercial, se acaba su periodo de explotación y ocupaba mucho espacio en las bodegas. Por eso son cortadas con la sierra”, explica el gerente general de Columbia-Tri Star-Buenavista, Guillermo Cuello.

Realmente son varias las razones por las que un filme llega a su hora final. Primero, porque se vencen los derechos de las distribuidoras sobre la obra, que usualmente tiene una duración de cinco años. Vencido este tiempo el filme no puede ser exhibido con fines lucrativos pues se violarían los derechos de autor.  

Segundo: las cintas salen de circulación si están muy trajinadas. “Destruir las copias en mal estado, es, en últimas, velar por la calidad de una película. Solo hay algo tan doloroso como la destrucción de un filme y es verlo en las salas en mal estado. Eso da piedra”, dice el director Felipe Aljure.

Pero no todas las copias se destruyen. Un ejemplo: del último filme de Kubrick, Ojos bien cerrados, llegaron a Colombia 20 copias. De esas, que probablemente serán llevadas al ‘matadero’ en enero, se salvarán tres o cuatro. Las que estén en mejor estado. Y todas dejaran de existir cuando a la distribuidora Warner se le termine el plazo de explotación sobre la película. Así es este negocio, no importa que sea la última película de Kubrick.

“Este proceso le duele en el alma, sobre todo, a la gente de los cineclubes y las cinematecas. Lo ven como un asesinato. Pero nada que hacer. A mí me dio pesar destruir un fenómeno comercial como Titanic o una gran película como Boda blanca, pero hay que echarles sierra”, explica Bernardo Dávila quien trabaja en el departamento de distribución y ventas de Cine Colombia.


 ¿Un final feliz?

Este procedimiento (sierra, ruido de muerte, película decapitada) tan común para los entendidos del mundo cinematográfico es. Sin embargo, algo sin mucho sentido para los soñadores de los cineclubes o los cinéfilos. Entre ellos ronda una pregunta, ¿no se podrían donar los filmes antes que destruirlos? La respuesta es ¡no! Sería además un proceso muy largo.

Si un cineclub quisiera tener La amenaza fantasma, implicaría que la FOX Colombia pidiera permiso a su casa matriz (en E.U) y ellos, a su vez, preguntarle a Georges Lucas: “hey, quisieres regalar una copia de Episodio I” (adivinen la respuesta). Este capítulo podría llegar a feliz término si la petición surgiera de parte de una cinemateca oficial de Colombia. Y aun así la negativa es casi segura. Aunque en países como Argentina, México o Uruguay, en muchas ocasiones se consiguen buenos resultados porque hay una cinemateca estatal sólida.    

Sin embargo, hay optimistas que no se resignan y proponen soluciones. “Quizás una manera de salvar muchos filmes sería que el gobierno les solicitara a las distribuidoras que los guardarán como patrimonio –argumenta Enrique Pulecio, director de la cinemateca del MAM-, así podríamos exhibir más películas. (Y se queja). El público reclama porque los cineclubes no pasan filmes de Visconti, por ejemplo, pero, ¿cómo lo vamos a lograr si a todos los maestros los han pasado por la sierra?”.

Pero Colombia podría tener una buena “reserva” de películas. De hecho, como explica Claudia Triana, directora del fondo mixto de producción cinematográfica: “en nuestro país hay una ley de depósito legal (ley 44 de 1993). Indica que de cada película que se exhiba públicamente debe quedar una copia en la Biblioteca Nacional”. De esta forma, a pesar de la sierra, siempre quedaría un archivo de cintas para el público y los investigadores, porque claro, no se podrían explotar económicamente. Lo importante es que se salvarían filmes como los de Visconti, Almodóvar o Robert Altman, por ejemplo.

A pesar de que la ley existe, no se cumple. Y muchas distribuidoras dejan su donación en video. Además, todavía la Biblioteca Nacional no tiene los espacios indicados para servir de archivo fílmico. No hay salvación para las películas. Lo único real, por ahora, es que, en un año, quizás en tres meses (de pronto mañana), el ritual de Jason Voorhees comenzará de nuevo. Robert De Niro, Al Pacino, Federico Luppi, Victoria Abril y más, morirán degollados. Y la sierra no se va a detener. Su manipulador tampoco y segura diciendo: “Hermano, pásame la otra, ¿sí? Se escuchará entonces, el ruido de la muerte.    

