Los que
estudiamos en la Universidad del Valle y logramos en algún momento acceder a
las electivas complementarias, nos encontramos con la oferta académica de la
Escuela de Comunicación Social y allí las áreas del profesor Ramiro Arbeláez
Ramos[1]
enfocadas al estudio histórico, teórico, y sociológico del cine. Inclusive con
la posibilidad de convertirse en guía académico para profundizar en nuestros
temas investigativos sobre el séptimo
arte, tal cual como ocurrió con quien escribe en su pesquisa sobre el Cine club de Cali 1971-1979.
Conocí al
maestro Arbeláez en mis encuentros con el Centro de Documentación de la
Cinemateca La Tertulia, y los viejos documentos empolvados que allí reposaban
en su actividad como director de esta institución en los setentas y ochentas
del siglo pasado. Luego, en el trayecto de sus entradas a la sala del “Charco
del Burro” donde siempre hacía una estación para conversar, y antes de empezar
la película subir a la cabina de proyección para saludar a Erwin Palomino, su
viejo proyeccionista de cabecera. Después, en las instalaciones de la sede
Meléndez de nuestra universidad en clases, asesorías, y encuentros de café.
Finalmente, como su asistente en una de las investigaciones más importantes
sobre el cine colombiano en los últimos diez años.
Aprovechando
el dossier que nos convoca dedicado a la Historia
del cine Colombiano y Latinoamericano, me acerqué a Ramiro el 19 de enero
de 2016 en su espacio de trabajo para
indagarle sobre diversos aspectos de su vida personal y académica ligada al
cine caleño. Ejercicio de memoria que nos lleva al pasado desde los años
sesentas del siglo pasado, con temas enfocados al cineclubismo, la exhibición
fílmica, el Grupo de Cali, Caliwood, personajes, películas, su vida
académica, etc.
Apreciados
lectores, bienvenidos a un momento especial de conocimiento y reflexión en
torno a la vida de un hombre sensible con el arte cinematográfico, y al
encuentro incondicional con sus pares, alumnos, y amigos.
¿Cómo
fue tu encuentro con el cine?
Distinguiría
dos momentos, uno de infancia, y otro intelectual. El primer encuentro que es
más emotivo, inconsciente y por eso más feliz, a la edad de 4 o 5 años, en algún
teatro del centro, tal vez el Cervantes o el Aristi….. porque yo vivía en el
centro de Cali al frente del Teatro Aristi, entonces es lógico pensar que uno
de los primeros teatros al que me llevarían fuera el Aristi o el Colón, que
quedaba en la misma manzana. Dos recuerdos me marcan: Uno es con la película El Monstruo
de la Laguna Negra[2],
cinta de los años cincuenta que realmente me aterrorizó, tengo imágenes muy
nítidas a blanco y negro del monstruo saliendo del lago y una dama
aterrorizada. Asistí a otras películas acompañando a mi hermana en su gusto por
el cine mexicano, en particular una escena donde el protagonista es un niño,
quien permanece escondido mientras una canción de por medio entra en
consonancia con su historia –ritmo que me viene como un eco-, donde la virgen católica
tiene relevancia.
Pero
lo que me sucedió con El Monstruo de la Laguna Negra, y con las películas que yo vi en
esos teatros, es que el momento de recepción de la película lo mezclaba con las
salidas de emergencia de esos teatros; las dos salidas iban a dar a un pasaje
que desembocaba en la carrera novena y allí, cerca a la salida del pasaje
estaba la lavandería Columbus, que expedía un vapor envolvente y el público
tenía que atravesar esa neblina mientras salía a la calle. Entonces para mí ese
pasaje nebuloso y la película era la misma cosa, hacían parte de la misma
experiencia; siempre que recuerdo esa época y me proponen conectarla con el
cine, encajo todo en el mismo mundo, la ficción que había visto en la sala y la
salida a la “realidad” de la calle, apenas a media cuadra de mi casa.
