En la película colombiana María Cano -1990-, de Camila Loboguerrero, encontramos una escena
de los dirigentes socialistas privados de su libertad en La Dorada -1927-, discuten
sobre el escenario de la zona bananera y su territorialidad entregada a los
gringos, y sobre las peticiones obreras: Que acaben con el comisariato de la
compañía y los pagos en vales; que se construyan escuelas; que se les procure
el descanso dominical; que sean reconocidos como trabajadores de la compañía
por contrato como lo fijan las leyes de Colombia. Finalmente, proponen ir a la
huelga. Otro momento nos ubica en la “Plaza de Ciénaga, Zona Bananera, Marzo de
1928”, allí se escuchan vivas a “la flor del trabajo”, Ignacio Torres Giraldo,
y Raúl Eduardo Mahecha en conversación y encuentro con los encargados de llevar
adelante el movimiento obrero en esta región; encontrando el uso violento de
uno de los encargados de la seguridad de la United que deja bien claro que allí
no necesitan sindicato: “aquí la gente comía mierda antes que llegaran los
americanos”. La última escena de este
episodio sobre las bananeras se da el 5 de diciembre de 1928, el encuentro con
los militares, y la masacre.
Tal vez es la única reseña fílmica que ha tocado
el tema de la masacre de las bananeras
desde la ficción en el contexto biográfico de una luchadora obrera como lo fue
María Cano. Sin embargo, el hecho histórico queda poco contextualizado, y se
dirige más a presentar a los líderes del Partido Socialista Revolucionario como
emblemas de este proceso desde el lado intelectual, y su posterior situación de
perseguidos políticos. Así que el momento aciago e histórico, necesita otras
narraciones desde el cine, buscando personajes anónimos por fuera de los
reconocidos en el ámbito social, ambientándose con los textos literarios, y
aprovechando la memoria de los archivos, las discusiones judiciales donde Jorge
Eliecer Gaitán fue importante, y encontrando caminos para mostrarle a nuevas
generaciones ciertos vínculos del cine nacional con su pasado.
Terminamos nuestro ciclo dedicado a ese suceso
histórico del siglo XX colombiano con el texto dedicado al accionar de la empresa
norteamericana en nuestro territorio con sus “gracias y travesuras”. Expuestas en
reconocimiento de una situación desagradable donde el pueblo que hacía parte
del consorcio como empleado explotado, es afrentosamente violentado en sus
derechos fundamentales; en medio de ser un “hecho tan doloroso y al mismo
tiempo tan sometido a los vaivenes de la ficción”, como afirma el historiador Mauricio
Archila, para decirnos que “lo ocurrido luego también sigue sumido en las
brumas del recuerdo, pero las proyecciones históricas son más claras”.
Gracias y
travesuras de la United…
Las grandes empresas multinacionales no apelan a última instancia
de la fuerza bruta sino cuando ven amenazados sus intereses en materia grave. Y
aun en ese caso extremo prefieren utilizar a sus cipayos criollos armados,
reservando sus propios efectivos para la eventualidad de que los sirvientes les
fallen en la gendarmería de sus riquezas. Los capítulos anteriores lo
comprueban ampliamente. Pero la fuerza no es más que un último recurso. Los grandes consorcios tentaculares tienen
armas e instrumentos de dominación mucho más productivos y eficaces. En primer
término, la corrupción de sus agentes nativos, cuya venalidad siempre han
sabido explotar con verdadera maestría. Esto es regla general. No ha habido
pulpo imperialista que no haya pagado
con largueza la entrega incondicional de sus paniaguados. Y en estas
artes útiles del soborno, y del cohecho, la United Fruit Company ha sido
tradicionalmente Mater et Magistra.
Pero además hay otro instrumento de predominio que esta compañía ha manejado a
la perfección: el paternalismo. Vamos por partes.
En el terreno de la corrupción, a la
frutera no le tembló jamás la mano ante
nada ni ante nadie. Abundaron los parlamentarios, jueces y gobernadores
enriquecidos por el usufructo de fértiles tierras bananeras a cambio de su
connivencia en las más sucias maniobras antinacionales. Hay un caso que se
aproxima a los límites de la comicidad. En la época dorada de la United la
prensa capitalina llegaba a Santa Marta e el mejor de los casos cada ocho días.