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Las idas y venidas de las distribuidoras con las salas alternas y comerciales, funcionaban a partir de la oferta y demanda del cine que nos llegaba en ese periodo, junto al gusto de los espectadores del momento. También con empresas independientes que promovían en el periodo el denominado “cine arte”, expresión puesta de moda en un juego comercial posicionado por algunos críticos de cine. Sin ir al fondo del problema de la destrucción de las películas, el artículo nos deja pistas que podemos conectar para entender porque se daba este fin para el fílmico, junto a algunas conexiones con el sector, tal vez una constante discusión venida desde mediado de siglo XX con las posturas de conservar y exhibir con el amparo de las Cinematecas, y las posiciones de los cineclubes en su ola de representación desde los años setentas.       

*https://historiayespacio.univalle.edu.co/index.php/historia_y_espacio/article/view/1899/2003

 

 

 

 

 

 

 

18.4.23

El cine desde la “negociación, construcción y representación identitaria en Colombia”

Reseña: Simón Puerta Domínguez, Cine y Nación, Universidad de Antioquia, FCSH Investigación, (2015), 243 págs.

La publicación de este libro es el resultado de un trabajo de grado del autor para optar su título de antropólogo en la Universidad de Antioquia. La postura de esta investigación como anota Puerta, es la interdisciplinariedad, buscando “develar las mediaciones”, profundizar en la legislación y sus posturas en el encuentro con las obras; incluyendo una reflexión en torno a la piratería de nuestro producto interno cinematográfico:

…El cine se plantea entonces como un escenario a partir del cual se hace posible la indagación sobre la identidad nacional. Los procesos creativos de las obras y los productos que se prestan al consumo simbólico, son proyectos imbricados en lógicas e intereses que se superponen en la imagen final. Esta superposición devela las negociaciones y posturas que la heterogeneidad que constituye la comunidad nacional postula como legítimos y representativos de Colombia y sus ciudadanos (p. 17).    

Se estructura este documento con ciertas variables históricas ya canónicas en la forma cronológica de su representación. El primer capítulo en función del cine en la idea del proyecto de nación de principios del siglo XX: una comunidad imaginada, la modernidad, el cine como arte nuevo en el entramado del crecimiento del país en dirección de las estrategias de progreso en conexión con la cultura de masas y sus tradiciones. El segundo capítulo, titulado El proceso cinematográfico en Colombia: medio siglo de optimismo en encuadre, dirige su atención a la identidad nacional como reflejo y tema de acción e interpretación en las obras que fueron escalando los periodos: la búsqueda de la nación en el nacimiento de nuestro cine con sus imágenes de progreso, moral y política y en estos la censura; además del encumbramiento de la cultura popular en función del uso del cine, y el melodrama como salida temática:

¿Cuál es la idea de progreso que se pregona y que, desde la imagen se pretende difundir en el imaginario de la identidad colombiana? El mismo carácter internacional e internacionalizante del cine responde esta pregunta: la pretensión de quienes se otorgan la responsabilidad de traer al país el progreso, y de sus representantes, fue de reproducción de un modelo. La élite nacional, los terratenientes y empresarios que ostentaron el poder económico y político, aquellos que entre la cámara buscaron plasmar su imagen y erigirse como protagonistas, tuvieron como referencia para la creación de sus papeles el cosmopolitismo europeo y su modelo industrial (págs. 11-112).

El tercer capítulo, La violencia en la pantalla: el extravío de la unidad en la imagen, abarca una serie de momentos y estructuras narrativas partiendo de los contextos socioculturales y en estos el acto creativo desde el populismo, los nuevos cines de los años sesentas y el sonado conflicto de la identidad nacional de ese momento, y del presente en la contemporaneidad con temas coyunturales que enfocan diversos problemas del orden nacional como la “colombianidad”, el discurso nacionalista como estandarte de la inmediatez simbólica, y acciones de interpretación de los contextos nacionales puestos en valor discursivo y narrativo.  