El
segundo momento es más intelectual y consciente, pero no por eso menos emotivo,
y es de la mano de Andrés Caicedo. Aclarando que ya me había acercado al cine por
mi propia cuenta con los festivales de arte en los últimos años de la década
del sesenta en Cali, que tenían un capítulo dedicado al cine con películas de
la vanguardia europea, exhibidas en varios teatros, entre otros el Teatro
Calima. En ese momento estaba haciendo teatro con Caicedo, una iniciativa
emprendida desde que yo estaba en tercero de bachillerato, y es lógico que,
además de la literatura, la música –sobretodo rock-, el teatro… tareas a las
que nos gustaba dedicarnos teniendo como base su casa del barrio La Flora, se haya
comenzado también un gusto y una reflexión consciente sobre cine.
Igualmente
en esa época ya acostumbraba ir a unas exhibiciones del Centro Colombo
Americano -que en ese momento quedaba en la avenida sexta con calle 14- y donde
había una pequeña sala con cine de 16 mm., exhibiendo slapstick -comedia muda americana-; no recuerdo cuantas veces fui, pero
allí había cierta actividad consciente de formación del gusto. Pero la
conciencia sobre lo importante que era ver cine, y que además era gustoso, fue
en compañía de Andrés, cuando ya estábamos haciendo teatro y nos propone a
Jaime Acosta -el otro actor de sus obras-
y a mí, que lo acompañemos en las tareas de un cine club, el Cine club de Cali[3]
que él había organizado en el Teatro San Fernando.
¿Ese fue el encuentro
con el cineclubismo?
Sí,
fue el encuentro con el cineclubismo, que ocurre en el primer año de
universidad, cuando yo tenía como 18
años. Encuentro con el cine como actividad cultural al que yo de alguna manera
le podía aportar, ayudando a organizar primitivamente las tareas de una
exhibición, de un espectáculo.
¿Qué significó para la
revista Ojo al Cine, y el cine nacional, la escritura del artículo “Secuencia
crítica del cine colombiano”[4] junto a Carlos Mayolo?
Tiene
un significado personal, y no sé qué tan significante fue… digamos en una dimensión más objetiva, en la historiografía
del cine colombiano. Algunos analistas que han estudiado esa época lo han
citado, y le reconocen cierto lugar entre los primeros análisis generales del
cine colombiano. Personalmente es el inicio de una actividad de sistematización,
de análisis del cine colombiano emprendida en compañía de Carlos Mayolo. Lo que
realmente sucedió es que la “materia gris” del artículo es mucho más de Mayolo
que mía, ¿por qué?, porque Mayolo si había visto con cierta sistematicidad
muchas de las películas de las cuales hablamos, mientras que yo había visto
poco. Realmente me acerqué al cine colombiano con el ciclo que hubo en la
Cinemateca Distrital en el año 1973, a esas exhibiciones en Bogotá, viajamos
varias veces –por lo menos tres veces-, inclusive nosotros hicimos una
selección y la presentamos en el Cine club de Cali.
Mi
aporte en ese texto tiene que ver con la organización, con su estructura,
redacción, y en algunos puntos con el análisis de lo documental, me refiero por
ejemplo al corto La hora del hachero, obra
de ese grupo que tenía relación con Orlando Fals Borda, notándose en el
artículo diferencias analíticas comparadas con otras partes que suman más como
recuento. En resumen, por primera vez yo sistematizo en el análisis fílmico, y
lo relaciono también con la historia, a pesar que luego puedo hacer una
autocrítica a partir de las críticas que nos hizo Hernando Martínez Pardo sobre
la poca contextualización que el mismo artículo tiene, a pesar de lo largo -las limitaciones de la revista pedían menos
páginas- no se acentuó en esa perspectiva.
¿Cuándo entras a estudiar Licenciatura en Historia en la
Universidad del Valle?
Yo
decido entrar a estudiar historia cuando
me doy cuenta que lo mío no es la
ingeniería civil, había entrado a esta carrera en 1970, pero debo contar que
hice un primer intento de entrar estudiar Antropología en la Universidad de los
Andes, pero la situación económica de mi familia no permitía pagar mis estudios
en Bogotá. Entonces, como segunda opción, había decidido que estudiaría
historia; sin embargo en un primer momento sucumbí a los deseos de mi familia
-ellos querían tener un hijo ingeniero- y me fui por la ingeniería en la
Universidad del Valle, y como tenía cierta facilidad para las matemáticas y la
física, eso posibilitó mi rendimiento -inclusive fui profesor como forma de
ayudarme económicamente-.
