17.6.10

El eterno retorno de la capucha y la piedra

Por: Yamid Galindo Cardona.
Las universidades públicas colombianas poseen en su amplia gama de estudiantes un sector que se distingue por la beligerancia a través de la capucha y la piedra, dos elementos muy simbólicos que significan una de las formas de protesta en contra de alguna medida gubernamental, universitaria o por el contrario la celebración de algo trascendental que los ha marcado como grupo: la muerte de un líder estudiantil, el aniversario de “x” personaje, el día del estudiante revolucionario, etc. Esconder el rostro es un acto de invisibilidad hacia su oponente interno y externo dentro de una universidad o por fuera de ella, es el miedo al reconocimiento por las razones de seguridad que eso implica por adoptar una posición de protesta con su adversario natural, la policía y su grupo especial de retención que distinguimos como ESMAD. La piedra o “roca” como le llaman algunos entusiastas estudiantes, es el arma esencial para iniciar la batalla callejera, además de las “papas explosivas”, aquellas que estruendosamente avisan al resto de la comunidad universitaria que nuevamente se presenta la protesta estudiantil, lo que supone en muchos casos abandonar lo que se esta haciendo y evacuar la universidad. Algunos estudiantes, sobretodo los primíparos, deciden asistir desde una distancia aceptable, a las idas y venidas de la lucha, espectadores del conflicto, se convierten en actores principales cuando los policías deciden ingresar unos metros y corretear a sus oponentes, así que los ávidos espectadores emprenden igualmente huída, soportando el acecho, y la incomodidad de los gases lacrimógenos que lastiman los ojos y la garganta, y así sucesivamente cada semestre, se presentan estos actos que a muchos incomodan y a otros –muy pocos- les gusta; conflicto universitario que se convierte generalmente en urbano, y que ha dejado muertos, detenidos, vandalismo y sobretodo incomodidad en aquellos que piensan en otras formas de asumir la protesta.

Cada semestre la Universidad del Valle trae el eterno retorno de la capucha y la piedra, algunos observan esta posición como una verdadera forma de hacerse sentir ante los problemas más básicos que surgen con la institucionalidad, otros lo asumen como un medio que agrede al resto de la comunidad que se aparta de este grupo minoritario que resalta consignas de grupos subversivos venidos a menos; pero también se percibe la aceptación de estos movimientos, y se asumen como parte de la cotidianidad universitaria, así sus acciones estén por fuera de las formas primarias de solucionar y asentir una posición. En esta universidad se presentaba y tal vez se presenta, una característica con el conflicto de los estudiantes encapuchados, la elección del jueves después de medio día como espacio para el acto “sublime” de salir en grupo a parar el transito, lanzar consignas y esperar a que su adversario se presente, si es que ya no los espera atentos y listos para responder, arrancando la faena de ataques mutuos que puede extenderse la tarde entera, bajo el lente noticioso que seguro en las horas de la noche, hará eco de lo sucedido; este día tan especial hizo que fuera no muy propicio para recibir clases, por la constante perdida de estas, y el no cumplimiento del programa propuesto, así que mucho profesores vieron y ven con mal ceño, que les programen este día y en la tarde un curso.

Entre los años 2005-2006, el artista plástico y profesor de artes visuales y estéticas de la Universidad del Valle Rosemberg Sandoval, sorprendió a la comunidad universitaria con algo que el título dibujo textual –múltiple y de distribución gratuita- que traía como firma Brigada de Corrección Moral, un pliego de papel que trae en su contenido el pensamiento del artista con respecto a la acción de los estudiantes con el “tropel” desproporcionado que se efectúa en la vía principal para acceder al centro universitario, el texto dice:

