Algunas noticias del
pasado que se descubren en la prensa, sirven para identificar situaciones del
orden judicial que se vinculan con temas directamente relacionados al objeto de
estudio que el historiador tiene como
especialidad, en este caso el cine, el público, y el oficio de operador o proyeccionista. Conocemos la famosa anécdota del Salón Olympia
en Bogotá y sus letreros o títulos en la pantalla que eran posible leerse por los
asistentes que pagaban un poco más por la entrada, y aquellos que detrás del telón,
les tocaba esos mismos letreros pero al revés, con la posibilidad de tener
lectores expertos que “cantaban” que decía allí con la habilidad necesaria para
ganarse unos centavos.
Sin embargo, cuando el escenario
es diferente, la paciencia es nula, y los lectores del “lienzo
al revés” no existen, los ánimos se calientan y la discusión por unos “títulos”
pasa a otro estado, el del crimen por una situación algo absurda que en la cabeza
del directo implicado, puede ser normal ante la sencillez de sacar un arma y
simplemente solucionar su inconformismo con un tiro directo, en conclusión, una
acción para que “no le ponga ojo al cine”.
Presentamos a los
lectores una breve reseña de crónica roja publicada en el periódico El Tiempo en enero de 1928, sin firma de
redacción.
Un
Homicidio por los Títulos de una Cinta
-En Choconta-
José
Arévalo Contestó con una bofetada a un
reclamo de Jerónimo
Fernández
y éste le disparo un balazo en un ojo.
Choconta, enero 30.
TIEMPO-Bogotá.
Anoche a las once y media, cuando todavía no
había acabado de salir todo el público de la función cinematográfica, el señor
Jerónimo Fernández, carpintero, dio muerte de un tiro de revólver al señor José
Arévalo, albañil y maquinista del aparato
cinematográfico.
En el curso de la función había aparecido la
cinta con los letreros al revés. El señor Fernández, que era espectador cerca
del aparato, protestó ante Arévalo por haber presentado así la cinta; Arévalo
le manifestó que no era culpa de él, pues así había venido de Bogotá. Al
terminarse la función, y cuando el agente de servicio se había ausentado, los
antedichos tuvieron nuevas voces; parece que Arévalo abofeteó a Fernández,
quien descargo su revólver en el ojo derecho de su contendor, dejándolo
instantáneamente muerto. Poco después llegó al lugar del acontecimiento que lo
fue la puerta del salón de la escuela de varones, el policial de Cundinamarca
señor Anatolio Castillo quien recogió el revólver y custodió el cadáver
mientras llegaba la autoridad que había de levantarlo. En vista que ni el
alcalde, ni el inspector de policía ocurrían al levantamiento, se llamó al
señor prefecto, quien acudió un momento después e inicio la investigación.
Este lamentable suceso tiene alarmada a la
sociedad. La falta de policía municipal se hace sensible cada día; y si no
fuera porque la de Cundinamarca sabe cumplir con su deber, habría muchos más
crímenes que lamentar. Algunas familias me han manifestado que no concurrirán
más a estos espectáculos púbicos mientras la policía no ofrezca garantías de
seguridad. Debo informar que el alcalde y el inspector siempre ocurrieron al
lugar del crimen, una hora después.
Nota: Agradezco a Arnold
López su versión de los hechos en la imágenes que acompañan el texto
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