Cuando el dictador
aparece, la caricatura lo persigue. Se convierte en punto de crítica
inquebrantable de aquellos que entienden la disposición a sus anchas de un arma
que dispara sin violentar, con trazos que ridiculizan, agregan, quitan, y
enuncian un mensaje que pone a pensar a quien la observa con el ojo clínico del
lector interesado. Mostrada en pasquines, revistas, y periódicos, el pequeño
cuadro representativo de una sociedad o un personaje, sumó al entramado de la
información al lado de otros textos con letra menuda, y a veces en
concordancia con la imagen intervenida.
Trascendiendo en el tiempo, encontró en otras artes la transformación necesaria
–y más popular- para seguir vigente, tal es el caso del cinematógrafo que la
adecuó a sus intereses de producción y exhibición en el circuito de los
espacios públicos construidos para tan extremada tarea.
El personaje histórico
que más ha despertado pasiones caricaturescas, tal vez por su crueldad e
histrionismo, es Adolfo Hitler. Razón por la cual le dedicaremos tres partes en
Historias en Cine-y-Filo, presentando
algunos títulos y sus particularidades en el escenario fílmico. Quedan
invitados a la función, como invitaba Mel Brooks al final de la cinta La Loca Historia del Mundo -1981-, a la
segunda parte con “Hitler on Ice” en primer plano, solitario y en plena danza con
patines.
Adenoid Hynkel
La parodia más reconocida a Hitler en la
historia del cine la realizó Chaplin con
El Gran Dictador, película que
empezó a rodar el 9 de septiembre de 1939, culminando en su estreno el 15 de
octubre de 1940 en New York, superando en su estreno los demás éxitos del
actor, y sosteniéndose quince semanas en dos teatros de Broadway. Adenoid
Hynkel es la confusión perfecta entre el original dictador y el ficticio
personaje en ademanes, gritos, amigos, y hasta su popular mostacho; razón del
título “imitación perfecta o nada por un bigote” del capítulo de André Bazin y
Eric Rohmer sobre el cómico, enunciando de manera categórica que desde los
inicios Charlot tuvo numerosos imitadores de lo cuales poco conocemos, pero que
fueron referenciados en algunas obras sobre el séptimo arte, existiendo uno que
no apareció en el índice alfabético de esas obras:
[…] Lo sorprendente es que nadie se dio cuenta de la impostura, o por lo
menos, nadie la tomó en serio. Charlot sin embargo, no se equivocó al respecto.
Debió experimentar enseguida una extraña sensación en el labio superior…, No
pretendo afirmar en absoluto que Hitler obrara intencionadamente. Podría muy
bien ser que hubiese cometido esta imprudencia bajo el efecto de influencias
sociológicas inconscientes y sin ninguna segunda intención personal. Pero
cuando uno se llama Adolfo Hitler debe prestar un poco de atención a sus
cabellos y a su bigote. La distracción no es más excusable en mitología que en
política. El ex-pintor de brocha gorda cometió ahí una de sus faltas más
graves. Al imitar a Charlot había iniciado una estafa existencia que éste no
olvidó. Algunos años más tarde tendría que pagarlo caro. Al haberle robado a su
bigote, Hitler se había entregado a Charlot atado de pies a manos. El pequeño
judío iba a recobrar mucho más que el pedacito de existencia arrancado de sus
labios, iba a vaciar por completo a Hitler de su biografía en provecho, no
exactamente de Charlot, sino de un ser intermedio, un ser hecho precisamente de
pura nada. La dialéctica es sutil pero irrefutable, la estrategia invencible.
Primer asalto: Hitler le quita a Charlot su bigote. Segundo asalto: Charlot
recupera su bigote, pero este bigote no es ya sólo un bigote a lo Charlot, con
el tiempo se ha convertido en un bigote a lo Hitler. Recobrándolo Charlot
consigue una hipoteca sobre la misma existencia de Hitler. Y con ella arrastrar
ese existencia de la que dispone a su antojo (Bazin, pp. 38-39).
Esa sensación extraña,
que intuye Bazin debió experimentar el actor, se acerca a una acción
interpretativa desde el espectáculo al cual se entregaba Charlot con un papel
establecido en modales, y fisionomía, reconocida por lo tanto en ese espacio de
la parodia hecha imagen en movimiento. Contraria a la de su punto de foco
crítico que se encuentra en el entramado de la cruel realidad del momento, con
rasgos definidos y parecidos en un solo toque, la forma de llevar el bozo. Por
eso la confrontación propuesta en dos asaltos tiene un ganador, el autor de la
historia de Adenoid Hynkel que entrega
un mensaje básico y directo en momentos de una guerra de ribetes mundiales, que
trascendió en los tiempos como obra de revisión indispensable, y que sigue
fresca para los nuevos espectadores.
A propósito de esa
semejanza entre Charlot -el vagabundo- y Hitler, el actor afirmaría:
[…]Mi dictador tiene
cierto parecido con Hitler. Es una coincidencia que use bigote como el mío,
pero yo lo usé primero. No remedo a ese individuo, no me presento con un rizo
sobre el ojo. He tratado de hacer un resumen de todos los dictadores. No hay
actor que no haya soñado con interpretar a Napoleón. Yo interpreto a la vez a
Napoleón y a Hitler, al loco zar Pablo, a todos en uno. Sólo lucho contra la
persecución de los pequeños y los débiles. He representado en mi fecha a ese
hombrecito que ha sido pisoteando durante veinticinco años y que puede ser un
individuo o puede ser una minoría compuesta de numerosos hombrecillos (Matji, p.
132).
La categoría de
“hombrecillo” corresponde a una metáfora sobre la humanidad lastimada en el
contexto histórico de los dictadores que él representa en uno sólo, aclarando
que ese bigote que los caracteriza, fue usado y patentado con su estampa mucho
antes que Hitler se posicionara en el espacio de la política mundial. El Gran Dictador es una obra militante
que sirvió en su momento para mostrar irónicamente la personalidad del líder
alemán, burlonamente enfatizada en el pasado bélico del antagonista en “la gran
guerra” y aclarando en su inicio que “cualquier parecido entre Hynkel el
dictador y el barbero judío es pura coincidencia. Los hechos transcurren entre
dos guerras mundiales, un período en el que la locura se desató, la libertad
bajo en picado, y la humanidad fue tratada a patadas”.
La película de Chaplin
es un recurso didáctico para explicar el contexto en el que nace la Segunda
Guerra Mundial, mostrando ciertos elementos desconocidos para algunos sectores
del orbe que no se imaginaban las acciones y medios que se usaban para
posicionar las ideas del nacionalsocialismo: el nacimiento del nazismo, el
antisemitismo, y la exaltación de la raza aria. La película es mezcla de drama,
guerra y comedia, tres géneros fílmicos y una sola razón interpretativa, aún
vigente, y engrandecida con la figura cómica de un ser humano no tan común y
corriente.
Bibliografía
-Bazin André, Rohmer Eric (1974), Charlie Chaplin, Fernando Torres Editor,
Valencia.
-Matji Manuel (1985), Charles Chaplin, Grandes Protagonistas de la Humanidad, Editora
Cinco S.A, Bogotá.
2 comentarios:
muy interesante el articulo; muchas gracias. un abrazo, mi amigo
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