29.1.13

El cine: única diversión en la Bogotá de 1939


Un artículo publicado por la Revista Estampa de Bogotá en noviembre de 1939, presenta con un título ambicioso el recorrido por los cines bogotanos y algunas de sus características en la vida cotidiana capitalina. Crónica interesante que deja entrever los espacios de exhibición fílmica, que para el momento hacían parte de un circuito que sumaba 19 salas, y tenía en construcción otras para ampliar los horarios de esa oferta única que según el escritor había hecho de sus pobladores “unos cineastas supremamente empedernidos”. Las inexistentes salas, algunas borradas del panorama urbanístico, otras restauradas, hacen parte del proceso social de ocio de nuestro pasado bogotano, donde el cine funcionaba como una opción asequible y estratificada, la cual fue ganando en aficionados y oferta diaria.

Actualmente, el cine no es la única diversión, sigue siendo una posibilidad económica y cercana al entramado de nuestra sociedad con los denominados multiplex en centros comerciales ubicados en los diversos puntos cardinales, y una oferta especial y por fuera del contexto, las denominadas salas alternas, con dos posibilidades que marcan la pauta con ciclos representativos de un cine por fuera del engranaje comercial, y la apuesta por las obras documentales de corto y largo aliento de nuestro cine nacional.       


Presentamos a continuación un artículo que describe  y expone los espacios de exhibición cinematográfica capitalina a finales de la década de los treinta, su aporte es importante y mínimo a un estudio de los teatros usados para este fin, que ya en alguna oportunidad, presentamos con la reseña de una investigación, y las reflexiones sueltas y concretas expuestas en algunos textos de Historias en Cine-y-Filo.    


______________

Historia de los cines en Bogotá
Por: Ernesto Camacho Leyva.

Los cuatrocientos mil habitantes de la ciudad de Bogotá, Capital de la República de Colombia, Capital del Departamento de Cundinamarca y del Municipio mismo de Bogotá, solamente tienen una diversión: El cinematógrafo.

Triste y desesperante realidad contra la cual han luchado todos, cuantos habitan esta urbe cosmopolita y friolenta de la cual se dijo alguna vez que era la Atenas Suramericana. Y digo realidad contra la cual han luchado, no porque quiera liberarse el público de ella, ni porque la fastidia, sino porque ha traído desesperación el hecho de que esa es la única manera que haya de distraer momentáneamente la abulia que nos carcome, alejando las esperanzas y mortificaciones de la vida cotidiana; de ese tedio que nos trae esta vida azarosa y de vanas esperanzas a largos plazos, de la única manera de distraer el espíritu tratando de encontrar alivios fugaces, llevando el pensamiento hacia los hechos reales o inverosímiles que nos presenta la pantalla de plata.


Ya se dirá que el bogotano cuenta con infinidad de centros sociales y culturales, con parques y jardines, cafés y clubs, paseos a los alrededores, parques mecanizados y no se cuántas otras cosas que dizque sirven para distracción y solaz de los que habitamos en esta altiplanicie a la altura de dos mil quinientos y tantos metros sobre el nivel de los mares. Pero, tampoco es menos cierto que todas esas cosas que llaman clubs solamente son frecuentadas por reducidos grupos sociales; que los parques no son una diversión propiamente dicha; que los paseos son muy relativos, estando limitados a quienes tienen medios automotores de locomoción y que los cafés, no dejan de ser tabernas destinadas a un juego de billar, unas copas o un rato de charla fastidiada por orquestas rechinantes. ¿Dónde hay aquí un vaudeville o teatro de variedades, un teatro de comedias, otro de zarzuelas y operetas? ¿Dónde hay un cabaret decente a donde pueda irse con personas de honor? No tenemos nada de esto. Las compañías de opera son cosas que ya olvidamos. Las de dramas y comedias vienen de visita esporádicamente. Los cabarets no existen. Los coreográficos no son paras señoras; la “Ciudad de Hierro” o parque mecanizado, sólo nos visita una vez cada cuatrocientos años. De manera que al bogotano solamente le cabe rellenar los salones cinematográficos. Y por este hábito somos unos cineastas supremamente empedernidos.

De ello es prueba que en la ciudad existan actualmente 19 salas cinematográficas que ostentan presuntuosas el nombre de teatros y que funcionan permanentemente. Hacia el sur solamente hay 2; en el centro antiguo de la ciudad hay ocho; al centro norte hay cinco y hacia el extremo de lo que se llamaba el “Versalles bogotano” existen cuatro. De tantas salas de cine, solamente merecen el calificativo justo de teatro unas cinco, pues las restantes son apenas salas de cine. En la plaza del Barrio Chapinero se construye otro salón y sobre la carrera séptima entre calles 22 y 23 , la Compañía de Seguros está terminando el teatro “Colombia”, copia del Roxy de New York, y que será, a no dudarlo, lo más suntuoso y elegante de las ciudades suramericanas.

