Realizar
una película sobre La Violencia de los últimos treinta años en Colombia, supone
retos difíciles para el cineasta que entra en el territorio de la vida política
y social de nuestro país. Hacerlo, sin miedo de usar el “nombre propio” de los
actores del conflicto, es otro desafío en momentos donde las tormentas de los
odios son recias en algunos grupos y una esperanza tenue se vislumbra como
oportunidad para terminar un conflicto de muchos años.
Estrenada
a finales del año pasado, la obra de Juan Carlos Melo Guevara nos muestra el universo
rural de algunos pobladores del sur colombiano, exactamente el Departamento de
Nariño y su problemática con el conflicto colombiano donde guerrilla,
paramilitares, narcotraficantes, y la desatención del Estado, representan un
solo monstruo de muchas cabezas que devora las esperanzas de Emilio y la de su hijo Simón, entrando en sus
vidas la delicadeza y candidez de Luisa, para sumergirnos en una historia que
parece sencilla pero que vemos como se complica cuando los avatares de las
necesidades que se dan por el desplazamiento y la situación económica, involucran
a los personajes con el negocio turbio de la savia lechosa que se saca de la
vaina de la bella flor.
La
excelente dirección actoral, el paisaje de la geografía nariñense, y un guion
bien desarrollado sin pretensiones más allá de narrar una historia contemporánea
con elementos del pasado violento colombiano, da motivos para insistir que
faltan muchas películas que se acerquen y discutan nuestras situaciones
sociales en contexto, sin importar los “campos de batalla” y los escenarios de
representación donde se instauren con la ya reconocida economía del recurso. Nuestro
cine colombiano con Jardín de Amapolas,
tiene una obra que sirve de ejemplo para demostrar como el desplazamiento por parte
de la guerrilla, las masacres de los paramilitares, y el negocio del narcotráfico,
suman al mal habido repertorio del teatro de operaciones nacional, en pueblos
lejanos y desconocidos con el abandono
constante de los gobiernos de turno.
Los
niños y su inocencia nos llevan a momentos representativos de alta acción e interés
para los que observamos y sentimos en algunas escenas la dureza de nuestra ajena
realidad, y que parecen fuertes a la luz de los que todavía se imaginan un país
lleno de “realismo mágico”. Los niños en el cine, y con ellos los adultos como factores
de encuentro y discusión, posibilitan aunar historias que van más allá -en
algunos casos-, de eso que no imaginamos, pero que sentimos tan cercano a la
realidad de un país políticamente complicado.
Se
celebra que Jardín de Amapolas haya
llegado a algunas de nuestras salas de exhibición, obviamente con la in-soportable
soledad de poquísimos asistentes que apoyan y se deciden por un cine de calidad
técnica y artística por fuera de la oferta fatídica que vemos cada fin de año
desde la órbita nacional. Fue una breve emoción que valió la pena ver y reseñar.
Datos de interés
http://www.jardindeamapolas.com/
https://www.youtube.com/watch?v=JuXCJCC8aso
http://www.proimagenescolombia.com/secciones/cine_colombiano/peliculas_colombianas/pelicula_plantilla.php?id_pelicula=1878