Actualmente el
panorama de asistir al cine en Bogotá se distingue por una dinámica especial de
encuentro que sobrevive a pesar del tiempo, pero con menor intensidad. El espacio
público, sus escasos teatros, y sociabilidades, variaron desde las últimas
décadas del siglo pasado. Del multiplex de los centros comerciales, a las salas
independientes, y espacios alternos en librerías, centros comunales,
universitarios, y por supuesto la vida privada como acción complementaria de los
acercamientos al cine desde las plataformas digitales o formatos ya
cohesionados de tiempo atrás como son los reproductores de disco óptico. Lo
anterior, en acción de análisis con el libro de Nelson Gómez Serrudo y Eliana
Bello León, quienes nos llevan a través de una investigación histórica sobre La
vida del cine en Bogotá en el siglo XX, un ensayo que desarrolla dos capítulos
dedicados a los públicos y sociabilidad y a la ciudad letrada y el
cine.
Su organización
temática se dispone desde la aparición del público cinematográfico en la ciudad
y lo que significó el encuentro con esos espacios de diversión pioneros de un arte
nuevo en nuestra capital. La época dorada que exponen en cuanto al crecimiento
de los cines, la identificamos como aquella en la que el crecimiento de la
ciudad va de la mano con las necesidades socioculturales de una población que
se vincula a las transformaciones que el desarrollo va trayendo en sus medidas
básicas de gestión administrativa, incluyendo el declive de “teatros de alto
vuelo” que ven mermado su impacto con las urbanizaciones y barrios que traen su
propio teatro en la década de los sesenta sumándole factores que ya traían un
desarrollo de impacto desde inicios de siglo como eran las reglamentaciones públicas;
la moda como indicio sociológico de lo que se muestra en la pantalla y la gente
quiere adoptar; la tecnología que llega con los teatros con las películas; y
los hábitos de conducta, entre otros.
El giro
cultural de finales de los sesentas impacta drásticamente en una nueva juventud
con claras referencias a los movimientos culturales y estudiantiles que son “tendencia”
en Europa y Estados Unidos, y donde el cine tiene un sesgo superior de
asociación vinculante con fenómenos políticos que derivan del contexto de
postguerra en los que sobrevive el mundo desde 1945. Música, obras cinematográficas,
programas radiales, textos de consulta fílmica o crítica, entre otros; son elaboraciones
poderosas que van fomentando una nueva clase letrada en función de los devenires
universitarios, y de la situación que vive el país, en conclusión, estamos ante
un panorama que reposiciona y empodera una población que ve críticamente los influjos
intervencionistas de la geopolítica mundial. Así, el nuevo reposicionamiento de
las salas o su declive es notorio, un ejemplo es que algunas que venían de su esplendor
en los años cuarenta, ven la necesidad de experimentar con el género pornográfico
o cine para adultos, y allí otro aspecto de representación vinculante con la
vida pública capitalina.
Sobre “la ciudad
letrada frente al público”, concluyen:
En
resumen, en relación con la manera de entender el cine, encontramos por lo menos
tres tipos de saberes sobre esta nueva industria: en primer lugar, los
críticos, quienes desplegaban su saber sobre las películas, sus problemas
técnicos, y los diferentes estilos; en segundo lugar, los comentaristas, narradores
y cronistas, que escribían ocasionalmente sobre cine, y por último, los
publicistas y promotores, que destacan más los aspectos comerciales de
entretención y de éxito de las películas (p.64).
La
clasificación de los autores es apropiada en función de un análisis si se
quiere más profundo de las formas discursivas en que los escritores asumieron
el hecho de ver cine y ponerlo en circulación a través de la palabra, de sus
convenciones independientes o comerciales, y de las regulaciones que se supone
pudieron tener al decidir sobre las obras y sus diversos impactos en los puntos
estratégicos de la exhibición capitalina.
La censura como
acto institucional desde la políticas públicas y religiosas, y en dispositivos personales,
y colectivos, siempre han estado presentes en la cotidianidad de las representaciones
de un espectáculo público, disposiciones venidas del orden y la moral, y de no
sobrepasar la delgada línea de las “buenas formas” de comportamiento, y de las posibilidades
que un mensaje puede entregar y afectar a una comunidad determinada:
Al
vaivén de las controversias sobre la censura, las posiciones artísticas, críticas,
pedagógicas o religiosas develaron las posiciones de unos sectores más cercanos
al oficialismo o la intelectualidad sobre lo que se considera mejor para los
públicos, quienes asumían de diferentes maneras estas recomendaciones. Posteriormente,
las juntas fueron diluyendo su poder de incidir en las programaciones y sobre los
debates de programadores y empresarios, causados en algunas épocas para terminar
convirtiéndose en juntas de clasificación (82).
Las Juntas
de Censura hicieron lo suyo en pro de preservar los buenos comportamientos
y no desviar por el “camino del bien” a los asistentes a este tipo de espectáculos,
juntas organizadas con representantes de diversas entidades sociales que decidían
y ponían clasificaciones sobre la exhibición o no de una obra; el mundo y sus
particularidades mediadas por costumbres y acciones constantes de “vigilar y
castigar”, puso su ojo en el cine, y con éste, cuestiones diversas de
manifestar sus incomprensiones sobre lo que las imágenes en movimiento podían trasmitir
como ejemplo.
Finalmente, la
saga de los cineclubes pone como fecha fundacional el año 1949 con el Cine
Club de Colombia, y el auge y acción que tuvieron en la década de los setentas
desde los que venían del marco institucional, universitario, o vinculante a un
grupo de amigos como ocurrió en Bogotá y el resto del país bajo filiaciones
netamente generacionales vinculantes al cine autor o las representaciones de
una “cinefilia internacional” que marcaba cierta tendencia, y las correlaciones
que nacieron con otras artes y el contexto social en el que fueron desarrollándose
como factores decisivos en la vida del cine de la ciudad.
Gómez y Bello
logran dar un panorama especial que deja diversos focos de análisis con una
breve introducción para hacer si se quiere otros estudios. Sus referentes bibliográficos
son acertados en función del objetivo que se plantean en entregar al lector un
dialogo entre los asuntos públicos de una información que tenemos a la mano, y
las disertaciones que emergen desde la investigación histórica. Siendo una publicación
universitaria de la editorial Pontificia Universidad Javeriana, su edición debió
tener una pequeña referencia bibliográfica de sus autores, ya que solo nos
indica que este libro es resultado de un proyecto aprobado por la vicerrectoría
de investigación de la universidad en mención. Por último, hubiera sido especial
que las imágenes hubieran acompañado este libro, solo la portada que ubica una
foto de la carrera séptima (1950) autoría de Saúl Orduz, acompaña la presentación.
Sobre el tema hay muchas imágenes y de diversas fuentes e instituciones, a
veces la gestión y un proyecto editorial solidario, posiciona mejor las obras
literarias venidas de nuestros centros universitarios.
Referencia
Nelson A. Gómez Serrudo, Eliana Bello León. La vida del
cine en Bogotá en el siglo XX. Públicos y sociabilidad. Colección EN VOZ
ALTA, Editorial pontifica Universidad Javeriana. Bogotá, 2016.