Nuestras revistas de cine se encargaban de difundir en sus medios
publicitarios de divulgación algunas noticias que consideraban de interese
general, para aquellos aficionados y expertos que se tomaban en serio la visita
a los teatros, los comentarios críticos, y otras acciones paralelas que el cinematógrafo
posibilitaba desde las imágenes noticiosas en el frente de batalla de la I Guerra
Mundial, y el uso educativo que los filmes podían tener en complemento a la
educación tradicional. En contexto, todavía en el año 1915 el cine se movía
entre los debates de su eficiencia como medio artístico de difusión y ocio.
Divulgando textos de interés sobre cómo se percibía el cine en
momentos cruciales para algunas zonas del país desde la exhibición, y el negocio
fílmico, el ejercicio de transcripción que exponemos posibilita entender un
poco las mentalidades del uso y contenido que las imágenes en movimiento a
través de informaciones extranjeras, y replicas que denotan “elegantemente” una
defensa decorosa.
Podemos encontrar en el breve texto asuntos como el declive
del cine, su extinción, la variedad temática, la técnica, la estética, su uso
educativo, y otras cuestiones claramente ligadas a un interés publicitario de los
señores Di Doménico en su revista Olympia
para seguir captando público insatisfecho, y ante todo fortalecer su negocio de
exhibición con las posibles consideraciones que el público tenía con el atractivo,
novedoso, y peligroso espacio de encuentro para ver historias silentes del
mundo, y en algunos casos su propio contexto social.
Texto: Olympia,
Revista Cinematográfica Ilustrada. Bogotá, Julio 24 de 1915.
¿Pasará el cinematógrafo?
Pasan y pasan las películas en todas partes del mundo.
¿Pasará algún día el interés que despierta el maravilloso proyector? Por aquí
se ha publicado una especie de croniquilla yanqui, en la cual se afirma de
manera dogmática la inevitable bancarrota de las funciones cinematográficas. El
cronista dice que ya el público no quiere verlas, pues se encuentra de films hasta la coronilla. No sé con qué intención
se habrá escrito esto, pero sí me permito creer que la verdad no es de la
devoción del bachiller que cierra contra el brujesco aparato de Edison. Puede
que estemos ante un caso de cinefobia. Ya en Caracas conocemos ejemplares, más
o menos auténticos, de esta novísima y curiosa enfermedad. Tipos hay que en
realidad odian sinceramente al cinematógrafo. No deja de ser un odio bastante
cómico, pero al fin es un odio.
En cambio hay sujetos que solo por pose se declaran enemigos del inocente espectáculo y dicen pestes
contra él. Esto no obsta para que después asistan a las funciones y gocen como
unos benditos ante el desfile de las cintas impresionadas. Sucédele lo mismo
que a esos detractores de la fiesta de toros que en las tardes de corrida se vuelven
locos aplaudiendo y luego hablan, indignados, del salvajismo del espectáculo.
¿Sera posible que el público se canse del cinematógrafo? Yo
no lo creo. Al contrario, observo que cada día se perfecciona y cobra más auge
ese especial arte de las películas, que es, a no dudarlo, el que se presta
mejor a la variedad. Hoy en día se obtienen maravillosos efectos en materia de
paisajes, se realizan admirables obras de estética y se logra que grandes autores
y artistas, comprendiendo que si hay legítimo arte en el cinematógrafo, contribuyan
a sus prestigios con labores de filigrana. Películas hay que tienen la
intensidad, la belleza, la gracia de verdaderas obras teatrales, aventajándolas
en el hecho de que en la tela podemos contemplar el desarrollo amplio y completo
de la acción en todas las situaciones y paisajes.
En cuanto a la inutilidad del cinematógrafo, se ha caído el
cronista al declararla estáticamente. El cinematógrafo educa. Muestra los
diversos aspectos de la vida, ya históricos, ya de actualidad y es algo así
como un múltiple maestro gráfico para esas multitudes que circunscritas a una
vida estrecha, ven de pronto desplegarse ante su vista diversos y notables
panoramas del mundo. Además, en materia de experimentos científicos y de conferencias,
las proyecciones son de una innegable utilidad ilustrativa. En los grandes
centros civilizados se valen con frecuencia de las películas para tan alto y
cultos fines. Y luego, para la historia, los films cinematográficos constituyen un admirable e irrecusable
archivo. Por sobre las mentiras de las palabras prevalecen los hechos, patentes y vivos en las cintas.
En la actual guerra de Europa, los distintos Estados Mayores tienen operadores
en los campos de acción, obteniendo por parte del cinematógrafo los más veraces
documentos.
Atilano Pérez.
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