Las revistas de las
primeras décadas del Siglo XX en Colombia, dedicaban en algunos casos sus
páginas a ese nuevo arte llamado cine, inclusive algunos pioneros sumaban a su
empresa de exhibición una publicación para mostrar como crecía su negocio con
la construcción de nuevos teatros, los estrenos que llegaban, ofrecer servicios
fotográficos, etc. Encontrar artículos sobre el cinematógrafo para un
investigador del tema, se convierte entonces en un motivo de emoción ante el
dato, el contenido, y su mensaje. Por lo anterior, transcribo un documento
escrito por quien firma N. Forero Morales, publicado en El Grafico N°612, el 26 de agosto de 1922 en la ciudad de Bogotá, y
con el título Bajo la Pantalla, vivencia
individual de un espectador sobre lo que siente y percibe en el entorno de una
función, inclusive con expresiones del lenguaje cinematográfico, lo cual enriquece
el texto, haciéndolo más universal, y
por fuera de la censura, algo tan común en la pluma de algunos escritores del
período.
[…] De repente la obscuridad, y con ella el
silencio precursor de milagros. Un haz de pálida luz brota de la negra
hendidura proyectante, y se abre hacia el blanco lienzo que espera. No es el
inocente rayo de sol entre follaje espeso, sino un mágico surtidor preñado de gestos
y de ideas; es un mundo agitado, una oleada de vida que surge otra vez en el
abismo. La delgada claridad que cruza el espacio lleva consigo una chispa de nuestro
espíritu inquieto; es nuestra mirada misma atravesando las tinieblas.
El hombre había
obligado a la placa fotográfica a estremecerse y a conservar la huella de un
instante; había obligado a la materia bruta a atener memoria. Pero esa memoria
no era más que un espasmo, un resplandor en la noche. La materia se acordaba,
pero de un momento sólo; palpitaba un segundo, y se petrificaba en el único
ademán inteligente de su existencia. Una
fotografía es una sombra inmóvil, un cadáver. Un retrato hace pensar en las
cosas pasadas de igual modo que un pétalo seco, hallado dentro de un libro,
hace pensar en la primavera ausente.
Y eso no nos
bastaba. Hemos querido galvanizar los espectros, y hacer retroceder a la
muerte. No contentos con engendrar innumerables formas nuevas, hemos querido
robar las que estaban condenadas a desaparecer. Ángeles anunciadores de lo que
vendrá, somos también buzos de lo desvanecido, y remontamos a ala superficie
brillante cargados de tesoros que dormían en el fondo del mar. Nuestro genio
tuerce las corrientes del destino, y una resaca maravillosa, después del naufragio,
esparce sobre la tela tirante del cinematógrafo las mil figuras alegres de la
tripulación resucitada. Vemos lo
olvidado; vemos lo que nunca hemos visto. Viajamos por tierras desconocidas.
Bajo árboles acariciados de brisas
disueltas para siempre, nos reclinamos a descansar de un camino que no
hemos hecho… Pisamos la trepidante cubierta de un buque ignorado, y aguardamos
el redondo empuje de olas que más tarde, no sabemos cuándo, habrán desfallecido
en playas remotas…Ahora es una ciudad inmensa donde jamás habitaremos. ¿Qué
pensamiento arrastra el transeúnte que pasa rozándonos durante ese minuto
perdido en el caos?... Y así desfilan ante nuestra retina absorta, escenas,
paisajes, fantasmas vivos que acuden a nosotros desde las profundidades del
tiempo, y que se mezclaran a nuestros sueños y a nuestras nostalgias. La
realidad delira como un moribundo, y nos arropa al rostro ráfagas de su enorme
histeria.
Titubea de
pronto el cuadro. A intervalos una mancha o una quebradura nos trae a al mente
nuestra debilidad. Estamos aún lejos de la perfección absoluta. Nos sacuden los
choques de nuestra penosa marcha hacia el futuro. El aparato sublime vacila. Pero
esa misma flaqueza vuelve la lucha más trágica. Estamos combatiendo cuerpo a
cuerpo, y el temblor del cinematógrafo es el temblor de la divina presa entre
nuestras manos crispadas.
En la penumbra
la multitud entrega sus cándidos ojos de niño. Nos baña un ambiente religioso.
Las almas ceden al encanto confuso y penetrante de lo incomprensible. La fe
como en otros siglos baja al valle de las lágrimas. Pero baja libre de
terrores. Ya no teme la muchedumbre, la cólera ni la venganza de los dioses
ciegos. Por eso, familiarizada con el prodigio, confía serenamente en si misma.
Por eso delante del cinematógrafo, como delante de otras recientes conquistas de
la razón sobre el universo, se mueve en nuestra conciencia la inmortal
esperanza.
3 comentarios:
Excelente articulo, Yamid. una exquisita muestra de la historia de los espacios, del cuerpo, de la vision, del tracto y del oido, que llena las falencias de nuestra historia de la vida cotidiana. lamenta uno no haber podido estar en esa funcion, pero, Yamid, casi que logras llevarme de la mano hasta alli...
Yamid, muy chevere esta entrada. Veo con frecuencia tu blog. Muchos exitos para vos. Un abrazo!
Yamid, necesito comunicarme contigo.
Ha sido muy importante para mí leer tus palabras.
Te pido por favor me escribas, así podemos quedar en contacto.
Emilia Rothen
contacto@cabezadecaldo.com
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