22.12.12

Nochebuena


Siempre la expresión “ya le llegó la nochebuena”, la vinculaba con el plato trifásico de natilla, buñuelos y manjarblanco, productos elaborados caseramente que solían repartirse en la tarde del 25 de diciembre después de entregar los regalos del amigo secreto. Palabra que significa el momento que antecede en el mundo católico la navidad, nacimiento de Jesús, niño dios mediático que debe otorgar el regalo respectivo a los niños como por arte de magia. Y cada región celebrará el momento con una comida especial, venida de la tradición culinaria que no cambia o se transforma levemente. Sobretodo ahora, que el mercado te invita a adquirir sus productos tomados de otras tradiciones, esta vez externas. Tamales, lechonas, ajiaco, pescados, etc., suman al mantel tradicional. Jamones, pavos o pollos rellenos, arroces mixtos, etc., se agregan al plato externo. Cada arte comestible es especial, sobretodo por la compañía familiar, así sus comensales comiencen a dejar de lado algún ingrediente –cebolla, pasa, pimentón-, o expresen un no ante la posibilidad de un pedazo de carne de origen porcino, como suele ocurrir constantemente.


Celebrando la navidad, desde el lado tradicional del almuerzo o cena de media noche, y desde el Cali Viejo, Alfonso Bonilla Aragón –Bonar- en su habitual columna Birlibirloque para un veinticuatro de diciembre de 1967, explicaba:

[…] Ayer sábado despertó la hermosa señora, -Aurita, Martha, Norita, Florencia, Aura Lucia, Maritza – y después de decapitar un bostezo civilizadísimo, recordó que hoy era Nochebuena, y entonces, asumiendo la totalidad de sus funciones, descolgó el blanco teléfono y después de marcar el número de su club o restaurante favorito, ordenó los platos con los que habían de regodearse –almuerzo o cena-, los hombres de la casa y la gente menuda. Y así llegaran hoy a las mansiones, adornadas no con él castizo pesebre –que eso es vulgaridad aldeana-, sino con tristes  y soñolientos pinos, los pavos en serie y las tortas al por mayor. Y todos saborearan los acartonados muslos con guarnición de papas al vapor y los biscochos con maizena. Tal vez el abuelo, tal vez el señor de la tribu sí, como yo, es largamente cincuentón, extrañaran otras sazones y otros sabores. No los jóvenes, que esos no saben lo que fue la comida del Valle del Cauca cuando era cocinada con leña y en olla de barro y en sartenes de cobre, y no como ahora con electricidad o gas, y en esos artefactos pitadores que más parecen caricaturas de locomotoras que trebejos de buen yantar. 

Ahora se cena para nochebuena. Y es lógico. Ya no se apuestan aguinaldos, ni de los decentes, ni de aquellos otros “A perder pluma”, en los que fue campeón Gustavo Lotero, quien sostiene que fue capaz de cobrar seis en una sola noche, con lo cual se puso al par de Hércules, que convirtió en mujeres a no sé cuantas miles de vírgenes, con lo cual no se realizó una hazaña, sino que metió, como mi maestro “Plumitas”, una de las  más grandes mentiras de la historia….

Y tampoco se va a misa de Gallo gran pretexto para enamorados furtivos y óptima oportunidad para señores canasteros. (Advierto que así no se llamaban, como ahora, los que jugaban  “canastas”, sino los que, como cierto gran poeta, gustaban de los favores de las muchachas de la Cofradía de Santa Zita –no sé cómo llamarán en Popayán-, a las que en Cali disciplino y condujo al cielo ese extraordinario guión de progreso y varón cabal que fue llamado, con gran acierto, fray Alfonso de la Concepción Peña.  

En mis tiempos, y por lo menos en el Estado Llano al que siempre he pertenecido y dentro del cual moriré lo importante de la Nochebuena era el almuerzo, dado que era día de ayuno con abstinencia pues no se comía carne, (pero de res), y sólo se hacía una refección fuerte, al mediodía, para que los señores pudieran apecharse después sus resacados desde las “Esdrújulas” y demás galante ralea, y los muchachos prepararse para la Misa que amenizaban los “Porrongos” y otros genios del canto, amén de las bandas de “Garrón de Puerco” con que “Vilachí” y mi “Pila de Crespo” contribuían a la cultura melódica del villorrio. 

El almuerzo de Nochebuena, que era una antología para el paladar, constaba de:
Sopa de pandebono con queso y Guevo (Guevo con “G” y no con “h”) porque era producto de la flor del solar y no de los concentrados de ahora.  

Frijoles con garra, en la mesada de los pobres. Pero el tratamiento requería varios días de trasnocho para las leguminosas y un cerdo alimentado en el traspatio familiar, con las sobras anuales del propio condumio.

Pavo para la ración de los poderosos. Pero unos y otros honrados con encurtidos de grosella y chulquín.      

Y de postre, en el Cali Viejo, antes de que llegaran los “paisas” –que a mi también me trajeron-, manjarblanco o “majarblanco”, por favor, -Kety-, dulce desamargado que es a mi ver, con la sopa de tortillas y las tostadas de plátano la mayor contribución de mi Valle a la cultura occidental, y hojaldres, aderezo español pero que aquí tomó pronta carta de ciudadanía gracias a cierta aspereza del trigo vernal.

Con los “de abajo” arribaron la natilla y los buñuelos…

Bonar con cierta nostalgia, siente en los sesentas que la tradición cambia en la sultana vallecaucana, pero nada se ha transformado en la actualidad, en algunos espacios familiares del valle del río cauca se sigue con las prácticas universales,  locales y las heredadas de la colonización antioqueña; la navidad y el fin de año colombiano, seguirá siendo el mismo sin variaciones trascendentales: desde octubre los almacenes comenzaran ofrecer sus productos navideños, encenderán las luces –algunas ciudades mejor que otras-, ofrecerán el árbol, aparecerán los papá Noel, los programas radiales con las mismas canciones, y así sucesivamente el mecanismo se pone en marcha en la dinámica anual donde lo más importante son las vacaciones, el descanso, y el encuentro con las personas que más queremos.

Así es la nochebuena, un producto cultural de arraigada costumbre que disfrutamos en el calor familiar; y como sucedió hace diez años, o el año pasado, las actividades no se modificaran, a lo mejor con la salvedad del familiar ausente –como dice la canción-, que estará disfrutando en otro espacio, y otras costumbres, una fiesta de sentido religiosa, guapachosa, y gastronómica, disculpa certera bien acomodada al calendario occidental.

¡Feliz Nochebuena!  

Fuente    
Libro, Historia de la Capilla de San Antonio y el Corrillo del Gato Negro, varios autores, publicado en los años setentas en Cali. 

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