8.5.15

Literatura y cine

Las adaptaciones literarias a la pantalla gigante -fuera del teatro-,  significan tal vez la forma más clásica de poner a disposición del público una obra escrita en escaso tiempo de duración, oscilando entre una y media, dos o tres horas; brevedad que resume muchas páginas de un acto intelectual que narra la vida misma en espacios diversos del orden creativo, mezclando realidad, ficción, drama, suspenso, y demás elementos que posibilitan contar una historia que enganche al lector. Su relevancia mediática la posiciona para ser llevada al cine y reacomodarla a otra forma narrativa por medio de las imágenes en movimiento, con aciertos, desaciertos y posturas que marcan en muchos casos la idea del autor cinematográfico, el cual, en contados casos, tiene el apoyo del escritor quien colabora en el guion y vela por sus intereses, los cuales normalmente entran en tensión ante lo que la puesta en escena representa, es decir, la visión del director de cine, versus la acción literaria narrada originalmente en papel.

En la pasada Feria del Libro celebrada en Bogotá, programaron un conversatorio con el título Literatura y Cine:¿Qué tienen las palabras que no tengan las imágenes y viceversa? Una conversación con tres grandes autores y cineastas sobre las diferencias y similitudes que tiene la narración en el cine y en la literatura”, participando Mauricio Bonnett, Philippe Claudel y Antonio Monda, moderando Valerie Milles.  Por fuera del horario establecido, con hora y media de retraso, el evento empezó a las 3:30 pm con un auditorio a medio llenar que parece esperaba con mayor emoción al escritor colombiano William Ospina quien tenía su turno en el mismo espacio una vez terminada la sesión.

Siendo un tema relevante en las dinámicas del cine como medio de comunicación imbuido de arte, el tiempo terminó siendo poco para profundizar sobre el objetivo de la conversación. Por ejemplo, una introducción acertada de la moderadora sobre esa relación tan directa y básica en la historia del cine, lo cual, pensando en un público tan variado en las edades, era necesario exponer y explicar, dejando a un lado la presentación extenuante y ególatra de los intelectuales, sus amistades cinematográficas hollywoodenses y sus trabajos fílmicos y literarios.

Según lo planteado, hubo común acuerdo en llegar con una escena fílmica del gusto personal para ser exhibida y analizada en el contexto general del tema.

Inicialmente, el escritor y director italiano Antonio Monda, nos llevó por la primera escena de El Padrino -1972- de Francis Ford Coppola: la frase “creo en América”, es la línea de entrada que encontramos para entender la oscuridad, la soledad, el pedido, la cercanía, el grupo, y el contexto mafioso en el que los personajes que están en esa sala, se comunican. Una confesión, un favor, y una orden, sirven para entrar a la luz de una fiesta matrimonial, día de propicio para que el jefe de la familia conceda favores positivos a sus invitados. Lo interesante de este primer análisis en palabras de Monda, es la comunicación que debemos entender y descubrir en el protagonista solitario que vanagloria a su nación, y a desparpajo cuenta uno de sus problemas familiares para ser favorecido por un interlocutor invisible que sólo descubrimos minutos después. Si “los ojos son la ventana del alma”, en esta escena quedan excluidos y no dejan que lleguemos a esa luz.


Rara situación a la que llegaron Mauricio Bonnett y Philippe Claudel al escoger la misma escena de la cinta Barry Lyndon -1975- de Stanley Kubrick, coincidencias donde se puede “hilar muy delgado” al pensar que su ejercicio no fue muy juicioso en la búsqueda de sus obras representativas; hasta el punto que encontramos en YouTube con el rotulo “mi escena favorita de Barry Lyndon” la misma secuencia escogida por ellos tal cual como nos la presentaron en el auditorio. Pero más allá de este extraño dato, ¿Qué valoran de esta escena? ¿Cuál es su significado? Nos encontramos ante una mesa de cartas, jugadores sentados, y público observador, están en una gran sala que se acondiciona estéticamente con los elementos del periodo histórico retratado, donde las miradas melancólicas de Lady Lyndon y Redmond Barry  se cruzan a la luz de la vela que parece quemar sus rostros pintados ante el silencio de sus sentimientos, y el ruido por instantes de las personas que los acompañan, de fondo la banda sonora –El Trio de Schubert- en su diáfana idea de mostrarnos pasión:
                
