29.7.14

Un libro clásico: Historia del Cine colombiano

¿Cuándo un libro se convierte en clásico de una disciplina?

Cuando es referente de nuevos y experimentados investigadores, en este caso desde los estudios del Cine en Colombia con un libro que con el pasar de los años sigue estando vigente, se trata de Historia del Cine Colombiano del maestro Hernando Martínez Pardo publicado en Bogotá por la editorial América Latina en el año 1978.  Cuatro capítulos que nos llevan por una historia llena de datos interesantes, básicos y con la consecuente necesidad de querer ir más allá de lo divulgado, punto alto que se anota el autor porque invita –sin quererlo- al minucioso trabajo de archivo para cotejar, comparar y entregar nuevos resultados al campo disciplinar –de anónimos y notados investigadores-, desde los comienzos del cine en el país a inicios del siglo XX con sus primeros ensayos y medios de producción y exhibición, hasta los procesos vividos en el cine nacional en las décadas del sesenta y setenta, siempre bajo un línea critica que involucra la industria cinematográfica, la critica, los autores, la legislación, la censura etc. Si lugar a duda, un texto de consulta básico e indispensable de revisión constante cuando las temáticas así lo exigen.

Su índice temático nos trae una brevísima introducción titulada “las anécdotas y la historia de las luchas”, donde el autor expone las dificultades, los temas, sus abordajes, y su perspectiva en la obra, inicialmente publicada en la Revista Cuadernos de Cine, y abarcando en su contexto cultural, político, y social el período 1900-1976, en cuatro desiguales capítulos que marcan una importante pauta para reconocer ciertos momentos básicos de nuestra cinematografía nacional:



-Capitulo I: 1900-1928
Los Comienzos.
-Capitulo II: 1929-1946
El Cine Sonoro.
-Capitulo III: 1947-1960
El Encuentro de Tres Tendencias.
-Capitulo IV: 1960-1976      
-Bibliografía.
-Índice de Nombres.
-Índice de Películas y Productoras.

Los inicios del cine en Colombia, las primeras publicaciones, las producciones pioneras, y las rupturas con la realidad nacional, forman un eje temático del primer capitulo para introducirnos en una problemática y emocionante aventura del cuándo, cómo y dónde se presentaron los primeros rasgos distintivos de esa empresa efímera, dificultosa y especial del cinematógrafo.

La segunda parte nos lleva por la tardía aparición del cine sonoro en nuestras tierras, y sus primeros desafortunados ensayos, lo que algunos han sabido llamar en la transición de la tragedia del silencio a la tragedia del sonido, y allí nuevamente la escueta producción; sumándole la distribución, la insípida legislación en los cuarenta, y la crítica; finalmente los encuentros del cine con el poder en sus usos educativos por medio de la cultura popular, y allí, por sus áreas fronterizas, la industria y el público.             

El tercer capítulo expone la producción fílmica que vínculo lo publicitario y turístico; los argumentales más representativos; y aquellas obras que al día de hoy significaron un aporte relevante en la historia del cine colombiano por sus estilos narrativos, lo que Martínez pardo llama “hacia una nueva tendencia”; para terminar con las co-producciones, además de ciertos temas que confluyen en el resto del libro como son la distribución, la exhibición, y la censura.

El último capítulo, con mayor contenido que el resto, recoge el periodo que el autor más conoce como espectador e investigador, presentando a los directores más representativos del momento, y la reflexión que suscito ese nuevo cine en el entorno de la industria: la legislación, los resultados de las cintas, las reflexiones –revistas, críticos, comentaristas, cinematecas, Cine Clubes-, lo inútil, y para finalizar lo que podría esperarse en el futuro, con tres párrafos finales que dejan la impronta de lo que ha sido, es, y será el cine en Colombia –después de mencionar algunos filmes- desde ese momento histórico en el que su publica el libro:

[…] Hablaba de obras cada vez más nacionales. Ese ha sido el eje de la búsqueda iniciada en 1953 y, con mayor sistematización en 1960: el decirle algo al hombre colombiano sobre su medio ambiente, sobre su realidad social y sobe su historia y decírselo de una forma estética que consulte sus gustos, sus formas perceptivas. En esta base me he apoyado para afirmar que la producción ha ido delante de la reflexión teórica, que el cine había resuelto en la práctica problemas que el análisis tendía a esquematizar: la relación entre lo popular y la función social del cine, entre esta y lo comercial, entre arte y metodología científica de investigación.

Pongo el momento clave de la búsqueda en 1953 porque fue con “Gran Obsesión”. “La Langosta Azul”, “Chambú”, “Esta fue mi Vereda” y “El Milagro de la Sal”, donde el cine colombiano dio los primeros pasos al margen de los esquemas extranjeros, italianos y franceses de 1920, mejicanos y argentinos de 1940 y 1950 y entró en competencia con el cine extranjero ofreciéndole al espectador algo que el cine norteamericano o europeo no le podían ofrecer.

