El andar pausado era
proporcional a su voz a la hora de saludar y preguntar por el último estreno de
la cinemateca; escasos minutos que sumaron horas con el pasar de los años en su
visita semanal, siempre en primera fila, allá donde la pantalla parece que se
le mete a uno por los ojos, sillas distintivas que los cinéfilos caleños
escogen para verse -mejor- una cinta en el edificio de don Gino. La atmósfera creada en las fotos de Fernell Franco (1942-2006) siempre estuvieron inmersas
en su historia de vida, lo que vivió en su niñez en la población de Versalles,
sitio de donde salió exiliado con su familia por la cruenta violencia
partidista, llegando a la capital vallecaucana para entrar en el circuito de
una ciudad que lo cambiaba todo, y en ella, la realidad de sobrevivir ante la
adversidad.
Su interesante trasegar
por el mundo del oficio fotográfico, es narrado de forma magistral en el relato
intimo que concedió a María Iovino entre los años 2001-2004. Fernell Franco otro documento, es un libro de bolsillo publicado con
motivo de la retrospectiva de su obra expresada en las series Agua, Desierto, Retratos de Ciudad,
Demoliciones, Pacífico, Amarrados, Festivales, Galladas, Billares, Interiores,
Prostitutas; monumental exposición que nos movió por diversos espacios de
Cali para sumergirnos en las luces y sombras del blanco y negro documental por
el cual el ojo profundo del maestro fue preciso, pasando por décadas,
personajes, espacios públicos, y su visión del mundo a través del rollo, el
enfoque, y la reproducción técnica de sus imágenes:
[…] No confío en la
rapidez de nada y menos de la fotografía, que es un medio en el que se puede
hacer una composición inmediata, porque creo que para poder trasmitir algo con
una imagen es mucha la honestidad que uno tiene que poner ahí.
Creo que en esto de
intentar hacer una obra personal también he sido muy tímido y muy silencioso
porque me parece que antes de que uno se atreva a hablar de algo, primero tiene
que estar muy lleno de eso. No hay otra posibilidad que permita una lectura
nueva (pág. 94).
Estamos ante lo que podría
ser el testimonio final del artista, llevándonos por etapas disímiles que dan
testimonio de sus dificultades, encuentros, trabajos, y posicionamientos en el
ámbito de la prensa, la reportería, y el mundo artístico venido de las
bienales, y su accionar en Ciudad Solar
a inicios de los setentas del siglo pasado.
Así, la curadora de esta
gran muestra fotográfica afirma:
[…] En las
imágenes de Franco se desentrañan la relación férrea y desconfiada que se tiene
con lo poco o con lo mucho que se posee en los países en conflicto; la
dramática inestabilidad con respecto al lugar en que se habita; el misterio, la
sobreposición de apañamientos y de soluciones de urgencia que ocultan lo que ha
registrado la memoria; y el sentido lúgubre que imparte aún a las
manifestaciones de la celebración, una historia marcada por el avasallamiento
del más débil y por la diferencia extrema.
En resumida cuenta,
nuestro fotógrafo hizo parte de un mundo convulsionado por su propia historia,
de la cual saco parte en el desarrollo de una sensibilidad agitada por su
contexto como ciudadano en constante combate con la supervivencia, aquella que
le mostró lo mejor y peor de sus congéneres.
Lo interesante de esta organizada
narración son los datos que podemos extraer a propósito de sus gustos e
influencias por el cine. Vemos entonces al niño, joven, y adulto que saca de su
pasado algunos cuadros representativos del cine universal, vinculo especial
donde las imágenes se hacen movimiento, y él las apropia para sus recorridos fotográficos:
[…] El
primero de esos amores que encontré en Cali y que me hizo saber a los doce años
lo que es una pasión, fue el cine. Cerca de la casa que mis padres consiguieron
en el barrio Guayaquil, cuando llegamos a la ciudad, estaba el teatro Ángel: un
cine continuo medio tenebroso en el que pasaban fundamentalmente películas para
el gusto más popular. Era la única distracción en esos alrededores y comencé a
frecuentarlo, si podía, todos los días, hasta que supe de otros teatros en los
barrios vecinos y de esa manera amplié cada vez más mi recorrido y al mismo
tiempo, mis gustos cinematográficos.
En la
situación económica en que vivía mi familia, era impensable que mis padres me
pudieran llevar al cine o que me dieran dinero para que yo comprara boletos,
pero siempre me las arreglé para entrar a todo lo que quería ver porque en
aquella época existía un boleto que llamaban el “enganche”, lo que quería decir
con el pago de uno entraban dos. Yo me paraba en la puerta de los teatros y,
timidísimo como siempre he sido, me atrevía a abordar a las personas que
llegaban solas para que me dieran la oportunidad de ver la película. Así
conseguí pasar días enteros en los teatros, a veces, semanas seguidas sin
parar. Salía de mi casa a las ocho de la mañana y no volvía hasta las diez de
la noche.
