11.8.15

Memorias de Mayolo

Ese lunes Carlos Mayolo llegó media hora antes de la presentación del libro Ojo al Cine -publicado por editorial Norma, 1999- y me pidió que le abriera la Cinemateca La Tertulia para recordar, dijo él, un poco de “el grupo de Cali”, sentándose en las primeras gradas junto a la bombilla de reconocimiento, y sacando del bolsillo trasero de su amplia bermuda, un caneco o media de aguardiente para pasar el rato junto a la sonoridad de la música que ya empezaba a sonar desde la cabina de proyección, a donde llegó para indicarme con su gran acento caleño, que la cambiara por salsa para ambientar la tarde y la noche cinéfila que se venía, cómplice de un libro que sus amigos Luis Ospina y Sandro Romero habían hecho posible con la edición de los documentos más representativos de la crítica fílmica de Andrés Caicedo.

Nacido en Cali en 1945, y fallecido en Bogotá en el año 2007, Carlos Mayolo se vinculó a la vida cultural de la ciudad desde el cineclubismo, la publicidad, el cine, el documental, el cortometraje, la dirección de arte, la actuación, la edición de revistas, la publicación de textos, la televisión, las colaboraciones con otros directores, la docencia, y la rumba. Su participación es relevante en el contexto del cine colombiano durante las décadas de los años setentas y ochentas del siglo pasado, no se puede pasar por alto su influencia en el cine nacional sin revisar su trayectoria como realizador en obras relevantes para entender la memoria y el olvido de Cali en representaciones de ficción o documental valoradas con conceptos venidos del orden local reconocidos en el ámbito latinoamericano como pornomiseria y gótico tropical.
 
Juiciosamente, Mayolo hizo ejercicio de recordación de sus actividades familiares,  personales, colectivas, y artísticas; a falta de un libro, nos dejó dos para entender su trayectoria e identificar a través de sus evocaciones como la vida cultural en su trasegar se cruza con la historia del país con Bogotá y Cali como protagonistas, y en ellas los vínculos con las imágenes en movimiento con momentos ágilmente narrados para el agrado del lector que inmediatamente se conecta con la propuesta escrita.     

El primer libro del autor caleño se publicó en el año 2002 con el título ¿Mamá que hago?, con un subtitulo bastante sugestivo que indica “Vida secreta de un Director de Cine”, inconsistentes relatos que en sus primeros 17 textos nos ubica en relación a su entorno familiar, estudiantil, y juvenil. El resto de documentos sobrepasa los 40 títulos, mezcla de actividades de un director de cine en el proceso de formación independiente a través de Bogotá y Cali, menciones directas al Nuevo Cine Latinoamericano, amistades eternas y efímeras, fiestas constantes, viajes fílmicos, festivales, documentales, largos, cortos, mujeres, delirios, drogas, actores, hoteles, casas, sociedades, rupturas, comunas, cineclubes.

En resumen, nos encontramos ante una agitada vida que se percibe en la misma escritura que proporciona al lector, invitándonos al afán de llegar a la otra historia, a voltear la página y meternos de lleno en la vida privada de un notorio director de cine en el ámbito de nuestra cinematografía. Diario intimo que saca a la luz publica mucho de otras vidas paralelas que se complementan con el archivo fotográfico del director, encontrándonos con la fortuna de reconocer al ser humano en medio de tanto rollo filmado en un contexto propicio para el desarrollo de un momento particular en el cine colombiano bajo el criterio del Grupo de Cali, y en el, Carlos Mayolo.



Un año después de su deceso, salé el libro La vida de mi cine y mi televisión, texto mejor editado e intervenido que el anterior, y dividido en cuatro partes: Cine, Televisión, La Enseñanza del Cine, y Piel Color de Miel. Al igual que su antecesor, el trabajo de Sandro Romero Rey es importante por su compromiso de organizar y dar coherencia a las memorias de Mayolo; su trasegar como cineclubista setentero, y amigo del director en caminos de su trabajo audiovisual, posibilitaron conectar los manuscritos entregados por el director, y ubicarlos racionalmente para su edición. El complemento visual de esta obra corresponde a las fotos de Eduardo “La Rata” Carvajal, y el valor agregado de una copia en DVD  del cortometraje Agarrando Pueblo.

En su texto introductorio El Juego de ¡La lleva!, Mayolo nos indica:

[…] Escribí ¿Mamá qué hago?, las memorias de mi vida. Mucha gente me preguntaba por qué no hablaba de mi obra. Este libro es acerca de la vida de mis películas. Pensé escribir del cine lo que hice y lo que hago. Pero, analizando mi bio-filmografía, descubrí que había muchas cosas sobre casi 40 años de oficio. Cosas que había que decir, sobre todo de un cine adherido al país, pues yo hice mi trabajo según lo que las ideas y mi entorno me ofrecía y me exigía. Me tocó inventar todo. Nadie me había explicado nada. Fue una relación piel a piel con un país y un oficio que se dejaban rozar y a veces desbaratar (pág., 24).

