16.3.09

El álbum fotográfico, pieza de museo familiar

Por: Yamid Galindo Cardona

Una de las actividades cada vez que llegaba una visita a la casa era sacar los álbumes fotográficos, casi siempre determinados por un acontecimiento especial que albergaba las 24 o 36 imágenes del acto: el matrimonio de los padres, el bautizo de los hijos, la primera comunión, los quince años de la nena, los cumpleaños, etc., igualmente existía otro álbum mejor resguardado y cuidado, con fotos en blanco y negro o sepia de aquellos familiares que no conocimos, de la juventud de nuestros viejos, y de algún político nacional que atrajo las multitudes, caso particular el líder liberal Jorge Eliecer Gaitán. Otras fotos quedan en pequeños álbumes que las casas de revelado fotográfico comenzaron a regalar en los ochentas del siglo pasado, igualmente sueltas en sobres, bolsas o cualquier estuche. También esta la cartera que resguarda esos pequeños visores de forma triangular, que traían una foto casi siempre de alguien en movimiento, tomada en la calle por esas personas llamadas fotocineros, que luego alcanzaban su objetivo retratado para ofrecerle su obra. Es por lo anterior que la memoria de una familia desde la imagen quieta en papel, esta ahí para descubrirse, investigarse y restaurarse.

Y cada vez que la reunión lo amerita, sacamos los álbumes y se regresa al pasado con las personas que pueden dar fe del momento y la historia de vida que hay allí, incluido el sitio de la postal; entonces recordamos, preguntamos, entristecemos y reímos. ¿Qué sería si el acto de resguardar la memoria familiar no hubiese sido asumida con celo visceral? Pues simplemente se hubiera perdido. La memoria familiar, aquella que posibilita armar el pasado de nuestro entorno para reconocernos individual y colectivamente, es algo primordial para integrar a las generaciones que están y llegan, para que se reconozcan el espacio que les ha tocado afrontar desde el mismo momento de nacimiento.

Observando las fotografías la clasificación podría ser: Foto de carnet, bautizos, primeras comuniones, estudio fotográfico, matrimonio, navidad, año nuevo, reunión familiar, cumpleaños, campestre, escolar, militar, entre otras; los espacios se caracterizan por la repetición de posturas y entorno, pero con algo único, los cambios físicos del trasegar de la vida; en cuanto el espacio, la casa siempre será la de mayor uso; las iglesias una constante; los parques, el sitio donde siempre encontrabas y encuentras un fotógrafo –actividad en vía de extinción por la digitalización-, por ejemplo en Bogotá la plaza de Bolívar, en Cali la colina de San Antonio o el Paseo Bolívar con el puente Ortiz incluido, en Buga es particular que se tenga una foto en el parque de Santa Bárbara sobre el lomo de par de leones de concreto; la escuela, y el niño sentado en su pupitre con el mapamundi atrás, mirando la cámara, y sosteniendo un bolígrafo con su punta pegada a un cuaderno.

El álbum fotográfico es una pieza de museo familiar, debemos convertirnos en guardianes de esa memoria, seguir la labor de aquellas (os) que se encargaron de cuidar, y mostrar con orgullo esos retratos familiares acumulados por decenios. La digitalización de la fotografía nunca alcanzará la sensibilidad, y el tacto de sentir un recuerdo familiar a través del papel en sepia, blanco y negro o color; la era tecnológica nos aleja de esa vieja tradición, las nuevas generaciones no arman álbumes, las ubican en carpetas digitales, que guardan, cortan o eliminan dependiendo el estado ánimo; o la socializan a la red de amigos, perdiendo la privacidad familiar sensible de ser robada.

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