Para muchas
poblaciones colombianas el río que las atraviesa significa un recurso
importante para su desarrollo hídrico en aspectos ambientales, económicos, y -la
más importante de todas-, su consumo diario. Valores exclusivos que mínimamente
son devueltos en acciones encaminadas a su protección, y que pueden observarse
en su contaminación y caudal en espacios céntricos de sus entornos, como ejemplo
el río Bogotá, el río Cali, y el caso que nos compromete en este texto. A
través de las anécdotas el blog que se pública dedica algunas líneas al río Guadalajara,
con lugares comunes para los que han visitado sus aguas expresados en tres
momentos: al ser espacio de paseo escolar, símbolo de calamidad, y un lugar para
todos.
Primer
chapuzón: paseo de escuela
De vez en
cuando el profesor Ramírez decidía sacarnos de paseo al río de las piedras, desde
la escuela Manuel Antonio Sanclemente subíamos por la carretera destapada al
ritmo deportivo del maestro, entusiasmados por la famosa varita que invitaba a
no quedarnos atrás. Pasando por el Batallón Palacé, espacio estratégico que
años atrás nunca “percibió” la presencia de los paramilitares a escasos
cuarenta minutos entre la Magdalena y Guaqueros; luego “el charco del burro”,
tal vez con la misma anécdota de sus similar caleño; la bocatoma y sus túneles
para el arte de “sígame está pues”; a su lado “burbujas”, donde una sola
fumarola de bareta se mezclaba con la gorobeta y el aíre; más adelante un
metedero llamado “villa del río”; prosiguiendo se encontraba la granjita,
bañadero preferido por muchos por sus pilones de cemento; el panorama se
alternaba con algunas casas, un motel, sitios de venta de “fritanga”, tiendas, y
antes de llegar a “puente negro” y pasar los dos “coscorrones” por su empinada
subida, nos quedábamos en un espacio propicio para disfrutar desde las diez de
la mañana hasta las tres de la tarde, regodeo total que incluía risas, burlas, bolas
de arena mojada en la espalda de los descuidados, la infaltable pelea a
escondidas para resolver viejos problemas, la búsqueda frenética de esos
pequeños peces feos llamados corronchos debajo de las piedras, y el compartir
el almuerzo con todos: los que traían mucho, los que traían poco, los que nada
traían.
Segundo chapuzón: una extraña muerte “burlesca”
Otro día,
un viernes en el puente que da entrada al barrio El Albergue, donde queda el
límite del Colegio Académico, y las aguas del Guadalajara están disminuidas,
nos encontramos ante un tumulto de estudiantes –los que iban para el Gimnasio
Central del Valle en dirección contraria a los que andábamos para el Académico- mirando hacia el fondo del recorrido un poco
turbulento del río, la escena era
perturbadora, morbosa y hasta irónica en los comentarios que se oían, un hombre
yacía muerto boca arriba con la protuberancia de su estomago, hasta que la
“fiesta” termino, y los policiales ordenaron desalojar el sitio para la
movilidad y hacer el levantamiento del cadáver. Al día siguiente la noticia era
absurda, el finado sufría de hidropesía, y había sucumbido en las mojadas
piedras del Guadalajara, con comentarios que iban y venían con la rapidez de un
pueblo chismoso donde todo muerto se sabe, conoce, crítica o vanagloria, y
particularmente el occiso que trascendía en popularidad con un cuento
negramente cargado de humor bugueño con noticia de segunda en El Tabloide y El
Caleño, confirmando que en el velorio la ataúd nunca pudo cerrarse ante el
tamaño del vientre, y el tumulto de personas que acudían a ver tan misteriosa
escena trasladada a su sepultura en medio de la algarabía y los curiosos que
deseaban ver como era su entierro.
Tercer
chapuzón: el río de todos
El río se
convierte en escenario de encuentro familiar los fines de semana para el
tradicional paseo de olla, evento que con el pasar de los años se busca más
arriba de lo acostumbrado para evitar tumultos y encuentros con otros
paseantes, y en fechas festivas donde el agobiante sol es motivo de excusa para
rematar “la juma de ayer”. Espacios para encuentros amorosos, ladrones en la
caza de desamparados bañistas, y pescadores fortuitos entusiasmados en pescar
alguna sabaleta, suman al paisaje de un día cualquiera del año con buen clima,
obviamente con cambios que algunos critican y otros valoran en asuntos como la
pavimentación de la vías de acceso a la zona montañosa, y la cada vez incesante
urbanización, lo que ha traído más contaminación, y el deterioro de ese recurso
natural básico para la ciudad de Buga. También como paisaje alterno a practicas
deportivas en bicicleta, al trote y a pie; como
escenario de un acto extremo, sin importar riesgos y condiciones de
seguridad, galladas de jóvenes subían con neumáticos de llantas de camión
infladas para tirarse en algunos tramos donde las corrientes eran fuertes y las
piedras servían de pared de rebote, en algunos casos saliendo y repitiendo la
acción hasta el cansancio; y para nuestros ojos, en tiempos de invierno, verlo
crecido, enfurecido, y marrón en busca del río Cauca, todo un espectáculo, no
tanto para los afectados por las inundaciones que han asentado sus viviendas en
las riveras y sufren las consecuencias de una pésima planificación municipal o
urbanística.
Nota ambiental
Volver al río debe ser una causa importante para
los encargados de la enseñanza escolar, realizar actividades encaminadas a su
conservación y limpieza podría ser el principio de una educación alterna en los
escenarios familiares bugueños tan acostumbrados a utilizar las aguas del Guadalajara
para su divertimento y usufructo. Aspecto que seguro algunos docentes han
realizado o incentivado, pero que no debe sucumbir ante el presente que tiene
nuestro río, y su futuro incierto ante las amenazas ambientales que se observan
cada metro recorrido desde la carretera panamericana hasta su nacimiento.
Imagen
Biblioteca
Departamental Jorge Garces Borrero y BEYMAN E. VELEZ SANCHEZ. Puente sobre el
río Guadalajara y 603269. BUGA: Biblioteca Departamental Jorge Garces Borrero,
1963. 20X25.
Tomado el jueves 31 de octubre de
2013].Disponible en Biblioteca Digital. Universidad Icesi.
http://hdl.handle.net/10906/58127
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