La dinámica desatada desde ese momento es la prueba más clara de que el cine colombiano si tiene posibilidades de establecer contacto con su público y por consiguiente de crear las condiciones que ha venido deseando desde principios de siglo: la llegada de capitales, la instalación de infraestructura, la apertura de los canales de distribución existentes y la adecuación de la legislación en desarrollo (p. 458).

Los puntos centrales del autor despiertan diversos análisis en la plataforma de la investigación del cine colombiano, y sus avances en legislación, patrimonio, producción y exhibición; sin lugar a dudas desde el presente, y con nuevas y rigurosas investigaciones que se han realizado a la luz de un pequeño grupo de especialistas académicos, tenemos otras visiones, enfoques, y revisiones del amplio abanico temático que el maestro Hernando Martínez Pardo puso para nosotros en más de setentas años de historias por medio del dato periodístico, las fuentes orales, las películas, los diversos materiales extras,  y su memoria cinéfila.          

Biografía del autor
Hernando Martínez Pardo, Colombia, estudió filosofía en la Universidad Javeriana, Bogotá y posteriormente viajó a Roma a estudiar Cinematografía con énfasis en historia y teoría cinematográficas. Ha sido profesor de cine y televisión en las universidades Javeriana, Jorge Tadeo Lozano, Los Andes, El Rosario, Sergio Arboleda y Nacional. Ha publicado artículos de crítica y teoría en periódicos y revistas y cuenta con un libro sobre La Historia del cine colombiano. Ha escrito varios estudios sobre análisis de televisión y se ha desempeñado como realizador y gerente de programación del canal RCN y de Producciones Punch. (Tomado de Proimágenes Colombia)


Notas

1-      Recuerdo que la primera vez que lo consulté –Historia del Cine Colombiano- lo hice en una biblioteca universitaria, una burda copia deteriorada, y con faltantes de páginas; por lo tanto, alguien que conocía de mis pesquisas me lo prestó, en original y con mucho “cuidado”, ya que era único, invaluable e inconseguible. Sacando una copia respetable que al día de hoy, después de 11 años, todavía conservó en mis “incunables” de edición pirata, la cual con gusto cambiaría por una original en cualquier librería de segunda.       

2-     Con motivo del IV Encuentro de Investigadores en Cine a celebrarse en la ciudad de Medellín, se presentará el jueves 25 de septiembre de 2014, 5: 15 – 6:15Conversación con Hernando Martínez Pardo. Crítico de cine, profesor y autor de “Historia del cine colombiano”.




19.7.14

Ojo al Cine: Revista de crítica cinematográfica -40 años después-


El trabajo de columnista que Andrés Caicedo sostenía en los periódicos de la ciudad donde escribía critica cinematográfica con el titulo de Cine y Filo (titulo acuñado por Guillermo Lemos), y luego Ojo al Cine, sirve de antecedente al folleto publicado y mejor editado que el boletín semanal entregado los sábados en el Teatro San Fernando por el Cine club de Cali[i]. De este primer intento saldrían cinco números entre los meses de mayo de 1971 y septiembre de 1972, el primero publicado sólo por Caicedo, con un total de 16 páginas, los cuatro siguientes serían el trabajo en conjunto de un grupo de estudio. El interés por seguir publicando renace nuevamente cuando Andrés Caicedo llega de los Estados Unidos, ya que la idea de sacar una revista que tenía su primer intento con el folleto trae el impulso necesario:

[...] A Colombia regrese un tanto desilusionado (Hollywood no existía) después de casi un año de pasar trabajos, de mantener un recuerdo de mi tierra magnificado por la distancia. Vine con la idea expresa de editar una revista, y a los cuatro meses ya teníamos en circulación nuestra Ojo al Cine, que fue un éxito de venta y de crítica. Mientras tanto, yo había publicado crítica de cine en Occidente, El Espectador, El País y recién cuando se fundó el diario El Pueblo. Y también en la revista Hablemos de Cine, lo que había sido uno de mis sueños dorados[ii].

