Director:
Dunav Kuzmanich.
Guion: Dunav
Kuzmanich, Pepe Sánchez, y Marcelo Romo.
Guion
Literario: Isabel Sánchez.
Interpretes:
Alberto Jiménez, Hernando Casanova, Eduardo Vidal, pepe Sánchez, Álvaro Ruiz,
Arnulfo Briceño, entre otros.
1981, 87 minutos,
color.
16 mm.
Ampliado a 35 mm. Ficción.
Dunav Kuzmanich, chileno de nacimiento, llegó al
país en 1975, dos años después del golpe militar que derrocó a Salvador
Allende. Su experiencia en el país austral se traslada a Colombia en
momentos donde el Sobreprecio y la aparición de Focine,
fomentaban un nuevo ciclo fílmico dentro de la cinematografía nacional. Además
de dirigir, también fue guionista, montajista, y director de cámaras. Su accionar
–en cine y televisión- lo podemos ubicar desde la producción Cadáveres para el Alba en 1975, hasta La Nave de los Sueños en 1996.
En el año 2013 el Instituto Distrital de las
Artes –IDARTES-, la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano, y Proimágenes
Colombia, homenajearon al director, seleccionando y recuperando la obra en un
paquete de películas que suman al repertorio ya reconocido de Cine Silente, Historia del Cine Colombiano, y la Colección 40/25. Oportunidad
única para los aficionados al cine nacional para conocer la obra de Dunav, y
encontrar historias vinculantes con la cotidianidad de un país, en este caso la
película que nos convoca desde ese oprobioso capitulo de nuestra historia denominada
eufemísticamente “la violencia”.
La cinta nos ubica de entrada en un momento
trascendental para la vida política y social del país, el asesinato de Jorge
Eliecer Gaitán el 9 de abril de 1948, y lo que desembocó en el Bogotazo, escuchando
parte de uno de sus discursos, y observando material de archivo de los
desordenes de ese viernes negro. Después escuchamos otra voz –en off-, la de
Juan Harvey Caicedo:
…. El 9 de abril de 1948 es asesinado en Bogotá
el líder popular Jorge Eliecer Gaitán. La violencia, que hacia ya tiempo se
abatía socarradamente sobre los campos de Colombia se desata ahora en Bogotá,
la multitud se vuelca en las calles
buscando en quién vengarse, en quién descargar su ira, a quién hacer pagar por
la muerte de sus más inmediatas esperanzas, se inicia la llamada época de la
Violencia. Una larga guerra que se arrastrará por cinco años en todo el ámbito
de Colombia, cientos de miles de muertos, atrocidades sin cuento, pueblos
enteros desaparecidos bajo las llamas, familias que huyen sin saber a dónde,
son el telón de fondo de una situación sin derrotero ni destino. El caos
político encuentra salida en una guerra anárquica en la que el pueblo lucha
porque se siente agredido, pisoteado, herido, aunque sin saber claramente que
es lo qué busca, que es lo qué quiere, hacía dónde va. Pero llegó el momento en
que ese inmenso número de muertos del pueblo colombiano, empezó a dar un
sentido a la lucha, empezó a señalar un camino, empezó a decir ¡basta ya! Y es
así como en los Llanos Orientales, se forma uno de los frentes más importantes
en esa cruenta lucha por encontrar el camino hacía el destino del pueblo.
El contexto histórico de la película va desde el
Bogotazo hasta la dictadura de
Gustavo Rojas Pinilla (1948-1953). Los Llanos Orientales se convierten en el
espacio geográfico donde ocurren los hechos, alzados en armas de la región que
están vinculados indirectamente a uno de los partidos políticos, confluyendo en
el constante conflicto de los abusos policiales de los llamados Chulavitas, con escenas de un horror que
no cesa en la actualidad: despojo, desplazamiento, asesinatos, violaciones,
etc. La garantía de tener mejores armas para contrarrestar al enemigo político,
mantiene vivas las esperanzas del grupo comandado por Canaguaro, apodo del
líder guerrillero –puesto por nacer en la vereda Canaguaro y por ser bueno para
pelear- que se mueve entre los recuerdos de un pasado violento en que su familia
sucumbió, y la realidad de su existencia. Las armas nunca llegan, “la guerra
termina” dice uno de los emisarios, comienza un nuevo país, más incluyente,
entreguen las armas, es el postulado. La acción es real, y en ella las
guerrillas del llano con Guadalupe Salcedo, el resto es historia, píldora para
la memoria, aquella que el artista Oscar Muñoz nos pone con su obra emblanquecida,
borrosa, de esa fila de personajes anónimos de un momento histórico, y en ella,
el guerrillero.
El fuego, el sagrado corazón de Jesús, los
godos, el Estado, un doctor bogotano, el espacio rural, un maestro de escuela,
familias desplazadas, odio, venganza, hacendados ganaderos, entre otros, suman
a la simbología de un accionar violento del cual no terminamos de sacudirnos, y
podemos asociar a historias de vida con nuestros padres y abuelos, cada uno
contándolo desde un punto de vista diferente, pero con lugares comunes.
Canaguaro es una película
vigente, y básica en el repertorio del tema de la violencia en Colombia, sin
lugar a dudas, aporta al debate como manifestación artística que soporta los
embates del tiempo en momentos de dialogo.
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