Asistí
a una función cinematográfica especial en la clausura de la Semana del Cine Colombiano, en un
espacio que cambio su razón de espectáculo dirigido a los toros donde la
sangre, la arena, y su especial público mezcla de farándula y estrato social se
aliaban. El cambio se dio por las presentaciones culturales que atraen a otro
público, presenta otros entornos, y experimenta otras sensaciones en lo que se
ve y escucha, me refiero a la ya reconocida Plaza
Cultural La Santamaría.
En
plena noche del viernes me acerque a la plaza y entre en la fila, que ya larga,
avanzaba lentamente, no para apreciar el espectáculo de la muerte de un animal,
sino al disfrute de las imágenes de un país por medio del arte cinematográfico,
debo admitir que las emociones son extrañas, la ubicación para apreciar la
cinta es incomoda, y el viento de los cerros fuerte y muy frío en el enredo del
circulo arenoso que ya no ve movimientos con el capote, banderillas sangrientas
en posición fastidiosa, muletas carmesí en idas y venidas, y estoques a la defensiva.
La pantalla, elemento básico que recibe “el tragaluz del infinito”, es la
anfitriona solitaria que tiene al frente a sus fanáticos, gran mezcla de edades
que ríen, aplauden, se evaden, y satisfacen ante lo visto.
La
película exhibida fue la ganadora del premio del público quien voto su preferencia
en El Tiempo y Vive.in., según los datos del Ministerio de Cultura y el Área de
Cinematografía, la cinta ganadora Apaporis,
en Busca del Río, de Antonio Dorado
ganó con 5.988 votos, trabajo documental cuya sinopsis es la siguiente:
[…] Siguiendo los pasos del etnobotánico Richard
Evans Schultes, en un diario de viaje desde Mitú hasta el río Apaporis, documentando
secretos del conocimiento indígena y vivencias únicas en este rincón inexplorado
de la selva amazónica. Algunas experiencias son relatadas por su alumno Wade
Davis, autor del best-seller One River
y explorador en residencia de la National Geographic. Con imágenes únicas, se
revelan secretos milenarios como la preparación del yagé, a coca en polvo y el
curare, además de una reveladora práctica para revivir a los muertos. Un
documental auto-reflexivo en el que se cuestiona el desplazamiento de la guerra
hacia la selva, cómo pese a la lucha de los chamanes por combatir los espíritus
malignos, las comunidades se ven asediadas por la desaparición de sus lenguas y
culturas (Catalogo Semana del Cine Colombiano, p.10).
En
medio de la presentación de su director, y los créditos requeridos, se dio luz y
foco a la noche fílmica nacional, que en medio del frio se fue calentando con
el fondo de un documental colombiano con factura caleña.
Una
apuesta a la “Bogotá más Humana” fue el objetivo del alcalde Gustavo Petro con la
medida de cambiar el sentido de divertirse en este espacio arquitectónico de la
ciudad donde muchas faenas han pasado por su historia: las de tauromaquia, las
teatrales, las musicales, y las políticas, todas bajo el escenario de la vida
nacional en el centro de poder. Pero ya
en la Plaza Cultural La Santamaría
existe un antecedente con respecto a la exhibición cinematográfica en este espacio,
lo narra Hernando Martínez Pardo en su Historia
del Cine Colombiano publicado en 1978, inicialmente comenta las labores de Marco Tulio Lizarazo al utilizar parlantes
móviles instalados en carros para publicitar películas, y luego ante el éxito,
el de proyectar cintas populares y gratuitas en la Plaza de Toros de Bogotá en
la década del cuarenta:
[…] No fue difícil convencer al Alcalde de la ciudad
para que le prestara el lugar. La financiación vendría de la proyección de
publicidades por medio de “vidrios”, además de la gran publicidad que consistía
en presentar el espectáculo a nombre de una empresa. La película la alquilaba
en una casa distribuidora y él personalmente se encargaba de anunciar la
proyección por medio de hojas volantes y del altoparlante móvil. La primera
sesión tuvo tal éxito que la plaza de toros se llenó, las empresas interesadas
en pasar “vidrios” se multiplicaron y el Alcalde le mandó gente para que le
ayudara a organizar al público. En las siguientes sesiones Marco Tulio Lizarazo
incluyó grupos de danzas para completar el espectáculo. El resultado fue que
los teatros vecinos (Olympia, Santa Fe y otros) se quedaron vacíos; sus
propietarios se quejaron ante el alcalde y a los 15 días de haberse iniciado
las proyecciones populares de la Plaza de Toros fueron suspendidas. La amenaza
de los teatros de declarase en huelga y de no pagar impuesto surtió efecto ante
el Alcalde (pp.173-174).
Lizarazo
fue un negociante del cine que vio una oportunidad de oro, y en un espacio
particular, teniendo una experiencia a usanza de los pioneros que llevaban el cine
como espectáculo de feria, con la diferencia de estar patrocinado por algunas empresas
y el aval de un Alcalde que tal vez obtenía beneficios. He ahí un bello ejemplo
histórico de la historia cinematográfica colombiana desde el ámbito de la
exhibición, que traída al presente con el ejemplo comparativo de la proyección fílmica
del viernes 7 de septiembre, nos demuestra como podemos apropiarnos de espacios
que parecían no podían tener otras actividades –aunque esporádicamente las
tuvieran- diferentes para las que fueron creadas, en este caso cambiando la
lidia de los toros por sobrevivir, a la vida del público ante los sentimientos
impregnados por el cinematógrafo.
Finalmente,
les recuerdo que “hay cine en la arena y no es del torero”, una opción de
divertimento para compartir en familia, y gratis.
1 comentario:
Muchisimas gracias por el articulo, Yamid.
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