Otro de los incentivos vino del ciclo retrospectivo de Cine Colombiano -1950 a 1970-, programado por la  Cinemateca Distrital de Bogotá en el segundo semestre de 1973, lo cual permitió que algunas películas fueran programadas por el Cine club de Cali, iniciando un trabajo crítico por parte de Ramiro Arbeláez y Carlos Mayolo para el primer número de la revista Ojo al Cine. Estaba el contexto propicio para que la reflexión no fuera solamente sobre películas extranjeras, sino sobre nuestras imágenes en movimiento, esas dos cosas se juntaron y lograron escribir la revista con ayuda de algunos colaboradores de afuera, en su mayoría amigos de Andrés Caicedo, se trataba de los españoles Miguel Marías, Ramón Font y Segismundo Molist, reforzados por los peruanos Isaac León Frías y Juan M. Bullita; el teórico de la comunicación social Jesús Martín Barbero, y los colombianos Hernando Salcedo Silva, Jorge Silva, Luís Alberto Álvarez, Marta Rodríguez, Lisandro Duque, Julio Luzardo, Juan Diego Caicedo, Umberto Valverde, Alberto Rodríguez; además de los directores del Cine club de Cali y la colaboración fotográfica de Eduardo Carvajal.



Uno de los objetivos del grupo de redacción de la revista era su periodicidad, pero no fue posible, ya que las publicaciones en Colombia para la época en que se editaba atravesaban por muchas dificultades; los costos eran enormes y es sabido que de las suscripciones y las ventas no se sobrevive, esto lo comprueba que sólo salieran a la luz publica cinco números. La financiación básicamente se dio con el dinero de la taquilla por recaudación de las funciones sabatinas, lo cual desmejoró el presupuesto destinado para el sostenimiento del Cine club y la revista, desde esa perspectiva apunta Arbeláez:

[...] La ayuda se complementaba con las suscripciones a la revista,  con su venta que llegaba a cuentagotas, aunque se vendía bien, recuperar el dinero por distribución era muy difícil. Aunque también la publicidad nos ayudo en algo, pero se  convirtió en algo difícil de conseguir en cada número, en las primeras ediciones hay un entusiasmo especial;  luego la gente que ayuda se va agotando, y ya no te ayudan tres, dos veces, sino una. Entonces es muy difícil de mantener, además nosotros no éramos muy buenos para conseguir esa financiación, nos faltaba tiempo o no teníamos ese espíritu de vendedores, nos faltaba una persona que nos relacionara más con el mundo del cual venía la financiación; en resumen, básicamente la ayuda fue de amigos, y familiares[iii].            

Posterior a los cinco números del folleto Ojo al Cine que sirven de antecedente en cuanto la conformación de un grupo de trabajo editorial, se cristaliza la idea de publicar una revista, acorde a la labor de divulgación que debe cumplir un Cine club. La revista hace parte de toda la ideología que envuelve al Cine club de Cali desde su creación y forma de programar el cine como espectáculo para el público, en esa perspectiva uno de sus directores argumenta:

[...] En esos momentos de ebullición de ideas, de remolino de acontecimientos culturales y políticos que nos tocó vivir, además, iniciando nuestra juventud; en se periodo de aprendizajes es posible que hayamos cometido muchos errores de apreciación, de juicio, de desmesura. Recuerden que estamos en al etapa de la cinefilia y lo que manda en uno es la pasión por el cine. Por eso la escritura, la critica puede verse como un proceso de atenuación de la pasión, de intento de racionalización, y reconozco que es posible que en muchos casos la razón no haya conseguido vencer a la pasión, pero también sé hoy que la mejor respuesta al arte no tiene porque ser necesariamente racional, ya que el arte es también pasión, también emoción, también sentimiento. Recuerdo que una conducta que tratamos de seguir siempre en la revista era la de pedir una buena crítica al que más amara una película, y una mala crítica al que más la odiara, de allí que es muy probable que hubiera excesos[iv].

Unos meses después de salir el primer número de la revista llega la confirmación desde el Ministerio de Gobierno del registro de propiedad intelectual de Ojo al Cine con la resolución Nº 000811 con fecha del 10 de junio de 1975, siendo de carácter cultural, y como propietarios y directores a los señores Andrés Caicedo, Luis Ospina y Ramiro Arbeláez[v]. En la correspondencia recibida por la revista Ojo al Cine, se encuentran telegramas, postales, cartas, suscripciones a revistas internacionales e invitaciones. Inicialmente se observa una internacionalización de la revista; primero, por tener colaboradores extranjeros; segundo, por lo registros que se ubican en diversos sitios de Colombia y el mundo.



