Un ejercicio de memoria
sería recordar cómo fue nuestra primera vez ante la pantalla gigante, que película
vimos, y cuáles fueron las sensaciones que sentimos de ahí en adelante ante la
emoción de asistir a la función del teatro de barrio local, con quién fuimos, si
fue entre semana o el denominado matiné para niños y jóvenes. Para algunos su
visita a la sala oscura pudo haber sido en la escuela, en la campaña educativa
que una reconocida empresa de aseo bucal entregaba cada año escolar con el
famoso doctor muelitas y su frase “los dientes de arriba se cepillan hacía abajo,
los dientes de abajo se cepillan hacia arriba”, filme institucional en 16 mm., y
dibujos animados, acompañado del kit respectivo que cada escolar llevaba a su casa
en el proceso comercial preciso que la empresa deseaba para ofertar su
producto.
También en el
colegio el cine se atravesaba de vez en cuando, nuevamente en 16 mm., con los
famosos documentales educativos de la BBC de Londres en temas científicos o de
ciencias naturales o una ficción religiosa para complementar la clase, Moisés o Los Diez Mandamientos. Pero la opción más concurrida que mezclaba
diversas edades, y otros colegios, eran aquellos contratos que hacían los
directivos escolares con empresarios externos que ofrecían alguna función en el
principal teatro de la ciudad, con una cinta de moda o “adecuada” para la edad,
hora y media de silbidos, disputas colegiales con grotescas palabras, besos
fortuitos de parejas clandestinas, saboteo constante al vecino de al frente –chicles,
escupitajos, jalones de pelo, etc.-, finalmente, el descanso para algunos –sobretodo
los profesores- al denotar en la pantalla los créditos de tan in-sufrible experiencia.
Si devolvemos el
rollo del tiempo a la exhibición primitiva del cine, encontramos que es un
dispositivo envuelto en el espectáculo de feria, novedad científica que refleja
el mundo real en la irreal sombra de un espacio adecuado para su efecto, la caverna
de Platón con la cámara oscura descrita como una habitación con un minúsculo agujero
en una de las paredes (Aumont, Marie, 2006:41). Con emisarios puestos en puntos
estratégicos y universos diversos, precursores del cine que ofrecieron su
invento proyectando cintas cortas de hechos cotidianos o por el contrario
filmando el día a día para imprimir y proyectar en la noche, donde algunos
espectadores sorprendidos veían reflejada su estampa y terruño en el cotidiano
acontecer de su vida pública, sorprendidos asentían el impacto de verse, aplaudiendo,
riendo o abrazándose con el público acompañante; por el contrario, violentados
en su imagen, censuraban la desfachatez que sin autorización, había cometido el
comerciante al ponerlos en evidencia ante los demás por el efecto de la imagen
hecha movimiento.
Contrario a lo
que se cree, el cine casero también fue tradicional en los primeros momentos
del cine, refiriéndome a espacios pequeños con pocos asistentes al disfrute de
la exhibición, inclusive con el cinematógrafo de Auguste y Louis Lumière entre
las sombras y las luces aquel 28 de diciembre
de 1895 en el Salón Indio del Grand Café en el número 14 del Bulevar de los
Capuchinos, cuando puso su artefacto a disposición de un público asombrado ante
la salida de los obreros de la fabrica
o el regador regado. Más adelante,
con los usos emergidos en los avances técnicos, los pequeños proyectores
aparecieron en la industrialización del arte para medios educativos y
divertimento familiar, un ejemplo concreto fueron los denominados Pathé Baby
que se comercializaron al espacio de la enseñanza escolar con películas de ese
orden, y al ámbito privado de la sala con obras de Chaplin, Félix el Gato, o
documentales del mundo –vistas en movimiento-.
El proyector
fílmico, económico, sencillo y acomodado a las necesidades del público, se fue
instaurando en las acciones de divertimento creadas por un sector de la
población, sobretodo la de las altas esferas que podía acceder por su situación
económica, al entramado completo: equipo, películas y pantalla. Forma de
mostrar a los invitados cierto status cultural de acceso a un divertimento de
moda en los ambientes sociales de las principales ciudades en las primeras
décadas del Siglo XX, donde el cine en toda su extensión, podía ser observado
sin mediar la censura.
Dos dimensiones
de ver el cine fueron puestas al mercado por Eastman Kodak, la primera en 1923 con la película de 16 mm., oposición al
ya tradicional cine en 35 mm., posibilidad para algunos países que veían en
el formato un elemento económico y sencillo de realización cinematográfica extensiva
a diversos empleos, desde la educación hasta la diversión en privado. En 1932 apareció
el Súper 8 –Cine Kodak Eight, u 8 Estándar- sistema casero que con el tiempo
cobró relevancia entre cineastas, y que al día de hoy se recupera –igual que el
16 mm.- de archivos caseros para realizar obras fílmicas que ponen sobre el
presente memorias opuestas o escondidas de un hecho familiar común.
Por su parte las
cámaras de video en su evolución científica y técnica, aportaron al entorno cultural,
económico y social de los países en
desarrollo, en el entramado de la creación artística, la aparición del medio televisivo,
y su apuesta al uso casero para registrar los hechos más relevantes del hábitat
familiar: cumpleaños, paseos, navidad, fin de año, etc., hacen parte del espectáculo
privado puesto público al ser exhibido en momentos trascendentales cuando el
hecho social lo ameritaba. Teniendo luego otros artefactos de la “reproductividad
técnica” como dirá Walter Benjamín para las obras de arte, pero desde video y
el cine, con el betamax creado por Sony en 1975, el VHS –Video Home
System- aparecido en el mercado en 1973
por JVC, los dos, casetes de cinta magnética en algunos casos regrabables, y
que sirvieron para comercializar el cine y ponerlo al alcance del hogar,
surgiendo un nuevo mercado de producción y exhibición con las video tiendas.
Con la aparición
del DVD -Digital
Versatile Disc- en 1995, nuevamente se transforma el mercado
audiovisual, y con este la metamorfosis más efectiva de la conservación cinematográfica,
algo insospechado en otros momentos en el ámbito del patrimonio, lo que puso en
el mercado, elegante y ordinariamente, las películas más connotadas de la
historia del cine, socializando el séptimo arte, convirtiéndolo más asequible en
sus obras maestras, y creando cierta especialidad ficticia donde todos opinan y
asumen el hecho fílmico en sus cineclubes domésticos, con tres características:
como capital cultural -acorde a los diversos gustos-, vulgarización eficaz y generalización
traumática.
El recorrido que
he realizado pone de manifiesto algunas formas y medios de ver cine por primera
vez, agregando que algunos como los de la telefonía móvil, y la internet con su
plataforma, suman al hecho del encuentro con “el mundo puesto al alcance de la
mano” como decía el mago George Méliès. Seguimos inmersos al mundo, más
cercanos y con mayor intensidad, compartiendo, pegando, copiando, borrando, en
medio de la infinita obra del ser humano que con los pasos del día a día
sobrepone un nuevo invento.
1 comentario:
Hola, Yamid. pensando, corrijo, mi primera pelicula no fue alicia en el pais de las maravillas, sino El mago de Oz, y si, fue en el teatro Calima, en la avenida sexta. aunque
ahora no puedo identificar que version de este clasico fue, puedo decirte que me impresionaron mucho los colores, las canciones, el aspecto de la protagonista y de sus
cuatro compañeros, sobre todo del hombre de lata, y del leon. gracias
por permitirme hacer estas evocaciones. cual fue la primera pelicula que viste, y con quien?
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