21.2.10

Variaciones en torno al oficio portero de cine


Por: Yamid Galindo Cardona.

Para empezar, hay que advertir que portero de cine es un oficio que ya no existe o está en vía de extinción, así como el operador de cine y otros personajes de la realidad cinematográfica. Pero, ¿qué hace un portero de cine?, muchos dirán nada, pararse allí en la entrada del teatro a recibir las boletas de los asistentes, para partirla en dos y entregarles una de las mitades; otros, con más atino ven al portero como el amigo que le cuenta si es buena o no la cinta que van a apreciar, lo cual en cierta medida ubica al portero en el ámbito de observador, comentador y hasta crítico cinematográfico, con criterio para informarles si vale la pena entrar a la sala, ya que algunos le indagan sobre los actores, contexto, género, el país, la puesta en escena, el guión etc.

El oficio al parecer es muy sencillo y enriquecedor, algo que puedo confiar por mi experiencia en la Cinemateca La Tertulia durante más de diez años: llegar a las seis de la tarde para marcar la tarjeta de empleado, sacar las llaves de la sala y la cabina para entrar en la adecuación preliminar de la primera función de siete, iniciar el viejo aparato de aire acondicionado, encender las luces laterales, sintonizar música, bajar al portón principal para recibir a los clientes y anunciarles sobre el cuidado al bajar las gradas y en algunos casos alertarlos sobre las sillas dañadas; iniciado el film y apagadas las luces, emprendía otra actividad, ubicar en la magia de la oscuridad y con el reflejo de la imagen hecha movimiento, a los asistentes que llegaban tarde e insistían que les contará detalles del film sobre el tiempo que transcurrió. Terminada la primera función, con la aceptación o no que podía traducirse en aplausos, me disponía a observar el público que salía, siempre con algún reproche o pregunta concerniente al sonido –sucedía normalmente con películas argentinas, chilenas, españolas etc.-, a lo oscuro del film, y finalmente la observación más común: los cortes en la pantalla durante los cambios del operador en algunos rollos. Luego, en el intermedio, me adentraba en cada una de las trescientas sillas para revisar los objetos dejados por los asistentes: pañuelos, moñas, monedas, peinetas, billeteras, celulares, navajas, estuches de gafas, bolsos, gorras, sacos, lapiceros, cuadernos, libros, entre otros, y dependiendo de la importancia de lo tirado, la persona volvía inmediatamente por las pertenencias. Y así tal cual como he relatado, sucedía en la segunda función, eso sí, con menor asistencia.

Para los que recuerdan Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore, les debe venir a la “mente” la escena en que Toto, el niño protagonista del film, sale de cine y camina por la plaza principal donde su madre en un rincón lo espera con el rostro lleno de incertidumbre, mientras al fondo salen Alfredo –el operador de cine protagonizado por Philippe Noiret-, y el portero analfabeta, tartamudo y lento, sucediendo el siguiente dialogo:
-Mamá: Te busque todo el día, ¿Compraste la leche?
-Toto: No.
-Mamá: Y donde está el dinero.
-Toto: Me lo robaron.
-Mamá: ¿Lo gastaste en el cine? –mientras lo golpea-
-Toto: Si.
-Mamá: ¡El cine! ¡El cine!
Alfredo y el portero entran en la escena rápidamente para proteger al niño:
-Alfredo: ¡Sra. María! ¿Qué hace?
-Portero: Vamos déjelo.
-Alfredo: ¿Y tu por qué mientes? –dirigiéndose a Toto-, lo dejamos entrar gratis, vamos díselo a tu madre. Quizá haya perdido el dinero adentro, ¿Cuánto dinero tenías?
-Toto: 50 liras.
Alfredo, mirando al portero, y confiado que este entiende el truco que va a realizar le pregunta:
-¿Qué hallaste esta noche entre las butacas?
El portero tartamudeando y un poco asustado, comienza a buscar en los bolsillos de su saco los objetos diciendo: Un peine, dos calzadores, una tabaquera; mientras Alfredo saca de su pantalón el dinero “perdido” y mágicamente lo coloca en las manos del portero anunciando: “Y 50 liras”, acto seguido se lo entrega a la madre y le dice: ¿Lo ve?, retirándose con su amado Toto mientras este voltea y le devuelve una aceptación a través de “picarle el ojo”. He recreado la escena anterior por la breve alusión a esa acción tan común de los porteros de cine cada vez que la función culmina, claro homenaje que el director contextualiza con los cambios suscitados en su Cinema Paradiso como espacio de divertimento, film nostálgico que a más de uno le llega como evocación de los Teatros de Barrio ya venidos a menos.