…El lanzamiento de las papitas explosivas, y para nadie con exaltación de gesto, aquí en la Universidad y allí sobre la avenida Pasoancho, me parece manierista, sobreactuado, tímido, tierno, y obediente. ¿Para qué jugar al terrorismo en un país sin Estado, con mucho miedo, abnegado y en guerra como Colombia? ¿Y por qué vomitar obviedades bizarras en nuestro lugar de investigación, trabajo, comunicación y cofradía? Manchar con aerosol a estas alturas la Universidad, es tan elemental y fácil como hacerlo en la casa donde habitamos o encima del vestido de nuestra mamá, pues esas imágenes fatigadas y con pasado dilatado ya no dicen nada. ¿En dónde está la poética? Si esas acciones fuesen ejercicios de arte, hechos en un taller de performance, les criticaría a mis estudiantes la falta de homogeneidad entre tratamiento e intención, y les haría ver la incoherencia entre el discurso y el método utilizado. Pues uno de pobre no puede darse el lujo de cometer errores, y los cadáveres de clase baja cada vez serán más y más callados.
Como artista, como profesor del Departamento de Artes Visuales y Estética de la Facultad de Artes Integradas, y como ciudadano, he sido testigo, como muchos de ustedes, de la pasión, muerte, y deterioro moral de nuestro bello país, legitimado por los medios carroñeros y reforzado desde los años ochentas por la mezcla nefanda de la delincuencia común, paramilitares, guerrilla, narcotráfico, Estado, Iglesia y su cola de cristianismos de fe, esperanza y caridad, que celebran, asienten, alimentan y gerencian todo ese mierdero (el gran negocio). ¡Ah claro! Y todos esos grupos de exterminio están activados y muy conectados entre sí por su gusto cursi, ultraconservador y fervorosamente proimperialista. Recuerden que los Estados Unidos fabrican cinco de cada diez armas que se disparan en el mundo, y Colombia es uno de los mayores consumidores de esas armas; es decir, que ellos además de intervenirnos con sus multinacionales, incluida CNN, lo hacen también filtrándose en nuestras Fuerzas Armadas, que funcionan como extensión del Pentágono y además se cagan de la risa viéndonos caer políticamente, económicamente, físicamente, culturalmente y moralmente. Colombia malgasta en guerra 385.000 pesos por segundo, 12 billones de pesos anuales. Si uno lucha, debe hacerlo con inteligencia y con güevas, y en el tiempo y lugar que debe ser. Una acción política puede convertirse en una obra de arte, como la que ocurrió en enero de 1979 cuando 350 presos del IRA que se negaron a llevar ropa de presidiarios y a bañarse diariamente dentro de la cárcel de Maze, en Irlanda del Norte, decidieron orinarse en el piso y embadurnar con sus excrementos las paredes y el cielo raso de sus celdas. Esta acción, hecha en privado, puede situarse como una maravillosa performance –instalación de sobrevivencia del siglo XX. O un reconocimiento histórico puede convertirse en fetiche como el que hizo el Museo Nacional de Bogotá a la tolla amarilla de Tirofijo, que de manera impecable se exhibe en una vitrina de una de las salas del Museo (ese trapo amarillo, especie de sudario, impregnado de historia no oficial, condensa la utopía de un campesino colombiano, un Simón Bolívar contemporáneo, que con su vida y sudor puso en crisis todos los aparatos de poder de la nación, y ha visto desfilar y morir a muchos presidentes y ministros norteamericanos). O la del 11 de septiembre de 2001, en donde la insurgencia suicida perversamente religiosa y de la mano de la CIA, le demostró al mundo como se hace un “estudio” para una obra de arte en vivo; o mejor, como se ejecuta un bello comentario vaporoso y recontextualizado de Guernica de Picasso y cómo se intensifica y agita Splitting, de Gordon Matta-Clark.
El Arte esta por encima de las ideologías, las certezas y la condición socioeconómica; va más rápido que la sociedad y tiene un filo de libertad y de actitud política. Es expresión y construcción de una realidad imantada de valor moral. Se reelabora a partir de la historia y se recapitula en nuestro contexto, sin ser historicista. De alguna manera el Arte transpira el lugar donde se elabora y con su carácter pedagógico de salvación y orfandad es lo único que nos permite convivir con la barbarie, con la indigencia, con la locura y con la muerte. El tiempo es lo único que nos puede des-hacer. Hacer Arte desde la marginalidad y con la marginalidad es mi único delito.

