Las noticias a inicios de los
noventa del siglo pasado traían indicios de un cine gestado desde las entrañas
de los problemas sociales de una de las capitales más importantes del país.
Medellín, sufrida ciudad por la violencia del narcotráfico,
estigmatizada interna e internacionalmente por este fenómeno sociológico, era
día a día registrada bajo estos hechos. Los niños y jóvenes de esa época, no
terminábamos de entender la situación, lo que escuetamente leíamos en la
prensa, escuchábamos en la radio, o veíamos en los noticieros televisivos, no
arrojaba sobre nuestras cabezas la dimensión de lo que soportábamos junto a
otros espacios de nuestra geografía como Bogotá y Cali.
Por ese traslado de la
información cultural, las conversaciones generacionales, y el querer escuchar
cierta música “de moda” y a la que poco teníamos acceso, fue que llegué a la
película de Víctor Gaviria Rodrigo D. No
Futuro. Luego fue el enganche en uno de los teatros de la ciudad donde la
cinta llego precedida de su participación en el Festival Internacional de Cine
de Cannes en 1990, doble motivación de pillar las escenas que ya eran
comentadas como rumor estudiantil, y la música que prestada en un cassette ya
había rodado bastante en la vieja grabadora Sony de la casa.
Coincidentemente hubo
elementos de la película que uno identificaba en algunos espacios de la ciudad,
algo que nos parecía cercano, pero a la vez contradictorio, compartíamos en el
colegio con estudiantes que venían de vivir situaciones similares a la de los
personajes de Gaviria, vivencias que a oídas me parecían extrañas y peligrosas
y a las que indirectamente asistí sin saberlo: el presente estaba ahí, el
futuro era incierto. El tiempo convirtió
este filme en un icono cultural que de vez en cuando revisaba, en valor
estético de la cinematografía colombiana con su historia, y en parte del canon
de obras que han tenido cierto influjo cultural en diversos referentes del
orden académico.
Su interés tiene cierta valoración
representativa que subyace en su deterioro visual y sonoro, al que asistimos y
vimos en innumerables copias, las de salas independientes, las de tienda de
alquiler de “vídeos”, las cineclubistas, y hasta las televisivas del canal
institucional. El tiempo es otro, los
formatos también, en el 2017 la vemos nueva, vigente, rescatada, parte de un
proceso institucional con la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano, guardiana
de la memoria audiovisual, así como el trabajo loable de Juana Suárez, quién
tiene en su registro el trabajar en algunas de las obras más importantes del
periodo FOCINE que hasta el momento han pasado por artes de preservación y
restauración.
Partiendo de la
compilación documental de Augusto Bernal titulada Rodrigo D. No Futuro. Historias recobradas, podemos sumergirnos por
su historia, la que indica que nace de una crónica periodística escrita por Angela
María Pérez para el periódico El Mundo
de Medellín en octubre de 1984; el encuentro con los actores, y los desarrollos
de la historia con los personajes centrales; los cambios en la historia
original, y la música con su importancia en la cinta con esa fusión que dice
Bernal entre punkeros y pistolocos; finalmente, la vida y la muerte como temas constantes en
esos espacios urbanos donde se desarrolla la película.
Anexamos para el lector partes
de dos textos: Uno de Víctor Gaviria; otro de Augusto Bernal y Zulma Orozco en
voz de uno de los actores centrales:
Reflexiones
de No Futuro
Víctor Gaviria
Con frecuencia el recuerdo
de algunos de estos muchachos con quienes hicimos Rodrigo d: no futuro se me sube a la cabeza y me ahoga, como hoja
escrita por uno mismo en algún lugar sin luz, borroneada, que al día siguiente
uno no puede entender…, dentro de algunos años, cuando estos días del ochenta
se vean de lejos, aquellos que se interesan por el precario cine que hicimos,
tal vez vean en esta película nuestra un signo especial, y tal vez tengan la
fuerza para escandalizarse de verdad. Verán que una película que se hizo con
actores de la calle, con muchachos que iban desde los 16 hasta los 20 años, a
la corta vuelta de tres años de finalizado el rodaje, seis de ellos ya habían
desaparecido, sucumbiendo a la violencia cotidiana de la ciudad, como si se
tratara de una epidemia fulminante…, y así como nosotros no logramos entender
cómo nuestros padres no se opusieron a la Violencia,
con mayúscula, que borró a tantas gentes de los campos, y cómo salieron de
allí, olvidando a cualquier precio, con rostros optimistas de ciudad, así mismo
en el futuro nadie entenderá cómo nosotros permitimos que tantos jóvenes de
nuestra propia cultura desaparecieran sin dolor para nosotros, como sí se
tratara de otras gentes distintas, ajenas a nuestros sentimientos…
No sé si esta piedad
estará en el futuro, o si la indiferencia y la insolidaridad, que parecen los
presupuestos de esta ciudad para ser verdadera ciudad, en el futuro ya borren
cualquier curiosidad por los demás, por
suerte, cualquier intento de hacer de la ciudad un lugar de identidad, es
decir, que yo me pueda poner en la situación de otro en cualquier calle, y
entender lo que pasa, su indiferencia, su aventura, su tragedia, su
resurrección… Jeyson, Albeiro, John Galvis, Leonardo, Chavo, Francis, otros
más, sé que siguen corriendo de un lado para otro en las cabezas de todos
nosotros, los que hicimos la película, y se ríen, y buscan siempre “ganar” en
donde estén y aterrorizan, que era una de las pocas cosas que sabían, y se
oscurecen con sus terribles pensamientos y sus tristezas sin sosiego.
