28.1.15

El jardín –indeseado- de amapolas

Realizar una película sobre La Violencia de los últimos treinta años en Colombia, supone retos difíciles para el cineasta que entra en el territorio de la vida política y social de nuestro país. Hacerlo, sin miedo de usar el “nombre propio” de los actores del conflicto, es otro desafío en momentos donde las tormentas de los odios son recias en algunos grupos y una esperanza tenue se vislumbra como oportunidad para terminar un conflicto de muchos años.       

Estrenada a finales del año pasado, la obra de Juan Carlos Melo Guevara nos muestra el universo rural de algunos pobladores del sur colombiano, exactamente el Departamento de Nariño y su problemática con el conflicto colombiano donde guerrilla, paramilitares, narcotraficantes, y la desatención del Estado, representan un solo monstruo de muchas cabezas que devora las esperanzas de  Emilio y la de su hijo Simón, entrando en sus vidas la delicadeza y candidez de Luisa, para sumergirnos en una historia que parece sencilla pero que vemos como se complica cuando los avatares de las necesidades que se dan por el desplazamiento y la situación económica, involucran a los personajes con el negocio turbio de la savia lechosa que se saca de la vaina de la bella flor.


La excelente dirección actoral, el paisaje de la geografía nariñense, y un guion bien desarrollado sin pretensiones más allá de narrar una historia contemporánea con elementos del pasado violento colombiano, da motivos para insistir que faltan muchas películas que se acerquen y discutan nuestras situaciones sociales en contexto, sin importar los “campos de batalla” y los escenarios de representación donde se instauren con la ya reconocida economía del recurso. Nuestro cine colombiano con Jardín de Amapolas, tiene una obra que sirve de ejemplo para demostrar como el desplazamiento por parte de la guerrilla, las masacres de los paramilitares, y el negocio del narcotráfico, suman al mal habido repertorio del teatro de operaciones nacional, en pueblos lejanos y  desconocidos con el abandono constante de los gobiernos de turno.

Los niños y su inocencia nos llevan a momentos representativos de alta acción e interés para los que observamos y sentimos en algunas escenas la dureza de nuestra ajena realidad, y que parecen fuertes a la luz de los que todavía se imaginan un país lleno de “realismo mágico”. Los niños en el cine, y con ellos los adultos como factores de encuentro y discusión, posibilitan aunar historias que van más allá -en algunos casos-, de eso que no imaginamos, pero que sentimos tan cercano a la realidad de un país políticamente complicado.    

Se celebra que Jardín de Amapolas haya llegado a algunas de nuestras salas de exhibición, obviamente con la in-soportable soledad de poquísimos asistentes que apoyan y se deciden por un cine de calidad técnica y artística por fuera de la oferta fatídica que vemos cada fin de año desde la órbita nacional. Fue una breve emoción  que valió la pena ver y reseñar.  

Datos de interés
http://www.jardindeamapolas.com/
https://www.youtube.com/watch?v=JuXCJCC8aso
http://www.proimagenescolombia.com/secciones/cine_colombiano/peliculas_colombianas/pelicula_plantilla.php?id_pelicula=1878
   

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