Realmente
no fueron inconvenientes con la ingeniería lo que hizo que desistiera de ella y
escogiera historia, sino que a la mitad de la carrera me convencí que no era lo
mío, no me veía trabajando en esa profesión; además me llamaba mucho más la
atención lo que estábamos haciendo en términos culturales, y ahí entra el cine,
tomando la decisión de cambiarme de facultad.
¿Qué tesis realizaste,
quién la dirigió?
Fue
una introducción a la historia del documental en Colombia[5],
dirigida por el profesor German Colmenares, quien sabía mucho de cine,
inclusive, algunas de las lecturas que inicialmente yo hice, fueron sugeridas
por él, recuerdo que me hizo descubrir a Edgar Morin con su obra “El cine o el
hombre imaginario”; era un conocedor avezado del cine francés, había vivido y
estudiado en París y tenía una memoria prodigiosa de títulos de películas. En
las conversaciones que manteníamos sobre la tesis yo encontraba que me daba una
libertad absoluta para trabajar, a pesar de recomendarme textos que poco
apoyaban el proceso investigativo que llevaba, pero en momentos de leer los
informes hacía las preguntas precisas, descubriendo por lo tanto las falencias.
Colmenares era un hombre con muy ácido -aunque conmigo no lo era tanto, o con
mi grupo- para hacer las críticas, convirtiéndolas en humor, fino humor que
desembocaba en recomendaciones ajustadas al tema que dirigía.
¿Podría
considerarse la primera tesis sobre cine en la universidad?
¡Vaya
uno a saber!, pero en ese momento, en el Departamento de Historia, era la única
tesis sobre cine. Mis intereses venían de una relación muy cercana entre
documental y realidad, el documental y la historia, algo que después revalué, ya
que es tan lícito estudiar la ficción como el documental hablando de historia. Uno
supone que este género fílmico estaría más próximo a la disciplina humanística,
pero es que la ficción de alguna manera está revelando ideas, pulsiones,
deseos, y ansiedades de las sociedades. El documental por otra parte es
pretensioso en eso, pretende retratar la realidad, dar cuenta de ella, pero uno
no puede afirmar que lo consiga más que la ficción.
¿Coincide este momento académico con el Cine club de Cali y
la Cinemateca La Tertulia?
Coincide
con la dirección del Cine club de Cali.
La dirección de la Cinemateca La Tertulia[6]
empieza en el año 1977, cuando ya me había retirado de la
Universidad del Valle, ya que el último semestre académico que hice fue en
1976. Pero ese momento puede coincidir con
algunas visitas que hacía al Departamento de Ciencias de la Comunicación para
cosas puntuales con el cine club; recuerdo una invitación de Jesús
Martín-Barbero para que hablara sobre el Cine club de Cali a un grupo de
estudiantes, entre ellos Rodrigo Vidal y Luis Fernando Manchola. Allí propuse
que una de las labores que debía tener alguien que fuera consciente del momento
que estaba atravesando Colombia, el cine, y la distribución cinematográfica,
era ir a asaltar un camión que llevara películas para su destrucción a Pance; lo
propuse como una misión, salvar esas cintas del fuego, porque a ese sector de
la ciudad se llevaban las películas por una carretera destapada y en algún
sitio, cerca del río, hacían una fogata con los filmes.
¿Qué pasó con esa idea?
Nadie la
copio; era algo muy ingenuo, robarse un camión, y luego?, qué hacer con tanto
material cinematográfico?, sacarlas y exhibirlas?, hubiera sido imposible
porque nos hubiéramos delatado. Todo era el sueño por salvar de la destrucción
obras de arte; revisabas la lista y descubrías películas buenísimas del cine
americano que las quemaban por vencimiento de sus derechos; para no correr
riesgos financieros, el productor exigía que se calcinaran, cintas que quedaban
en estado 2 en la escala de 1 a 5, con vida útil, se perdían, filmes que podían
pasar a instituciones culturales, pasaban en cambio por el fuego sin compasión.
¿En qué año ingresas a la docencia en la Universidad del
Valle?