A través del
cine hice unos viajes maravillosos. Al comienzo no vi más que cine mexicano,
pero aun así esos dramas intensísimos y esas historias exageradas de abusos de
la pobreza que estaban en el guion de esas películas me mostraron que había
otro país, que siendo distinto era igual al nuestro. Creo que por esa razón el
cine mexicano era tan popular: la gente de los barrios pobres se sentía
plenamente identificada con esas películas que tocaban esa forma latinoamericana
de la vida. Lo hacían con otra música, con otro acento y con otras formas, pero
era muy similar a la cotidianidad de nuestros barrios y de nuestros pueblos.
Las
narraciones de la pobreza y del sufrimiento mexicanas eran tan fuertes que podían
parecer irreales, pero me mostraron que con el drama se contaban historias. Todas
se me volvieron una sola cosa, menos Los
olvidados de Buñuel. Ésta me impacto tremendamente, porque está tan bien
hecha que en la exactitud de sus imágenes sentí ya intensamente que ése era mi
mundo. Me pareció que en el mensaje, en la imagen y en el tratamiento de Los olvidados estaban las realidades
propias.
En otro
momento más adelante, cuando vi el neorrealismo italiano observé que se trataba
también de que había una corriente que no evadía la realidad, que afirmaba lo
cercano sin pena. Lo entendí así, porque había notado que en el cine americano
la tendencia era eliminar lo real o disfrazarlo y avergonzarse de eso,
desplazarlo de los lugares centrales y en cambio, hablar de la elegancia.
Casi todo lo
que veía era en blanco y negó y so me mostró, en comparación con lo que vi en
color, que con el blanco y negro las profundidades y los dramas se expresaban
mejor. Los maestros en este campo ya fueron los grandes directores del cine
negro, que se convirtieron en un apoyo muy importante para la concepción de la
imagen que me hice solo y a las carreras cuando trabajé como reportero (p.p.,
30-32).
[…] Era
tanto lo que yo corría en mi bicicleta, que un día me estrellé con un carro que
no vi en mi acelere. Los dos: bicicleta y yo salimos volando y dando vueltas
por el aire. No recuerdo que esto hubiera sido un trauma, reparé la bici y
seguí moviéndome en ella de un lado para otro hasta que de pronto un día
cualquiera desapareció para siempre. Supongo que se la robaron. Todo era
exactamente como en la película de Vittorio de Sica. No sólo no había trabajo para
el que no tenía bicicleta, si no que por esas mismas razones había que cuidarla
muchísimo porque uno estaba en riesgo constante de que se la robaran. Todo el que
estaba buscando una oportunidad laboral, que éramos muchos, necesitaba una
bicicleta al menor precio posible. Ladrón
de bicicletas es la película que traduce con toda exactitud lo que podía
ser aquello, que tenía también mucho de ternura y de padecimiento (p. 49).
[…]Me parece
que la realidad es blanca y negra y que el color es el generador de engaños,
que es un distractor que pone borroso lo que uno quiere decir. El blanco y
negro permite manejar profundidad en lo más sencillo, porque lo obliga a uno
entender el contraste más simple de lo verdadero. Desde que estaba muy joven me
ha parecido que el color lleva a la fotografía al mundo de Walt Disney, porque
le da el encanto de la fantasía y de las exageraciones.
Desde que
era un muchacho vi mucho cine negro y era un gran entusiasta de las películas
de James Cagney y de las de John Huston. Creo que muchas de esas producciones
fueron determinantes en la mirada que me fui haciendo. El halcón maltes, por ejemplo, es una obra que ha permanecido en mi
memoria como un gran clásico de la genialidad del cine. Desde antes me impresionaba el encuentro de la
sombra con la luz. Ver altos contrastes de penumbra y luminosidad es algo que
ha llamado mi atención desde que soy un niño, quizás por lo mismo me impactaron
la elegancia, la sofisticación y la intensidad de los blancos y negros del cine
negro. En ese contraste se movía una cosa también intensamente violenta y malvada
pero elegantísima (p. 66).
La primera parte de estos
recuerdos fílmicos vienen de la mano con uno de los teatros de barrio ya en el
olvido, en momentos donde la niñez y juventud de su cuerpo experimentaba
necesidades de ocio tan comunes en esa etapa; y ahí, el cine como base de su encuentro
con historias tan comunes a nuestras realidades desde México e Italia, este
último con un ejemplo particular vinculado al neorrealismo, el cual entreteje
con parte de sus necesidades laborales expresadas en ese accionar de la biela y
el manubrio.
Luego nos da argumentos
precisos sobre su gusto por el blanco y negro, ligándolo al género cinematográfico
que mayor sacó provecho de estos colores para crearnos narraciones truculentas llenas
de héroes, antihéroes, y heroínas malvadas sacadas de la literatura rápida de libros
de bolsillo franceses y norteamericanos. Momento para encontrar en “franca lid”
al fotógrafo y su especial gusto por un estilo único que aprovechó para mostrarnos
historias cotidianas llenas de sensibilidad.
Con este valioso aporte a
la historia de la cultura fotográfica, encontramos un claro ejemplo del sentido
dificultoso y práctico de buscar un oficio, adecuarse a él, practicarlo, y ante
todo experimentarlo en varias situaciones de la vida misma, convirtiendo
finalmente en una marca insustituible que perdura en el tiempo con la memoria
integra de quien fue un representante clásico de nuestra cultura caleña.
¡Quedamos a blanco y
negro!
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