Conocer la vida de un director de cine es entrar en la dificultad constante de la creación, y la satisfacción certera de la narración puesta en movimiento con la imagen. Con este libro tenemos un documento más explicito al oficio, sirve como testimonio de una época en la historia del cine y la televisión colombiana sin dejar a un lado la anécdota –necesaria en cualquier biografía-, y los innumerables datos que posicionan el relato.  Si con la primera parte encontramos referencias directas a la cotidianidad del encuentro con el teatro de barrio –matinal, vespertina, noche-,  reflexiones en torno a algunas de sus obras, el concepto de sobreprecio, Caliwood, y demás actividades de su vida en “largo y corto” metraje; con la televisión entramos en otra etapa del autor y sus encuentros entre dos formas de narración diferentes, pero que él hace una sola con su peculiar forma de dirigir.

Desde el punto de vista del lector interesado en la Historia del Cine Colombiano, el tercer capitulo dedicado a La Enseñanza del Cine, es relevante en el papel que muchos directores de cine tienen en su vida profesional, aquella dedicada a la docencia, a la pedagogía de mostrar las formas, medios, herramientas, y criterios que esta actividad artística tiene en los diversos procesos de realización. Con los títulos “la imagen y la realidad”, “hagamos una película colombiana” y “material de   apoyo”, Carlos Mayolo entra en el escenario de lo que él aprendió sin haber ido a la escuela, y que presentó en diversas invitaciones a dictar cursos, conferencias, talleres, etc., durante el trascurso de su vida.   
    
Si ponemos sobre la balanza los dos libros autobiográficos de Mayolo, encontramos diferencias marcadas en los contenidos: El primero, dirigido a un público general con los criterios básicos del anecdotario familiar, y los encuentros con un grupo amplio de amigos en los diversos espacios geográficos que nos entrega, con datos minuciosos, y textos irregulares que denotan falta de interés en su elaboración u olvido marcado por los huecos de la memoria. El segundo, se revela como un texto mejor elaborado y organizado, con criterios de edición determinados que posibilitan otro encuentro con el director, lo que podríamos entender como un libro dirigido a otro tipo de lector, aquel dedicado al cine y la televisión que busca encontrar referencias directas del trabajo realizado por el director.

En conclusión, los libros reseñados hacen parte de un género ya reconocido en la amplia bibliografía del cine y su historia. El director es la estrella, maneja otros datos y referencias del amplio mundo que tiene entre sus manos, los pone en palabras con la coherencia de un plano secuencia donde los actores, la producción, “el detrás y delante” de cámaras, el montaje, la postproducción, la exhibición, y todo lo que incluye el sentido practico de un oficio artísticamente dificultoso y atractivo, se analiza bajo la lupa del tiempo, y con entornos distintos que da la experiencia de quien pone la vida al alcance del ojo, el oído, y lo proyecta en una pantalla.                 
     
Textos
Carlos Mayolo, ¿Mamá que hago?, Editorial Oveja Negra, Colombia, 2002.      
__________, La vida de mi cine y mi televisión, Villegas editores, Bogotá, 2008.

Nota
La Cinemateca Distrital de Bogotá publicó en el año 2015 el Cuaderno de Cine Colombiano No. 21 Carlos Mayolo. Además se restauraron algunas de sus películas en una colección importante que pronto será lanzada.

Anexo 1.
El cine siempre
Carlos Mayolo, ¿Mamá que hago?, Págs., 119-120.      
Los unos, los otros, los sociólogos, los antropólogos y hasta los periodistas sobrevuelan sobre la verdad, la usan, la sistematizan, la vuelven fugaz, pero no son capaces de detenerse y comprometerse con lo que está ahí.

El cineasta, con otro método, mitifica las conjeturas, tiene que convertir la realidad en verdad. Usa todos los mecanismos médicos para poder devolver esa enfermedad, que es enfrentarse con la miseria de la ignorancia. Un médico sabe cómo se trasplanta un corazón, pero un metido a opinar no sabe nada, Quedarse con los justo y devolver los valores es un método implícito al cine. Dar recibiendo, entender sin saber, explicar permanentemente con la curiosidad, entender la verdad a punta de ingnorantazos, ver o sentir la luz después de un trabajo terco con las tinieblas.

Admiro al cine, porque parece un ave que vuela y al mismo tiempo empolla lentamente una verdad. Nada puede explicar lo claro. Sólo el cine, con esa pereza metódica (pereza metódica es esperar a que pase una nube para filmar con doscientos extras) va acumulando o juntando lo suelto, lo que no se sabe, hasta volverlo una sola cosa expresiva que es la verdad del riesgo. El cine es el descanso de las curiosidades. El cine es un amor mutuo entre el espectador y el autor. El cine es la conducta del instante, cada vez más indómito y comprometido con la curiosidad.