Los habitantes de Bogotá hace diez años apenas conocían cuatro salones de cinematógrafo, que eran El Olympia, El Faenza, El Bogotá, y El Cinerama o teatro para niños. El Olympia es lo que pudiéramos llamar el decano de los salones, pues su construcción data del año 1912. El famosísimo teatro del Bosque, que fue el primero que tuvo Bogotá y que se levantaba en el lugar que hoy ocupa la Biblioteca Nacional en el Parque de la Independencia, desapareció. En estos dos últimos se dieron cita alegre y novedosa los “filipichines” y las “flores del jardín bogotano”, a presenciar esas largas películas mudas, en series, que traía el señor Di Doménico, el primer empresario cinematográfico que tuvo la capital. En el año de 1918, vino la inauguración del teatro Bogotá, y en el 23, se inauguró el Faenza, que fue considerado como “lo mejor de lo mejor”. Indudablemente ese teatro vino a ser el mejor dotado de la época, el más espacioso, el más cómodo, el más suntuoso. Y hoy día continúa siendo uno de los primeros salones exhibidores de películas. Porque había que ver cuáles eran los otros “Teatros”. El del “Bosque” no tenía cubierta y en las noches de luna no se veía la proyección de escasa potencialidad luminosa; los asientos eran banquetas de madera en desorden y en el “patio” o galería no los había. El “Olympia” ya tenía cubierta y algunas bancas de listones, y el “Bogotá” por el estilo, pero a pesar de tantas deficiencias el público devoraba las películas, por cierto inmoralísimas, según decires de nuestros hermanos centenaristas, de Francisca Bertini y Pina Menichelli. Recordáis hermanos centenaristas aquellas películas que se llamaron “Blanco contra negro”, película con la cual estrenaron el Olympia; “La juventud del diablo”, “Madame Sons Gene”, “La ley del profeta”, “Mesalina”, “Las dos niñas de Paris”, y “Matías Sandorf”?


El “Bogotá” había decaído notablemente, pero cuando vino el cine sonoro fue el primero en instalar los aparatos, lo que la dio nueva vida al salón. Vino luego la apertura del Real con la misma innovación y vinieron después rápidamente la construcción de teatros, el rejuvenecimiento de los ya existentes y la instalación de parlantes. Así, vimos desaparecer la orquesta que amenizaba la proyección y otras costumbres que eran de rigor y que le daban al espectáculo una amenidad mayor. Porque, los caballeros que se llamaban enantes “cachacos”, luego “filipichines”, posteriormente “Glaxos” y que ahora se denominan “Chupos”, tenían la muy curiosa manera de pasearse por pasillos y corredores en los largos intermedios de la función, piropeando a damas, ojeando bellezas y buscando novia. Esto constituyó en su época las delicias de unos y otras y daba al salón una animación especial –la que ahora que nos hemos enseriado tan extremadamente- nos parecería ridículo.

Salones y teatros fueron así, de diez años a esta parte, naciendo a la vida pública. Pero hay más curiosidades: En el año de 1930, las funciones solamente eran nocturnas y empezaban a las ocho y cuarto de la noche. La competencia impulsó el negocio y los empresarios en su afán de coger más ganancias instauraban la vespertina a las seis en punto de la tarde. Después se establecieron las funciones llamadas de matiné y últimamente las matinales que apenas tiene unos cuatro años de instaurada. Desaparecieron las “galerías” que todos los salones tenían necesidad de reservar para la gente obrera, debido a la escases de salones propios para ella. Pero sin embargo, aún no está el cine continuo, debido quizá a que el método de vida de nuestra urbe no permite público para tales cosas.        
              
            
        
                                                

2 comentarios:

andres dijo...

muchas gracias por el articulo, Yamid. desde una optica de clase media, que apreciaba el cine, se me ha comentado que habian teatros en el centro de cali donde tocaba ir con un ladrillo, para sentarse y para cuidarse...

Yamid Galindo Cardona dijo...

Andrés: el dato está interesante, averigua más para saber de que teatro se trataba, en que años, cuando decía que el ladrillo era para sentarse, se me ocurre que te remitís a épocas muy primitivas de la exhibición, en algún solar, circo o al aíre libre.

Un abrazo.