El último capítulo se titula La industria cultural y el papel crítico del cine y el espectador, el cual hace “hincapié en determinar el proceso a través del cual el Estado ha reconocido la importancia de la imagen cinematográfica como parte constitutiva de esa construcción de valores y creencias, y por esto mismo, ha intervenido para que el proceso creativo de producción de la obra artística sea posible y autónomo” (p. 162). Acá, la legislación y sus “momentos” sellan un derrotero en su accionar identitario: desde la ley del año 1942, la Ley de Sobreprecio, el periodo Focine, la Ley General de Cultura, y la Ley de Cine del año 2003. Conexión de variables y análisis que definen un panorama especialmente significativo porque allí las obras y sus autores hacen parte del ecosistema audiovisual, en ese entorno las categorías de cine afirmativo, cine al margen, y lo que denomina el autor la pugna por la imagen, es llamativo, dirigiendo su análisis a ciertos directores de representación en la tradición del cine colombiano.    

Este libro dialoga con diversos referentes teóricos evaluados en la estructura del proceso de investigación de nuestras universidades, se entrelaza con valoraciones de nuestro cine colombiano, y logra ubicarnos en otros esquemas de interpretación en el contexto de nuestras imágenes en movimiento y su camino en la construcción del Estado desde la diversidad identitaria, algo que refleja la argumentación de sus capítulos en otra forma de acción y reconocimiento.   

   

8.3.23

¡Mujeres en Acción! Arte, historia y memoria

Organizar un evento académico conlleva a pensarse -en algunos casos- estrategias vinculantes a fechas mediáticas y sinergias representativas en conexión con los objetivos de un programa museístico habitual, en este caso la celebración del día internacional de la mujer como idea y motivo. En las acciones que hacen parte de las Jornadas de Cine e Historia, las cuales venimos organizando desde el año 2014, la idea de Mujeres en Acción conlleva una mezcla especial de conocimientos y experticias desde diversas áreas del conocimiento en función de resultados palpables ante la apropiación social del conocimiento, buscando representaciones y miradas en torno al arte, la historia y la memoria, fusionando una serie de conferencias y diálogos desde la realización de un proyecto documental académico; las búsquedas creativas en la obra de arte y sus posibilidades; la investigación histórica de nuestro cine vinculante a  Hollywood como tema de análisis; junto a dos conversatorios en torno al espacio de la Casa Quinta de Bolívar desde el archivo audiovisual; en resumen, un disfrute temático de historias personales, resultados investigativos, y memorias de un espacio.  

Programa

Miércoles 15 de marzo, hora 3:00 pm.

Resiliencia de un proyecto académico: el caso de RAMIRO

En esta ocasión, Bibiana de la Hoz, directora del documental “Ramiro”, nos cuenta cómo fue el proceso de realización de este proyecto y los retos que encontró en su desarrollo. El documental muestra la vida de Ramiro López, ‘Chamán llanero’, brujo de profesión de la ciudad de Bogotá, y cómo este personaje convierte la brujería en su estilo de vida y en su fuente de ingresos.

 Viernes 17 de marzo, hora 3:00 pm.

¡Viva la Quinta! 

Partiendo del documental realizado en 1996 por la directora de cine colombiano Camila Loboguerrero, dialogaremos sobre el escenario y la puesta en escena de Bolívar en función de la restauración que se hacía en ese momento en las instalaciones de ese espacio convertido en Casa Museo. Hoy con el paso del tiempo, ¡Viva la Quinta! Se convierte en un archivo invaluable en la memoria del patrimonio audiovisual de la Casa Museo. 


Miércoles 22 de marzo, hora 3:00 pm.

Arte, creatividad y experimentación: Destruir para construir

Arte, creatividad y experimentación resulta ser una reflexión acerca del proceso creativo de algunos artistas quienes acuden a la destrucción de los modelos establecidos con miras a la construcción de nuevas representaciones del mundo. 5 obras de arte nos permitirán reconocer el diálogo caótico entre el pensamiento, el contexto y la elección de los recursos (formales y de contenido) para elaborar el discurso del creador.


Miércoles 29 de marzo, hora 3:00 pm.