La primera vez que fui a cine, también habían llevado a una niñita a ver la misma película. Yo la vi al otro lado del pasillo, con su faldita levantada, no le llegaban las piernitas al suelo. Me miró en medio de su bombón. Yo me tropecé como siempre, que no sé para dónde voy. Me siento con mi mamá al lado, que, por supuesto, era grandísima, comparada con la niña. Empieza la película, que era una foto grande que se movía. Y yo, como hasta el sol de hoy, preguntando: “¿Y este quién es? ¿Y por qué le pega al otro?” La película era sobre la vida de San Francisco de Asís. Estaba siempre lloviendo, aunque estuvieran en una habitación. Le pregunto a mi mamá que por qué llueve adentro, donde rezaba San Francisco, y mi mamá prefirió no explicarme. Hoy me he dado cuenta que la película estaba rayada. Volteo a mirar donde estaba la muchachita y ya había acabado de comerse el bombón. Entonces me miraba. Aprendí a ver a oscuras y viendo cine. Es una atracción. En esa ocasión, usé mis cejas, que mi mamá me ha siempre ponderado: las levanté como muñeco de ventrílocuo y la niñita reaccionó botando el palito del bombón al suelo y me miró. En ese momento sonó un trueno y yo creí que iba a llover adentro del teatro: era que San francisco se había muerto. Primera persona que yo vi morir en mi vida. Sin saber que era la muerte, empecé a llorar desesperadamente. Mi mamá al no saber qué hacer conmigo me sacó del teatro. Tan pronto yo me voy de la sala, la niñita empieza a llorar también. Ahora pienso que no le hubiera tenido tanto miedo a la muerte si hubiéramos podido llorar juntos. 
  
Después el cine se volvió colores y las películas no se rayaban tanto. Había un teatro que se llamaba el Trans Lux, que quedaba en un sótano. Allí mi mamá me mandaba con la niñera. Yo nunca me quería salir. Era cine continuo. El monstruo de la laguna negra, Superman con el vestido arrugado. Aprendí, de haberlo visto hacer a otros, que si uno hacía un zeppelín con el cucurucho de maní y lo tiraba a la película, podía entrar aun huequito que tenía la pantalla. Me apertreché de todos los cucuruchos de maní posibles y repetía la película hasta poder logra que el zeppelín quedara en un ojo de Tarzán, luego de Jane, luego de Chita, pero era mi zeppelín  incrustado en la pantalla. Me llevaban a las diez de la mañana y regresaba a la casa a las tres de la tarde a tratar de hacer todo lo que había visto en las películas. Definitivamente el cien cambia la vida. Todos, o la mayoría de los gestos, sobre todo los groseros, los aprende uno en el cine: musiquita para cualquier gesto, ¡tan tan tan tan!, y ya viene la última peleíta al lado del precipicio  y ¡pun! se rompe la película, prenden la luz y el teatro lleno de cucuruchos de maní en el suelo. Pero el que yo había tirado a la pantalla continuaba haciendo una sombra negra.       

Anexo 2.
Así soy yo
Carlos Mayolo, La vida de mi cine y mi televisión, Págs., 271-272.
Tengo mi manera de tener. Me necesito. Soy yo mismo y eso que no tengo talento para poder ser más feliz. Amo lo que me gusta. No necesito ni unos zapatos nuevos, no necesito un carro para gastar gasolina, no he tenido la cobardía de dudar de mi para tener un hijo, no soy empleado endeudado. Participo con mis propios elementos, estoy comprometido conmigo, he sido y quiero ser feliz, me conozco más mis debilidades y mis defectos que quien cree tener cualidades.

Yo no estoy engañado por creerme una flor permanente. Sólo florezco cuando se dan las circunstancias y el momento. Doy toda mi fuerza casi a cada instante de mi vida. Quizás sea religioso o, como los indios que mambean, me gusta estar en un momento plácido. Cumplo, leo, me entero, trato de interpretar el mundo con mis condiciones.      

A los pilotos les gusta volar, a los marineros el mar, a las putas la noche, a los poetas el mundo revelado. Yo no tengo sino lo mío. Estoy más seguro acostumbrándome a mí. Si no supiera dónde está mi dicha, sería un desgraciado buscándola. Entiendo lo que puedo, invento lo poco que me sale. Pero no me perdono aburrirme. Encuentro en el placer de tener mi tiempo una especie de religión. Cuando oficio en mis actividades, soy efectivo, explico lo que para mi es posible. La muerte se me hace innecesaria. Cuando disfruto de la vida como puedo, no pierdo el tiempo pero tampoco creo ganármelo.

Lo que conozco lo uso y, ya conocido, es como una mina de oro que no puedo dejar de explotar. La felicidad está en la paz y la paz se consigue con la curiosidad de uno mismo. Si yo pudiera escribir, pintar, hacer películas, encontraría la misma paz que tengo. Comparto todo lo que busco. Creí ser jovial pero nunca, desde chiquito, me gustó el mundo de lo común.  Yo soy un curioso y creo me sé conocer. Ofrezco lo que puedo y tengo mi manera de pasarla. Me da pánico aburrirme y, sobre todo, tratar de entretenerme con lo que no me interesa o no me gusta. Me cuesta trabajo, pero tengo mi silencio adquirido con mi inagotable inocencia que no quiero perder.         

    

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