El texto que
presento hace parte –igual que el anterior- de la revista Universidad, artículo de José Roldán Castello en el número 23 con
fecha 2 de marzo de 1929. Documento escrito por un asiduo visitante al cine que
se exhibía en la capital colombiana antes y durante el período que se publica
la crónica, retratando brevemente el entorno social de la ciudad, haciendo mención
a dos de sus teatros, reflexionando sobre algunas actrices y actores del espectáculo
fílmico –el cielo de estrellas- e inclusive animándose en un párrafo, a
buscarle usos acertados al cine como método de enseñanza a “nuestro pueblo”, y
a censurarlo en la exhibición local. Los documentos encontrados, revisados, transcritos
y publicados en el blog, cuya fuente es la revista Universidad publicada en Bogotá a inicios del siglo pasado, se convierten
en una fuente importante para descubrir “un ´poco” las formas y modos de
afrontar el hecho cinematográfico a través de lo observado en el lienzo, y lo
analizado como referencia critica en torno al cine; un arte, que todavía en el período,
se descubría con asombro.
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Entonces… Bogotá
era una ciudad vieja, escéptica, sentimental. Vivía de complicados
convencionalismos, de absurdos prejuicios, orgullosa de sus cincuenta campanarios,
satisfecha con sus calles desniveladas y sin asfaltar, de sus edificios sin
alares y sin cemento, del andar lento de coches y tranvías… y satisfecha y
orgullosa al mismo tiempo, de sus moradores que a imagen y semejanza de la
ciudad, eran sentimentales, escépticos y viejos, con la vejez en las ideas, no
en los años: ciudadanos aplacibles, de imaginación escasa, de hipócrita bondad!
Entonces… Bogotá estaba muy distante del mar…
Alguna vez se
supo de una palabra larga, de complejo significado: Civilización! Esa fue
creando otras, también largas, difíciles: electricidad… cinematógrafo!
Una noche en el
Teatro Colón, la curiosidad bogotana fue a cine: una película de cuarenta y
cinco metros, en colores, que copiaba la “Danza de la mariposa” bailada por
Loie Fuller, artista de gran nombre en los escenarios europeos. Después se
vieron corridas de toros y trozos de óperas –Carmen. Tosca, El Barbero?...-
cantados en francés. Era una especie de cine-ortofónico (“proyecciones
parlantes presentadas en la casa Gaumont”) precursor del cine hablado que los grandes productores ensayarían más
tarde… entonces, el cinematógrafo era una ingenua y poco afortunada imitación.
Fig.1 Loie Fuller.
Nuestro recuerdo
se acerca, se contemporiza: en la pantalla del Olympia, Pina Menichelli,
Francisca Bertini, Italia Almirante! Las bellas mujeres italianas –sus cuerpos
bellos- orgullosas, fingidas, interpretando pasiones de un sabor fuerte y
trágico, el eterno drama de los tres: “Fuego”, “Fedora”, “La estatus de carne”…
Ya era una realidad, había gesto, acción, vida… a pesar del fingimiento, a
pesar de las escenas incontables en las cuales el personaje principal era la
luna!
Fig.2 Pina Menichelli.
Y “Judex”? No es
imposible olvidarlo. De tántos rostros confundidos, remotos, el de René Cresté,
queda todavía en nuestra memoria, amable, misterioso, con algo de esos “héroes”
de las novelas de aventuras, que persisten en algún rincón del recuerdo y de
pronto los vemos con el mismo asombro que en la época lejana cuando soñamos
imitarlos.
Fig. 3 Judex.
