En una entrevista realizada a Ramiro Arbeláez en el año 2016*, el historiador aseveró que en algún momento durante
una reunión a la que fue invitado para hablar sobre el Cine club de Cali, propuso
“que
una de las labores que debía tener alguien que fuera consciente del momento que
estaba atravesando en Colombia, el cine, y la distribución cinematográfica, era
ir a asaltar un camión que llevara películas para su destrucción a Pance; lo
propuse como una misión, salvar esas cintas del fuego, porque a ese sector de
la ciudad se llevaban las películas por una carretera destapada y en algún
sitio, cerca del río, hacían una fogata con los filmes”. Años donde la vida útil
de una obra cinematográfica era escalada según su uso de 1 a 5 y deterioro, además
donde los derechos de exhibición caducaban.
En ese ejercicio
de guardar “papeles” y textos de importancia, encontré un especial documento titulado
Cementerio de filmes, crónica de
Francisco Escobar publicada en el periódico El Tiempo en el año 1999: “La
sierra eléctrica se encarga de destruir centenares de cintas que ya cumplieron
su vida útil para el mercado. Entre 300 y 600 películas son mutiladas cada seis
meses. Es un proceso muy común en el negocio del cine. ¿Se pueden salvar
algunas producciones?
Por ser de
interés general para la historia del cine, y conocer en parte cómo era que se
sucedía a finales del siglo pasado la destrucción de las películas que pasaban
por nuestras salas de cine, comparto el documento para identificar una de las
situaciones más comunes en el intrincado negocio del cine desde nuestra
capital.
Cementerio
de filmes
Por: Francisco Escobar S.
Un día de
julio de 1999. El lugar: un pequeño terreno baldío contiguo al Teatro
Embajador. Dentro se escucha el ruido seco de la muerte, pero no hay ningún grito.
Un tipo con cara inofensiva toma la sierra eléctrica al mejor estilo de Jason
Voorhees –el temido personaje de Martes
13- y coloca el filo del aparato cerca de una lata que contiene un pedazo
de la película Cuatro matrimonios y un
entierro. La sierra, sin compasión, dibuja una raya sobre la superficie del
acetato del filme, entonces se oye un ruido seco, el de la muerte. Así fallece
degollado Hugh Grant, su acompañante Andie MacDowell y todo el largo listado
que aparece en los créditos finales. Pero no, no hay ningún grito. “Hermano, páseme
la otra, ¿sí?, dice ‘Jason’. Alguien le alcanza otra lata. El sacrificio debe
continuar.
Detrás de
él hay una gigantesca montaña formada por residuos de filmes. Se encuentran
pedacitos enroscados de Sol naciente,
Amor prohibido y algunas y algunas
inscripciones donde se lee: Mujeres al
borde de un ataque de nervios. Aquí yacen, aproximadamente, 600 cintas
mutiladas.
Sin
embrago los que presencian el acto (una señora y dos hombres) lo miran con
indiferencia. “Esto pasa cada seis meses, o dependiendo”, explica la mujer.
Para ellos es algo muy normal, para los que conocen bien el negocio del cine
también. Son las reglas del comercio, cuando los filmes han cumplido su vida
útil hay que destruirlos. Así pasa en Hollywood, Londres, Buenos Aires y hasta
en Bogotá.
No es ficción
“Las películas se
destruyen porque han perdido su valor comercial, se acaba su periodo de
explotación y ocupaba mucho espacio en las bodegas. Por eso son cortadas con la
sierra”, explica el gerente general de Columbia-Tri Star-Buenavista, Guillermo
Cuello.
Realmente son varias las
razones por las que un filme llega a su hora final. Primero, porque se vencen los
derechos de las distribuidoras sobre la obra, que usualmente tiene una duración
de cinco años. Vencido este tiempo el filme no puede ser exhibido con fines
lucrativos pues se violarían los derechos de autor.
Segundo: las cintas salen
de circulación si están muy trajinadas. “Destruir las copias en mal estado, es,
en últimas, velar por la calidad de una película. Solo hay algo tan doloroso
como la destrucción de un filme y es verlo en las salas en mal estado. Eso da
piedra”, dice el director Felipe Aljure.