En consecuencia, el único medio de información y comunicación era la prensa
local, consistente en cuatro periódicos cuya supervivencia hubiera sido muy
precaria a no ser por el generoso patrocinio de la Frutera que con mano
providente les suministró durante años las pautas de publicidad que necesitaron
para subsistir. Cuentan con risa los samarios de esa época –subrayando la nula
importancia que la Compañía daba al hecho mismo de la publicidad- cómo
aparecían a menudo los diarios de Santa Marta con grandes avisos de la
Magdalena Railway Company (subsidiaria de la United), en los cuales anunciaba
sus itinerarios, siempre atrasados. En otras palabras, era frecuente, por
ejemplo, que en los aviso de abril aparecieran los itinerarios de marzo. La
cosa era clara. A la Frutera no le interesaba dar a conocer sus horarios de
llegadas y salidas del tren. Como no podía interesarle modalidad alguna de
propaganda dentro del territorio mismo de su imperio. Su objetivo era tener a
la prensa local a su entera disposición. Y siempre la tuvo. Para eso llegaban
las órdenes de avisos puntualmente y para eso se pagaban a tarifas
exorbitantes.
Aproximadamente entre un 30% y un 40% de las
fincas de la zona pertenecían a la United. El resto era de propiedad de los
terratenientes criollos que le vendían a fruta al monopolio. Con estos propietarios
nacionales, insidiosamente formó la United una clase parasitaria, dependiente y
ociosa que, dentro del proceso de producción, se limitó siempre a recibir
periódicamente su cuantioso banana check,
con el cual los beneficiarios de este tesoro inverosímil vivían como
sultanes, algunos en Santa Marta y otros, más refinados, en la lejana Europa.
Cuentan de uno de ellos que, regresando a su ciudad nativa después de muchos
años de residir en Francia decía, lleno de asco y desdén: “Más vales estar enterrado
en París que vivo en Santa Marta”.
El pérfido paternalismo que practicó la Frutera
durante su hegemonía en la zona de Santa Marta no fue gratuito. Cumplió a
cabalidad el fin que se proponía, sojuzgando totalmente a los propietarios
criollos e impidiendo así la aparición del mínimo conato de burguesía nacional
que más o menos pudiera oponerse a sus desmanes. La United nunca quiso que los
terratenientes locales supieran nada del mercado internacional del banano, ni
de la técnica para prevenir las plagas, ni de los controles de calidad, pero ni
siquiera de los rudimentos del cultivo mismo de la fruta. Todo lo manipulaba y
todo lo hacía la todopoderosa United. Los propietarios no iban alas fincas más que a emborracharse con sus colegas y con
los jerarcas de la Compañía. Los obreros pagados con salarios de hambre,
cortaban la fruta bajo la dirección de capataces entrenados por los gringos. La
Empresa proveía asistencia técnica para combatir a los enemigos naturales del
banano, los sacaba de las fincas, seleccionaba el que le convenía, lo embarcaba
y se lo llevaba. Mientras tanto, los propietarios colombianos disfrutaban de la
más esplendorosa holganza. De pronto los rozaba la adversidad porque la
sigatoka o el Panamá disease
arruinaban las plantaciones, porque los huracanes des devastaban o, simplemente
porque los secuaces de la compañía
habían rechazado cosechas enteras de óptima fruta bajo el pretexto de “mala
calidad”, cuando lo cierto era que habían recibido orden superior de rechazar
debido a que había oferta den Nueva York y una mayor afluencia de banano podía
echar los precios por la tierra. En tales casos no había problema. Ahí estaba
“Mamita United” lista a otorgar créditos a largos plazos y bajos intereses para
compensar cualquier pérdida a sus hijuelos amados. Y la verdad es que a la
Frutera le interesaba que los propietarios criollos fueran en todo momento sus
deudores. Así los tenía más sometidos.
Hubo sin embargo, una estupenda excepción. Dos
hermanos Olartes, oriundos de Antioquia, que habían llegado a la Zona y hecho
allí una fortuna a fuerza de trabajo. Fueron inmunes a la ponzoña del
paternalismo. Ellos mismos administraban su finca y conocían a fondo todos los
pormenores del cultivo. Eran, además, audaces y bien bragados. Cuando llegaban
los testaferros de la Frutera a las fincas s “seleccionar” la fruta, la
aristocracia bananera dormía siestas
infinitas. Los Olartes estaban
presentes en el proceso de la selección y, cuando los lacayos cumplían
órdenes de rechazar, los dos hermanos a quienes nadie podía engañar en cuanto a
conocimiento de la fruta, se hacían aceptar
sus racimos a punta de revólver si era menester, probando, además, que
no había tal mala calidad. Al mismo tiempo, el banano de los propietarios
ausentistas se quedaba pudriéndose en las fincas.
