Recuerdo ese efecto que me causaba la Chiva –bus escalera-
llena de gente a la hora de subir a la zona montañosa de Buga, todos saludando,
felices, con los costales llenos de las necesidades alimenticias compradas en
los graneros al fiado, y para usufructo en la semana para sus familias y
jornaleros. Estopas -como dice mi papá- atestadas de otros productos igualmente
originados por otras personas sobre la otra banda de la montaña, aquellas que
habían bajado atiborradas de productos necesarios para la canasta familiar de
la gente del pueblo: cilantro, banano, plátano, lulo, mora, tomate de árbol,
cidras, yucas, etc. Canje milenario de tradición campesina que fue variando con
el pasar de los tiempos, y que parece hemos perdido ante el “monstruo” del
supermercado intermediario, las multinacionales con libre comercio, y la poca
protección del Estado que desembocó tardíamente en la crisis que vivimos por medio
de la protesta social.
Campesino octogenario labrando su camino. |
Los colores de las plazas de mercado son la extensión de la naturaleza
hecha vida con las manos del labriego: tierra, agua, aíre en comunión al gusto
de meter los dedos en la humedad de un piso para sembrar la semilla, verla
crecer con la esperanza de un fruto que buscara la luz para ser recogido, y
traspasado en el circulo solidario de los beneficios alimenticios. Proceso natural,
laboral, y social que parece se desconoce con el tratamiento que se les entrega
a los benefactores más humildes de la escala productiva del comercio agrario,
el campesino humilde, entregado a su parcela, y explotado con los pocos subsidios
que se les entrega con altos costos a futuro, y la competencia desleal con la
importación de “eso” que podemos producir y potenciar.
Acciones de defensa interna ante nuestros productos agrícolas,
comprando los productos en nuestras plazas sin el intermediario “exitoso” o en
pequeñas tiendas de ese orden, creara la conciencia necesaria para volver un
poco a lo básico de nuestra tradición campesina, aquella que constantemente
observamos en nuestros vínculos familiares, y que debemos valorar con los
significados que yuxtaponen nuestro
pasado y presente.
Parte de la sociedad colombiana se pellizca, sale de cierta
obnubilación ante el momento que vivimos con el valor de un grupo social que asumió
la decisión de parar este país, hacer notar sus pedidos, y desbaratar esa idea política
y comercial que indica que este país es más prospero por sus intercambios
comerciales. Siempre presentes, no estaban ausentes, tal vez olvidados, pero
nos hicieron recordar que existen, y son fundamentales para el camino de trocha
que se sigue recorriendo.
Por eso, recordando las palabras de mi amiga Verónica Salazar
Baena, y su práctica lucidez, bueno es recordarlo: “Respetada Señorita,
Estimado Muchacho: Es inconcebible que después de 50 años de conflicto agrario,
con casi 300.000 muertos y cinco millones de desplazados, a estas alturas usted
se desayune con que los campesinos colombianos sufren... ¿O es que usted creía
que los muertos eran mentira, los defensores de derechos humanos eran cansones,
los desplazados eran turistas, los pobres eran perezosos y el TLC era el
progreso?”
¡Apoyo total!
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