Al amparo de esta serena melodía se consuma el fatal enamoramiento de Lady Lyndon, en una de las secuencias más arrebatadoramente hermosas de la película que remeda el lenguaje no verbal del cine mudo y que Martin Scorsese alabó con gran derroche de elogios en el documental ‘Kubrick, una vida en imágenes’. En dicha secuencia, y por medio de las miradas, Redmond Barry seduce a la condesa Lyndon en la mesa de juego, con la trémula luz de las velas que ilumina sus rostros anhelantes de ternezas no pronunciadas, y con una cortina de penumbra que les aísla del resto de circunstantes, sombras insignificantes ante la grandeza del amor irrenunciable que nace del pecho de la dama. Es una escena que desprende gran sutileza y dulzura: Lady Lyndon, cuyos afeites no pueden disimular su turbación, sale al balcón a tomar el aire; poco después le sigue Redmond, que camina como embriagado por su perfume, hasta que llega a su altura; entonces ella se da la vuelta y le mira con arrobo; él le coge las manos y finalmente se besan.

La música, el lenguaje corporal, los sentimientos, y la puesta escena, se mezclan con la luz acondicionada a la vida cotidiana nocturna de ocio; valor agregado que el director nos entrega para entender las estrategias de ascenso social y cultural en una sociedad vinculada al arribismo, la “sangre azul”, y el heroísmo como forma estratégica de acomodamiento político y militar, este último como complemento de Bonnet al exponer otra escena importante de la cinta, el famoso acto de Barry en batalla y su infortunio belicista.   


La referencia cinematográfica de Valerie Milles vino de la cinta Todas las Mañanas del Mundo -1991- de Alain Corneau, al igual que sus antecesoras, tenemos oscuridad, pausas, rostros ensombrecidos y lucidos, sumando la sensibilidad musical a través de la interpretación de la viola entre maestro y alumno en edad madura, y en plena Francia de Luis XIV. Llevándonos a evocar -cuando se ha visto la cinta- los recuerdos y desavenencias de los personajes, Marin Marais y Sainte-Colombe, que parece sólo solucionarse con un trago de vino compartido, y la concentración básica para emprender el camino de los dedos a través de las gruesas cuerdas que entregan esa delicada sonoridad llena de sentimientos.

      
Las escenas presentadas venidas de los libros El Padrino de Mario Puzo, Barry Lyndon de William Makepeac Thackeray, y Todas las Mañanas del Mundo de Pascal Quignard, sirvieron para enfatizar sobre esa tradicional relación vigente en los actuales engranajes de la producción cinematográfica mundial; así,  seguimos en el rumbo de tener en las repetitivas pantallas de nuestros circuitos de exhibición películas que recurren a la vieja formula literatura y cine, donde experimentados y nuevos directores, no se alejan de esa posibilidad que rinde sus frutos cuando la adaptación se acerca al texto original, o por el contrario lo supera en su forma narrativa, viejo debate que no deja de presentarse en las críticas de cine y movimientos cinematográficos históricos como la Nueva Ola Francesa, y en algunos de los denominados nuevos cines que discutían las necesidades de alejarse de la “tradición de calidad” instaurada por el mercado, y apostar por nuevas formas narrativas, y de exhibición en festivales por fuera de la marca impuesta por Hollywood y cercana a los cine nacionales.

En conclusión, podemos afirmar que literatura y cine en su relación inseparable, continua siendo un tema abierto al análisis en las innumerables obras cinematográficas que encontramos en  la historia del cine, y de aquellas que constantemente llegan a la oferta local, tanto en las salas comerciales como en las independientes y sus ciclos del denominado “cine de arte y ensayo”, “cine de autor” o “cine independiente”. El conversatorio, en términos de su significado en el contexto del homenaje realizado a Gabriel García Márquez, sirvió de forma introductoria para aquellos asistentes alejados de los análisis  del cine desde enfoques académicos y críticos; oportunidad interesante y escueta que pudo ser más didáctica desde el principio básico enfocado al tipo de público que asistió.

Fuente
http://www.el-parnasillo.com/barrylyndon.htm, Barry Lyndon, crítica de la película de Stanley Kubrick basada en la novela de William Makepeac Thackeray (Consultado, Mayo 6 de 2015).

Referencias escenas fílmicas
-Todas las Mañanas del Mundo: https://www.youtube.com/watch?v=uZoBP0sdXm8


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