En el año
1979, cuando Luis Ospina iba a dejar su catedra en la universidad, me llaman
para que lo reemplazara; recuerdo que Manchola me llevó la razón enviado por
Fernando Berón; le dije: “yo no hecho cine, no puedo reemplazar a Luis Ospina
en el taller, tal vez lo que podría hacer es una historia y estética del cine,
que sería otra materia”.
¿Qué taller enseñaba Luis Ospina?
Un taller
de cine. Era para hacer, no para analizar. Sobre todo el proceso de realización
de una película. Él lo estructuraba en varias etapas, y nunca pude ver lo que
hicieron, no existe material conservado de esa época.
No, en
super-8 mm.[8]
Recuerdo que heredé –a pesar de que me trajeron a dar clases de historia y
estética- parte de ese taller por medio de una vinculación a partir de la
siguiente coyuntura: Jesús Martín había tomado un año sabático, quedando la
materia de Estética libre; así que a Alejandro Ulloa y yo -entramos al mismo
tiempo- se nos dijo que esa área iba ser dividida en dos partes, la que tiene
que ver con estética general, y la estética del cine, así empezamos.
¿Quién había dado esas clases?
Jesús
Martín-Barbero. Pero estética e historia del Cine, específicamente, no estaban en el plan inicial de Comunicación,
así que fue la primera vez que entraron en el pensum de la carrera.
¿Y la metodología de enseñanza para ver las obras, cómo lo
solucionaban?
Lo
particular es que al siguiente semestre, además de la historia y la estética,
me tocó encargarme del taller dejado por
Ospina sin haber realizado cine, pero afortunadamente siempre con la ayuda de
un profesor que, inicialmente fue Fernando Calero, quien ya tenía experiencia
en televisión, así que dividimos el trabajo. Era también un aprendizaje para
mí, como profesor de historia del cine, de muchos otros campos de la comunicación,
y con relación a la historia del cine, de otros programas y metodologías que
estaban aplicando en Bogotá y Medellín, incluso me llegaron programas de análisis e historia
cinematográfica diseñados por Hernando Martínez Pardo en la Cinemateca
Distrital de Bogotá, lo que me sirvió inicialmente de insumo para armar un
programa por mi cuenta.
También,
uno de los programas que más me influenció fue uno realizado por Andrés Caicedo,
cuando dio un curso no recuerdo en qué institución; él hizo un curso de
historia del cine que arrancaba desde los primitivos, pasaba por los
movimientos importantes, pero centrado sobre todo en el cine americano.
Teníamos en cuenta también aspectos como el punto de vista del director, que
era el responsable de una obra artística cinematográfica, el constructor de universos
o estilos, así que lo importante era la estética, y había poco análisis
sociológico de las películas; en resumen, era la historia de los movimientos,
los estilos, y la estética por ella misma, no relacionada con la sociedad; pero poco a poco, en la medida que fui
leyendo e influenciado por mis propios compañeros de Comunicación Social,
empecé a introducir sociología a los análisis, para poder alimentar y
enriquecer las clases.
Sucedía que
una historia del cine a profundidad no podía hacerse en este tipo de plan de
estudio, no era para eso; podía destacar algunos hitos que eran relevantes,
pero no se podía profundizar en el análisis histórico de las películas, que
hubiera sido mi deseo; había algunas limitaciones, algunas cosas que se pedían
en la descripción general del programa, y en la descripción particular de las
áreas, unos mínimos requisitos que había que cumplir.
¿Cómo está el área en la actualidad?
Se ha
transformado con la labor de muchos profesores. En un primer momento teníamos también
al antropólogo Sergio Ramírez, que hacía un análisis más antropológico del
cine. Pero fuimos incorporando poco a poco egresados con más oficio en la
realización, en el área práctica del cine. Reconstruir lo que ha sido la
enseñanza de la historia y estética del cine en la Escuela es todo un reto, pero
es un ejercicio que hicimos hace poco con ocasión de un libro sobre los
audiovisuales en la Escuela, de inminente aparición y que va a publicar la Universidad.
¿Qué significó para la escuela de comunicación social
incentivar la cinefilia a través de esa clase?