Otro día, la
invasión americana: Perla White, Juanita Hansen, Ruth Roland. La película en
serie, fastidiosamente igual, enseñadora de pillerías y malas costumbres,
intrascendente e inverosímil que es tanto como decir inútil…. Y sin embargo, nuestro público creyó que por
eso era civilizado, y la preferencia, la admiración, todo lo que no tuvo la
Bertini, por ejemplo, fue logrado por Ruth Roland. La multitud –gusto pervertido-
prefirió y todavía prefiere, la maroma –sería esplendido un circo con Ruth
Roland de “estrella”- al arte, la mentira a la verdad, el puñetazo canalla a la
reverencia galante, el cowboy –muñeco falso- al hombre.
Ahora… Bogotá es
una ciudad joven, alegre, frívola. Sus convencionalismos son menos egoístas,
sus prejuicios más amplios, tiene orgullos mayores que el lucir cincuenta campanarios…
sus moradores son frívolos, alegres, jóvenes. Ahora, Bogotá no queda tan
distante del mar.
Fig. 4 Carrera séptima en Bogotá, los años
veinte.
El cinematógrafo
ya es una copia cierta algunas veces, y otras hechos posibles en la vida. Por
lo general, aquello que se ve se asimila con mayor prontitud que lo que oye o
se lee. Que formidable labor de enseñanza se puede obtener del cinematógrafo, y
con él, qué sencillo inculcarle a nuestro pueblo la imaginación y la cultura
que no tiene, que no conoce… En todas las películas? En la seleccionadas a
conciencia, con suficiente criterio artístico y moral, en aquellas que llegan
aquí de tarde en tarde, sin acaso media docena al año, por la falta de
competencia y por la extraña despreocupación del público que soporta arbitrariedades
que en otro país serían sancionadas por el mismo público, que tiene todo el
derecho de exigir porque va a pagar. Somos demasiado confiados, demasiado
tolerantes. Estados conformes con dos (?…) salones de cine, mirando películas
de hace tres años.
En fin: menos
mal que ya no es Perla White (que deliciosa hacer un elogio de los cabellos
postizos de Perla White!) que ya no es Eddie Polo… Ya nos son los maromeros.
Ahora, es la
mujer: Greta Garbo! Armoniosa, frágil, humana. La mujer que tiene una mirada
extraña, indecible, tal vez la mirada que obsesionó los sentidos de Monsieur de
Phocas! La mujer maravillosamente bella y cruel, que hace sentir y lleva dentro
de ella la angustiosa existencia de los seres que tienen un destino fatal! En
la mujer que es Greta Garbo –en su armoniosa feminidad, en su mirada que siendo
perversa, también se humilla, y es triste y es casta!- están todas las mujeres…
de todas las razas, de todos los tiempos… algo como una infinita prolongación de
cuerpos, de almas, de rostros, de secretos…
Fig. 5 Greta Garbo.
Y Adolfo Menjou,
es el hombre! “Con su cinismo, con sus infamias, con sus generosidades. Como cualquier
hombre. A sí en la mayoría de las comedias que él interpreta, Menjou vive como
la mayoría de los hombres: sin tener conciencia de su vida. (De la vida que
está representando). El día que la tenga morirá de fastidio…” porque sus
generosidades y hasta sus infamias están en al sonrisa –dibujo cínico que hacen
los labios bajo la cínica sombra del bigote- una sonrisa que es todo el
misterio, la careta mentirosa que los hombres se ponen para engañarse a ellos
mismos y para satisfacer la curiosidad de los demás, engañándola también!
Fig. 6 Alfredo Menjou.
La creación del cinematógrafo,
no fue la comedia graciosa en un rollo –Max Linder… visión suicida!- tampoco la
“serie” inverosímil, ni posiblemente “la voz” de ahora…
Ha sido algo, más
sencillo: una mujer y un hombre!
Tal vez porque
la vida comenzó con un hombre y una mujer…
Referencia
-José
Roldán Castello, El Cine en Nuestra Ciudad,
Revista Universidad, N° 123, Bogotá,
2 de marzo de 1929.
2 comentarios:
Me encanta tu blogs....please publica algo sobre el cine vs educación.
excelente, algo así estaba buscando
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