No
eras tú, muerte grave, ave de plumas férreas,
la
que el pobre heredero de las habitaciones
llevaba
entre alimentos apresurados, bajo la piel vacía;
era
algo, un pobre pétalo de cuerda exterminada:
un
átomo del pecho que vino al combate
o
el áspero rocío que no cayó en la frente.
Era
lo que no pudo renacer, un pedazo
de
la pequeña muerte sin paz ni territorio:
un
hueso, una campana que morían en él.
Yo
levanté las vendas del yodo, hundí las manos
en
los pobres dolores que mataban la muerte,
y
no encontré en la herida sino una racha fría
que
entraba por los vagos intersticios del alma.
Pablo Neruda.
Sombra y Luz de un Callejón Mortuorio |
Philippe Ariès en su
libro El Hombre Ante la Muerte, y en el
capítulo “la visita al cementerio”, parte de la importancia de estos espacios
para tener una visión de los mundos antiguos por medio de las tumbas y los
objetos que allí se han encontrado. Con respecto a la topografía, afirma que
esa importancia se redujo y desapareció en la Edad Media “cuando las tumbas se
acurrucaron contra las iglesias o las
invadieron”:
[…] En las topografías
urbanas, el cementerio ya no está visible o ya no tiene identidad; se confunde
con las dependencias de la iglesia, con
los espacios públicos. Esas largas alineaciones
de monumentos que se alejaban de las villas romanas como los rayos de
una estrella han desparecido. Se podrá esculpir
o pintar transidos en el suelo o los muros de las iglesias o en las galerías de los claustros: los
signos de la muerte no son ya aparentes,
pese a la frecuencia de la mortalidad y
la presencia de los muertos. Éstos no hacen más que aflorar en el polvo o en el
barro. Están ocultos. Reaparecen sólo, y además bastante tarde, en raras tumbas
visibles. La parte que constituyen los documentos funerarios en nuestros
conocimientos y nuestras interpretaciones de historiador se ha vuelto muy
débil. Las civilizaciones de la Edad media
y de la época moderna, hasta el siglo XVIII por lo menos, no concedieron
a los muertos ni espacio ni mobiliario. Ya no son civilizaciones de cementerio
(Ariès, p. 395).
Civilizaciones de
cementerio que tenían en la muerte un camino al más allá que cortejaban
constantemente en el orden de sus actividades comunes expresadas en el simple
acto de vivir con pestes, enfermedades y guerras; sociedades que inclusive se
preparaban para ese momento especial donde el cuerpo terrenal se transfiguraba
a un mundo desconocido. Contrario al presente, percibiendo la muerte como un
punto de llegada doloroso, sin preparación alguna en la angustia constante del
momento inesperado en que la luz de la vida se apague en sus diversas formas.
Bajo el foco de La Piedad |
La reflexión de Ariès sobre
el cementerio para el caso europeo, prosigue, explicando su regreso a
principios del Siglo XIX, transformación que siguió su curso hasta el presente:
[…] Sin duda el cementerio
de la actualidad no es ya la reproducción subterránea del mundo de los vivos
que era en la Antigüedad, pero observamos perfectamente que tiene un sentido.
El paisaje medieval y moderno ha sido organizado alrededor de los campanarios.
El paisaje más urbanizado del siglo XIX y de principios del siglo XX ha tratado
de dar al cementerio o a los monumentos funerarios el papel cumplido antes por
el campanario. El cementerio ha sido (¿lo es todavía?) el signo de una cultura
(p. 396).
Una de las respuestas a
la pregunta, es que el cementerio si es un signo de la actual cultura, la que
vivimos y afrontamos en el desarrollo de nuestra sociedad con particularidades
expresadas en acciones manifiestas a la forma de despedir al ser querido, en el
diseño de su lapida, y el epitafio recordatorio de esa memoria ausente que al
leerla retorna en el dolor o la alegría de esa persona que asiste y personifica
la puesta en escena de entrar, buscar el lote o corredor continuo de descanso
de ese ser conocido, y el particular encuentro que se hace frente al lecho de
muerte, y la sacralidad que conlleva con la parafernalia católica.
El ángel del Dr. Pedro V. Martínez Cabal |
Signo de una cultura que
usa elementos populares en el trayecto de la línea divisoria entre la vida y la
muerte: la música, la fotografía, un poema de inspiración propia o quitada,
entre otros, suman al contacto que se busca con ese humano ausente. Un
recorrido desprevenido en algunos de nuestros cementerios locales, posibilita
observar y sentir esa estrategia de la memoria, que también hace parte del
engranaje comercial de la oferta mortuoria de las empresas dedicadas al
negocio, desde la iglesia católica como principal administradora de los “campos
santos” -aunque sean pocos los santos que allí se entierran-, los artesanos de
la lapida, las vendedoras de flores, las serenatas de duelo, y el etc., que se
imaginen.
