7.6.24

Los encuentros del cine con los espectáculos públicos en Colombia

Reseña: Angie Rico Agudelo, Las travesías del cine y los espectáculos públicos –Colombia en la transición del siglo diecinueve al veinte-, Cinemateca Distrital, Colección Becas, 2016.

La autora es historiadora de la Universidad Industrial de Santander –UIS-, dedicando su experticia académica a desentrañar la historia del cine y los espectáculos en la región santandereana y su capital Bucaramanga, publicando el Cinematógrafo: comentarios y crónicas sobre cine en Santander -2012-, y Bucaramanga en la penumbra: la exhibición cinematográfica 1897-1950, -2013-, los dos libros con la editorial de la UIS.   

El texto que reseñamos es una investigación que aborda el final del siglo decimonónico y las primeras décadas del siglo pasado, una mirada desde la historia de Colombia, los espectáculos que nos llegaban y los diálogos que estos tuvieron con el cine hasta que resalta en la cotidianidad de nuestras ciudades. Investigación que apropia diversos documentos para ir tejiendo algunos conceptos extraídos de fuentes secundarias, y entregarle al lector una historia enfocada en empresarios de espectáculos y variedades, espacios de socialización, acciones políticas, encuentros con la censura, y las posibilidades de divertimento de una sociedad envuelta entre el conservadurismo regeneracionista y los aires de la modernidad fílmica.

El primer capítulo, las rutas de los espectáculos públicos, nos pone de manifiesto las dificultades del territorio, sus recorridos y alcances ante los circuitos comerciales del trayecto del río Magdalena con las poblaciones de Barranquilla, Cartagena, Bucaramanga, Medellín y Bogotá, punto de inicio para explicarnos los entornos y posibilidades de mediar con la naturaleza, incluyendo la llegada del ferrocarril. En este punto resalta Angie Rico que “las compañías teatrales procedentes de España, Italia y Francia llegaron principalmente a las ciudades portuarias porque estas les garantizaban escenarios y públicos para sus temporadas” (p. 22). Llegando el momento del año 1897 donde aparece como efecto fundacional la llegada del cine a nuestro país por el puerto de Colón en la región de Panamá, bajo los efectos “mágicos” de dos posibilidades de exhibición: el vitascopio de Edison en manos del señor Balábrega en el mes de abril, y el cinematógrafo de los hermanos Lumière con Gabriel Veyre en el mes de junio (p.23-25).

Compañías teatrales y de ópera, cafés, clubes, salones, teatros municipales y privados, funcionaban acorde a una tradición europea, se cohesionaban con los cambios devenidos de una estructura heredada de la tradición colonial española, y avizoraban las nuevas manifestaciones de espectáculos acondicionados a los espacios de socialización. Allí, aparecen igualmente los primeros escenarios para ver ese invento de la imagen en movimiento con nombres variados, costos y divisiones según la “estratificación”, y variedades de divertimento que acompañaban estas exhibiciones; los títulos de las películas que nos expone el documento, y los cuales se trasladaban de región a región, o país, funcionaban dentro de un circuito de exposición constante, por eso las posibilidades de identificación y de observación podrían ser repetitivas, sumándole lo que llama la autora “nuevos lugares de encuentro”, donde los parques, y espacios públicos, suman a las posibilidades de diversificar la monotonía de un fin de siglo y los comienzos de otro, envuelto en la última guerra civil, y la herencia de una normatividad de buenos comportamientos, hábitos y la injerencia del poder religioso católico y las organizaciones de censura.

En su parte sobre el cine en la vida cotidiana, encontramos los alcances que este nuevo arte va teniendo en el proceso de reingeniería del país ante el caos suscitado por el último conflicto, y cambios trascendentales entre los viejos espectáculos ya reconocidos por los públicos, más ese nuevo foco de lenguaje audiovisual que atraía indistintamente a nuevos aficionados, los cuales, ahora sí, tenían acceso a entender ciertas obras que desde su posición no era permitido conocer, entrando las adaptaciones literarias a la pantalla y algunas series documentales de revisión educativa y pedagógica, o como afirma la autora: “Otras películas de esta época se enfocaron en explorar la magia en la pantalla: sobreposición, desaparición y levitación fueron algunos de los trucos que sirvieron para remplazar a las cintas decimonónicas que apelaban a segundos de atracción…, Además, las películas eran generalmente amenizadas con música en vivo, lo que seguramente contribuyó al enriquecimiento de la cultura musical de los asistentes” (p. 82).

Angie nos expone los empresarios, sus movidas y acciones en el circuito poblacional que se movían, en combinaciones y variedades de espectáculos que versaban sobre las movidas de un letargo cotidiano, lo que podía incluir las linternas mágicas, los números de canto y las funciones de acrobacia (p. 87). Sin embargo, nos explica que poco a poco el cine fue desplazando, por ejemplo, al teatro, estableciéndose desde 1912 la construcción de los grandes salones acondicionados a las funciones del cinematógrafo, entrando en escena la Empresa Nacional de Kinematográfos Universal, y la Sociedad industrial Cinematográfica Latinoamericana, y con esta el gran Salón Olympia en Bogotá; agregando los cambios suscitados en las formas de acercarse al cine, la reorganización de los espectadores, su escala y el papel de la mujer dentro de este escenario de representación cultural: “Con la creación de los nuevos espacios y la popularización de este canal de información empezaron a ocurrir algunas trasformaciones sociales. Los cambios se dieron, entre otros, sobre la posición social de la mujer. Los salones no tenían el aura de distinción de los teatros, ni existían en ellos palcos o galerías de tercer nivel, aunque si había diferenciaciones formales en la ubicación” (p. 92).

Junto a otros ejemplos, momentos, y ciudades, podemos identificar las posibilidades que desde el cine se presentaban en las sociabilidades y sus encuentros con los espectáculos, con un agregado, la censura, la cual comienza su labor con juntas, grupos de presión, “prohombres” conservadores, los designios religiosos, la prensa y algunas columnas de opinión, cortes de contenidos, razones de inmoralidad y cierre de espacios, lo cual significaba que se juntaban fuerzas de control ante lo que la pantalla proyectaba en los salones, y el resultante en las mentalidades de los espectadores. Finalmente, como agregado informativo, tenemos una cronología de las temporadas de cine entre los años 1897-1912 con los ítems: ciudad, mes, agente o empresa, y lugar.

El valor de esta investigación histórica es mostrar algunas características de apropiación de los espectáculos en algunas ciudades colombianas, sus propuestas, acciones y problemas, en recorridos singulares que indirectamente nos hace pensar en las necesidades de integrar a nuestras cotidianidades -del periodo estudiado-, un encuentro cultural, variado y tal vez monótono, con elementos extranjerizantes ya vinculantes en una geografía universal. El hilo que teje esta investigación es significativo con fuentes que posicionan una narrativa, y cumplen su objetivo, dándonos información de la transición de un siglo a otro en el foco de las travesías del cine, y con estos algunos vacíos de inserción, caso el occidente y sur de nuestro país que quedan sin un desarrollo atinado.