La opinión de Arbeláez sobre el efecto de la revista, aclara su función,  anunciando que fue bien recibida en círculos que estudiaban y veían en el cine una opción de trabajo intelectual y académico; la información recibida del común de las personas que participaban del Cine club, era que una publicación especializada de cine en Colombia hacia falta, y aún más si se reflexionaba sobre el cine y sus condiciones de realización:

 [...] De alguna manera puede que haya aportado algo, algún elemento de discusión que en ese momento se estaba llevando acerca del cine colombiano; así el artículo sobre Cine Colombiano hubiera causado en algunas personas cierto rechazo, primero, por el tono un poco sarcástico que se uso, algunas críticas que nos hicieron  tenían razón. Un poco más tarde yo me di cuenta, que en algunas cosas a mí y a Mayolo se nos había ido la mano, un artículo realizado por dos estaba influido de una opinión muy personal sobre ciertas personas y obras, no fuimos muy objetivos, y en eso nos dio mucha madera Hernando Martínez Pardo en su libro Historia del Cine Colombiano. Pardo hizo referencia a las críticas sobre el cine colombiano, sobretodo en lo concerniente a los números 1 y 2.  Umberto Valverde también tiene una reacción frente a ese artículo; pero en general se puede decir que fue bien recibida, es decir, una publicación que hacia falta, un resultado bueno para llenar un vacío evidente, un sitio para reflexionar intensamente y extensamente sobre cine. Había en los diarios columnas, pero no permitían una cierta especialidad y extensión que si lo hacia la revista; cierta conceptualización densa que no permiten los periódicos.
La revista jugo un papel importante en los círculos interesados en analizar nuestro cine, aunque puede que el grueso del publico no fuera tanto, lanzábamos 1000 ejemplares al mercado y a lo mejor 500 de ellos no llegaban a venderse, pero de pronto en ciertos grupos si calo e incentivo nuevos estudios sobre el cine colombiano. De hecho el, el escrito a dos manos con Mayolo, tuvo éxito porque fue citado en muchos estudios posteriores[vi].         

¿Cuál  fue el impacto de la revista, frente al rigor de su contenido y proceso de divulgación? Para la década de los años setenta la novedad de una publicación dedicada al análisis de las imágenes en movimiento, trajo un impacto generacional entre interesados en la temática del cine; para los miembros del cine club, significó una experiencia satisfactoria por trascender en el ámbito  nacional, ya que hicieron del Cine club una entidad tal cual como fue concebida desde sus inicios: exhibidora, educativa y crítica; y para el público que los acompañaba, una forma de acercarse al cine a través de comentarios críticos y diversos documentos de contenido significativo, complementado con una asistencia al Teatro San Fernando, convertido en un espacio público de ritual semanal que involucraba otras actividades paralelas; trascendió al espacio internacional, representado en personas que vivían por fuera de nuestro país, revistas especializadas que adquirieron la ediciones, y algunos centros culturales y universitarios.

Finalmente, influyo en cada una de las personas que participaron del proyecto editorial y de exhibición, para los años siguientes desde la academia y la dirección cinematográfica, un logro de largo aliento que nutrió el espacio audiovisual colombiano con un ejemplo conciso en la Universidad del Valle y su escuela de comunicación social en un proyecto titulado Rostros y Rastros[vii] que al día de hoy se convirtió en un patrimonio fílmico colombiano por retratar una región desde varios matices.


Ver: http://www.patrimoniofilmico.org.co/anterior/docs/ojo_al_cine.pdf



[i]A partir  de la investigación Cine club de Cali, 1971-1979, realizada por el autor de la propuesta.  
[ii]Andrés Caicedo.  El Cuento de mi Vida. Editorial Norma, Bogotá 2007. pp. 28-29
[iii]Ramiro Arbeláez. Fuente Oral, entrevista realizada en la ciudad de Cali, abril 4 de 2002.     
[iv]Ramiro Arbeláez. Revista Ojo al Cine. Una mirada treinta años después. Ponencia: Seminario de Periodismo Cultural “De editores y ediciones”.  Centro Colombo Americano de Medellín, Septiembre 30 de 2005.  
[v]Dccc. Correspondencia recibida Ojo al Cine 1973-1779. Carta del Ministerio de Gobierno sobre Propiedad Intelectual. Bogotá, Junio 10 de 1975. Folio 1. 
[vi]Ramiro Arbeláez. Fuente Oral, entrevista realizada en la ciudad de Cali, abril 4 de 2002.     
[vii]En la actualidad los documentales que hacen parte de la saga de Rostros y Rastros -1988 a 2001-, están en vía de restauración, con una beca del Ministerio de Cultura, ya que era inminente su desaparición si no se tomaban medidas inmediatas en cuanto al tema restaurativo como patrimonio fílmico. De esa etapa participaron personas como Luis Ospina, Juan Fernando Franco, Hernando Carvajal, Guillermo Bejarano, Rafael Quintero, Antonio Dorado, Oscar Campo, y detrás de ellos un número de jóvenes documentalistas que al día de hoy comienzan una nueva etapa desde el largometraje. Sobre el tema ver dos artículos interesantes de  Ramiro Arbeláez y María Fernanda Luna sobre Rostros y Rastros en Cuadernos de Cine Colombiano, nueva época. Cinemateca Distrital Bogotá, 2003.