Hay un episodio poco conocido en la tenebrosa
historia de la Frutera, en el cual concurren curiosamente las consecuencias de
la corrupción y del paternalismo. Al célebre Mr. Bradshaw lo sucedió en el
trono de la frutera Mr. George S. Bennett, quien lo ocupaba cuando se inició la
primera administración López. Mr. Benett, fiel a al tradición sagrada de su
empresa, empezó a manipular todas las palancas de la compra de conciencias. De
pronto el presidente López tuvo noticia de que el gerente de la Frutera se
encontraba comprometido en una alta operación de soborno al poder judicial en
Santa Marta, en el caso de un litigio de aguas dentro de la Zona. El jefe del
Estado envío a toda prisa un investigador competente quien penetró en la
oficina de Benett y encontró en su escritorio el expediente del caso, que el
gerente y sus abogados mercenarios habían sustraído del juzgado. El señor
Benett fue detenido y traído a Bogotá junto con su jurista de cabecera y en la
capital estuvieron a buen recaudo por cerca de dos meses. Cuando Benett regresó
a Boston, la Compañía, a modo de desagravio, lo hizo vicepresidente. Y entonces
vino lo maravilloso, lo increíble: la venganza apocalíptica del gringo
ultrajado. La mortífera sigatoka se abatió sobre las fincas de los propietarios
colombianos u aniquiló sus plantaciones. Su ignorancia los hacía inermes ante
el desastre y de nada les valió su abyección de tantos años. El yanqui
ofendido, a todos castigó por parejo. La justicia es ciega y tiene en sus manos una balanza en equilibrio y una espada.
Y ¿qué pasó con las haciendas de la United? Que las matas siguieron fruteciendo
en todo su esplendor protegidas por acueductos de “caldo bordelés” (compuesto
químico que combate y evita la sigatoka), mientras las vastas plantaciones de
los colombianos se deshacían ante la impotencia de quienes, tarados por el
paternalismo, nunca se interesaron por meter la nariz en las técnicas de
cultivo y prevención. Cuentan los testigos de esa época que hasta muchos
kilómetros de las plantaciones se percibía el relente dulzón de miles de
hectáreas, de banano putrefacto. Mr. Benett convocando la sigatoka en Mr. Brown
concitando las cataratas del cielo sobre el Macondo de la decadencia.
Imposible cerrar este ciclo de relatos
bananeros, sin recordar un episodio que tipifica no sólo los procedimientos de
la United Fruit sino la esencia misma del sistema capitalista. José Gnecco,
viajando a bordo de un barco de la Frutera, fue testigo de cómo el capitán
recibió un telegrama urgente de Boston con una orden perentoria. Había oferta
en el mercado. El precio podía bajar. Había que sostenerlo. El barco viajaba
repleto con fruta de primera calidad. Era imperioso echarla al océano. El
capitán obedeció el mandato de sus jefes. Ciento veinte mil racimos fueron
devorados por las aguas. El barco levó anclas y siguió su marcha. Otros muchos
capitanes ese mismo día cumplieron en diversos puntos de la inmensidad del mar
la misma orden. El precio se sostuvo y hasta pudo mejorar. Las fauces
insaciables del caribe crearon la demanda. ¿Cuántas hambrunas segaban en ese
momento millones de vidas, muchas infantiles, en múltiples lugares del mundo?
No lo sé. Lo único cierto es que los mecanismo de la economía capitalista se
detienen ante esas consideraciones sensibles.
Bibliografía
-Alfredo Iriarte, Gracias y travesuras de la United…, en Lo que lengua mortal decir
no pudo, Instituto Colombiano de Cultura, pp. 96-103, 1979.
-Mauricio Archila, Masacre de las bananeras, Credencial Historia, 1999.
Película citada
María Cano
De: Camila Loboguerrero.
Actores:
Entre otros, María Eugenia Dávila,
Frank Ramírez, Diego Vélez
Germán Escallón, Jorge Herrera, Ana María Arango,
Eduardo Carvajal.
Género: Ficción / Biopic.
Duración; 106 minutos.
Año: 1990.
Imágenes tomadas de:
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