Fue
importante. De hecho –y no lo digo como si fuera merito de un solo profesor-,
rápidamente se incorporó gente de la primera generación de comunicadores como
Oscar Campo, quien venía con la cinefilia caicediana, combinada con realización , ya que había
hecho mediometraje para televisión; más tarde se incorpora Antonio Dorado, entonces
se diversifica la mirada cinéfila, por un lado, y se suplió eso que estaba bajo
mi responsabilidad, que era el hacer, el taller que por varios años ofrecí
realizando cortos en super-8, y sobretodo en video; desafortunadamente no se
conserva nada, no tuvimos la precaución en ese momento de pensar que eso
hubiera sido importante guardarlo, y se descuidó, cuando llegó la programadora
grabó encima de esas cintas y se perdió. Pero muchos de esos trabajos que se
hicieron en super-8 quedaron inconclusos, porque el problema nuestro en la
escuela es que los semestres que se dedican a la realización cinematográfica
han sido temporalmente escasos para lo que requiere todo el proceso, entonces
siempre hay que editar por fuera del tiempo de la asignatura, y eso implica que
los estudiantes estén muy motivados y comprometidos con el material, sino ellos
lo abandonan; la película alcanza a rodarse, a veces alcanza un primer montaje, y luego no la
terminan. Lo anterior ha sido más o menos una constante, pero en este
momento estamos tratando de solucionarlo.
Lo que pasaba
con el super-8 es que no se revelaba en Colombia, lo que se hacía en la escuela
había que enviarlo a Panamá, y en algunos momentos también a Medellín, esperar
que volviera, y cuando llegaba ya el semestre se había terminado; al final
nadie lo editaba. También se nos decía que esta no era una carrera de cine, es
de comunicación, con ese argumento entrabamos en disputas, tratando de hacer
valer nuestra experiencia en producción y realización de cine; aunque la parte
de edición siempre fue débil, hasta que llegaron equipos con la programadora de televisión, al
final de los años ochentas.
[1]Nació en Cali, (1952). Licenciado en Historia, Universidad del Valle.
Estudios de Maestría en Cine y
Televisión, Universidad de Sao Paulo, Brasil. Hizo parte del Cine club de Cali;
fue director de la Cinemateca La Tertulia; es profesor de la Escuela de
Comunicación Social desde 1980, actualmente es su director. Su interés
académico se enfoca en la teoría, historia y estética del cine y los
audiovisuales; sociología del cine; públicos del cine; recepción
cinematográfica; historia y teoría del documental; e historia del cine en Cali.
[2]Creature
From The Black Lagoon,
1954, Estados Unidos, dirigía por Jack Arnold, y producida por Universal
Pictures.
[3]Este Cine club fue organizado y
dirigido por Andrés Caicedo en el año 1971. Dentro de sus actividades más
importantes estuvo la publicación de la Revista de Crítica Cinematográfica Ojo
al Cine, y las 403 funciones programadas. Hicieron parte de su proceso Patricia
Restrepo, Luis Ospina, Carlos Mayolo, Oscar Campo, Rodrigo Vidal, entre otros,
en momentos donde la cinefilia pura era representativa. Su último año de
actividades fue en 1979 cuando por problemas locativos en el Teatro San
Fernando, se trasladó a la Cinemateca la Tertulia. Ver: Yamid Galindo Cardona, Cine club de Cali 1971-1979, Tesis
Licenciatura en Historia, Departamento de Historia, Universidad del Valle, 2006.
[4]Ramiro Arbeláez, Carlos Mayolo, Secuencia Crítica del Cine Colombiano,
Revista Ojo al Cine, Nº 1, Ediciones Aquelarre, 1974, págs., 17-34.
[5]La tesis del profesor Arbeláez se
título: El cine documental Colombiano: Introducción a un análisis estético. Puede consultarse en la Biblioteca Central
de la Universidad del Valle.
[6]Ver la reseña sobre esta sala en http://anacronica.univalle.edu.co/pagina_nueva_11.htm
[7]Tamaño de la película, se convirtió
en un formato básico para muchas cinematografías latinoamericanas por ser
económico y práctico, inclusive como fenómeno estético dentro de las
exhibiciones cineclubistas en los sesentas y setentas del siglo XX.
[8]En el caso de este formato, su uso
fue más aficionado, casero, aunque en al
actualidad se halla convertido en un “descubrimiento” especial para ejercicios
audiovisuales de experimentación e investigación.
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