Cine silente: una historia de Hollywood en Colombia (1910-1930)

Nos acompaña Leidy Paola Bolaños, doctora en historia y escritora del libro “Cine silente: una historia de Hollywood en Colombia (1910-1930).  En este espacio nos concentraremos en las formas particulares a través de las cuales llegó el cine extranjero de ficción al país, especialmente el hollywoodense; y en cómo reajustó los hábitos culturales y ayudó a forjar nuevos gustos, formas de consumo e ideas de lo posible, como elementos constituyentes de la experiencia cinematográfica de los espectadores en las primeras décadas del siglo XX.


Viernes 31 de marzo, 3:00 pm.

El archivo audiovisual de la Casa Museo Quinta de Bolívar 

¿Por qué la Casa Museo Quinta de Bolívar tiene un archivo audiovisual? La respuesta la escucharemos en la voz de Diana Torres de Ospina quien fue directora de la Casa Museo y supo a través de su gestión, pensarse el uso de equipos y apoyo audiovisual para el desarrollo de diversas actividades de representación museística. Escuchemos su historia, contexto y aporte a este espacio donde hoy movemos la imagen en movimiento como acción conexa de sus actividades y programas de apropiación social del conocimiento.

Nota: agradecemos a nuestras invitadas por su aporte, compromiso y disposición en participar con sus experiencias e historias. El ingreso a cada sesión es gratuito.

Quedan cordialmente invitados.

 


28.2.23

¡Atenas! La librería de “primerísima” segunda mano

Al abrir un libro nos encontramos de entrada con dos sellos en tinta que nos dicen Librería Atenas, además de un valor numérico escrito a mano y lápiz al lado superior derecho que indica el gasto. Activar la memoria nos lleva a lo importante que fue este espacio para algunos de los que estudiábamos en ese momento en la universidad, un acceso a ciertos autores clásicos de nuestra área académica que veíamos con los ojos incrédulos del conocimiento tenuemente aprendido que debía agilizarse en el tiempo libre por fuera de las aulas, y en lecturas independientes con breves conversaciones al agite del clima y la disposición de los horarios.

La voz con su rumor era una forma práctica de llegar a Librería Atenas para ir directamente al estante temático y ubicar ese libro que seguramente hacia parte de alguna familia que había decidido vender la biblioteca heredada, o por el contrario a un saldo de alguna editorial que renegociaba las ediciones. Así conseguimos, por citar algunos, la trilogía de Eric Hobsbawm –La Era de la revolución, La Era del Capital, la Era del Imperio-; Historia de la teoría Política de George H. Sabine; Las Maravillas de Colombia de editorial Forja; los dos tomos de La Violencia en Colombia de Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña; o algunos comics de Astérix el Galo, Mafalda, o Tintín. Recuerdo siempre estar a la caza de la Historia del Cine Colombiano de Hernando Martínez Pardo, y Crónicas del Cine Colombiano (1897-1950) de Hernando Salcedo Silva, logros inconclusos porque nunca conseguí la primera obra.

Un caso especial significaba la bodega, a la cual ingresábamos por un costado bajando una gran plataforma de concreto, encontrando en sus costados pilas de libros, siempre con la posibilidad de descubrir “joyas” que esperaban por su compra, en particular no olvidamos los once tomos de la Nueva Historia de Colombia del año 1989, una especie de sagrados textos compilatorios que asumían desde otras metodologías, fuentes y teorías, la historia del país, leyendo de primeras el breve repaso de Luis Alberto Álvarez sobre el cine colombiano en el volumen 6 dedicado a la “Literatura y pensamiento, artes, recreación”.       

Las marcas son la huella del tiempo de los libros usados, sobre todo las que vienen de un particular: su año de edición, la firma de sus dueños, las dedicatorias, fecha de compra, manchas, olores, notas al costado, rayones, hojas sueltas, entre otros; pueden definir un momento en la historia de los usos de ese texto, un valor agregado que se asemeja al de un investigador privado que escudriña las razones del pasado que tuvo ese ejemplar.       

También descubrimos el auge, esplendor y la caída de nuestra propia “Atenas”; se expandió como un imperio, inicialmente en sus decididas ferias en plazas y parques de algunas ciudades de la región y por fuera de esta, una extensión de conquista para los lectores que funcionaba de forma efectiva; fundando una sucursal cercana a su sede principal de la calle novena, lujosa en sus instalaciones, amplia en sus espacios, con escaleras eléctricas, cafetería, y programación cultural que incluía un cineclub; sumando otra en la Av. Sexta, cerca al Teatro Calima.       