La obra de Rosemberg Sandoval hay que asumirla como una posición intelectual de alguien que se ha sentido afectado e involucrado con las acciones del grupo de “capuchos”, asume desde su campo artístico y académico una acción textual exhibida en las paredes para que otros se involucren a través de la lectura y se sientan de acuerdo o no con su reflexión, cargada de elementos artísticos, históricos, políticos y sociales, partiendo de la actividad que él denomina “lanzamiento de las papitas explosivas”. Esa acción del artista puede ser asumida por otros académicos a través de comunicados y posiciones con respecto a la constante del tropel semestral, sin embargo en algunos casos la intimidación y el miedo interno ante la situación, puede socavar la intención de asumir una postura por los extremismos y dogmatismos que existen en estos invisibles personajes que se esconden bajo la mascara de la insurgencia interna universitaria.

Es necesario la realización de una investigación sobre el movimiento estudiantil en la universidad y sus formas de lucha, las más sublimes y las más grotescas, si es que existió un movimiento estudiantil en sus años de existencia, o solo olas de buen trabajo político; ahí en ese contexto investigativo, se podrían definir muchos factores del por qué con el trasegar de los años y semestres de estudio, ese eterno regreso de reivindicar luchas se presenta bajo la simbología del “hombre invisible” bajo un pasamontañas, las arengas subversivas, las papas explosivas y finalmente la más antigua de las armas, una piedra.





7.6.10

Sicaresca televisiva


Por: Yamid Galindo Cardona.

Asistimos a un periodo lleno de sicaresca televisiva, los últimos años y los que vendrán con un nuevo canal televisivo, aplicarán la formula del rating retratando una realidad colombina que deja muchos extraditados al país del norte, muertos, y una economía paralela e ilegal por medio del narcotráfico. Los dos canales privados del país, a través de sus guionistas que adaptan libros popularmente aceptados, nos anuncian que el sicario y delincuente colombiano tiene un espacio, retratando la cotidianidad de algunas regiones con hechos reales y de ficción, dos factores que enganchan al televidente que seguro tiene, ha tenido o conoce a alguien que estuvo involucrado con el dinero fácil, la opulencia y por último la decadencia reflejada en una tumba en Colombia o una cárcel en Estados Unidos, ya que la máxima publicitaria de unos años atrás que decía “también caerán” se da tal cual con cada narcotraficante que salta a la palestra pública y es perseguido por el estado.

Sin Tetas no hay Paraíso, El Cartel de los Sapos, El Capo, Las Muñecas de la Mafia, Rosario Tijeras, entre otras, han ocupado la expectativa del ciudadano en horarios que llaman triple A, después de la andanada de noticias de las 7 pm., que por lo regular traen las mismas informaciones con personajes diferentes: el político de turno corrupto, el accidente vial, la violación de hoy, el extorsionista capturado, el falso positivo descubierto, el militar enjuiciado, los goles de futbol refritos, las modelos con la noticia de farándula etc. En medio de la “picaresca” que le imprimen nuestros actores a sus papeles representados, descubrimos el chiste rápido y cruel, y hasta gozamos con estos personajes, pareciese que la crueldad pasa a un segundo plano, y estos ciudadanos llamados traquetos, lava-perros, entre otros apelativos, son los nuevos héroes del siglo XXI que bajo la ilegalidad logran lo que desean e indirectamente mandan un mensaje para muchos jóvenes que incautos asumen que esa es una posibilidad atractiva, rápida y chévere para escalar socialmente, tener una gran casa, el último modelo de carro, y una “chimba de vieja”, a la cual seguro, le aplicaran los arreglos pertinentes por medio de la cirugía plástica en cara, tetas y culo; en resumen, una vida plástica, fácil y peligrosa en el intrincado circulo de la “cosa nostra” regional y local, la cual obviamente tiene otra escala desde las esferas gubernamentales, como por ejemplo un ministro de gobierno y justicia cualquiera, de un país cualquiera, que tiene un hermano delincuente que fue fiscal y esta siendo procesado por sus relaciones con ciertos delincuentes.