Y, sobretodo, sé que ellos
fueron “peladitos” que pudieron vivir hasta el final de una vida normal, como
sus padres, y como ellos humillados por la pobreza y la miseria, como ellos
torturados por las pocas posibilidades y
que, aunque ya no viven, nadie puede encontrarlos por sus nombres en las
esquinas de San Blas o en los Balsos, ellos vivieron realzados por su aventura
loca y suicida, dignificados por la leyenda y por la muerte inminente, como
sólo los pobres pueden alcanzar algún heroísmo en vida, y no vivir simplemente
como perros, aunque tal vez morir como ellos…
En este tiempo de la
ignorancia generalizada, del saber inútil, sólo consagrado al enriquecimiento,
en ese tiempo de las ciencias bobas e inhumanas, que se reparten el botín de
una persona, seccionándola, el prójimo de ha desdibujado como tal, como persona,
como vecino, y de él sólo permanecen imágenes fragmentadas que no mueven ni a
la solidaridad, ni mucho menos piedad…, y, sin estas, creo, no puede haber
conocimiento…
Aunque todos lo sabíamos,
aunque de No Futuro era tan obvio que
ellos mismos lo decían entre risas, despidiéndose, nunca pudimos hacer nada
para convencerlos, que es lo mínimo que un amigo debe hacer por otro. Pero sus
imágenes de personas verdaderas están allí, diciéndole lo suyo, hablando con la
poética de español de aquellos barrios, tan hermosa como el siglo de oro, que
llama “parca” a la ley, que llama “traído” a todo lo que produce sorpresa,
desde un regalo hasta una hermosa cadena en el cuello de alguien, hasta los
enemigos que llegan de pronto a matarlos, a llevarlos de paseo por los campos
de la muerte.
Con su alegoría
invencible, con su dignidad de niños vestidos a la última moda, puesto que si
no tienen casas como se debe, su ropa es su casa mayor, y dentro de ella,
alguien con poder suficiente para no dejarse humillar, alguien que se merece
también regalos, como los hijos de los ricos.
Pero ellos están ahí, con
sus ideas, puesto que se trata de ideas, para que los otros jóvenes de la
ciudad, ingenuos e ignorantes de lo que ocurre más allá de sus condominios,
tengan por primera vez, no sólo curiosidad y temor por muñequitos que ven en la
pantalla sino también como lo dice Aristóteles en su Poética, no sólo temor
sino también compasión por los personajes y por ellos mismos, por su no futuro
de jóvenes, más fulminante que una epidemia (pp. 37-39).
Historias de
No Futuro
Augusto Bernal y Zulma Orozco
Ramiro
Meneses
La película de Rodrigo
D, no es tanto recordar el barrio, los amigos… es algo más a flor de piel,
de todo, el recuerdo mismo… es como ver a Jeyson. Me tocó cargarlo y quien
representa Ramón en la película… yo los conozco a todos, me siento como el
“papá” de todos, de alguna forma. En general yo soy el más viejo. Vi crecer al
“Burro”, al “Alacrán”, a Jeyson, a la “rata Mona” (Mario) y a todos, porque
teníamos un lazo común que era la música. No éramos todos punkeros. No tanto…
en una forma distinta habíamos unos más apasionados que otros y, de todas
maneras, el más apasionado por el cuento era yo, entonces me tocó como el
cambio de generaciones del rock duro de una época… No, el metal no. Yo nunca me
metí con el metal…, después en el lado del punk donde estaban los más jóvenes,
que eran los que estaban empezando como Jeyson, y luego todos se dispersaron y
el único que siguió con la música era yo… mejor dicho es que todos nos
dividimos y se volvieron “pistolocos” y otros seguimos como la misma línea
cambiando de música simplemente y de sensaciones.
Éramos como una gallada de
cincuenta personas donde por ser el más viejo me destacaba. Más bien pocas
mujeres y casi nunca andábamos juntos, realmente nos reunimos en el parque
Guadalupe, que era donde todos los días nos parchábamos. Entonces no faltaba la
persona cultural, así que lee los periódicos, que va a cinemateca…, no es que
lo haga todos los días, sino que para entonces Rosa, que era una mujer muy
especial, se apareció allá con el cuento de que unos señores de Teleantioquia
estaban necesitando gente para hacer un programa de televisión.