Ser portero de cine o haber trabajado en este oficio, es la mejor escuela de adquisición en cultura cinematográfica, aún más si se ha trabajado en un teatro que programa diferente al circuito comercial, siendo un valor agregado que posibilita otros espacios en el entorno social que se encuentra la exhibición cinematográfica, como por ejemplo, el campo de la investigación y reflexión de ese arte tan popular. Precisamente el siguiente ejemplo viene del campo científico de la historia del cine en Colombia, lo presentó el historiador Ramiro Arbeláez en el primer Encuentro Colombiano de Investigadores en Cine celebrado en octubre del año 2009 en la ciudad de Bogotá, en su charla titulada Los Terribles de Paraíso –galería-, en homenaje a la película de Marcel Carné Les enfants du Paradis, dedicada al arte de la representación y que nombraba al público que asistía al palco más alto; el profesor me sorprendió –tal vez sin querer queriendo- al proyectar un recorte de prensa muy antiguo que hace parte de su pesquisa enfocada al antiguo Teatro Moderno de Cali que dice lo siguiente:
[…] Portero inculto
Decía un escritor que en el cambio de toda administración las primeras víctimas eran los porteros. Así ha pasado con la nueva administración del “Salón Moderno”, quien retiró de la puerta de palco, a un joven correcto y educado, de apellido Aragón, para reemplazarlo por un sujeto rudo e ignorante que ni siquiera conoce la forma de tratar con la gente bien que es la que ocupa siempre esa localidad.
Aunque el cargo de un portero de un pectaculo, es, en sí, odioso, la persona q´ lo desempeña por lo menos debe estar bien trajeada, ser de fisionomía simpática, y poseer rudimentarios principios de urbanidad y cortesía, y nada de eso posee el nuevo individuo que han colocado en la puerta de palco del “Moderno”. Llamamos la atención del señor Macherna, sobre este cambio, para que su administración goce de las simpatías de que disfrutaba la de su antecesor, señor Quijano
.

El anterior caso se asemeja un poco al de un portero de cine que fue sacado “sin justa causa” hace unos años atrás en un importante teatro de la ciudad de Cali, disque por atentar contra “los bienes de la institución” a la que pertenecía, exactamente los proyectores de cine que se ubican en la cabina de esta sala; el joven era correcto, respetuoso, culto, educado, trataba bien a los asistentes, bien trajeado, “bastante simpático”, y con demasiados principios de urbanidad y cortesía. Allí, en su minúsculo espacio, fue ubicado el vigilante de la institución, lo cual cambio por completo las dinámicas de recepción con el público cinéfilo, que ya se le hacía una cara amiga; en resumen, el oficio cambio, pasando de un portero comprometido, a un acomodador desprevenido.

La última referencia la podemos encontrar brevemente en la introducción que realizaran al capítulo titulado El Cine de los Sábados del libro Ojo al Cine de Andrés Caicedo, el cineasta Luís Ospina y el escritor Sandro Romero: "Nos vemos en el San Fercho, era la consigna. Este santo y seña significaba que el Cine club de Cali tenía sus puertas abiertas y existía la garantía de descubrir, cada semana, una nueva, grata e inesperada experiencia con la pantalla. A la entrada del teatro, un portero con notable parecido a Christopher Lee, recogía las contraseñas y un colaborador repartía tarjeticas con la programación mensual”. La cita es el abre-bocas de los escritos que el “angelito empantanado” caleño realizó para las funciones semanales del Cine club de Cali los sábados al medio día, y que sirvieron como guía de aprendizaje y estudio para los asistentes a este espacio que albergaba el Teatro San Fernando en la década del setenta del siglo XX, y que unos años atrás cambió al acto sacro de las alabanzas a cargo de una iglesia de cristiana.

En conclusión, dedico este escrito a los porteros de cine desempleados en los cuatro puntos de la tierra, incluyendo Cali. Convencido en la decadencia sufrida por nuestros espacios de esparcimiento cinematográfico representado en los teatros de barrio y dos de sus baluartes tradicionales: el portero y el operador –en su forma más clásica- que como dije al inicio de esta reflexión, están en plena vía de extinción.

Fuentes
-Cinema Paradiso –DVD-
-Luís Ospina, Sandro Romero –Compiladores-. El Cine de los Sábados. Andrés Caicedo, Ojo al Cine. Editorial Norma, Bogotá 1999.
-Ramiro Arbeláez. Los Terribles de Paraíso (galería). Cali, 2009. Texto sin publicar. Agradezco al profesor por facilitarme el documento.