Pero no todas las copias
se destruyen. Un ejemplo: del último filme de Kubrick, Ojos bien cerrados, llegaron a Colombia 20 copias. De esas, que probablemente
serán llevadas al ‘matadero’ en enero, se salvarán tres o cuatro. Las que estén
en mejor estado. Y todas dejaran de existir cuando a la distribuidora Warner se
le termine el plazo de explotación sobre la película. Así es este negocio, no
importa que sea la última película de Kubrick.
“Este proceso le duele en
el alma, sobre todo, a la gente de los cineclubes y las cinematecas. Lo ven
como un asesinato. Pero nada que hacer. A mí me dio pesar destruir un fenómeno
comercial como Titanic o una gran
película como Boda blanca, pero hay
que echarles sierra”, explica Bernardo Dávila quien trabaja en el departamento
de distribución y ventas de Cine Colombia.
¿Un final feliz?
Este procedimiento
(sierra, ruido de muerte, película decapitada) tan común para los entendidos
del mundo cinematográfico es. Sin embargo, algo sin mucho sentido para los
soñadores de los cineclubes o los cinéfilos. Entre ellos ronda una pregunta, ¿no
se podrían donar los filmes antes que destruirlos? La respuesta es ¡no! Sería
además un proceso muy largo.
Si un cineclub quisiera
tener La amenaza fantasma, implicaría
que la FOX Colombia pidiera permiso a su casa matriz (en E.U) y ellos, a su
vez, preguntarle a Georges Lucas: “hey, quisieres regalar una copia de Episodio I” (adivinen la respuesta).
Este capítulo podría llegar a feliz término si la petición surgiera de parte de
una cinemateca oficial de Colombia. Y aun así la negativa es casi segura.
Aunque en países como Argentina, México o Uruguay, en muchas ocasiones se
consiguen buenos resultados porque hay una cinemateca estatal sólida.
Sin embargo, hay optimistas
que no se resignan y proponen soluciones. “Quizás una manera de salvar muchos
filmes sería que el gobierno les solicitara a las distribuidoras que los guardarán
como patrimonio –argumenta Enrique Pulecio, director de la cinemateca del MAM-,
así podríamos exhibir más películas. (Y se queja). El público reclama porque
los cineclubes no pasan filmes de Visconti, por ejemplo, pero, ¿cómo lo vamos a
lograr si a todos los maestros los han pasado por la sierra?”.
Pero Colombia podría tener
una buena “reserva” de películas. De hecho, como explica Claudia Triana,
directora del fondo mixto de producción cinematográfica: “en nuestro país hay
una ley de depósito legal (ley 44 de 1993). Indica que de cada película que se
exhiba públicamente debe quedar una copia en la Biblioteca Nacional”. De esta
forma, a pesar de la sierra, siempre quedaría un archivo de cintas para el
público y los investigadores, porque claro, no se podrían explotar económicamente.
Lo importante es que se salvarían filmes como los de Visconti, Almodóvar o Robert
Altman, por ejemplo.
A pesar de que la ley
existe, no se cumple. Y muchas distribuidoras dejan su donación en video. Además,
todavía la Biblioteca Nacional no tiene los espacios indicados para servir de
archivo fílmico. No hay salvación para las películas. Lo único real, por ahora,
es que, en un año, quizás en tres meses (de pronto mañana), el ritual de Jason
Voorhees comenzará de nuevo. Robert De Niro, Al Pacino, Federico Luppi,
Victoria Abril y más, morirán degollados. Y la sierra no se va a detener. Su
manipulador tampoco y segura diciendo: “Hermano, pásame la otra, ¿sí? Se escuchará
entonces, el ruido de la muerte.
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Las idas y venidas de las distribuidoras con las salas alternas y comerciales, funcionaban a partir de la oferta y demanda del cine que nos llegaba en ese periodo, junto al gusto de los espectadores del momento. También con empresas independientes que promovían en el periodo el denominado “cine arte”, expresión puesta de moda en un juego comercial posicionado por algunos críticos de cine. Sin ir al fondo del problema de la destrucción de las películas, el artículo nos deja pistas que podemos conectar para entender porque se daba este fin para el fílmico, junto a algunas conexiones con el sector, tal vez una constante discusión venida desde mediado de siglo XX con las posturas de conservar y exhibir con el amparo de las Cinematecas, y las posiciones de los cineclubes en su ola de representación desde los años setentas.
*https://historiayespacio.univalle.edu.co/index.php/historia_y_espacio/article/view/1899/2003