Mausoleo Rengifo Ospina y descendientes |
Al cementerio se le ha denominado última
morada, “ahí todos somos iguales”, dice el proverbio popular, sin embargo en
algunos cementerios no se da al pie de la frase, espacios de la muerte que se
convirtieron en mausoleos familiares adecuados a la importancia generacional
–próceres, presidentes, literatos, patricios, señoras-, muy adecuados a nuestra
sociedad republicana en el Siglo XIX, y a las nuevas clases sociales en ascenso
durante el Siglo XX. Sitios que en algunas capitales pasaron a ser museo por la
majestuosidad de sus panteones, o por la sencilla razón de albergar algún
famoso de la literatura universal –tal vez un poeta-, un político que marcó la
historia del país, una actriz del sistema estrella hollywoodense, un empresario
que al pedirle un deseo lo concede, etc. Ejemplos como el Cementerio de la Recoleta en Buenos Aíres, el Cementerio del Père-Lachaise en París, el Cementerio de La Almudena
en Madrid, el Panteón de San Fernando
en Ciudad de México, o el Cementerio
Central de Bogotá, muestran particularmente otra cara distinta al del
recogimiento de la visita privada por “la memoria de nuestros muertos”,
convirtiéndose en sitios de peregrinación para observar las versiones de vivir
después de la muerte en pomposas o sencillas tumbas, con la marca registrada de
un nombre importante para la vida nacional o mundial.
Volante Alado |
Sin pretender ser un
especialista en el tema de la muerte y sus espacios de destino, algo que otros
historiadores, antropólogos o sociólogos han trabajado, la reflexión se me
antoja interesante por ser natural, obligatoria y con un destino fijo, por eso
me arriesgué a visitar el Cementerio Diocesano de Buga, caminarlo, y registrar
algunas imágenes mientras se me cruzaban recuerdos diversos. Entré una mañana
calurosa de domingo, con la discreción del caso di vueltas por los corredores que
alguna vez visite, columbarios o pequeñas bodegas donde estaban los restos de
los abuelos que no conocí, visita obligada en ciertas fechas del año de la mano
de mamá para ese acto especial de comprar flores, buscar una escalera, limpiar
la lapida que contenía el nombre de Mercedes y Rafael, y el de Ruperta en otro
lado, para luego de una pequeña oración, abandonar ese sitio frío silencioso,
triste y desolador en el encuentro constante con otros mortales que en igual de
condiciones, visitaban sus seres queridos, o los lloraban en pleno duelo para
la última despedida.
Columbarios Abandonados |
En su monografía sobre
algunas poblaciones del país realizada en 1921 por Rufino Gutiérrez, y en su capitulo
dedicado a Buga, brevemente comenta que es un cementerio del Siglo XIX,
abandonado y a la mano de piadosos benefactores que reconstruyen bóvedas, con
monumentos de poco merito, y un dato interesante al afirmar la existencia de un
“cementerio civil” de propiedad del municipio al lado extremo de la ciudad e
igualmente abandonado, tema de investigadores más avezados.
El Ángel Cabizbajo |
Así en una brevísima presentación,
debemos indicar que el Cementerio Diocesano de Buga se encuentra ubicado en una
manzana completa entre las calles novenas y décima con carreras dieciocho y diecinueve
cerca a la carretera Panamericana en un sector céntrico de la ciudad. Las imágenes
registradas contienen algunos espacios especiales desde mi punto de vista, escogidos
por su “belleza mortuoria” y “sátira a la vida”, sus títulos hacen parte del título
original otorgado, y de mi inspiración, en tal caso “no arrebatada”.
Recuerde, Aquí los Esperamos |
Bibliografía
-Cees
Nooteboom, Tumbas de Poetas y Pensadores, Ediciones Siruela, Barcelona,
2009.
-Philippe
Ariès, El Hombre Ante la Muerte, Taurus,
Santafé de Bogotá, Colombia, 1999.
-Rufino
Gutiérrez, Monografías, Tomo II,
Imprenta Nacional, Bogotá 1921.
-Las
imágenes del Cementerio de Buga fueron realizadas por el autor del blog.
1 comentario:
Yamid, gracias por el articulo. recuerdo en particular dos lecturas gratas alrededor de la muerte: "Morir en occidente" de Philippe Aries y "Montaillou" de Le Roy Lauderie. en la primera se hcen interesantes consideraciones alrededor del Ars Moriendi, relacionadas con las apariciones, un componente fundamental de la consideracion de estos espacios (recordemos que la bruja de Michelet tambien se mudo alli). algunos libros de Tenenti, no traducidos, quiza los mejores, tambien tratan el tema; y Lauderie hablando de Montaillou como la "ciudad de los muertos". incluso Zemon Davis, en "el retorno de martin guerre", nos permite ver a martin guerre como volviendo del mundo de los muertos.
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