Podíamos pasarnos horas observando la paleta de colores de los lomos de los libros que brillaban en su uso como decorado de una posibilidad lectora, simple recuerdo de la inmadurez lectora de ser compradores -a veces compulsivos- de obras que quizás al día de hoy, no hemos leído en su totalidad.      

*Anexo de una reseña publicada en el libro Somos Patrimonio 4 del Convenio Andrés Bello, 391 experiencias de apropiación social del patrimonio cultural y natural (Otras experiencias Concursantes, pág. 150.151) año 2004.

Feria del Libro 

Orlando Vásquez Gallo, Librería Atenas, Cali Colombia.

El gitano de las palabras

Desde hace más de 35 años Orlando Vásquez Gallo parece un personaje en busca de autor. O quizás un gitano de palabras que anda con su estantería de libros por las montañas de Colombia, en trance de ofrecer los sueños escritos por otros. Autodidacta por convicción, decidió en efecto graduarse como librero de oficio en las populares calles de Cali, su ciudad natal. Rebelde y visionario, quiso así realizar su temprano sueño de compartir e inyectar a otros su amor por el libro en todas sus dimensiones: desde el nuevo y oloroso a papel recién impreso, hasta aquel usado y repasado muchas veces por algún ratón de biblioteca, olvidado a veces en algún anaquel. Por eso, luego haber recorrido y vivido en Medellín, Manizales, y Santa Rosa de Cabal, en el occidente de Colombia, regreso a su tierra para iniciar su propia librería ene l único sitio que podía utilizar ene se momento: el andén.     

Justo allí, a la vera de las calles o a la orilla de los parques, donde la gente los podía ver, tocar, sentir y empezara disfrutar montó su feria de libros. Mantiene el deseo de que las personas puedan tenerlos muy cerca, sin importar su condición, a los precios más accesibles, como recordaba haberlos conocido en su casa paterna cuando le permitieron curiosear el mundo del conocimiento y la cultura.

Prácticamente así nació la librería Atenas, como parte del rebusque y la informalidad de aquel entonces, y desde ese mismo comienzo la gran preocupación de su fundador ha sido la de facilitarle el encuentro con el libro a la mayor cantidad de personas. Por eso cuando tuvo su primer puesto de 2 metros de alto por 1 de ancho y 50 centímetros de fondo, en el parque de Santa Rosa, empezó su aporte al desarrollo de la cultura del libro en el Valle y el Viejo Caldas. Así Orlando Vásquez y la incipiente librería Atenas –nacida el 23 de abril de 1974- mediante su tenaz y persistente labor pionera como organizador de las ferias del libro al aire libre, en parques y plazas, pudo permitirle a los transeúntes la oportunidad de tropezarse con los libros viejos y usados, aquellos que pasan de mano en mano y siguen emocionando a los lectores anónimos, para curiosearlos, desearlos y llevárselos a casa gracias a sus precios verdaderamente irrisorios.      

Al institucionalizar las ferias de libro itinerantes pudo llegar a poblaciones, grandes, medianas y pequeñas del Valle de Cauca y el eje cafetero, esa es la razón por la Orlando Vásquez y su librería, presentan su experiencia: porque genero un espacio para la gente y hoy tiene un sótano con montones de libros de todas las clases y a unos precios increíbles, a donde acuden estudiantes, profesores, profesionales, amas de casa y toda persona interesa en la lectura y las curiosidades literarias. Igualmente ofrece el servicio gratuito de biblioteca y consulta en sus instalaciones, para la elaboración de tareas escolares.

Su trabajo en el andén ya es conocido en la región: después de obtener los permisos respectivos en cada localidad, traslada una insólita infraestructura desmontable de mesas, carpas, exhibidores y libros junto con el equipo humano que, a lo largo de los días establecidos, motivan e informan verbalmente, o con volantes, sobre los beneficios de los libros, sus precios irrisorios y las innumerables promociones que se proponen para favorecer el permanente encuentro con el libro.  

Entonces monta y desmonta su tienda y se va para otro pueblo con las palabras impresas que le sobraron y las nuevas y viejas que encontró en algún desván. Como un gitano.