13.2.09

Memoria ochentera del balón


A Daniel G. y Santiago A.


El primer recuerdo que me llega de la pelota es una propaganda televisiva a blanco y negro –por el televisor que teníamos-, de un bombón llamado silbato, que venía en forma de pito y de varios sabores, la publicidad mostraba un partido de fútbol entre niños con los uniformes de la selección Argentina y Holanda, recreando la final del mundial de 1978, aquella que sospechosamente ganaron los del sur al definir su paso a la final con una goleada inimaginable al Perú, pero esa es otra historia que posiblemente hiera la sensibilidad de los argentinos que para la época tenían sobre sus cuerpos la bota militar. Otro momento televisivo me lleva al programa “Fútbol, el Mejor Espectáculo del Mundo” presentado por el “papá de los narradores deportivos colombianos” Carlos Arturo rueda C., programa de los sábados en la mañana que presentaba los principales clásicos del planeta fútbol, especialmente los de Suramérica: Boca vs River Plate, Peñarol vs Nacional, Flamengo vs Botafogo, entre otros; allí supe que existía dos jugadores Maradona y Zico.

Luego, la calle se convertiría en el primer escenario de mis pases errados con el balón, sitio que mi padre vetaba con justa razón ante la posibilidad de cometer algún accidente que la mayoría de las veces era romper un vidrio o asestar un balonazo a cualquier transeúnte, lo que conllevaba una queja, un disgusto, un regaño. Restringido el espacio, buscaba con mi hermano otro, el amplio corredor la casa de turno, armando arriesgadamente dos canchas con las materas del jardín de mi madre, lo que obviamente se nos fue prohibido ante la posibilidad de quebrarlas, sucediendo en algunas ocasiones, y soportando su furibundo disgusto que traía como complemento su lanzamiento libre de chancla, que en la mayoría de las veces daba en el blanco. Sin espacios riesgosos para la disciplina fútbolera, y asumiendo nuevos comportamientos aprendidos en la escuela, se traslado el juego a la cancha del centro educativo, los parques, y otros escenarios que comúnmente se llamaban peladeros, armando equipos de acuerdo a los afectos con la escogencia predeterminada al “pico-monto”, siendo casi siempre, uno de los últimos escogidos.

Ya en el colegio, mi profesor de educación física aprovechaba las dos canchas que existían de fútbol, llamaba a lista, dividía el grupo en cuatro equipos quedando troncos y calidosos juntos, y se jugaba hora y media seguida, mientras él se sentaba bajo la sombra de un árbol a realizar crucigramas y fumar cigarrillo. Forma de “enseñanza” que fue variando según el profesor de cada grado académico. A la par que se jugaba en el colegio durante el descanso y las clases de deporte, se salía a jugar a una cancha cercana o nos quedábamos hasta que la luz natural no dejaba ver la pelota; potencialmente éramos todos jugadores de fútbol que con el trasegar de nuestro crecimiento fuimos asumiendo otras situaciones que alejaron esa primera intención, ya que muchos nos inscribíamos a equipos juveniles que exigían otros compromisos, y ante todo disciplina, algo que pocos estaban dispuestos a entregar.

Estando en Cali, a alguien se le ocurrió llevarme a un clásico vallecaucano entre América vs Cali, para incentivar mi afición hacia los verdes, para decepción suya, el rojo gano 2-1, y quien escribe, decidió escoger a los “diablos” como su equipo de cabecera. América se convertiría en el equipo más ganador de los ochentas, pero igualmente el que más tristezas trajo con sus tres fallidos intentos en la final de la Copa Libertadores de América, siendo la más recordada aquella que se fue en Santiago de Chile frente al Peñarol de Montevideo. América era uno de los equipos que más invertía, traía jugadores extranjeros y colombianos que en muchos casos fracasaban por su falta de oportunidad, su presupuesto estaba sustentado por los Rodríguez Orejuela, jefes del narcotráfico caleño, y opositores del llamado “cartel de Medellín” que igualmente invertía en el Atlético Nacional, y de un personaje de apellido Gacha dueño del equipo Millonarios de Bogotá; es decir, una década bastante turbulenta en lo concerniente a la corrupción deportiva en el fútbol, algo que no cambia y se mantiene vigente desde las altas esferas, caso concreto nuestra Confederación Suramericana de Fútbol y sus interés marcados hacia la Argentina y Brasil.

Muchos afirman que uno recuerda a partir del primer mundial de fútbol que tuvo oportunidad de ver, y en algunos casos escuchar; sin ser ese el caso particular, pero si así lo fuera, a mi me toco el mundial de España 82 con su mascota “naranjito”, donde Italia fue campeón, tengo presente dos partidos en especial, Argentina vs Brasil, Brasil vs Italia, en el primero, los cariocas ganaron 3-1 y Maradona fue expulsado; en el segundo, Italia gano 3-2 con tripleta del goleador Rossi, vibrante partido que sacaría de la pelea a la considera mejor selección de ese mundial por su juego vistoso, y llevaría a los azules a la semifinal contra la Polonia de Lato. Después del mundial de 1982, el campeonato de 1986 correspondía a Latinoamérica, y Colombia sorpresivamente fue escogida para realizar este mundial, sin embargo, el presidente de la república de turno, Belisario Betancourt, decidió no proseguir con este proyecto por razones de presupuesto, y la sede se le entrego a México, así que a nuestro país le toco jugar la eliminatoria en el grupo de Argentina y Perú -estrenando nuevo uniforme, y dejando para el recuerdo ese blanco con la banda tricolor, y el anaranjado con negro-, clasificando los gauchos de primeros, y nosotros quedando por buen promedio de gol en el repechaje que nos pondría frente a los paraguayos, a la postre ganadores de esta oportunidad. México 86 consagró a los argentinos, y a Maradona como el mejor, su gol frente a los ingleses en cuartos de final sigue considerándose el mejor de la historia. Fiel a la fiebre maradoniana, me convertí en fan del pequeño hombre de gambeta y rapidez de ensueño, compre el álbum de su recorrido deportivo y casi lo lleno; asumí la camiseta rayada como propia para el siguiente mundial de 1990 celebrado en Italia, y que lastimosamente perdieron en la final con Alemania de Matheus, la misma a la que le empatamos en el último minuto con gol de Freddy Eusebio Rincón, y cantamos como si hubiéramos sido campeones, para luego decepcionarnos con el error de Higuita frente a la potencia del camerunés Milla, y volver a la realidad de nuestro fútbol.

Después del fracaso del médico Ochoa con nuestra selección Colombia, y los golpes de pecho del colombo-argentino Navarro Montoya por haber aceptado defender nuestro arco para las eliminatorias de 1986, se vino una renovación total con Maturana de director, quien con éxito en el Atlético Nacional y sus puros criollos, había conseguido la gesta de ser campeón de la Copa Libertadores en una final frente al Olympia de Paraguay desde el lanzamiento del punto de penal, agobiantes minutos de desastrosos cobros de parte y parte, hasta que llegó la puntería de Leonel Álvarez; este grupo, junto con otros jugadores entre los que se encontraban el melenudo Valderrama, escribió una página especial de nuestro fútbol que llegaría hasta el mundial de Francia 1998.
Entre recuerdos incompletos, usted señor lector podrá indagar para completar estos datos ochenteros del balón, cada uno asume sus gustos, sus jugadores, sus alegrías y tristezas, aquellas que seguro, las nuevas generaciones de aficionados están viviendo.

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