Una sala casi
al tope después de una semana de su estreno, y al medio día, es un buen punto
de análisis para entender la percepción del publico colombiano ante un
documental de sello nacional. Factor único que posibilita ver los cambios que
se están dando en el accionar de acercarse a nuestro cine, sobre todo si desde
el documental nos están enviando mensajes directos sobre el acontecer nacional
a través de la historia de vida de un hombre que sufrió la violencia de los
últimos 30 años con su familia, y allí como detonante el posicionamiento
geográfico que significa la zona de la Macarena en el departamento del Meta.
Ciro & yo,
de Miguel Salazar, llega en momentos “in-estables” en la percepción que se
tiene de un reciente proceso de Paz con la guerrilla de las FARC, uno de los
actores centrales de la historia que nos narra don Ciro Galindo; personaje que
representa miles de colombianos que han sufrido vejámenes por diferentes
actores del conflicto, ahí, en esa sobriedad, paciencia, y enfado silencioso,
lo vemos contar su vida, la de sus hijos, la de su esposa, la del país en una
parte; no como nos indica su director al sentenciar de forma categórica y
echándole ese peso a don Ciro, que en él “se resume la historia de Colombia”.
Acercarse y
tomar distancia de la narración conlleva ciertos mecanismos de análisis que van
siendo comunes -en nuestras familias- al identificar rasgos específicos en
Ciro:
-La violencia
como eje central de la historia vivida desde su niñez, y sus miedos por la
posible incorporación en las guerrillas del Llano en los años cincuenta del
siglo XX por parte de Dumar Aljure, un hecho histórico relevante para entender
otro momento de nuestra historia.
-Ser un hombre
campesino, vinculado a un mundo rural marcado por muchos conflictos derivados
de la tierra.
-Victima, y
revictimizado, el personaje es mostrado en varios momentos de crisis, las de
los actores armados -ejercito, guerrilla, paramilitares, policía-, y desde el
Estado con sus programas de víctimas, vivienda y resocialización.
-Las
vicisitudes de Ciro son una marca indeleble de otros ciudadanos que han pasado por
ese camino del desarraigo, pero que en su recorrido no han vivenciado la
oportunidad de contar su historia, de hacerla mediática, reconocida y
analizada, punto esencial que da el cine.
Partiendo
de los puntos citados, podemos como espectadores sensibles asumir ante que nos
enfrentamos con el documentalista, y su visión del conflicto interno, ese “yo”
dimensionado que posiciona desde otra orilla a ese observador que tiene el
poder de decirnos que contar de Ciro, como hacerlo, que imágenes usar, y
narrarlas con su dejo imponente, acento que tiene ciertas marcas distintivas cuando
se trata de contextualizar con el archivo audiovisual, el acontecer bélico
nacional que atrapó a su personaje, sobretodo el dirigido a la guerrilla, quedando
cierto desnivel ante la posibilidad de haber puesto sobre la balanza de la
imparcialidad los actos del paramilitarismo, que también en el caso de sus hijos,
son sufridos.
Quedamos
con una obra relevante en nuestra cinematografía, una narración especial desde
el alma de don Ciro Galindo, una voz que en el presente nos informa del pasado
reciente con la efectividad de ser tenida en cuenta en el futuro incierto de
esta maraña particular de nuestra historia política y social.
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