La sicaresca televisiva para algunos es una clara apología al delito, que no aporta al sentido educativo que la pantalla chica debe tener, que desinforma, y envía un ejemplo nefasto al televidente que asume –en algunos casos- como receptor la obra que le ofrecen, una posibilidad atractiva que algunos de sus conciudadanos han vivido: el delito y el asesinato como negocio, la ilegalidad como algo legal ante las faltas de oportunidades que este país ofrece, y que la sociedad soporta, acepta y convive, ya que hace parte de la cotidianidad de la esquina, el barrio y la ciudad en sus circuitos más específicos y obligatorios. Para otros, es necesario que nuestro conflicto en todas sus vertientes, tenga formas de representatividad para no olvidar y conservar en la memoria colectiva la historia del país, por eso el arte desde la plástica, el teatro, el cine, así como la literatura, las ciencias sociales, y los mismos medios de comunicación como la televisora, se convierten en espacios importantes y claves para que estas manifestaciones oprobiosas se muestren, y las generaciones actuales y por venir se den cuenta lo que ha sucedido, para que no se olvide y “tal vez” nunca copiemos ese pasado; sin embargo hay que anotar que la crítica fundamentada es importante para entender lo que nos presentan, siendo necesario que se obligue a los canales televisivos un horario extra donde se le indique al espectador la obra programada, con debate y participación ciudadana, algo muy difícil porque la reglamentación interna de estas empresas y su lucha por la pauta y el rating, no lo posibilita, siendo el único espacio eso que conocemos con el título de “defensor del televidente”, un programa que se ubica en la parrilla con horarios extremos para el gran porcentaje de observadores -después de media noche-, perdiendo su sentido, ya que allí los televidentes envían sus quejas sobre lo que les presentan, y el director, o sus productores entran a recusar las dudas y observaciones que les remiten.

El delito filmado ha sido una constante en la historia del cine y la televisión, es una formula exitosa por el gusto que desata en sus seguidores y lo que genera para sus productores en el ámbito de la producción, lo que resulta en dividendos económicos y de exportación, otro punto que sus detractores ponen sobre el debate por “la imagen negativa que se muestra del país”. Entramos entonces en un género televisivo y cinematográfico que no dejará de contar historias sobre sicarios, narcotraficantes y el conflicto armado, asumiendo que la gente le gusta verse reflejada en este país que basa parte de su economía en la coca hecha polvo. Estamos lejos de una solución a ese mal endémico de la producción, exportación, y consumo de este alucinógeno, es un hecho que el procedimiento del estado colombiano con la colaboración de los Estados Unidos y el llamado Plan Colombia ha sido un fracaso, se insiste con fumigaciones, controles aeroportuarios, marítimos, y persecuciones policivas, y la guerra contra las drogas sigue igual, con más narcos y consumidores, recordando que siempre que se captura un jefe de la mafia, este tiene su reemplazo en la estructura y así sucesivamente, algo muy particular que tiene inclusive su sección en el programa radial La Luciérnaga titulado “DEA Airlines, te lleva seguro, seguro te lleva”, cuando el estado envía al país del norte uno de los nacionales pedido en extradición.

Nos guste o no, la sicaresca televisiva hace parte de nuestra cultura, cada uno por el morbo que le produce, así no sea de su preferencia, se asoma para observar e identificar factores que se le hacen familiares, algunos se enganchan otros abandonan, pero en el diario vivir es posible escuchar a la gente del común comentar el último capitulo y tal vez reír o asentir alguna experiencia con respecto a esa realidad denominada narcotráfico.

PD: En Bogotá, en el Museo de la Policía Nacional –que es un hermoso edificio restaurado-, existe un salón dedicado a Pablo Escobar y los carteles de la droga, inclusive se puede observar un modelo a escala de este personaje con la ropa del día de su muerte, y su larga barba.