Rosa era una amiga del
parche, era como la manejadora y unos le parábamos bolas y otros nada…, sobre
todo los más jóvenes… que fuéramos a ver qué era lo que quería esa gente. Allí
hay una división muy tenaz y es que nosotros somos -éramos- de un lado del mundo
y nos tocaba conocer esa otra parte. Entonces fueron unos y dijeron esos manes
eran unos bacanes, que putería de locos, y yo dije: “Vamos a ver mañana y los
encendemos a pata a ver si son tan bacanos”. Entonces, claro, allá nos
aparecimos y va saliendo Víctor, yo me quedé y le dije: “este guevón es muy…
sencillo”; íbamos más a que nos dieran trabajo, a ver la guevonada que le
estaban planteando a los pelados. Salió entonces “El Chiqui” y nos comenzó a
hablar y entramos de a cinco y nos empezó la curiosidad. Nos entraban y les
decían a unos que no y a otros que sí, pero que nos llamaban porque venía una
película. Al tiempo se apareció Ramón en mi casa y me dijo que fuéramos a Tiempos Modernos.
Yo me le pegué y seguimos
constantemente. De alguna manera fuimos los iniciadores de esta historia.
Fuimos el puente para que Víctor fuera al barrio y conociera lo que nosotros
hacíamos. Víctor se interesó más por los punkeros que se tiraban gargajos,
bailaban dándose golpes. Para nosotros era algo especial que estos locos tan
frescos como nosotros, entonces el parche era ir a fumar yerba con ellos, nos
invitaron a comer, a almorzar y bacano, pues era conocer otra parte del mundo
que no queríamos conocer.
La película llegó con el
tiempo. Ya tenía otros locos para trabajar que no eran del parche nuestro y, de
pronto, Víctor me puso a actuar y a ensayar de Rodrigo y llamaba también a
Ramón y a lo último se me dijo que el protagonista era yo… fueron al barrio,
estuvieron en mi casa, luego a al de Ramón, en distintas casas, como viendo
cosas y hablando mucho…
Se hizo como una amistad y
nos fuimos para Liborina a preparar todo. Allí si nos destapamos porque era una
confianza total, nos agarrábamos a pata, hablábamos. Ahí pasamos ocho días.
Luego llegaron los demás pelaos que trabajaron en la película, ninguno es un
guevón, todos son pelaos muy fuertes. Y la participación fue con historias como
te acordará de la escena del colegio donde preguntó por unos vidrios aún rotos.
Esos los quebré yo. Entonces Víctor ene l rodaje nos recordaba lo que habíamos
dicho antes y lo metía y se armaban los diálogos. Era más una cosa libre que
comenzaba con un planteamiento de Víctor. Entonces era como recordar unas
maricaditas como la de la caleta, los punkeros, lo de la cucha y mucho ensayo
con todos.
Tenía una banda. En ese
tiempo la carreta que tenía era hacer música casi orgánica… la batería era
prestada, hecha con parches de cuero, la guitarra era acústica conectada a una
grabadora y empezamos tocando así porque ninguno de los dos del grupo sabía
tocar. Dimos un concierto donde nos encanaron por estar en una iglesia
abandonada. El grupo se llamaba Mutantes.
Éramos seis grupos y nos tocó de primeras, más de buenas, tocamos como doce
temas y eso que se veía sino sangre, más duro se le daba, cuando de pronto vi
un polvorín que caía del techo. Llegó la policía y recogieron todo haciendo un
cerro de cuchillos, chaquetas de cuero, cadenas. Estuvimos cerca de tres días y
más de uno teníamos de esas botas Grulla de protección, que decían eran
militares y nos la quitaron. Fue un desfile de descalzos saliendo de la
estación de policía como a las 12 del día.
Entre las canciones que
tocamos recuerdo que estaba, “Tengo Rabia”, “Religión”, “No te desanimes,
mátate”, “Sin redacción”. En la película aparecen algunas de estas canciones,
por ejemplo, una que le pusimos el nombre de “Ramera de barrio”, “Así no”, “No
te desanimes mátate” y otras doce o trece que hicimos. Con respecto a mi
trabajo en televisión, me dicen que traicioné todo proe estar en la televisión
(pp. 56-59).
Texto
Augusto
Bernal J. Rodrigo D. No futuro,
Colección Borradores de Cine, Black María Escuela de Cine, 2009.
Nota: En el marco de Memoria
Activa 2017, evento realizado por la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano,
con apoyo de la Universidad Agustiniana -Programa de Cine y Televisión-, y el
Canal Zoom, se exhibirá Rodrigo D. No
Futuro este 8 de noviembre a las 6:30 entrada libre en sus
instalaciones: Carrera 45 #26-49, Bogotá. Teléfono: (1) 7441339
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